Por. Jacqueline Alencar, España
En el capítulo 3 de Prefacio a la teología
cristiana, titulado 'Búsqueda y Encuentro', Mackay dice que "UNA
CONCIENCIA de culpa personal y un hambre de justicia divina son los dos serios
intereses que hacen de un hombre, separados o juntos, un peregrino de tipo muy
especial".
Y es en ese caminar del peregrino "a lo largo del
Camino de su búsqueda, por donde va tratando de descubrir jalones que lo
dirijan a un Rostro que ansía encontrar y a una Ciudad en que mora la
justicia", que hoy nosotros también vamos transitando. Es el eterno
recomenzar de las cosas, pues a mi modesto entender en la época que le tocó
vivir a Mackay sucedían situaciones parecidas a las que hoy nos enfrentamos...
Muchas afirmaciones suyas o de otros de ese tiempo se escuchan aquí y ahora.
Como señalaba él, "El camino de mañana pasa por el de ayer". Decía
que la palabra 'recordar' es clave para la religión cristiana...
He aquí uno de esos puntos en el Camino, que nos
describe nuestro compañero Mackay en el primer apartado de este capítulo del libro...
Yo también me uno en ese caminar como una peregrina más necesitada...
“HUELLAS DE DIOS EN LA NATURALEZA Y LA CULTURA”
El camino del buscador lleva primeramente por los
senderos secundarios de la naturaleza y la cultura en el mundo del cual él
forma parte. Busca por todas partes las huellas de lo Divino, cuya atracción
siente, y a cuya realidad está apostando su vida. En su aproximación a la
naturaleza, el hombre no puede ser otro que él mismo. Sabe que nadie puede
estar completamente libre de inclinaciones y prejuicios al escrutar el mundo
externo en busca de signos que sirvan de clave para dar con las realidades
últimas. No puede ser desleal a sus experiencias de la vida ni a su ardiente
anhelo de hacer de la vida lo que ésta debe ser. Y, por supuesto, no puede
dejar de tomar en cuenta lo que el pensamiento científico y más reverente tiene
que decir respecto al universo. El buscador descubre que la ciencia no pretende
tratar con la substancia del cosmos, sino solamente con su estructura, (1) la
cual, según él va descubriendo razones para creerlo, es de índole sacramental.
(2) El universo misterioso al cual pertenece, es realmente un sacramento y una
parábola. Lo visible de él habla de lo espiritual y lo invisible. Además, es un
universo abierto (3), y no una máquina colosal, encerrada en sí misma, y en que
todo es consecuencia de leyes inexorables".
"Nuestro buscador no halla nada, en lo mejor del
pensamiento contemporáneo, que podría destruir su intuitiva afirmación de que
la realidad tiene una base espiritual y de que en el gran sistema de las cosas
existe sitio para la justicia. Le impresiona el hecho de que para algunos
grandes científicos el Ser Supremo no puede ser otro que un Artista, puesto que
se halla tanta belleza en el mundo; en tanto que otros lo saludan como el
Supremo Matemático, por la manera maravillosa como pueden expresarse, mediante
ecuaciones matemáticas, las relaciones en el orden físico. Se interesa también
el buscador al saber que al presente no existe ningún conflicto serio entre la
ciencia y la religión. Se siente particularmente intrigado cuando oye a
competentes autoridades educativas, decir que en estos días es más fácil hallar
entre los jóvenes graduados en ciencias personas que muestran inclinaciones
religiosas, que entre los estudiantes de literatura. Sus investigaciones lo conducen
a la conclusión de que no hay razón, hasta donde concierne a la ciencia, por la
que un hombre no haya de mantener su integridad intelectual a la vez que
sustenta una fe religiosa".
"Cuando el buscador, en su aproximación a la
naturaleza, deja las reflexiones, y da libre curso a sus sentimientos,
encuentra que le es imposible derivar ningún solaz espiritual de su comunión
con el mundo que le rodea, como lo hacían los poetas románticos. Los aspectos
severos de la naturaleza dicen más a su corazón que sus aspectos hermosos y
amables. Los torrentes de la montaña se hacen para él parábolas de su propio
torbellino interior, y en su presencia siente lo que sentía el poeta sagrado en
su exilio en las fuentes del Jordán, cuando cantaba sus lamentos: "Un
abismo llama a otro a la voz de Tus canales; todas Tus olas y Tus ondas pasaron
sobre mí". (4) No hallando en la naturaleza ninguna traza de la
Justicia personal, que tan apasionadamente busca, se recita a sí mismo, con
honda emoción, las palabras de un poeta:
La Naturaleza, pobre madrastra, no puede extinguir mi
sed;
Deje caer, pues, si se lo merezco,
Ese azul velo del cielo, y muéstreme
Los senos de su ternura maternal:
Mas nunca una sola gota de su leche ha bendecido
Mis sedientos labios". (5)
"Dejando, pues, el sendero secundario de la
naturaleza, nuestro buscador se adentra en el de la cultura. Le interesa
especialmente, como es natural, la cultura que constituye su propia herencia, o
sea la cultura occidental. Examina su arte, literatura, filosofía, filantropía,
instituciones, formas de gobierno, vida religiosa, y encuentra que lo mejor de
la cultura del mundo de Occidente es producto, directa o indirectamente, de la
religión cristiana. Le impresiona, a este respecto, el hecho de que los
maestros de humanidades, en los grandes centros de ilustración secular, están
reconociendo que es indispensable cierto conocimiento del cristianismo para
poder apreciar los estudios que forman el caudal humanista".
"Advierte también, con interés, el movimiento
espontáneo que ha aparecido en el extranjero, y que trata de rehabilitar el
estudio del cristianismo en las principales universidades. Mediante el estudio
y la reflexión en la esfera de las humanidades, el buscador realiza el
descubrimiento de que el cristianismo simplificó en la cultura occidental la
tarea de la filosofía. 'Initium sapientiae timor Domini'. Este antiguo
proverbio bíblico, lema de mi Alma Mater escocesa, nunca ha dejado de ser
verdad. El temor del Señor ha sido siempre el principio de la sabiduría. En el
espíritu de ese lema escribió Tomás de Kempis en su Imitatio Christi, 'Aquel
a quien el Espíritu Santo enseña, se ve libre de una multitud de conceptos
innecesarios'. Estas palabras de Kempis podrían considerarse como el texto
del notable libro de Etienne Gilson, El Espíritu de la Filosofía Medieval.
El gran medievalista hace notar que las intuiciones y conocimientos
proporcionados por el cristianismo, hicieron que los filósofos que tenían
acceso a las fuentes cristianas pudieran llegar, por más cortos atajos, a lo
que ellos mismos gustaban de llamar después 'verdades de la razón'. Verdades
como, por ejemplo, la del Imperativo Categórico, según la cual los hombres
deben ser tratados siempre como fines y nunca como medios, nunca habrían podido
llegar a formularse, o al menos habría tenido que llegarse a ellas por una ruta
mucho más larga y llena de rodeos, si no hubiera sido por las influencias del
pensamiento cristiano".
"Jamás llegó la especulación filosófica a cumbres
más altas que en el pensamiento de Platón y Aristóteles. Y sin embargo, ni
Platón ni Aristóteles llegaron al concepto de la unidad de Dios. 'Con sólo
que los griegos hubieran conocido el Génesis', dice Gilson, 'la historia
entera de la filosofía habría sido diferente'. (6) Pero las palabras de
Moisés a Israel: 'Oye, oh Israel: el Señor nuestro Dios Uno es', (7)
jamás resonaron en Grecia. Los grandes pensadores griegos nunca habían oído
esas palabras que hicieron toda una época: 'Yo soy el que soy'. (8)
En pocas palabras, 'el pensamiento griego',
dice Gilson, 'aun en sus representantes más eminentes, no arribó a la verdad
esencial que acuñan de un golpe, y sin sombra de esfuerzo probatorio, las
grandes palabras de la Biblia'. La deuda de la filosofía occidental para
con el pensamiento cristiano es, por tanto, incalculable: tan grande, que nadie
que ignore la teología cristiana tiene derecho a considerarse como autoridad en
la esfera de los sistemas filosóficos".
"Nuestro buscador descubre también que la ciencia
y la democracia, productos los más característicos de la civilización
occidental, son hijos del cristianismo. Fue el hincapié hecho por el cristianismo en la
verdad, fue su insistencia en que la verdad es una, porque Dios es Uno, lo que
puso en libertad el espíritu científico, y colocó delante de la ciencia el
ideal de un cuerpo unificado de verdad. Como hija del cristianismo, la ciencia
participará del destino de éste. (9) Cuando el Ministro de Educación alemán,
hablando en la gran Conferencia de Heidelberg, hace unos años, anunció que el
nazismo se emancipaba de 'la falsa idea de la objetividad', la ciencia en
Alemania entró en agonía. (10) Cuando se hace a la antropología probar que
una raza particular es de un valor tan absoluto que le pertenece un destino
mesiánico, la ciencia perece. Donde prevalece semejante actitud, ninguna
verdad de la ciencia, por bien apoyada que esté en consideraciones objetivas,
puede ser tolerancia si choca con el absolutismo racial y las conclusiones
políticas derivadas de él. Situaciones de esa índole producen un
estremecimiento de repugnancia en quien busca, agoniosamente, la verdad y la
justicia".
"La democracia es también hija del cristianismo,
especialmente en la forma en que se la ha conocido en los países anglosajones.
Los cimientos de la democracia descansan en tres grandes concepciones: la
majestad de la verdad como don de Dios, el valor y dignidad de todos los
hombres como criaturas de Dios, y la realidad de la responsabilidad personal
del hombre de servir a Dios. La convicción de estas verdades conduce a
importantes consecuencias. 1.- Por cuanto la verdad es real y constituye un don
de Dios, es digna de morir uno por ella. El hecho de que algunos hombres y
grupos religiosos estuvieron resueltos a morir por la verdad, hizo que el Estado,
al correr del tiempo, decretara la tolerancia religiosa y la libertad del
pensamiento para todos los ciudadanos. 2.- Puesto que los hombres son de
infinito valor a los ojos de Dios, deben ser tratados por sus semejantes con
toda consideración, y debe dárseles todo género de oportunidad para que cumplan
su destino divino como hijos de Dios. La afirmación del valor y dignidad
de todos los hombres dio origen al reconocimiento de derechos para todos. 3.-
La insistencia, por parte de la Iglesia, en que todos sus miembros debían
participar en su obra preparó a los hombres para la ciudadanía y el servicio de
la sociedad. Como el hombre es personalmente responsable de servir a Dios,
todo trabajo está investido de una nueva dignidad.
Ahora bien, aun cuando es cierto que el cristianismo
existió antes que la democracia, y seguirá viviendo, si fuere necesario, en las
catacumbas, cualquiera que fuere la suerte que corra la democracia, es
igualmente verdad que hay aspectos de la religión cristiana que no pueden expresarse
con toda plenitud sino bajo las libertades concedidas por un régimen que sea
democrático o similar. La democracia, por otra parte, no puede existir sin el
cristianismo. Nuestro buscador considera como hecho muy impresionante, del
cual se percata plenamente, el que hoy día, por todo el mundo, cuando es
repudiado el cristianismo, la democracia es repudiada con él".
“POR MEDIO DEL LIBRO”
Impresionado por la grandeza de la influencia que la religión
cristiana ha ejercido en los asuntos humanos, y por la medida en que el futuro
de la civilización está vinculado con ella, el buscador se vuelve ahora al
Libro que ha sido la principal fuente de esa influencia. Se entera
de que la Biblia es todavía el libro que más se vende en el mundo. Descubre,
con mucho asombro, que una inmensa multitud de personas, en los países
cristianos, están redescubriendo la Biblia en la actualidad, y leyéndola tan
extasiadas como si fuera un tesoro literario perdido durante mucho tiempo y
sacando a luz nuevamente por los paleontólogos. Hallando que tal es la
situación contemporánea y, dada la urgencia de su búsqueda, ya no considera
necesario, a la altura en que se encuentra, hacer una larga desviación para
ponerse a examinar las otras grandes religiones de la humanidad. Se confirma
en lo correcto de esta decisión con la frase de un pensador distinguido: 'La
diferencia verdaderamente radical entre las religiones no está tanto entre
oriente y occidente como entre la Biblia y la carencia de ella'. (11)
Al recorrer los documentos bíblicos, el buscador se
halla en un mundo extraño y nuevo. No es un mundo de ideas, donde se provee al
viajero de información acerca de Dios. Es un mundo en que Dios Mismo habla, en
que los hombres lo escuchan, en que suceden cosas extraordinarias. El viajero
se encuentra, no en medio del silencio de un místico ashram oriental,
sino en un campo de batalla en que se desarrollan a su derredor acontecimientos
dramáticos. Las voces que oye, hablan con mucho más frecuencia en primera y
segunda personas que en la tercera. Al escuchar con atención, llegan a su oído
preguntas como éstas: '¿Quién eres?', '¿Dónde estás?', '¿Qué
haces aquí?', '¿Qué has hecho de tu hermano?' Y en seguida comienzan
a resonar voces de mando: 'Haz esto y vivirás', 'Venid a mí', 'Creed
en mí', 'Sígueme'. Voces humanas parecen responder: 'Soy hombre
de labios impuros', 'Ten misericordia de mí que soy pecador', 'Creo,
Señor, ayuda mi incredulidad', 'Querríamos ver a Jesús'. El buscador
se siente aludido y apremiado. Se da cuenta de que él también tiene que
resolverse y llegar a una decisión. Se ve abrumado por la conciencia de la
realidad y majestad de Dios, cuya existencia no se hace materia de prueba en la
Biblia, sino que es en todas partes asumida como un hecho, y a quien se
presenta como siempre en actividad, aunque a veces oculto. Si el buscador
pensó alguna vez que la Biblia le iba a ofrecer datos para un tranquilo estudio
'científico' de Dios, su ilusión se ha desvanecido".
"El Antiguo Testamento le fascina tanto como el
Nuevo. Experimenta la fuerza de un impresionante pasaje del arzobispo
Soederblom: 'En el Antiguo Testamento', escribe el gran arzobispo sueco, 'todo
es acción, situaciones, historia. Se apodera de la personalidad una potencia
apasionada. Aquí Dios no es nunca un problema. Está soberanamente cerca,
peligroso, terrible, insistente. Se conoce, seguramente, a todos los dioses,
pero adorarlos es para el pueblo del Señor un adulterio que merece castigo. En
todo momento, en la vida de los pueblos y los individuos, Dios está en acción.
La gran cuestión no es las emociones del alma, los ejercicios del cuerpo y el
espíritu, y, finalmente, la percepción del Eterno. La gran cuestión es
constantemente el bien y la justicia. Con una pasión no igualada en los anales
de la especie humana, los profetas se hallan dominados de una pasión por la
justicia y la verdad, aun a costa del dolor y de ser rechazados ellos y su
amado pueblo. La absorción en el cosmos, y la paz contemplativa del alma, son
algo que se busca en vano en las Escrituras". (12)
"Estudiando a los hombres de la Biblia, el
buscador nota que están interesados supremamente 'no en la construcción
intelectual de la deidad, sino en conocer cuál es la mente de Dios con respecto
a la situación en que Él los ha colocado'. (13) Encuentra que muchos de esos
hombres han sido peregrinos como él, grandes viajeros, hombres que mostraron
con su actitud entera que estaban 'buscando un país'. En verdad, nada es más
notable en la Biblia que el hecho de que tantas de las grandes personalidades
del Antiguo y el Nuevo Testamento vivieron en el Camino una vida de constante
peregrinación. Fue en el Camino donde aprendieron lo referente a
Dios. Así fue con Abraham, llamado del Balcón de la civilización babilonia a la
vida de un nómada en tierra extranjera, sin saber a dónde iba. Fue lo mismo
en la vida de Moisés, que fue llamado de una existencia balconizada en Egipto
al camino del desierto: pero al lado del sendero del desierto estaban tanto el
Sinaí como el Pisga, el monte en que se dio la Ley, y el picacho desde el que
se descubría la Tierra de la Promesa.
Y lo mismo fue con nuestro Señor mismo. Vivió en el
Camino. Su único hogar, como escribió uno de sus biógrafos, era 'el Camino
por el que andaba con Sus amigos en busca de nuevos amigos'. En cuanto a
Pablo, el principal intérprete del Cristo, fue el más grande peregrino y
cruzado que ha existido, cuyos viajes son todavía la desesperación de los
viajeros modernos.
"En consecuencia, la verdad en la Biblia es
siempre, en uno u otro sentido, verdad personal. Jamás es abstracta. En algún
punto de ella intervienen personas, relaciones personales o decisiones
personales. Esto es natural en ella, pues la Biblia está supremamente
interesada en las personalidades, en la formación de hombres. 'El mayor y
más auténtico libro de texto sobre la personalidad es todavía la Biblia',
dice el doctor Henry C. Link, con verdadero acierto, 'y los descubrimientos
que los psicólogos han hecho tienden a confirmar más bien que a contradecir la
codificación de la personalidad que en ella se encuentra'. (14) Pero la
verdad bíblica es verdad personal en un sentido mucho más hondo que ése.
Ningún pensador profano tuvo una conciencia más
intensa de la índole personal de la verdad bíblica que aquel gran francés, Blas
Pascal. Pascal es la gloria de Francia, el único hombre que Francia puede
parangonar con el inglés Shakespeare. En ciencia, en filosofía, en religión,
califica entre los genios intuitivos más grandes de todos los tiempos. Después
de muerto Pascal, se halló cosido en su jubón un arrugado papel en que el gran
filósofo, después de un arrebato místico, había escrito estas palabras: 'Dios
de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos y los letrados.
Dios de Jesucristo, mi Dios y tu Dios. Tu Dios será mi Dios'. En este
pasaje, Pascal penetra hasta el corazón de la revelación bíblica. Dios no es
la Idea de los filósofos, la sublime concepción que la mente humana alcanza en
su vuelo especulativo para explicarse el universo. Es el Dios viviente,
el Dios de personas en quienes Él se revela, y por medio de quienes llama a
otros a establecer con Él relaciones personales.
Los patriarcas hebreos, Abraham, Isaac y Jacob, eran
tipos representativos, parabólicos, humanos. Lo único realmente significativo
tocante a ellos era que Dios era su Dios, y que ellos eran órganos para la
realización de Sus propósitos. El Dios de Israel entretejió sus oscuras vidas
en la trama de la historia del mundo, y al hacerlo, manifestó claramente que Su
Supremo interés está en las personas, y que continuará siempre sacando
exploradores espirituales como Abraham de su tierra y su parentela; sosteniendo
a hombres fieles y pacientes como Isaac, que hacen muy poco más que 'estar en
pie y esperar' en medio de situaciones convencionales y rutinarias; luchando
hasta el alba con pecadores endurecidos como Jacob hasta que el cambio de
nombre represente el cambio de naturaleza. Esta descripción de Dios como Dios
de personas, significa que Él se revela de manera suprema en y por medio de las
personas. Lo cual es muy natural, pues, después de todo, lo que es finalmente
luminoso y revelador no es tanto una idea como una personalidad. Pero es, sin
embargo, hasta escuchar esa nota triunfante que Pablo hace sonar en su carta a
los Efesios, 'Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo',
cuando sentimos la fuerza plena de la expresión arrobada de Pascal, y cuando se
manifiesta de modo obvio y pleno la índole intensamente personal de la verdad
bíblica. La más sublime descripción que puede darse de Dios es que es el
Dios de Jesucristo. En el hombre Cristo Jesús, Dios y Su voluntad se dieron a
conocer con toda plenitud. La posesión de este hecho dio paso a una nueva
alborada en las sombras del mundo romano. Dios estaba en Él; al 'hacerse el
Verbo carne', la gracia y la verdad de Dios se derraman sobre la humanidad.
El Dios vivo se reveló en aquella Persona, de manera que Pascal, y con él una
hueste de personas, al contemplar la gloria divina en Cristo, se sintieron
impulsados a exclamar: 'Tu Dios será mi Dios'. El hacerlo, cumplen la
índole esencial de la verdad bíblica, en una relación personal con el Altísimo.
Pero hacer esta declaración con verdad, es experimentar la redención. Así
pues, nuestro buscador halla que el significado y fin de la verdad bíblica es
la redención, o sea la participación del hombre en la vida de Dios".
"La Biblia es un libro que trata de la redención.
Dice a los hombres lo que Dios ha hecho por ellos y cómo pueden hallar al Dios
redentor, hacer Su voluntad y buscar Su Reino. Sólo posesionándose de este
hecho es como puede uno estudiar el Libro de los Libros con verdadero
provecho. Sólo juzgándolo dentro de la perspectiva de la redención puede ser
justamente juzgado. Con sólo que esto se hubiera tenido presente siempre, se
habría echado de ver luego la impertinencia de muchas de las cuestiones que se
han hecho surgir en lo que respecta al carácter y extensión de la inspiración
de las Sagradas Escrituras. La verdad de la revelación, por la cual Dios ha
hecho a los hombres conocer Su propósito redentor, es algo muchísimo más
importante que cualquier cuestión relacionada con ésta o aquella palabra, o
éste o aquel detalle que no entran en la textura de la revelación divina.
Siempre es posible 'creer la Biblia de pasta a pasta', sin descubrir la verdad
que contiene. Es igualmente posible conocer la verdad histórica referente a los
documentos que forman la Biblia, y permanecer egregiamente sordos a la voz del
Eterno que habla en la historia bíblica".
"Para que el estudio científico de la Biblia sea
realmente provechoso, es necesario haber tenido antes un encuentro espiritual
con el Dios de la Biblia. Y así es como irrumpe en la conciencia del buscador,
la verdad de que lo que a la Biblia interesa supremamente es que se realice el
encuentro personal del hombre con Dios. Consciente de que Dios se dirige a él,
en una forma muy personal, el buscador se prepara para ese encuentro. Comienza
a comprender lo que quería decir Tomás de Kempis cuando escribía: 'La
Biblia debe leerse con el mismo Espíritu con que fue escrita'. Comprende
también con claridad lo que Kierkegaard quería decir con estas palabras: 'La
Biblia es una carta de Dios con nuestra dirección personal escrita en ella'.
También puede ahora comprender y apreciar plenamente lo que sentían Karl Barth
y sus amigos cuando decían que hubo un momento en su vida en que se pusieron a
leer la Biblia como náufragos en busca de salvación. Cuando se estudia la
Biblia con este espíritu, los "diecinueve y más siglos intermedios se
telescopian, y el hombre oye la voz de Dios que le habla, por medio de
profetas, apóstoles y el Hijo, a él mismo, personalmente, en lo concreto de la
situación en que se halla su vida".
NOTAS
(1) Sir Arthur Eddington, The
Philosophy of Physical Science.
(2) A.A. Bowman, A Sacramental
Universe.
(3) Herman Weyl, The Open
World.
(4) Salmos 42.7.
(5) Francis Thompson, The
Hound of Heaven.
(6) Gilson, The Spirit of
Mediaeval Philosophy, págs. 46-47.
(7) Deuteronionio 6: 4.
(8) Gilson, op. cit., pás. 71.
(9) Véase John MacMurray, Freedom
in the Modern World.
(10) Citado en Liberty and
Civilization, por Gilbert Mxirray, pág. 52.
(11) Edwyn Bevan, cit, por F. R.
Barry en What Has Christianity to Say?, pág. 82.
(12) Nathan Soederblom, Tke
Living God, pág. 267.
(13) John Ornan, Significance
of Apocalyptics, pág. 286.
(14) Link, The Return to
Religión, pág. 103.
Fuente: Protestantedigital, 2017
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