Por.
Carlos Martínez García, México
Continúo
con la reseña iniciada la semana pasada. El libro en cuestión es el coordinado
por Peter Marshall, The Oxford Illustrated History of the Reformation,
Oxford University Press, Oxford, 2015. La vez anterior referí los capítulos
acerca del cristianismo medieval, el dedicado a Martín Lutero, el calvinismo y
la reforma de la Reforma y la sección sobre la Reforma radical.
El
quinto capítulo es desarrollado por Simon Ditchfield, “La Reforma y renovación
católica”. Ditchfield es profesor de historia en la Universidad de York,
Inglaterra, entre sus obras destacan Liturgy, Sanctity, and History in Tridentine
Italy (Cambridge University Press, 2002), y de reciente aparición la que
coordina con Helen Smith, Conversions: Gender and Religious Change in Early
Modern Europe (Manchester University Press, 2017).
Para
Ditchfield antes, durante y después del siglo XVI hubo personajes y fuerzas al
interior del catolicismo romano que buscaron reformarlo y renovarlo. Los
misioneros católicos que de Europa salieron hacia distintas partes del orbe
intentaron transmitir una fe más cercana al ejemplo del Evangelio, pero sus
esfuerzos se vieron contaminados con los intereses políticos y económicos de
las potencias católicas que tuvieron más interés en saquear las riquezas de los
nuevos territorios y menos en favorecer las tareas de quienes llegaron a
evangelizar.
El
autor del capítulo describe y evalúa los alcances y límites del Concilio de
Trento, el cual tuvo cuatro periodos: de diciembre de 1545 a marzo de 1547 (en
Trento); de abril de 1547 a enero de 1548 (en Bolonia); mayo de 1551 a abril de
1552 (en Trento); y, finalmente, de enero de 1562 a diciembre de 1563 (en
Trento). Al principio este Concilio tuvo escasa asistencia e interés por parte
de los altos clérigos, en la sesión inicial estuvieron presentes solamente
cuatro cardenales, veintiún obispos y cinco generales de las órdenes
religiosas.
La
participación de los teólogos en el Concilio de Trento fue más nutrida que la
de los clérigos en las tres primeras sesiones. En Trento quedaron normadas las
enseñanzas católicas acerca de la justificación, transubstanciación,
penitencia, el índice de libros prohibidos, el establecimiento de seminarios
diocesanos, la necesidad de visitas obispales anuales, veneración de santos e
imágenes, reformas en el clero regular y en el monástico, y, particularmente,
afirmaciones doctrinales cuya meta fue señalar a un adversario que se
consolidaba, el protestantismo.
Ditchfield
señala que desde el siglo XVI hasta el presente el catolicismo romano alcanzó
dimensiones globales. En este proceso se diseminó por los cuatro continentes,
aunque ha tenido poco impacto en dos de ellos: (Asia y África), mientras ha
sido “creativamente reinterpretado en las Américas”. Hoy gran parte de la
fuerza misionera católica romana descansa en la “periferia” que ministra en
Europa Occidental.
El
capítulo “Las reformas británicas” es autoría de Peter Marshall. Las naciones
que conforman la Gran Bretaña, observa Marshall, tuvieron antes y a lo largo
del siglo XVI agitaciones de corte religioso. En la última centuria mencionada,
al emerger la que sería denominada Reforma protestante, el rey Enrique VIII se
manifestó abiertamente contrario a la misma y defendió a la Iglesia católica y
la institución papal. Lo hizo con tal vigor que fue nombrado Fidei defensor (defensor
de la fe) por el papa León X en noviembre de 1521.
Por
propias convicciones y/o mediante conocimiento de la lid de Lutero en Alemania,
distintos personajes ingleses abrazaron la causa de reformar al cristianismo y
se opusieron a la Iglesia católica romana. Uno de ellos, y quien a causa de su
oposición a Enrique VIII y el clero católico inglés debió exiliarse, fue
William Tyndale. Él publicó su traducción inglesa del Nuevo Testamento en 1526,
que se imprimió en Colonia y Worms, el cual contenía “explícitos comentarios
luteranos”.
La
Reforma religiosa impulsada por Enrique VIII, considera Marshall, comenzó en
1534 con el Acta de dispensaciones. Desde entonces y hasta la muerte del
monarca, en 1547, Gran Bretaña estuvo convulsa en lo religioso. Además de la
oposición de los obispos católicos británicos que decidieron permanecer fieles
a Roma, Enrique VIII debió enfrentar la disidencia de distintos grupos
minoritarios que abogaban por una reforma más radical, ya que consideraban al
intento reformador del rey “un catolicismo sin papa”.
Poco
a poco fue gestándose en Gran Bretaña el movimiento de iglesias libres,
llamadas no conformistas por negarse a restringirse al molde religioso de
Enrique VIII y quienes le sucedieron en el reinado a partir de 1547. La
definición religiosa de Inglaterra fue pendular, de tendencia protestante entre
1547 a 1553, intento de restauración católica con María la Sangrienta
(1553-1558), y consolidación de la vía inglesa para diferenciarse del
catolicismo con Isabel I (1558-1603). En el reinado de Isabel I, periodo de
consolidación de la Iglesia de Inglaterra, se robustecieron las opciones
religiosas que decidieron no ceñirse a la Iglesia oficial. De forma
subterránea el catolicismo preservó su perfil, algunos clérigos y feligreses
debieron enfrentar persecuciones e incluso la pena capital. En tanto los
integrantes de las iglesias libres resistieron los embates y construyeron
comunidades de fe por todas partes de Gran Bretaña y, por otra parte, enfilaron
hacia nuevos horizontes en busca de libertad religiosa y de conciencia. El
proceso inició, sostiene Marshall, hacia 1620 con los Padres peregrinos,
quienes fueron producto de las varios tipos de Reforma(s) que emergieron en
Inglaterra y le dieron al protestantismo nuevos perfiles.
La
sección final es de Alexandra Walsham y se titula “Los legados de la Reforma”.
Ella es autora de Charitable Hatred: Tolerance and Intolerance in England,
1500-1700 (Manchester University Press, 2008), y The Reformation of the
Landscape: Religion, Identity and Memory in Early Modern Britain and Ireland (Oxford
University Press, 2012).
Walsham
apunta que si bien es cierto la Reforma fue un punto de quiebre en la historia
del cristianismo y de Occidente, la percepción de dicho cambio y su profundidad
ha pasado por un largo proceso. Una vez consumada la ruptura con Roma y
comenzado a dar pasos para consolidar la nueva opción teológica y eclesiástica,
Lutero y sus partidarios concibieron su lucha como “el triunfo de la luz sobre
las tinieblas, de la verdad sobre la falsedad, y haber puesto a la civilización
europea en el sendero hacia la modernidad”.
Para
Walsham el proceso no fue lineal ni tan claramente de logros como consideraban
los reformadores. Sostiene que las herencias de largo alcance y las
repercusiones de la Reforma son “contradictorias [ya que] Las pasiones espirituales
y políticas que desataron tuvieron amplias ramificaciones: ellas afianzaron, y
eventualmente perfilaron, el pluralismo confesional y denominacional al que
inicialmente se opusieron; convergieron con presiones sociales y económicas que
alteraron las formas en las que las personas actuaban al igual que afectaron
las condiciones materiales de la vida cotidiana de esas personas”. Agrega que
la Reforma, en sus distintas vertientes, fomentó a la vez que complejizó las
tendencias intelectuales y culturales, cambiando cómo la gente concebía a Dios,
el mundo natural y el súper natural. La Reforma construyó sobre nuevas bases
cómo individuos, comunidades y naciones se identificaron y definieron a sí
mismos. Todo ello debido a la energía generada por los conflictos,
confrontaciones y diálogos originados a partir de una crítica al orden
religioso tradicionalmente establecido.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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