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miércoles, 1 de marzo de 2017

Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (VIII)



Por. Carlos Martínez García, México
Continúo con la reseña iniciada la semana pasada. El libro en cuestión es el coordinado por Peter Marshall, The Oxford Illustrated History of the Reformation, Oxford University Press, Oxford, 2015. La vez anterior referí los capítulos acerca del cristianismo medieval, el dedicado a Martín Lutero, el calvinismo y la reforma de la Reforma y la sección sobre la Reforma radical.
El quinto capítulo es desarrollado por Simon Ditchfield, “La Reforma y renovación católica”. Ditchfield es profesor de historia en la Universidad de York, Inglaterra, entre sus obras destacan Liturgy, Sanctity, and History in Tridentine Italy (Cambridge University Press, 2002), y de reciente aparición la que coordina con Helen Smith, Conversions: Gender and Religious Change in Early Modern Europe (Manchester University Press, 2017).
Para Ditchfield antes, durante y después del siglo XVI hubo personajes y fuerzas al interior del catolicismo romano que buscaron reformarlo y renovarlo. Los misioneros católicos que de Europa salieron hacia distintas partes del orbe intentaron transmitir una fe más cercana al ejemplo del Evangelio, pero sus esfuerzos se vieron contaminados con los intereses políticos y económicos de las potencias católicas que tuvieron más interés en saquear las riquezas de los nuevos territorios y menos en favorecer las tareas de quienes llegaron a evangelizar.
El autor del capítulo describe y evalúa los alcances y límites del Concilio de Trento, el cual tuvo cuatro periodos: de diciembre de 1545 a marzo de 1547 (en Trento); de abril de 1547 a enero de 1548 (en Bolonia); mayo de 1551 a abril de 1552 (en Trento); y, finalmente, de enero de 1562 a diciembre de 1563 (en Trento). Al principio este Concilio tuvo escasa asistencia e interés por parte de los altos clérigos, en la sesión inicial estuvieron presentes solamente cuatro cardenales, veintiún obispos y cinco generales de las órdenes religiosas.
La participación de los teólogos en el Concilio de Trento fue más nutrida que la de los clérigos en las tres primeras sesiones. En Trento quedaron normadas las enseñanzas católicas acerca de la justificación, transubstanciación, penitencia, el índice de libros prohibidos, el establecimiento de seminarios diocesanos, la necesidad de visitas obispales anuales, veneración de santos e imágenes, reformas en el clero regular y en el monástico, y, particularmente, afirmaciones doctrinales cuya meta fue señalar a un adversario que se consolidaba, el protestantismo.
Ditchfield señala que desde el siglo XVI hasta el presente el catolicismo romano alcanzó dimensiones globales. En este proceso se diseminó por los cuatro continentes, aunque ha tenido poco impacto en dos de ellos: (Asia y África), mientras ha sido “creativamente reinterpretado en las Américas”. Hoy gran parte de la fuerza misionera católica romana descansa en la “periferia” que ministra en Europa Occidental.
El capítulo “Las reformas británicas” es autoría de Peter Marshall. Las naciones que conforman la Gran Bretaña, observa Marshall, tuvieron antes y a lo largo del siglo XVI agitaciones de corte religioso. En la última centuria mencionada, al emerger la que sería denominada Reforma protestante, el rey Enrique VIII se manifestó abiertamente contrario a la misma y defendió a la Iglesia católica y la institución papal. Lo hizo con tal vigor que fue nombrado Fidei defensor (defensor de la fe) por el papa León X en noviembre de 1521.
Por propias convicciones y/o mediante conocimiento de la lid de Lutero en Alemania, distintos personajes ingleses abrazaron la causa de reformar al cristianismo y se opusieron a la Iglesia católica romana. Uno de ellos, y quien a causa de su oposición a Enrique VIII y el clero católico inglés debió exiliarse, fue William Tyndale. Él publicó su traducción inglesa del Nuevo Testamento en 1526, que se imprimió en Colonia y Worms, el cual contenía “explícitos comentarios luteranos”.
La Reforma religiosa impulsada por Enrique VIII, considera Marshall, comenzó en 1534 con el Acta de dispensaciones. Desde entonces y hasta la muerte del monarca, en 1547, Gran Bretaña estuvo convulsa en lo religioso. Además de la oposición de los obispos católicos británicos que decidieron permanecer fieles a Roma, Enrique VIII debió enfrentar la disidencia de distintos grupos minoritarios que abogaban por una reforma más radical, ya que consideraban al intento reformador del rey “un catolicismo sin papa”.
Poco a poco fue gestándose en Gran Bretaña el movimiento de iglesias libres, llamadas no conformistas por negarse a restringirse al molde religioso de Enrique VIII y quienes le sucedieron en el reinado a partir de 1547. La definición religiosa de Inglaterra fue pendular, de tendencia protestante entre 1547 a 1553, intento de restauración católica con María la Sangrienta (1553-1558), y consolidación de la vía inglesa para diferenciarse del catolicismo con Isabel I (1558-1603). En el reinado de Isabel I, periodo de consolidación de la Iglesia de Inglaterra, se robustecieron las opciones religiosas que decidieron no ceñirse a la Iglesia oficial. De forma subterránea el catolicismo preservó su perfil, algunos clérigos y feligreses debieron enfrentar persecuciones e incluso la pena capital. En tanto los integrantes de las iglesias libres resistieron los embates y construyeron comunidades de fe por todas partes de Gran Bretaña y, por otra parte, enfilaron hacia nuevos horizontes en busca de libertad religiosa y de conciencia. El proceso inició, sostiene Marshall, hacia 1620 con los Padres peregrinos, quienes fueron producto de las varios tipos de Reforma(s) que emergieron en Inglaterra y le dieron al protestantismo nuevos perfiles.
La sección final es de Alexandra Walsham y se titula “Los legados de la Reforma”. Ella es autora de Charitable Hatred: Tolerance and Intolerance in England, 1500-1700 (Manchester University Press, 2008), y The Reformation of the Landscape: Religion, Identity and Memory in Early Modern Britain and Ireland (Oxford University Press, 2012).
Walsham apunta que si bien es cierto la Reforma fue un punto de quiebre en la historia del cristianismo y de Occidente, la percepción de dicho cambio y su profundidad ha pasado por un largo proceso. Una vez consumada la ruptura con Roma y comenzado a dar pasos para consolidar la nueva opción teológica y eclesiástica, Lutero y sus partidarios concibieron su lucha como “el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la verdad sobre la falsedad, y haber puesto a la civilización europea en el sendero hacia la modernidad”.
Para Walsham el proceso no fue lineal ni tan claramente de logros como consideraban los reformadores. Sostiene que las herencias de largo alcance y las repercusiones de la Reforma son “contradictorias [ya que] Las pasiones espirituales y políticas que desataron tuvieron amplias ramificaciones: ellas afianzaron, y eventualmente perfilaron, el pluralismo confesional y denominacional al que inicialmente se opusieron; convergieron con presiones sociales y económicas que alteraron las formas en las que las personas actuaban al igual que afectaron las condiciones materiales de la vida cotidiana de esas personas”. Agrega que la Reforma, en sus distintas vertientes, fomentó a la vez que complejizó las tendencias intelectuales y culturales, cambiando cómo la gente concebía a Dios, el mundo natural y el súper natural. La Reforma construyó sobre nuevas bases cómo individuos, comunidades y naciones se identificaron y definieron a sí mismos. Todo ello debido a la energía generada por los conflictos, confrontaciones y diálogos originados a partir de una crítica al orden religioso tradicionalmente establecido.

Fuente: Protestantedigital, 2017

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