Por.
Juan Stam, Costa Rica
Como
la mayoría de los libros antiguos, las escrituras hebreas están llenas de
violencia. Muchas
veces esa violencia es cometida en guerras nacionalistas, pero otras veces es
de guerrilla (Abraham en Gn 14; los jueces, el joven David) o de acción
estrictamente personal (Caín contra Abel; Simeón y Leví contra los siquemitas,
Gn 34; el levita que cortó su concubina en doce pedazos, Jue 19; Pinjás que
mata a Zimri por tener sexo con una madianita, Nm 25; David contra Simel por
insultarle, 1R 2.8).
A
veces el texto simplemente relata el episodio violento, sin aprobar ni
condenarlo. Pero otras veces lo aprueba y hasta atribuye su origen a una
orden de Dios. Además, a nuestro criterio moderno no dejan de ser
problema las violencias cometidas por Dios mismo, como la destrucción de toda la
tierra por diluvio (Gn 6-9), la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gn 9), o la
muerte de todos los primogénitos egipcios por el ángel exterminador de Yahvéh
(Ex 12), aunque estos ejemplos caen bajo la categoría distinta de juicio divino
("la venganza es mía, dice el Señor") en contraste con venganza
humana.
A)
Algunas violencias y atrocidades son simplemente narradas por el texto bíblico, sin aprobarlas pero tampoco
condenarlas ni aun implícitamente. A menudo ese silencio parece aceptar la
violencia como legítima; se presentan como simples realidades de la vida.
Esto es típico de las muchas referencias a la guerra santa, con la ejecución de
mujeres y niños y hasta ganado y el exterminio general de las ciudades, según
las leyes de Deuteronomio 20:10-18 (cf. Dt 3:23; 7:1-5; Nm 31:9-20: Jos
6:21,24), y es el caso con todos los actos violentos de los jueces. El
"juez y liberador", Ehúd, engañó al obeso rey moabita Eglón para
clavar su puñal tan dentro de la panza del rey que no lo pudo sacar (Jue
3:21-22). La heroica Yael mató a Sísara con una estaca mientras él dormía
en la tienda de ella: "le hincó la clavija en la sien hasta clavarla en la
tierra" (Jue 4:21; ¡tenía fuerzas esa dama!). Las tropas de Gedeón
decapitaron a Oreb y Zeeb y llevaron sus cabezas ante él al otro lado del
Jordán (Jue 7:25; 9:56; cf. 2R 10). Ninguna de estas crueldades, como
tampoco las hazañas sangrientas de Samsón, fueron entendidas como
"violencia" (JâMâS) por los antiguos hebreos, ni condenadas, sino
interpretadas como liberación y salvación dignas de ser celebradas.[6]
B)
Aunque algunos de estos pasajes simplemente relatan los actos violentos, en
otros pasajes son aprobados, aún por Dios mismo. La gesta inicial de Moisés.
cuando visitó a sus hermanos (como Dios también visita a su pueblo oprimido, Ex
3:16; 4:31; 13:19) y mató al egipcio (Ex 2:12), parece relatarse con juicio
favorable, aprobación que se hace explícita en el NT (Hch 7:24-26, Heb
11:24-27). Después de la violencia divina de las plagas contra Egipto,
sigue la violencia del pueblo de Israel en sus guerras durante su marcha (comenzando
con Amalek, Ex 17:8-16) y la toma de la tierra prometida (Josué, Jueces).
El mismo Dios del éxodo se describe como "un guerrero Yahvéh" (Ex
15:3; cf. Sal 24:8).
Dos
relatos del libro de Números pueden demostrar esta actitud hebrea hacia actos
que nosotros consideramos violentos. Después de la idolatría de Baal-Peor
y la fornicación de los israelitas con las moabitas y las madianitas (Nm
25:1,15), Yahvéh se enfureció y mandó a Moisés tomar a todos los líderes del
pueblo y empalarlos (YaQaY) públicamente para desviar la ira divina
(25:4). En seguida, Moisés ordena a sus oficiales matar a todos los que
se habían corrompido. Cumpliendo esas órdenes, un sacerdote de nombre
Pinjás (Fineés; Ex 6:25) encontró a un israelita con su concubina madianita,
aparentemente en su alcoba en el acto sexual (25:6,8)[7] y atravesó ambos
cuerpos con su lanza en el nivel del bajo vientre (25:8). Esta acción
logró detener una horrenda plaga que sufría el pueblo (25:8-9); Yahvéh endosó
el celo de Pinjás y por ello quitó su ira (25:11). Por esa acción celosa
de Pinjás, Dios estableció con él un pacto eterno de sacerdocio perpetuo
(25:12-13; Sal 106:28-31; Sir 45:23-24; 1 Mac 2:26). En seguida, Dios
mandó a Moisés "Atacad a los madianitas y batidlos" (25:17).
Después,
en una nueva guerra contra los madianitas, otra vez Yahvéh da la orden,
"Haz que los hijos de Israel tomen venganza de los madianitas" (Nm
31:2). Moisés mobilizó una tropa de mil hombres de cada tribu (31:3-6), y
Pinjás llevaba los objetos sagrados y las trompetas (31:6). En una
abrumadora victoria mataron a todos los varones madianitas (incluso los cinco
reyes y Balaam), tomaron cautivos a las mujeres, niños y animales e incendiaron
sus ciudades. Pero cuando avisaron a Moisés de la victoria y le entregaron
el botín, Moisés se encolerizó mucho contra los jefes militares – ¡no por la
masacre que habían realizado (guerra santa) sino porque no habían matado a las
mujeres (31:14-16)! Recordando el papel de las madianitas en la tragedia
de Baal-Peor, Moisés ordenó matar a todas las mujeres y niños, menos las niñas
y señoritas que nunca habían tenido relaciones sexuales. El pasaje da
toda la impresión de avalar esa acción de Moisés.
Encontramos
otro ejemplo en la conducta de Jehú, cuando mandó degollar a los setenta hijos
de Ajab y después traerle las cabezas en canastas (2 R 10:1-11), desenlace que
Jehú interpretó como cumplimiento de palabra de Yahvéh (10:10). Después
hizo matar también a los cuarenta y dos hermanos de Ocozías, rey de Judá
(10:12-14), y describió esa acción como "mi celo por Yahvéh"
(10:16). A continuación convocó a los profetas de Baal a un sacrificio y
los mató a todos (10:18-25). Por toda esta conducta Yahvéh le dijo,
"Porque te has portado bien haciendo lo recto a mis ojos y has hecho a la
casa de Ajab según todo lo que yo tenía en mi corazón, tus hijos hasta la
cuarta generación se sentarán sobre el trono de Israel" (10:30).[8]
C)
Este problema se complica porque según muchos textos es Dios mismo quien ordena
estas acciones violentas.
Ya hemos visto esto en el caso del castigo de Baal-peor (Nm 25:4) y la masacre
de los moabitas y madianitas (Nm 25:16-17; 31:1,7). Según Deuteronomio
7:1-5, Dios instruye a Israel para que cuando él los haya introducido en la
tierra, maten a todos los habitantes, sin mostrar misericordia ni aceptar
alianzas (7:1,2,5).[9] Aunque hay importantes diferencias entre Josué y
Jueces en sus versiones de la conquista de Canaán, ambos atribuyen las acciones
armadas a órdenes divinas (Jos 8:27; 10:40; 11:9,12,15,20; Jue 4:6.14;
20:18,23,28).
Un
ejemplo dramático de estas actitudes es lo que pasó cuando Saúl perdonó la vida
del rey Agag (1 Sm 15). En un momento cuando la amenaza amalecita crecía,
Samuel ordenó a Saul, en nombre de Yahvéh, vengar contra Amalek su oposición a Israel
varios siglos antes (15:2; Ex 17:8-16; Dt 25:17-19). La orden divina era
consagrar todo a Dios, matando sin misericordia a hombres, mujeres, niños
lactantes y animales (15:3). Saul derrotó a los amalecitas y mató a todos
los hombres, excepto el rey Agag (15:8), junto con lo mejor de su ganado
(15:8-9). Cuando Samuel supo que Saul no había matado a Agag, lo acusó de
desobediencia contra Yahvéh (15:18-19) y le avisó que ahora, como él había
rechazado a Dios, Dios lo rechazó a él como rey de Israel (15:26). En
seguida, el profeta Samuel mandó traer al rey Agag, y él, personalmente,
"cortó en pedazos" a Agag ante el altar de Yahvéh (15:33).
¡Saul fue serveramente castigado por haber perdonado una vida humana, y el
santo profeta del Señor hizo pedazos del enemigo para vengar viejos
resentimientos!
Es
justo apuntar que dentro de la mentalidad semítica antigua el caso de Agag no
era un problema de derechos humanos (nada más ajeno a su pensamiento), como
tampoco los casos de Baal-peor y Pinjás trataban básicamente de moralidad
sexual. En todos estos casos, estaba en juego la fidelidad radical a Dios
y al pacto. En ese contexto, perdonarle la vida a Agag no representaba en
absoluto ninguna virtud de parte de Saul; el pasaje destaca la hipocresía y
mala fe de Saul pero en ningún momento muestra reparos sobre la masacre masiva
y el desmembramiento del cuerpo de Agag por Samuel. Este horripilante
episodio es el contexto paradójico de la noble máxima, "mejor es obedecer
que sacrificar" (15:22).
D)
En otros pasajes, actos violentos no sólo son ordenados por Dios, sino se
describen como causados por Dios o cometidos por Dios o por su ángel. Un primer ejemplo es el
infanticidio de todos los primogénitos de Egipto (Ex 12:29-36). A menudo
se dice que Dios "entrega" tal o cuál pueblo a Israel (Dt
20:13-14,16; Nm 21:2-3; Jos 6.2; 8:1,18; 10:8,12) o que arrojó otras naciones
delante de ellos (Dt 9:5). Dios pelea por Israel con espada de dos filos
en su mano (Dt 1:30; 20.4; Jos 10:14), y ejecuta venganza en las naciones (Sal
149:6-7). Es Dios quien endurece el corazón de Faraón (Ex 4:21; 7:3) y de
Sijón rey de Jesbón (Dt 2:30; cf Jos 11.20). El Espíritu de Dios
vino sobre Samsón para matar a treinta filisteos (Jue 14.19; cf. 6.34) y sobre
Gedeón para sus hazañas de guerra (Jue 13.25). Ellos son una extraña
pareja de "carismáticos" de guerra nada "espiritual".
Según
Jueces 3:1-4, Yahvéh dejó algunos pueblos cananeos en la tierra para que los
israelitas "aprendieran el arte de la guerra" (3:2). El
Salmista canta, "Bendito sea Yahvéh, mi Roca, que adiestra mis manos para
el combate, mis dedos para la batalla...el que somete los pueblos a mi
poder" (144:1-2).
E)
En el AT encontramos también leyes cruelmente severas y castigos inhumanamente
exagerados, que ante cualquier criterio ético moderno constituirían también
violencia estructural y violación de los derechos humanos. Moisés manda que el hijo que
pegue a su padre o a su madre, o que los trate sin respeto, ha de morir (Éx
21:15,17; Lv 20:9). A un "hijo rebelde y díscolo" los padres deben
denunciarlo ante los ancianos, y "entonces todos sus conciudadanos lo
apedrearán hasta que muera" (Dt 21:18-21). Según Levítico, el
adulterio (20:10), el incesto (20:11-12,17,19), la homosexualidad, y el sexo con
una madre y con una hija de ella (20:14), todos merecían igual pena de
muerte. Además, si un hombre se acueste con una mujer menstruante,
"los dos serán exterminados" (20:18). El código de Deuteronomio
estipula que si una joven resulta culpable de fornicación, ha de morir apreadeada
(Dt 21:20-21), y si una pareja comete adulterio, a los dos les espera la misma
sentencia (Dt 21:22-27). Aun por recoger leña en día de descanso,
correspondía ese implacable castigo de lapidación (Nm 15:32-36).
Es
muy posible, y hasta probable, que estas leyes no se aplicaban en la
realidad. Pero esto sólo resuelve en parte el problema teológico-ético. ¿Cómo podemos entender que los
textos canónicos inspirados plantean tales perspectivas hacia la
violencia? ¿Cómo podemos interpretar estos relatos?
Lo
veremos la próxima semana.
NOTAS
AL PIE
[6]
En cambio cuando Abimélek, el hijo de Gedeón, asesinó a setenta hermanos suyos
sobre una misma piedra (Jue 9:5) la acción fue condenada y castigada por Dios
(9:23-24,56), porque no era liberadora sino vengativa y por eso
"violencia".
[7]
Es probable que la frase "trajo una madianita" significa que la tomó
en su famila como concubina (cf NVI y el NIV en inglés).
[8]
Debe notarse que este veredicto será contradicho un siglo después, cuando el
profeta Oseas denuncia la crueldad de estos mismos hechos de Jehú (Os 1:4-5).
[9]
Los versículos 17-22 del mismo capítulo dan otra perspectiva: es Dios quien
expulsará a las naciones gradualmente (7:22). La alta crítica asigna este
pasaje a los tiempos de Josías, cuando Asiria y Babilonia amenazaban a Israel.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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