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martes, 14 de marzo de 2017

Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (X)



Por. Carlos Martínez García, México
Describir las grandes líneas históricas y teológicas de la Reforma protestante es una tarea amplia y compleja. El libro de Diarmaid MacCulloch,  The Reformation, a History (Viking Penguin Group, New York, 2004), cumple cabalmente al entregar una panorámica tanto de la diseminación geográfica como de sus características teológicas en distintas naciones europeas.
En la pasada entrega inicié la reseña de la obra del profesor de historia en la Universidad de Oxford. Referí el fresco histórico previo a la irrupción de Lutero que traza MacCulloch, cómo describe el ambiente social y religioso de los primeros años del siglo XVI y, posteriormente, la creciente confrontación del monje agustino con autoridades de la Iglesia católica romana. Certeramente Diarmaid MacCulloch visualiza el escalamiento de la querella de Lutero y la popularidad que fue alcanzando en sectores importantes del pueblo alemán. Fue la combinación de protección política que tuvo el teólogo germano, por parte de Federico el Sabio, la potenciación de sus propuestas mediante la impresión masiva de lo que frenéticamente escribía, y el apoyo popular lo que le proporcionó al profesor de Wittenberg una plataforma que visibilizó su lucha y le dio resonancia.
Lutero, plantea el autor de la obra, fue un catalizador de fuerzas que ya estaban actuando pero que cobraron mayor dinámica al manifestar su disidencia con el sistema teológico/eclesiástico católico romano. En diversos lugares de Europa, en universidades y monasterios, se estaban gestando interpretaciones de cómo renovar al cristianismo. De manera independiente o por influencia de Martín Lutero, a través de sus escritos y/o mediante discípulos, la crítica al sistema eclesial dominante surgió casi por todas partes y tuvo representantes regionales o locales. Uno de los valores del libro que me ocupa es hacer visible el anterior aserto, al ir más allá de los personajes clásicos que son considerados figuras centrales de la reforma protestante.
No todo puede explicarse por el “Big bang” de las 95 tesis contra las indulgencias que dio a conocer Lutero el 31 de octubre de 1517. Algunos reformadores llegaron por su propia ruta a conclusiones semejantes a las planteadas en aquél documento. En Suiza, particularmente en Zúrich, Ulrico Zwinglio inició el camino de alejamiento de Roma estimulado por sus propias inquietudes y descubrimientos. Él conoció a Erasmo en Basilea y fue su “admirador entusiasta”, subraya MacCulloch. Al ser publicada en 1516 la edición que preparó Erasmo del Nuevo Testamento en griego, Zwinglio lo estudio detenidamente y “comenzó a comparar la Iglesia de su tiempo con la Iglesia de Pablo y los apóstoles”.
El mismo Zwinglio al ser cuestionado sobre qué le debía a Lutero respondía que nada, porque aseguraba que se había convertido a Cristo y a la Biblia en 1516, antes de conocerse la protesta del monje agustino en Wittenberg. A principios de 1519 Zwinglio dejó la parroquia de Einsiedeln para trasladarse a Zúrich, donde inició labores pastorales en la Iglesia de Grossmünster. Desde su arribo, refiere MacCulloch, Zwinglio hizo saber a la feligresía que iba “a predicar sistemáticamente todo el Evangelio de Mateo”. Siguió con  el Libro de Los Hechos, así “fue de la vida de Cristo a la subsecuente fundación de la primera congregación cristiana, y la predicación, no cabe duda, intensificó en él la convicción de qué tan diferente era la Iglesia prevaleciente en su propio tiempo [el de Zwinglio]”.
Junto con un grupo de estudiantes, Zwinglio estudió meticulosamente el Nuevo Testamento publicado por Erasmo. Los estudiantes presionaban al maestro para tomar pasos más decididos en la renovación teológica y eclesiástica. Zwinglio estaba de acuerdo en una renovación como la que le plantearon, pero sostenía que era necesario contar con el apoyo de las autoridades del cantón. Por su parte integrantes del grupo de estudio, como Conrado Grebel y Félix Manz, urgían a su mentor para conformar una iglesia de creyentes, libre del dominio de las autoridades políticas. Grebel, Manz y otros darían el 21 de enero de 1525 los pasos para iniciar congregaciones voluntarias, practicando el bautismo de adultos y sosteniendo la no violencia como norma de conducta para los seguidores y seguidoras de Cristo.
Diarmaid MacCulloch da pinceladas de algunos reformadores radicales y movimientos que encabezaron o estimularon, sin embargo no va más allá de bosquejar algunas de sus características y rasgos distintivos que les diferenciaron de los personajes más conocidos de la Reforma protestante. Prácticamente en cada región dominada por alguna confesión en que se diversificó el protestantismo en el siglo XVI y XVII hubo presencia de los “hijastros de la Reforma, es decir quienes no fueron prohijados por, o reconocieron como sus progenitores, a los grandes reformadores y cuyos nombres dominan la narrativa de la Reforma protestante. Un libro para seguirle la pista a tales hijastros es el de Leonard Verduin, The Reformers and Their Stepchildren, Wm. Eerdmans Pub. Co., Grand Rapids, 1964, una reimpresión de la obra está incluida en The Dissent and Nonconformity Series, núm. 14, por The Baptist Standard Bearer.
MacCulloch enfoca su investigación a los que denomina “mainstream reformers” (reformadores de la corriente dominante o principal). Ellos engendraron a la Reforma magisterial (liderada por magistri, maestros, casi todos universitarios) y coincidieron en continuar con el bautismo de infantes, además, describe el autor, los reformadores magisteriales como “Lutero, Zwinglio, Bucero, Calvino, o Cranmer, trabajaron por la reconstrucción de la Cristiandad en alianza con los magistrados seculares de Europa”. Continuaré con la reseña de la obra en mi siguiente artículo.

Fuente: Protestantedigital, 2017

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