Por.
Carlos Martínez García, México
Describir
las grandes líneas históricas y teológicas de la Reforma protestante es una
tarea amplia y compleja. El libro de Diarmaid MacCulloch, The
Reformation, a History (Viking Penguin Group, New York, 2004), cumple
cabalmente al entregar una panorámica tanto de la diseminación geográfica como
de sus características teológicas en distintas naciones europeas.
En
la pasada entrega inicié la reseña de la obra del profesor de historia en la
Universidad de Oxford. Referí el fresco histórico previo a la irrupción de
Lutero que traza MacCulloch, cómo describe el ambiente social y religioso de
los primeros años del siglo XVI y, posteriormente, la creciente confrontación
del monje agustino con autoridades de la Iglesia católica romana. Certeramente
Diarmaid MacCulloch visualiza el escalamiento de la querella de Lutero y la
popularidad que fue alcanzando en sectores importantes del pueblo alemán. Fue
la combinación de protección política que tuvo el teólogo germano, por parte de
Federico el Sabio, la potenciación de sus propuestas mediante la impresión
masiva de lo que frenéticamente escribía, y el apoyo popular lo que le
proporcionó al profesor de Wittenberg una plataforma que visibilizó su lucha y
le dio resonancia.
Lutero,
plantea el autor de la obra, fue un catalizador de fuerzas que ya estaban
actuando pero que cobraron mayor dinámica al manifestar su disidencia con el
sistema teológico/eclesiástico católico romano. En diversos lugares de Europa,
en universidades y monasterios, se estaban gestando interpretaciones de cómo
renovar al cristianismo. De manera independiente o por influencia de Martín
Lutero, a través de sus escritos y/o mediante discípulos, la crítica al sistema
eclesial dominante surgió casi por todas partes y tuvo representantes
regionales o locales. Uno de los valores del libro que me ocupa es hacer
visible el anterior aserto, al ir más allá de los personajes clásicos que son
considerados figuras centrales de la reforma protestante.
No
todo puede explicarse por el “Big bang” de las 95 tesis contra las
indulgencias que dio a conocer Lutero el 31 de octubre de 1517. Algunos
reformadores llegaron por su propia ruta a conclusiones semejantes a las
planteadas en aquél documento. En Suiza, particularmente en Zúrich, Ulrico
Zwinglio inició el camino de alejamiento de Roma estimulado por sus propias
inquietudes y descubrimientos. Él conoció a Erasmo en Basilea y fue su
“admirador entusiasta”, subraya MacCulloch. Al ser publicada en 1516 la edición
que preparó Erasmo del Nuevo Testamento en griego, Zwinglio lo estudio
detenidamente y “comenzó a comparar la Iglesia de su tiempo con la Iglesia de
Pablo y los apóstoles”.
El
mismo Zwinglio al ser cuestionado sobre qué le debía a Lutero respondía que
nada, porque aseguraba que se había convertido a Cristo y a la Biblia en 1516, antes de conocerse la protesta del
monje agustino en Wittenberg. A principios de 1519 Zwinglio dejó la parroquia
de Einsiedeln para trasladarse a Zúrich, donde inició labores pastorales en la
Iglesia de Grossmünster. Desde su arribo, refiere MacCulloch, Zwinglio hizo
saber a la feligresía que iba “a predicar sistemáticamente todo el Evangelio de
Mateo”. Siguió con el Libro de Los Hechos, así “fue de la vida de Cristo
a la subsecuente fundación de la primera congregación cristiana, y la
predicación, no cabe duda, intensificó en él la convicción de qué tan diferente
era la Iglesia prevaleciente en su propio tiempo [el de Zwinglio]”.
Junto
con un grupo de estudiantes, Zwinglio estudió meticulosamente el Nuevo
Testamento publicado por Erasmo. Los estudiantes presionaban al maestro para
tomar pasos más decididos en la renovación teológica y eclesiástica. Zwinglio
estaba de acuerdo en una renovación como la que le plantearon, pero sostenía
que era necesario contar con el apoyo de las autoridades del cantón. Por su
parte integrantes del grupo de estudio, como Conrado Grebel y Félix Manz,
urgían a su mentor para conformar una iglesia de creyentes, libre del dominio
de las autoridades políticas. Grebel, Manz y otros darían el 21 de enero de
1525 los pasos para iniciar congregaciones voluntarias, practicando el bautismo
de adultos y sosteniendo la no violencia como norma de conducta para los
seguidores y seguidoras de Cristo.
Diarmaid
MacCulloch da pinceladas de algunos reformadores radicales y movimientos que
encabezaron o estimularon, sin embargo no va más allá de bosquejar algunas de
sus características y rasgos distintivos que les diferenciaron de los
personajes más conocidos de la Reforma protestante. Prácticamente en cada
región dominada por alguna confesión en que se diversificó el protestantismo en
el siglo XVI y XVII hubo presencia de los “hijastros de la Reforma, es decir
quienes no fueron prohijados por, o reconocieron como sus progenitores, a los
grandes reformadores y cuyos nombres dominan la narrativa de la Reforma
protestante. Un libro para seguirle la pista a tales hijastros es el de Leonard
Verduin, The Reformers and Their Stepchildren, Wm. Eerdmans Pub. Co.,
Grand Rapids, 1964, una reimpresión de la obra está incluida en The Dissent and
Nonconformity Series, núm. 14, por The Baptist Standard Bearer.
MacCulloch
enfoca su investigación a los que denomina “mainstream reformers” (reformadores
de la corriente dominante o principal). Ellos engendraron a la Reforma
magisterial (liderada por magistri, maestros, casi todos universitarios)
y coincidieron en continuar con el bautismo de infantes, además, describe el
autor, los reformadores magisteriales como “Lutero, Zwinglio, Bucero,
Calvino, o Cranmer, trabajaron por la reconstrucción de la Cristiandad en
alianza con los magistrados seculares de Europa”. Continuaré con la reseña
de la obra en mi siguiente artículo.
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