Por.
Jacqueline Alencar, España
Continúo
ofreciendo algunas pinceladas sobre el pensamiento de Juan A. Mackay, 'el
teólogo del camino'. Para ello me valgo de las afirmaciones de algunos autores
que han profundizado en su obra. Parafraseando a Bonino, pregunto: "¿Cómo
releer a Mackay desde nuestra Latinoamérica y nuestra España de hoy? ¿Qué
significa encontrarse con ese hombre, no desde el balcón del espectador de esa
historia sino en el camino común que él anduvo y en el que nosotros andamos
hoy, mucho más de medio siglo después?".
Teología
del Camino
Mackay
es llamado 'el teólogo del Camino' por quienes han leído su libro Prefacio a
la teología (1943), obra que contiene la esencia de las conferencias Sprunt
que él impartió en el Seminario Unido de Richmond (Virginia), el año 1940. En Una
palabra del autor, escrita al inicio del libro, señala: "Lo que
aquí se ofrece no es, en ningún sentido, una introducción a la Teología; mucho
menos un texto elemental o un manual de nociones teológicas. Es simplemente lo
que dice ser, prefacio, una palabra preliminar a la discusión teológica, un
vistazo a las fronteras entre la teología y la religión. En estos capítulos se
cristalizan una serie de reflexiones sobre cuestiones religiosas y teológicas
que el que esto escribe considera de importancia. Al trasladarlas al papel,
trata el autor de hacer lo mismo que ensayó al pronunciar oralmente las
conferencias, o sea, dirigirse al lector inteligente ordinario, así fuere
ministro o laico, más bien que al teólogo técnico. Pero ha procurado, no
obstante, tratar materias que no son tanto rudimentarias como elementales, y
que la teología debe tomar en consideración".
Los
que han leído el libro comentan que en el mismo Mackay realiza una ampliación
de la narración del camino a Emaús, después de la Resurrección, con la figura
del balcón. Dice: "Lo que más necesitamos en este momento no es una
defensa de la religión, del cristianismo o de la Iglesia cristiana. Lo que los
hombres anhelan es que el pensamiento se convierta en un medio a través del
cual ellos puedan escuchar Una Voz que venga del más allá, que les ayude a
percibir el perfil de un Rostro... La única respuesta adecuada a este anhelo es
la Revelación...". Según Mackay, esa Voz y ese Rostro se revelan en el Camino
y no desde la contemplación desde el balcón.
Para
Mackay, "El balcón —esa pequeña plataforma de madera o piedra, que
sobresale de la fachada, en las ventanas altas de las casas españolas e
iberoamericanas— es el lugar en que la familia puede reunirse al atardecer o
por la noche, para contemplar, a guisa de espectadores, todo lo que pasa allá
abajo en la calle, o para ver la puesta del sol, o para extasiarse ante las
estrellas de lo alto. Concebido así, el Balcón es el punto de vista clásico, y,
por tanto, el símbolo, del espectador perfecto, para quien la vida y el
universo son objetos permanentes de estudio y contemplación. No es necesario,
en el sentido en que aquí usamos el término, que el Balcón esté fijo en un
sitio. Un hombre puede vivir una existencia permanentemente balconizada, aun
cuando tenga físicamente la ubicuidad de un trotamundos. Porque el Balcón
significa una inmovilidad del alma, que puede coexistir". (Prefacio a
la teología cristiana)
El
balcón era el símbolo del espectador, para el que todo alrededor es objeto
solamente de contemplación. Así Mackay se refiere a esta forma como una
tentación para el pensador y misionero cristiano, de situarse en esta posición
de contemplar y analizar los males de abajo.
Dice
Mackay: "En la esfera religiosa, los representantes clásicos de la actitud
del Balcón hacia Dios y la vida, son los fariseos de la época de Jesús.
Aquellos hombres conocían a Dios y al hombre desde el desapego de sus perchas
del Balcón. Glorificaban el conocimiento religioso a costa de la acción moral.
Hacían de la práctica de los ritos el substituto de la adhesión personal a
Dios. Por otra parte, su Dios era un Potentado indiferente, balconizado, que se
interesaba solamente en un grupo humano selecto y que se mantenía en total
indiferencia hacia las necesidades de quienes carecían de conocimientos,
carácter y condición social. Y los fariseos eran como su Dios: no se
interesaban en los hombres, sino solamente en los problemas acerca de los
hombres. No estaban llenos de compasión por los ciegos, ni se alegraban cuando
los ojos que no podían ver recibían curación. Los ciegos les interesaban sólo
en calidad de problemas teológicos: ¿Qué relación había entre el pecado de un
hombre y su ceguera? ¡Y qué incalificable ultraje les parecía el efectuar la
curación de los ojos sin vista, en un día en que estaba prohibido
trabajar!". (Prefacio...)
"Con
el camino se busca un fin, se corre el riesgo, se derrama a cada paso la
vida". Es el lugar de la vida real... Pero también dice que no se
interpreta el Camino solo desde una perspectiva material; muchas
personas que transitan por él jamás han viajado muy lejos de su escritorio o de
su púlpito, su clínica del hospital o de su banco de carpintería, pero sí han
atravesado lejos en el Camino de su vida".
Dice:
"El camino a Emmaús es el camino de nuestros tiempos... Nosotros también,
como aquellos discípulos, habíamos soñado con una nueva edad, al igual que
ellos hemos saboreado la amargura de la desilusión. La cristiandad ha sufrido
una desintegración. Millones de nuestros compañeros de camino se han separado
de Cristo, de la civilización cristiana y de las esperanzas cristianas. Una
época ha llegado a su fin. Nuestro camino es el mismo del Camino a Emmaús. Un
estado de tranquila desesperación ha llegado a dominar nuestro espíritu. Y por
eso la teología tiene una tarea, la de devolver el sentido a la vida, la de
restaurar los cimientos sobre los cuales se pueden construir toda vida
verdadera y pensamientos verdaderos". (Prefacio...)
"El
Camino es el símbolo de una experiencia inmediata de la realidad, en que
el pensamiento, engendrado por un serio y vivo interés, genera a su vez la
decisión y la acción. Cuando un hombre hace frente al reto de la existencia,
con toda resolución y valentía, surge en él un interés vital. Se pregunta desde
luego: ¿Qué debo hacer? Está ansioso de saber, no tanto lo que las cosas son en
su esencia última, como lo que son y deben ser en su existencia concreta. Hace,
con toda insistencia, preguntas como éstas: ¿Cómo puedo ser lo que debo ser?
¿Cómo puedo conocer a Dios? ¿Cómo puedo relacionarme con el propósito del
universo? ¿Cómo puede establecerse un orden mejor que el que hoy existe?".
(Prefacio...)
"La
pasión que conduce al caminante a un verdadero conocimiento de las cosas
últimas, es la pasión por la justicia divina. El interés por el Reino de Dios,
y la adhesión completa a él, esto es, a la soberanía de Dios en la vida
personal, y en la vida del género humano, constituye esa actitud del hombre que
lo pone cara a cara con lo que es, final y definitivamente, real en el universo.
Aceptar la soberanía de Dios sobre toda la vida es la necesaria condición
previa para conocer a Dios y la vida. Este interés profundo por la justicia
divina está estrechamente vinculado, en la experiencia de los caminantes del
camino de la vida, con una profunda conciencia de pecado, la cual falta por
completo en aquellos que van en pos de una justicia puramente humana. A
su debido tiempo, todo auténtico peregrino que "tiene hambre y sed de
justicia" encuentra "su verdad", la cual se le demostrará válida
como verdad por cuanto, además de que le interpreta la realidad, creará
realidad en él. Será su verdad, en la misma forma personal en que puede
particularizar y decir al Dios Eterno: "Tú eres mi Dios". Tal hombre
se interesará más que nunca en conocer y comprender su mundo, y concederá lugar
a la vida contemplativa. [...]". (Prefacio...)
Nos
comenta John Sinclair que "con estas dos figuras literarias Mackay nos
señalaba una pauta para una misiología comprometida y participativa. La Iglesia
es un compañerismo de los que viven sobre el Camino y no una compañía de
observadores que pasan la vida lamentando los tristes sucesos de la vida desde
la seguridad del balcón... La obra de Dios se hace solamente sobre el
Camino, junto con el Cristo resucitado.
Por
eso, en interés del cristianismo dice Mackay lo siguiente: "El teólogo
cristiano, digno de tal nombre, debe combinar el papel y cualidades del
profesor con los del apóstol. En él, el testimonio, el pensamiento y la acción
cristianos deben ser una sola cosa, como lo fueron en San Pablo, como lo fueron
en Martín Lutero. Al presente, la teología cristiana tiene un papel
misionero que desempeñar, tal como no se ha vuelto a requerir desde que los
pensadores cristianos primitivos superaron con la fuerza de su pensamiento el
mundo pagano. Hubo un tiempo en que así el pensamiento como la acción, en la
sociedad secular, estaban fundamentalmente determinados por conceptos
cristianos. Siendo eso así, la teología podía entonces seguir, sin que por ello
la vida perdiera algo, un curso puramente técnico, escolástico y sectario. Pero
cuando las cosas que, durante tantos siglos, se aceptaban sin réplica, empiezan
a ponerse a discusión, cuando amenaza la desintegración total, cuando emergen
teologías seculares, entonces la teología cristiana asume un nuevo y misionero
papel. 'Hoy', como dice F. R. Barry, 'la iniciativa intelectual está pasando a
la teología cristiana'. Pero si esta iniciativa ha de tomarse con toda
dignidad, la teología debe abandonar su aislamiento; debe también alzarse por
encima de las dificultades que obedecen a luchas de familia. Sin embargo, para
que tal cosa se realice, es menester que los seminarios teológicos sean centros
de pensamiento profético. En recientes generaciones, los seminarios de los
Estados Unidos han sido de dos clases principales. Una es la del seminario
interesado exclusivamente en descomponer la luz blanca de la revelación en las
facetas que la constituyen, y que ha tenido poco o ningún interés en los
problemas humanos de nuestros días ni ha mostrado la importancia de la verdad
divina, con referencia a la situación en que los hombres viven y se mueven. La
otra clase de seminario es la del que ha estado interesado, más o menos
exclusivamente, en el problema de lo horizontal, es decir, los problemas de la
vida humana en sociedad. En sus salones de clase, el pensamiento teológico no
se ha fundado en la revelación divina. La teología ha sido en ellos poco más
que un simple departamento de la sociología. Lo que necesitamos hoy es una
unión de estos dos tipos. El énfasis vertical y el horizontal deben coincidir
en una misión profética al mundo de nuestros tiempos; lo eterno debe apelar a
lo temporal. Dios necesita HOMBRES, no criaturas llenas de frases
rimbombantes y pegajosas. Pide podencos cuya nariz se hunda profundamente en el
Ahora, y en él olfateen la Eternidad. Y si ésta estuviere demasiado enterrada,
rasquen furiosamente y excaven hasta dar con el Mañana. Así que 'la teología,
los teólogos y los seminarios teológicos tienen que ser misioneros. Hoy la
Iglesia Cristiana no tiene tarea más importante que la teológica. La mente
tiene que estar iluminada y sus corazones encendidos. De otra manera nos
enfrentaremos con una parálisis total del esfuerzo cristiano. Pero el teólogo
que logra producir una mente iluminada y un corazón ardiente, es aquél que ha
recorrido el mismo Camino de Emmaús y allí, a la luz del crepúsculo, se ha
encontrado con el Otro. En aquella Persona, el pensamiento y la acción
cristiana serán una sola cosa. Obrará como hombre de pensamiento y pensará como
hombre de acción". (Prefacio a la teología cristiana)
"Sólo
pueden, por tanto, llegar a conocer las más hondas verdades acerca de la
realidad, aquellas personas que partan de un profundo interés con respecto a la
vida, y que estén dispuestas a adherirse irrevocablemente a las consecuencias
plenas de la verdad que satisface dicho interés. Esas personas no piensan
teóricamente sobre el problema del universo, como si ellas mismas no fueran
parte del problema. Tampoco menosprecian el hecho de que la respuesta que ellos
den a la verdad que apela a su conciencia, será parte de la solución total.
Esto no quiere decir que todo interés sea del mismo valor ni que toda adhesión
sea igualmente válida. Pero sí significa, sin embargo, que no puede haber
conocimiento verdadero de las cosas últimas, es decir, de Dios y el hombre, del
deber y el destino, que no haya nacido de un serio interés y se haya
perfeccionado en una entrega y adhesión; lo cual equivale a decir que la verdad
religiosa se obtiene solamente en el Camino. Este asunto se aclarare todavía
más si hago referencia ahora a un hombre cuyo pensamiento y vida constituyen la
mejor ilustración del método del Balcón. Aludo a Soeren Kierkegaard, el gran
pensador danés, cuya influencia está produciendo un renacimiento de la genuina
teología cristiana. Kierkegaard puede considerarse como el pensador
representativo de nuestro tiempo, como el hombre que se encaró con nuestros
problemas y sufrió vicariamente por nosotros, en un abismo de miseria, hace más
de cien años, en una época en que Hegel proclamaba en Berlín que 'lo racional
es lo real y lo real es lo racional'. Como Dostoievsky, Kierkegaard sondeó
insondables profundidades de angustia, y, al igual que el gran ruso, forjó en
el dolor instrumentos que nuestra generación encuentra más adecuados que
cualquier otro, para interpretar su experiencia y orientar su rumbo en la
actual crisis de la civilización". (Prefacio a la teología...)
Me
gustaría añadir unas líneas sobre lo que dice Samuel Escobar acerca de la
reflexión teológica de Mackay: "En sus abundantes escritos como teólogo y
periodista Mackay iluminaba los hechos de la vida diaria con la luz de la
verdad bíblica. 'Relacionándose con las realidades de la vida —decía Mackay—
para las muchedumbres agitadas, para quienes viven inmersos en la diaria lucha
por la vida, y para los viajeros y peregrinos en su marcha constante, la
teología debe reinterpretar el sentido de su existencia y la esperanza de su
salvación'. La reflexión teológica de Mackay siempre se mantuvo atenta al
torbellino de las corrientes teológicas de nuestro siglo y fue movida por un
impulso misionero lanzado siempre hacia el futuro. Su discurso, sin embargo,
conservó de su raíz Reformada un sentido de maravilla, solemnidad y devoción
cuando se refería a Dios. El lema de su escuela en Aberdeen fue el que Mackay
adoptó para el Colegio Anglo-Peruano en Lima: Initium Sapientiae Timor
Domini (Pr. 1.7). Ese temor de Dios fue el principio de su sabiduría. Para
él cuando la teología era fiel a su sentido esencial, venía a ser una doctrina
acerca de Dios que se empieza y se prosigue a la luz de Dios mismo. Su
teología era decididamente trinitaria y soteriológica. La teología de Mackay
estaba íntimamente relacionada con su experiencia espiritual, porque para él
más que una abstracción o una teoría, el meollo de la realidad es un encuentro
concreto y creativo entre Dios y el ser humano... un encuentro en el cual Dios
toma la iniciativa y que deviene para el ser humano una experiencia
transformadora que cambia su vida, ilumina su pensamiento y moldea su destino".
(Cierro cita de Escobar)
Mackay
afirmaba que Cristo invitaba a personas, no a instituciones y organismos, para
entrar en un compañerismo de compromiso y obediencia. Para él la doctrina de la
Iglesia tenía como sustento la afirmación: 'Donde está Cristo, allí está la
Iglesia'.
Como
afirman algunos estudiosos de su pensamiento y obra, su actitud reflejaba una
teología de compromiso y de participación; estaba siempre dispuesto a solidarizarse con los
sufrientes de su entorno, además de implicarse en diversos colectivos que
fomentaban la reconciliación y la pacificación.
Como
señala R. Gutiérrez: "La reflexión que Mackay practicó en Latinoamérica
fue la teología encarnacional de compromiso social, consideró América Latina
como tierra suya; es por ello que su compromiso y su misión alcanzaron un
arraigo muy fuerte en la juventud académica de este continente al inicio del
siglo XX. El espíritu de lucha por una causa justa lo heredó de su
maestro Unamuno, pero los principios morales, éticos, y el compromiso social los
recibió de Jesucristo".
Y
agrega que "este espíritu de humanidad que tuvieron tanto Mackay como
Unamuno fue heredado de la corriente mística de España y muy especialmente de
Teresa de Jesús. Una enamorada de Cristo y una gran luchadora por las causas justas".
A estos místicos españoles Mackay les dedica unas páginas de su libro El
otro Cristo español.
Teología
de compromiso social que reflejó en la búsqueda de la justicia social, la
libertad religiosa, la separación entre iglesia y Estado, lo cual lo llevó a
activarse más allá de lo que eran sus actividades pastorales. Se unió a
colectivos que defendían los derechos humanos, a los marginados y sufrientes,
la democracia... Como dice de él Paul Lehman: "John Mackay canalizó su
celo protestante de proclamar el evangelio por el mundo por medio de una
profunda pasión por la justicia social y lo hizo sin perder la perspectiva
protestante".
También
en su biografía Sinclair señala que Mackay considera al cristiano como 'una
persona fronteriza' o de frontera. Que no puede vivir en un mundo religioso
privado... En la esfera vocacional, los cristianos se deben mover siempre en
las fronteras del orden natural, que son la esfera doméstica del hogar, la
esfera de la vida pública y de negocios. En su vida de 'frontera' los
cristianos son llamados a ocupar y a evangelizar todos los espacios desocupados
en el mundo y en la vida vocacional de la humanidad. A ellos se les llama a
confrontar el reino hostil de los 'principados y potestades' que trata de
demorar la llegada del Orden de Dios y su Reino". "Para Mackay, dice,
la Iglesia es verdaderamente Iglesia cuando vive como peregrina sobre el camino
del propósito redentor de Dios, siempre acampando y extendiéndose sobre los
límites escabrosos del Reino. Aunque la Iglesia se proclama como la institución
más venerable y sea el orgullo de una nación, cultura y época, la Iglesia puede
estar muerta cuando el espíritu del pionero desaparece de su visión y el
desafío de la aventura con Dios no la despierta más, entonces la Iglesia ha
dejado su razón de ser".
"La
aventura de fe para Mackay era el avanzar a tierras desconocidas, cruzando el
abismo del peligro entre las comodidades de un mundo seguro y familiar a un
terreno donde se somete a prueba nuestra fe".
Continuaremos
mostrando algunas pinceladas sobre el pensamiento y obra de Juan Mackay.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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