Por. Juan Stam, Costa
Rica
El segundo ángel
derramó su copa sobre el mar, y el mar se convirtió en sangre como de gente
masacrada, y murió todo ser viviente que había en el mar. El tercer ángel
derramó su copa sobre los ríos y los manantiales, y éstos se convirtieron en
sangre. [1]
Para interpretar bien
estas visiones de agua convertida en sangre, es necesario volver de nuevo a la
teología bíblica de la creación.[2]
Para el pensamiento
bíblico, toda la creación es gracia divina, y las regularidades fieles de la
naturaleza, que nosotros llamamos leyes naturales, ellos las describen como
pacto de Dios con la tierra y con toda la humanidad (Gn 9:9-13; Is 54:9-10; Jer
33:20,25). Ya que estos pactos se entienden como personales, entre Dios y los
humanos, y como condicionales, sujetos al cumplimiento de las condiciones del
pacto, entonces, cuando nosotros desobedecemos a Dios e incumplimos esas
condiciones, Dios puede comenzar a irnos quitando poco a poco las
bendiciones del pacto en la creación, como el agua (Isa 15.9; 2Mac 12.16).
En ese sentido, la
visión apocalíptica de estas dos copas es una especie de testimonio a la
inversa de la gracia de Dios en proveernos día tras día con el agua de que
depende nuestra vida, y es un llamado a arrepentirnos y volver al cumplimiento
de la voluntad de Dios.
A diferencia de
Egipto y Mesopotamia, que tenían ríos muy grandes abastecidos por las aguas de
las montañas, Palestina sufría de frecuentes escasez de agua que creaban
problemas muy serios para la población, y el acceso a los pozos provocaba
conflictos hasta violentos (Gn 21:25;30; Ex 2:17-19).
Por eso, Israel
sentía una gratitud muy especial a Dios por el don del agua como símbolo de su
amor y cuidado por su creación. Sin agua, la tierra es un desierto (cf. Gn
2:5-6; cf. Sal 107:4-5,33-35; Jer 4:26). Es Dios quien “derrama lluvia sobre la
tierra y envía agua sobre los campos” (Job 5:10). El don del agua inspiraba
algunas de las alabanzas más emotivas del salmista:
Tú, Señor, cuidas de
hombres y animales; ¡cúan precioso, oh Dios, es tu gran amor!… Se sacian de la
abundancia de tu casa; les das a beber de tu río de deleites. Porque en ti está
la fuente de la vida, y en tu luz podemos ver la luz. Salmo 36:6-9
Tu pusiste la tierra
sobre sus cimientos, y de ahí jamás se moverá; la revestiste con el mar, y las
aguas se detuvieron sobre los montes. Pero a tu reprensión huyeron las aguas;
ante el estruendo de tu voz se dieron a la fuga. Ascendieron a los montes,
descendieron a los valles, al lugar que tu les asignaste… Tú haces que los
manantiales viertan sus aguas en las cañadas, y que fluyan entre las montañas.
De ellas beben todas las bestias del campo; Allí los asnos monteses calman su
sed. Las aves del cielo anidan junto a las aguas y cantan entre el follaje.
Desde tus altos aposentos riegas las montañas; La tierra se sacia con el fruto
de tu trabajo. Haces que crezca la hierba para el ganado, y las plantas que la
gente cultiva para sacar de la tierra su alimento: el vino que alegra el
corazón, el aceite que hace brillar el rostro, y el pan que sustenta la vida.
Los árboles del Señor están bien regados… Salmo 104:5-16
En ese sentido, estas
copas aparentemente anti-ecológicas significan que debemos cuidar bien las
fuentes del agua, de las que depende la vida. Desde la perspectiva bíblica,
aunque sea extraña para nuestra mentalidad moderna, el primer paso en
protegerla es arrepentirnos de nuestra idolatría y rebelión contra Dios y
purificar la tierra de la corrupción, robo y violencia que ensangrentan tierra
y mar también hoy día.
Además, dado
que el agua, como toda la creación, es don generoso de la gracia de Dios, pero
sujeto siempre a las condiciones del pacto, no debe sorprendernos que en algunos
textos bíblicos el retiro del agua, y de otras bendiciones creacionales,
simbolice el juicio divino ante el pecado y la injusticia (León Dufour
1973:53).
El presupuesto,
extraño para nuestra mentalidad moderna, es que nosotros no somos merecedores
de todos esos hermosos regalos de Dios. Eso significa, por un lado, una profunda gratitud
constante al Creador. Pero por otra parte, como en este texto, el agua y el sol
pueden ser medios de retribución divina. Cuando el pueblo es fiel, Dios abre
los cielos y envía lluvia en el tiempo y las medidas apropiadas (Lv 26:3-5,10;
Dt 28:12; cf Gn 27:28; Jer 17:7-8 vs. 17:5; Sal 1:3 vs. 1:4).
En cambio si el
pueblo es infiel, dice Dios, “Endureceré el cielo como el hierro y la tierra
como el bronce” (Lv 26:19; Dt 28:23) y les dará sequía (Am 4:7; Is 5:13;
19:5-8; Ez 4:16-17). Esa teología del agua es el trasfondo también para la
conversión del agua en sangre.
Metáforas acuáticas
abundan también en el pensamiento mesiánico y escatológico de la Biblia (León Dufour 1973:54-55). Muchas
veces son visiones exageradas para describir las maravillas del retorno del
exilio (Jer 31:8-9: “Y los traeré del país del norte… Los guiaré a corrientes
de agua”; Is 49:8-12).[3] Muchas descripciones del retorno son relecturas
aumentadas del éxodo, p.ej. el cruce del Mar Rojo y el Jordán (Is 43:2) o del
agua que Moisés sacó de la roca en Cades (Ex 17:6; Nm 20:8). En otros textos,
se asimilan esas promesas de una liberación cercana a otras de carácter
claramente utópico y escatológico.[4] Esa abundancia de agua convertirá el
desierto en Edén (Is 51:3 cf. Gn 2:10-14; Is 35:1-7; 41:18), en claras
alusiones al Paraíso original.[5] En resumen, la escatología reproducirá y
superará a la protología, y lo futuro-utópico se anticipa y se prefigura históricamente
en el éxodo y en el retorno del exilio.
Uno de los pasajes
más impresionantes sobre este tema es Ez 47.1-12.[6] El profeta descubre que del
umbral del templo fluye hacia el Mar Muerto un río de aguas caudalosas y de
bendición creciente (47:3-6). El río tiene poderes curativos, y cuando llega al
Mar Muerto “las aguas se sanan” (47:8, hebr RâFâA).[7] Es un perfecto río de
vida: Por donde corra este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá.
Habrá peces en abundancia porque el agua de este río transformará el agua
salada en agua dulce, y todo lo que se mueva en sus aguas vivirá… Los peces así
serán tan variados y numerosos como en el mar Mediterráneo… Junto a las orillas
del río crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán, y
siempre tendrán frutos. Cada mes darán frutos nuevos, porque el agua que los
riega sale del templo. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas serán
medicinales (Ez 47:9-12).[8]
Este bello pasaje
está reproducido casi entero en la última página del Nuevo Testamento (Ap
22:1-2,17), lo que nos indica lo importante del agua en todo el mensaje bíblico.[9]
El agua es un don tan
precioso de la gracia del Creador, pero que él nos provee bajo las condiciones
del pacto, que hoy sería el discipulado consecuente. Entonces hoy sin lugar a
dudas una de esas condiciones tendría que ser una fiel mayordomía del medio
ambiente en todas sus dimensiones. Ser discípulo de Cristo hoy significa también cuidar
celosamente el don del agua y asumir ante Dios nuestra responsabilidad por
conservar su creación.
NOTAS
[1] Sobre el tema del
agua se puede consultar León-Dufour (1973:52-56), “El agua”; Vida y Pensamiento
(San José:UBL) XXVI:1 2006 “El agua en nuestro futuro, el futuro del agua”;
Humberto Jiménez, “El agua en la Biblia” (http://www.uca.edu.ni/koinonia/relat/190.htm;
Alan Richardson ed., A Theological Wordbook of the Bible (London: SCM 1951)
279-281.
[2] Para una
exposición más amplia de la teología de la creación, véase Stam Tomo II
2003:179-181 y 1995/2003, Las buenas nuevas de la creación.
[3] En otra metáfora
relacionada, según Is 8:6, Israel ha rechazado “las mansas corrientes de Siloé”
y Dios traerá sobre ellos “las impetuosas corrientes del río Éufrates”.
[4] El carácter
utópico y simbólico de estos textos se hace obvio cuando Isaías afirma que los
animales salvajes, los chacales y avestruces, honrarán a Dios (Is 43:18-21
hebr).
[5] Todos estos
pasajes, y muchos más, hacen énfasis en la abundancia de agua; a la vez,
siempre significa prosperidad y bienestar; cf. Jl 3:18; Is 49:8-12; 30:23-26
(“el día de la gran masacre” se refiere a la caída de Asiria, o tal vez de
Babilonia). Para Ezequiel (34:25-27; 36:29-30) es el nuevo pacto del Shalom de
Dios. En palabras de Humberto Jiménez (op.cit.), “Toda la felicidad y la alegría
que se puede experimentar en el paraíso está expresada bajo el simbolismo del
agua que se toma”
[6] Otros textos
relacionados son Zac 14:8; Sal 46:4;
[7] Si tomamos en
consideración que el Mar Muerto es el lago más bajo del mundo (1,300 pies bajo
nivel del mar) y más salado (25% sal), apreciaremos el poder curativo de este
río.
[8] Ez 47:11 aclara
que los pantanos y marismos seguirán proveyendo la sal necesaria para la cocina
y los sacrificios (Lv 1:13; Ez 43:24).
[9] En el Apoc, el
agua simboliza vida también en 7:17; 21:6. El Evangelio de Juan también hace
hincapié en el agua (1:26,31-33; 2:6-9; 3:5; 4:10,13-15; 5:3-4;7:37-38; 19:34).
Mt 10:42 y 25:35,42 habla de dar agua al sediento. En los cuatro evangelios, es
central el tema de las aguas bautismales. También figura la Fiesta de Cabañas
como celebración del don del agua.
Fuente:
Protestantedigital, 2017
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