Por. Carlos Martínez García, México
La lectura de la Biblia y su entendimiento
cristocéntrico conformaron la práctica misional de Menno Simons. Para su
conversión confluyeron varios factores, pero fue el descubrimiento del
ministerio de Jesús el Cristo lo que cambió radicalmente al sacerdote católico
romano y le hizo tomar la decisión de pastorear a un pequeño grupo de
anabautistas pacificadores.
El nacimiento de Menno fue en 1496, en una
población pequeña llamada Witmarsum, Friesland, Holanda. Sus padres lo
ingresaron, a los nueve años, en la escuela de un convento. Cuando cumplió
veinte años hizo votos de novicio, y ocho años más tarde recibió la ordenación
sacerdotal. La primera parroquia en la que sirvió fue una situada en Pingjum,
no muy lejos de donde nació.
Como párroco, recordaría años más tarde, en
compañía de otros eclesiásticos se la pasaba “jugando, tomando y practicando
otros pasatiempos en total vanidad” (Helmut Siemens, Menno Simons: su
concepto de la Biblia, una evaluación, Centro de Estudios de Teología
Anabautista y de Paz, Asunción, 2012, p. 18).
Junto con dudas sobre la transubstanciación (¿eran
realmente transformados el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo
mediante la declaración del sacerdote’), Menno Simons comenzó a leer la
Biblia en 1524, sobre todo el Nuevo Testamento, “y en eso no llegué lejos,
antes de ver que habíamos sido engañados y mi anteriormente mencionada
conciencia afligida fue liberada de esta aflicción, sin toda instrucción
humana” (Siemens, op. cit., pp. 19-20).
Menno, todavía como sacerdote católico, predicaba
conforme a lo que iba comprendiendo de sus lecturas bíblicas. También leyó
algunas obras de Martín Lutero y conoció grupos que habían roto con el
catolicismo romano.
Lo que aceleró el cambio en las concepciones de
Menno sobre lo que significaba seguir a Cristo, fue la decapitación de Sicke
Snyder, el 20 de marzo de 1531 en Leeuwarden, por haberse rebautizado de adulto.
Entonces Simons conoció la existencia de un grupo
que no practicaba el bautismo de infantes, sino de creyentes conscientes de la
decisión que tomaban al dar testimonio público de seguir a Jesús junto con
otros y otras en una comunidad de fe.
El caso Snyder hizo que revisara “la Escritura con
diligencia, y reflexioné seriamente en ella, pero no pude encontrar ningún
relato de bautismo infantil. En vista de que me había enterado de esto,
conversé con mi pastor [católico] sobre estas cosas. Después de muchas palabras
conseguí que reconociera que el bautismo infantil no tenía ningún fundamento en
la Escritura” (Menno Simons, Un fundamento de fe, Centro de Estudios de
Teología Anabautista y de Paz, Asunción, 2013, p. 14. La primera versión es de
1540, la segunda de 1558, de la cual procede la traducción al castellano que
cito).
Como antes la transubstanciación, el tema de
quiénes debían ser bautizados provocó que Menno buscará respuesta en el estudio
bíblico, y además en obras de reformadores como Martín Lutero, Enrique
Bullinger y Martín Bucero.
Tras haber leído a estos teólogos, Simons escribió:
“descubrí en todas partes que los autores divergieron tanto acerca del
fundamento, y que cada uno seguía su propio razonamiento, me quedó claro que
fuimos engañados en cuanto al bautismo infantil” (Un fundamento de fe,
p. 15).
En 1532 Menno Simons es enviado a Witmarsum, su
aldea natal, para encargarse de una parroquia. Entró en contacto con
anabautistas, pero no se hizo uno de ellos aunque ya tenía creencias similares.
Más bien, escribió, “me atrajeron la codicia y avidez de hacerme un gran
nombre. Ahí hable muchas cosas de la Palabra del Señor sin el Espíritu y sin
amor, igual que otros hipócritas. Y de esta manera hice discípulos que me
parecían jactanciosos, vanos, charlatanes imprudentes, quienes lamentablemente
no tomaban estas cosas en serio, igual que yo”.
Los acontecimientos insurreccionales de 1534-1535
en Münster, donde dos autoproclamados profetas (Jan Van Leiden y Jan Matthijs)
encabezaron el establecimiento de la Nueva Jerusalén y anunciaron el
advenimiento del Apocalipsis, sacudieron la conciencia de Menno Simons dado el
trágico desenlace en el que terminó el experimento: la represión sangrienta por
parte de las autoridades católicas y la posterior desbandada de quienes Simons
consideraba habían sido cautivados por las visiones milenaristas de líderes que
se creyeron ungidos para instaurar el Reino de Dios por asalto y a través de la
violencia.
La debacle de Münster tocó muy de cerca a Menno,
cuando en marzo de 1535 un grupo que sostenía posiciones semejantes a los
insurrectos de aquél lugar fue mortalmente reprimido en el Antiguo Monasterio
cercano a Bolsward. El hermano menor de Simons, de nombre Peter, figuró
entre los que perdieron la vida ( John Howard Yoder, Textos escogidos de la
Reforma Radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires 1976, p. 399; y Abraham
Friesen, Menno Simons; Dutch Reformer Between Luther, Erasmus and the Holy
Spirit, Xlibris, s/l, 2015, p. XIV).
La decisión de abandonar a la Iglesia católica y
renunciar al sacerdocio fue tomada por Menno Simons en 1536. Entonces fue
bautizado por Obbe Philips y comenzó su ministerio pastoral itinerante entre
las células anabautistas dispersas en los países bajos y el norte de Alemania.
Las redes clandestinas de creyentes lo protegieron
de la pena de muerte que pesaba sobre él por rechazar el paidobautismo y negar
autoridad a los gobernantes para decidir acerca de cuestiones de fe.
Menno y los anabautistas de los grupos pastoreados
por él eran firmes creyentes en el mandato dado por Jesús de ir a todas las
naciones para hacer discípulos. No reconocieron la jurisdicción excluyente de
las iglesias territoriales y con su activismo evangelizador fueron percibidos
como un peligro para la unidad Estado-Iglesia oficial, fuera ésta católica o
protestante.
Sin referirse conceptualmente al punto máximo de la
historia de la salvación, el cual es Jesucristo, como revelación progresiva de
Dios, Menno sostenía la supremacía del Verbo encarnado en los asuntos de fe
y conducta. Es así que “con su énfasis cristológico expresa justamente lo
que dice este término. Su concepto de Cristo como la figura central de la
Historia de la Salvación de Dios, en la cual se cumplen todas las profecías y
promesas del Antiguo Testamento, tiene fundamento bíblico. Desde este punto,
todas las expresiones bíblicas, también las del Antiguo Testamento, reciben su
significado y su valoración. Desde esta perspectiva puede subrayar el carácter
preparativo del Antiguo y la supremacía del Nuevo Testamento” (Siemens, op.
cit., p. 100).
Entonces su fondo y forma de hacer misión,
siguiendo el ejemplo de Cristo, fue resultado de un ejercicio hermenéutico en
el que la centralidad la tenía exclusivamente la Palabra hecha ser humano,
“quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo
a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza
de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6-7, NVI).
De la actividad misional cristológica de Menno
trataré la próxima semana.
Fuente: Protestantedigital, 2016.
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