Por. Will Graham, España
Fogoso, lúcido, profético, lleno de vitalidad y
vida con un gran espíritu romántico. Tengo que confesar que la lectura de
Friedrich Nietzsche (1844-1900) nunca me deja indiferente. Pocos filósofos me
han impactado tanto como él. Si no fuese por mi hermano danés Søren A.
Kierkegaard (1813-55), no tengo la menor duda de que coronaría a Nietzsche con
el título de ‘Mi filósofo favorito’.
Me acuerdo de la primera vez que leí Así habló
Zaratustra en la Facultad de Teología como estudiante. Fue en el verano de
2008. Cogí una silla blanca de plástico, me puse en el jardín del Seminario y
sudaba mientras leía sin cesar bajo el famoso calor andaluz. Me quedé
cautivado. Las horas pasaron volando. Siempre había oído hablar de Nietzsche
mientras vivía en Irlanda pero nunca lo había leído en primera persona. La
experiencia fue sensacional. Me di cuenta de que estaba en la presencia de un
artista formidable. Hasta el día de hoy sigo pensando en Nietzsche como un gran
filósofo y campeón de la vida.
No obstante, a pesar de disfrutar de la forma
en que Nietzsche filosofa, tengo muchas discrepancias con el contenido de
su pensamiento. Por ejemplo, sus doctrinas del superhombre, el eterno
retorno, la voluntad de poder, el perspectivismo y sus convicciones negativas
sobre la democracia no cuadran conmigo. El concepto nietzscheano que más me
interesa para este artículo es el de la muerte de Dios, noción por la cual
Nietzsche es quizás mejor conocido (sobre todo entre círculos cristianos).
Lo que quiero hacer en esta serie de dos estudios
es:
- Antes que nada, explicar en términos de Nietzsche de qué se trata la muerte de Dios.
- Segundo, analizar el significado del concepto de la muerte de Dios a la luz de su contexto histórico-filosófico.
- Tercero, ofrecer varias respuestas a la filosofía atea nietzscheana desde una cosmovisión cristiana. Esta tercera parte la subiré la semana que viene.
01: LA MUERTE DE DIOS SEGÚN NIETZSCHE
La muerte de Dios es un tema que va surgiendo una y
otra vez en las obras del alemán. Aquí cito uno de los párrafos más importantes
de toda la filosofía de Nietzsche encontrado en su libro La gaya ciencia
(§125),
“¿No habéis oído hablar de aquel loco que,
con una linterna encendida en pleno día, corría por la plaza y exclamaba
continuamente: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”? Y como precisamente se habían
juntado allí muchos que no creían en Dios, provocó una gran hilaridad. ¿Se te
ha perdido?, dijo uno. ¿Se ha extraviado como un niño?, dijo otro. ¿No sería
que se ha escondido en algún sitio? ¿Nos tiene miedo? ¿Se ha embarcado? ¿Ha
emigrado? Así gritaban y se reían a un tiempo. El loco se lanzó en medio de
ellos y les echó penetrantes miradas. “¿Dónde está Dios?, exclamó, ¡os lo
voy a decir! ¡Nosotros lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos somos unos
asesinos! Pero, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Quién
nos ha dado la esponja para borrar completamente el horizonte? ¿Qué hemos hecho
para desencadenar a esta tierra de su sol? ¿Hacia dónde rueda ésta ahora?
¿Hacia qué nos lleva su movimiento? ¿Lejos de todo sol? ¿No nos precipitamos en
una constante caída, hacia atrás, de costado, hacia delante, en todas
direcciones? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de
una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No
anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro? ¿No hay que encender las
linternas desde por la mañana? ¿No seguimos oyendo el ruido de los sepultureros
que han enterrado a Dios? ¿No seguimos oliendo la putrefacción divina? ¡Los
dioses también se corrompen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios está muerto! ¡Y lo hemos
matado nosotros! ¿Cómo vamos a consolarnos los asesinos de los asesinos?
Lo que el mundo había tenido hasta ahora de más sagrado y más poderoso ha
perdido su sangre bajo nuestros cuchillos, ¿quién nos quitará esta sangre de
las manos? ¿Qué agua podría purificarnos? ¿Qué solemnes expiaciones, qué
juegos, sagrados habremos de inventar? ¿No es demasiado grande para nosotros la
magnitud de este hecho? ¿No tendríamos que convertirnos en dioses para resultar
dignos de semejante acción? Nunca hubo un hecho mayor, ¡y todo el que nazca
después de nosotros pertenecerá, en virtud de esta acción, a una historia
superior a todo lo que la historia ha sido hasta ahora!”.[1]
En la cita, resulta interesante apreciar cómo el
loco que va corriendo por la plaza con una linterna encendida entrelaza el
concepto de la muerte de Dios con la pérdida de todo sentido objetivo en la
vida. Las metáforas que emplea son numerosas y fuertes: el mar vaciado, el
horizonte borrado, la tierra desencadenada del sol, la falta de un arriba y un
abajo, la nada, un vacío, un frío constante, la omnipresencia de la oscuridad,
etc.
La muerte de Dios decreta el fin de cualquier
intento de establecer una verdad absoluta, una moral absoluta o un sentido
absoluto para la vida humana (en este sentido Nietzsche es el precursor del
movimiento posmoderno). Tales absolutismos ya no existen. El hombre está
solo en el mundo. Ya no puede refugiarse bajo la existencia de Dios. Se ve
obligado a inventar sus propias verdades, valores morales y significados.
02: EL CONTEXTO HISTÓRICO-FILOSÓFICO DE LA
MUERTE DE DIOS
Para entender la tesis de la muerte de Dios, hay
que estudiar algo sobre el terreno en el cual germinó.
Antes que nada, es necesario tener en cuenta que el
concepto de la muerte de Dios no nació con Nietzsche. Ya existía en el
pensamiento occidental gracias a Lutero y al filósofo luterano Hegel (además de
ser una idea heredada de los Evangelios). ¡Cristo ha muerto! Por lo tanto,
¡Dios ha muerto! Incluso en nuestros días Jürgen Moltmann ha avivado el
concepto de la muerte de Dios con su tomo ‘El Dios crucificado’ (1972). El
concepto, pues, no suponía ninguna novedad. Tampoco fue herético. La diferencia
es que en el pensamiento de Nietzsche dicho concepto cobra un nuevo sentido. La
muerte de Dios –más allá de ser una afirmación sobre los eventos del viernes
santo- se trata de un análisis socio-cultural de la Europa del siglo XIX. Es
decir, es un concepto sociológico.
Según Nietzsche, el Dios judeocristiano no tenía
relevancia para el hombre de su generación. En esto consistía su muerte. En sus
palabras, “El mayor acontecimiento reciente, que ‘Dios ha muerto’, que es la
creencia en el Dios cristiano ha caído en descrédito empieza desde ahora a
extender su sombra sobre Europa” (La gaya ciencia, §343).[2] Dios, en la mente del alemán, es sinónimo
de la cultura cristiana que promovía la creencia en el trasmundo de Platón
junto con valores morales enfermizos tales como la obediencia, la
compasión, el perdón, la abnegación de uno mismo y el espíritu democrático.
Europa, según Nietzsche, necesita ser liberada del cristianismo. No es nada más
sino una moral de esclavos, un cáncer maligno que se opone a la tierra, al
cuerpo y a las grandes pasiones humanas. Desprecia a la vida porque no permite
que los seres humanos piensen ni actúen por sí mismos.
Podemos entender el concepto de la muerte de Dios
surgiendo de un contexto de nominalismo cristiano en el cual todos los alemanes
eran considerados creyentes por un lado pero que vivían sin ser verdaderos
discípulos por el otro. Fue esa la triste realidad que nuestro filósofo
conocía. Otro ateo, Karl Marx, tuvo la misma experiencia con el cristianismo
también.
Nietzsche, entonces, hizo bien en reaccionar contra
aquellos ‘cristianos’ e iglesias que se habían convertido en “las tumbas y los
monumentos funerarios de Dios” (La gaya ciencia, §125). Su crítica
devastadora fue lanzada contra los cristianos alemanes del siglo XIX, los
cuales (desafortunadamente) dejaban mucho que desear. No resulta tan difícil
entender porqué quiso declarar la muerte de Dios para la sociedad alemana y
europea. No obstante, Kierkegaard pasó por la misma situación religiosa en
Dinamarca que Nietzsche y Marx en Alemania sin perder su fe en el Dios del
Evangelio.
03: CÓMO RESPONDER A NIETZSCHE
No se puede responder apologéticamente al ateísmo
de Nietzsche sin darse cuenta de que, en ningún lugar de sus obras, Nietzsche
pretende demostrar objetivamente la no existencia de Dios. Sorprendentemente (y
aunque pocas personas hoy día lo sepan) Nietzsche da el ateísmo por sentado. Es
su credo de fe. Ofrece muchísimas razones por las que no quería ser cristiano;
pero nunca se mete con el tema de la no existencia de Dios tal cual (la muerte
de Dios, al fin y al cabo, no es para ser tomada literalmente en Nietzsche sino
sociológicamente).
Puesto que no hace falta defender la existencia de
Dios frente a la crítica nietzscheana, lo que haremos la semana que viene es
refutar su crítica hacia el cristianismo. A continuación intentamos resumir en
ocho puntos toda la enseñanza negativa de Nietzsche con respecto al
cristianismo. Los contestaremos uno por uno. Aquí están los primeros seis:
- El cristianismo es un crimen contra la vida.
- El cristianismo se posiciona a favor de los débiles, los enfermos.
- El cristianismo produce una moral de esclavos e hipócritas resentidos.
- El cristianismo es un mal moral.
- El cristianismo está a favor de la democracia.
- El cristianismo es absolutista.
Y para acabar, responderemos a dos frases clave de
Nietzsche:
- “Yo sólo creería en un dios que supiera bailar”.[3]
- “Dios está muerto”.
¡Nos vemos la semana que viene para la segunda
parte!
La semana que viene en "Brisa
fresca": Cómo responder al ateísmo de Nietzsche
[1] NIETZSCHE, Friedrich , La gaya ciencia (Edimat:
Madrid, 2010), pp. 139-140. Frases en negrita mías.
Fuente: Protestanteditigal, 2016.
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