Por. Carlos Martínez García, México
Si debería hacerse misión cristiana al estilo de
Jesús, entonces necesariamente tendría que ser integral. Para Menno Simons
la comunidad de creyentes debía ser contrastante en sus valores y conducta con
los del “mundo”, es decir la sociedad que nominalmente era cristiana pero que,
para él, estaba permeada por ideas y prácticas alejadas del Evangelio de
Cristo.
Hemos visto en la entrega anterior que en el
entendimiento de Menno la Iglesia cristiana estaba conformada por creyentes,
quienes en algún momento manifestaron la decisión de no solamente tener a Jesús
como Salvador sino también reconocerle como Señor y modelo de vida a seguir.
Esta convicción, junto con otros anabautistas, le
llevó a un compromiso misional, desafiando a las iglesias oficiales que
prohibían la existencia en su territorio de confesiones distintas a la
favorecida por las autoridades gubernamentales.
Si la misión se hace en la forma que la hizo Jesús,
entonces la proclamación del Evangelio, el discipulado, las relaciones en la
comunidad de fe, la convivencia con “los de afuera”, la manera de ser sal y luz
para transformar a la sociedad, son tareas para ser realizadas en el espíritu
de Cristo: mediante la integridad de vida personal y comunitaria, a través de
la persuasión y nunca por medios violentos e impositivos.
Jesús mandó a sus discípulos ser constructores
de paz (Mateo 5:9), y Menno en su ministerio, realizado en la clandestinidad y
bajo persecución, enseñó que era preferible el sufrimiento por causa del
Evangelio de Paz que dejarse seducir por la violencia.
El énfasis misional cristocéntrico de Menno Simons
le impelió a evangelizar y discipular a sabiendas de que el emperador Carlos V
había ofrecido una cuantiosa retribución a quien lo entregara. El cargo
acusatorio era de herejía, y se le señalaba de haber sido “contaminado por el
anabautismo y otras falsas enseñanzas”.
En el edicto contra Menno, 7 de diciembre de 1542,
se ofrecía una recompensa de 100 monedas de oro por su cabeza y además prohibía
prestarle ayuda u hospedaje en cualquier forma y leer sus libros (el edicto lo
reproduce John Horsch, Menno Simons, His Life, Labors and Teachings,
Mennonite Publishing House, Scottdale, PA, 1916, pp. 55-57).
Disociar la enseñanza del Evangelio de la vida
de quien lo predicaba era, de acuerdo con Menno, un despropósito. De tal
manera que de poco valía ser un erudito y versado doctor en teología si la vida
no validaba la doctrina tan celosamente defendida: “Cristo impuso este
mandamiento, esta Palabra –digo yo– a todos los embajadores y maestros
verdaderos, porque dice ‘Predicad el Evangelio’. No dice: Predicad la doctrina
y los mandamientos de los hombres; predicad concilios y costumbres; predicad
comentarios y opiniones de los eruditos. Sino que Él dice: Predicad el
Evangelio ‘enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado’ (Mateo
28:20) […] Algunos de ustedes elogian una vida piadosa y cristiana en parte.
Predican también mucho de Cristo, de su mérito, Espíritu y su gracia, y sin
embargo son los mismos que llevan una vida disoluta y carnal, crucifican a
Cristo de nuevo. Contristan a su Espíritu y desprecian su gracia como puede
verse” (Menno Simons, Un fundamento de fe, Centro de Estudios de
Teología Anabautista y de Paz, Asunción, 2013, pp. 120 y 123. La primera
versión es de 1540, la segunda de 1558, de la cual procede la traducción al
castellano que cito).
Arrepentimiento, conversión, discipulado,
evangelización y transformación de la sociedad conformaban para Menno un ciclo
ineludible para los creyentes. En su escrito El nuevo nacimiento
(1537 y ampliado en 1550), hizo un llamado a “todas las criaturas vivientes”
para que, como Nicodemo, y él mismo, renacieran en el poder del Espíritu para
llevar vidas nuevas en un mundo marcado por la destrucción y la violencia.
En Por qué no ceso de enseñar y escribir (1539),
Menno Simons, sostiene Abraham Friesen, interpretó Mateo 28:19 y Marcos 16:15
en un sentido misional cuyo contenido era transmitir en palabras y obras el
Evangelio de Cristo sin adulteraciones: “deseamos con corazones ardientes,
incluso a costa de nuestra vida y sangre, que el santo Evangelio de Jesús y sus
apóstoles, el cual es la única doctrina verdadera y que permanecerá hasta que
Cristo regrese otra vez en las nubes, sea enseñado y predicado a través del
mundo como el Señor Jesús lo mandó a sus discípulos según sus últimas palabras
en la tierra dadas a ellos” (Abraham Friesen, Menno Simons; Dutch Reformer
Between Luther, Erasmus and the Holy Spirit, Xlibris, s/l, 2015, p. 310).
Bajo acoso y persecución, Menno pastoreaba las comunidades
anabautistas que se reunían en casas, en lugares previamente acordados y que se
localizaban fuera del alcance de posibles delatores. Transmitía que la
integralidad del Evangelio debía servir en cada necesidad humana, que así como
Cristo respondió compasivamente para sanar espiritual y físicamente a personas
que interactuaron con él, la fe del Evangelio tenía que encarnarse y servir:
“Porque la verdadera fe evangélica es de tal naturaleza que no puede quedarse
inactiva, sino que se manifiesta en toda justicia y obras de amor; muere a la
carne y sangre; destruye todas las pasiones y deseos prohibidos; busca, sirve y
teme a Dios; viste a los desnudos; alimenta a los hambrientos; consuela a los
afligidos; alberga a los desamparados; ayuda y consuela a los entristecidos;
devuelve bien por mal; sirve a los que le hacen daño; ora por quienes le
persiguen; enseña, aconseja y reprende con la Palabra del Señor; busca a los
perdidos; venda a los heridos; sana a los enfermos y salva a los débiles; se
convierte en todas las cosas para toda la gente. La persecución, sufrimiento y
angustia que resultan por causa de la verdad del Señor son para ella un gozo y
consuelo gloriosos” (The Complete Writings of Menno Simons c.1496-1561. Translated from the Dutch to English
by Leonard Verduin, Herald Press, Scottdale, PA, 1984, p. 307).
Menno Simons eligió como cita para encabezar o
portada de todos sus escritos 1 Corintios 3:11, “Porque nadie puede poner
otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. La brevedad del
versículo encerraba, para él, una confesión en cuyo centro está Cristo que
manda a sus discípulos a hacer misión no con espada, ni con ejército, sino
solamente con su Espíritu.
Fuente: Protestantedigital, 2016.
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