Por. Alfredo Abad, España
¿Cuándo encontraré un Dios misericordioso?
(Martín Lutero)
La gran pregunta de arranque de lo que supuso para
Europa la Reforma Protestante no fue tanto queMartín Lutero
clavase sus 95 tesis sobre la puerta de la Catedral de Wittemberg, un 31 de
octubre, para dar inicio a un debate teológico, sino su propia experiencia
personal ante esta búsqueda del Dios misericordioso.
Es cierto que se ha fijado el episodio de las 95
tesis, por su contenido y significado, como la fecha que se celebra anualmente
como inicio de la Reforma, no obstante, tanto en los precursores de la Reforma
como Juan Hus (1372-1415) en Bohemia o John Wyclif (1320-1384) en Inglaterra,
como en los reformadores posteriores lo importante era la autenticidad en la
relación con Dios.
Martín Lutero (1483-1546) entendió un día
que Dios no era un juez que pesaba en su balanza los méritos humanos, sino un
Padre, que en su misericordia, quería sacar a su criatura de su caída y hacerla
participar de su santidad y de su felicidad. Descubrió que el corazón de
Dios es la bondad, la misericordia y la gracia.
Los reformadores desde diferentes ángulos y
fuentes, Lutero (reformador en Alemania) se inspiraba principalmente en
el apóstol Pablo, Bucero (reformador en Estrasburgo) en los evangelios oOecolampadio
(reformador en Basilea) en los escritos joánicos, llegan a la misma
conclusión: Dios es amor. Esta convicción se impone en ellos para
enfrentarse a la teología nominalista y escolástica de la época, rígida y
dogmática, para subrayar la importancia de la gratuidad, de la gracia, en su
relación con Dios.
Predicarán a favor de un Dios muy distinto al
que se predicaba en la Edad Media, más sostenido en el miedo y el pago de
indulgencias, que apuntaba al Dios-Juez implacable, ante el que solo podían
encontrarse a través de las mediaciones, fundamentalmente de la iglesia. Las
personas solo podían enfrentarse a sus angustias, y en la época eran notables,
a través de remedios relacionados con el sacrifico, de sumisión, económico o de
absolución sacerdotal. Las reliquias o los santos ofrecen un contacto casi
físico con la divinidad. Posteriormente la Iglesia Católica ha hecho también su
propia reforma o “aggiornamento”, sin embargo algo de ese acento perdura.
Paul Tillich, teólogo alemán del s. XX,
señala que este acento se sitúa sobre la realidad de la presencia de Dios en
ciertos lugares, objetos, instituciones, textos y ceremonias. A través de ellos
Dios tiene un rostro concreto y se hace tangible. El acento de la reforma
protestante es iconoclasta, rompe con la imagen, pero también con el
dogmatismo, eclesiocentrismo, ritualismo y sacramentalismo. La presencia de
Dios no es material sino espiritual. La relación con Dios es un acontecimiento
por medio del Espíritu y no por medio de una institución. Tillich señala que ambos
acentos se necesitan y son complementarios, aunque de manera conflictiva.
Este cambio de acento, como en la experiencia
existencial de Lutero, se produce en los reformadores protestantes insistiendo
en el Dios de amor. Subrayaran diferentes aspectos, por ejemplo Zwinglio(reformador
de Zurich) insiste en el buen pastor (Juan 10, 11-14), Martín Bucero
cambiará en todas las liturgias de Estrasburgo la invocación de Dios por la
formula bíblica de “Padre”. Juan Calvino(reformador de Ginebra) dice que
lo que importa es contemplar el rostro benigno de Dios: “Si tenemos
la menor chispa de la luz de Dios, que nos descubre su misericordia, somos
suficientemente iluminados para tener una firme seguridad”.
Para el protestantismo la relación con la
misericordia de Dios es una palabra de liberación, de perdón que ofrece
confianza y compromiso. Los reformadores buscaran confrontar a cada persona
con la Palabra de Dios, en la Biblia, la predicación y los sacramentos, para
que cada uno encuentre una relación saludable con Dios, una relación auténtica.
Es a partir de esta relación, por medio de la acción del Espíritu, que la misericordia
se traduce en compromiso con la humanidad, para que la igualdad, la justicia,
la ética y la paz alcancen a toda criatura. Apelarán a la libertad de
conciencia, como compromiso responsable con ese Dios de amor, y al sacerdocio
universal de todos los creyentes, como compromiso comunitario e igualitario,
para la transformación de la sociedad en la perspectiva del Reinado de Dios.
Un ejemplo claro de esta misericordia y su
extensión a toda criatura fue la Declaración de Barmen(1934), a cuyo
Sínodo asistieron por ejemplo Karl Barth o Dietrich Bonhoeffer,
que afirmó que “la Iglesia es una comunidad de hermanos unidos en el amor de
Cristo y rechaza cualquier doctrina que pretenda que deje esta convicción para
supeditar su mensaje a los vaivenes de la política (Efesios 4, 14-16)”.
Frente a la barbarie del nazismo, la misericordia –amor de Cristo– no permitía
a la iglesia ser cómplice del desprecio por la vida de algunos seres humanos,
judíos, por ejemplo.
Hoy necesitamos de este compromiso con la
misericordia de Dios para no ser cómplices de ninguna clase de barbarie,
por cierre de fronteras, exclusión social o cualquier otro tipo de
discriminación. Lutero encontró al Dios de misericordia e hizo de Él su bandera
en el compromiso a favor de la libertad cristiana.
Publicado
en la revista “Entre
Paréntesis” (13 de julio de 2013), Lupaprotestante.
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