Por. Carlos Martínez García, México
Su enfrentamiento teológico representó dos
concepciones misionológicas opuestas. En la conocida como controversia de
Valladolid en 1550, Bartolomé de Las Casas expuso una y otra vez que la
colonización española del Nuevo Mundo era una empresa imperial ajena al
espíritu de Cristo. En tanto que Juan Ginés de Sepúlveda justificó el trato
esclavizante dado a los pobladores originales del conocido después como
Continente Americano.
Durante su obispado en Chiapas, que dejó en 1547
para viajar a España con el fin de difundir las atrocidades cometidas por los
españoles en la supuesta evangelización de la población indígena, Las Casas
había insistido en que los colonizadores “solamente podían ser confesados bajo
ciertas normas que él mismo había establecido. Éstas incluían entre otras la de
restituir a los indios los bienes que les habían sido injustamente arrebatados
[…] El método que él proponía era la persuasión” (Lewis Hanke, La humanidad
es una, Fondo de Cultura Económica, México, 1985, p. 82).
Juan Ginés de Sepúlveda nació en 1489 o 1490. Estudió
humanidades en Córdoba, más tarde artes en la Universidad de Alcalá y teología
en el Colegio de San Antonio, en Sigüenza. En Italia se unió al Colegio Español
de San Clemente (Bolonia), donde es atraído por el humanismo renacentista.
Tradujo obras de Aristóteles, como la Política (que dedicó al príncipe
Felipe, posterior rey de España). Colaboró con el cardenal Cayetano (fiero
adversario de Martín Lutero) en la enseñanza del Nuevo Testamento. En 1536, el
emperador Carlos V lo designó su cronista y capellán (datos aportados por Mauricio
Beuchot, La querella de la Conquista, una polémica del siglo XVI, Siglo
Veintiuno Editores, México, 1992, p. 51).
Ginés de Sepúlveda tenía conocimiento de Martín
Lutero y el movimiento que desató en Europa. Se sumó a la polémica que siguió
al publicar Erasmo de Róterdam, en septiembre de 1524, Diatribe seu collatio
de libero arbitrio (Sobre la diatriba del libre albedrío). Lutero, ocupado
en otras controversias y acontecimientos tardó poco más de un año en dar a
conocer su respuesta, la que fue publicada en diciembre de 1525 y titulada De
servo arbitrio (versión en castellano: La voluntad determinada,
refutación a Erasmo, Editorial Concordia, St. Louis, Missouri, 2006).
Sepúlveda criticó duramente la posición del reformador alemán, de quien se
ocupó en 1526 en la obra De fato et libero arbitrio contra Lutherum.
La suma de los principios sostenidos por Juan
Ginés de Sepúlveda sobre la licitud en el uso de la violencia para
“cristianizar” a los indígenas está contenida en Apologia pro libro de
iustis belli causis, editada en 1550 en Roma. Esta pequeña obra fue
publicada en castellano bajo el título Tratado sobre las justas causas de la
guerra contra los indios, Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
Sepúlveda sostenía desde las primeras líneas de su
escrito la disyuntiva a la que daría respuesta: “Si es justa o injusta la
guerra con que los Reyes de España y nuestros compatriotas han sometido y
procuran someter a su dominación aquellas gentes bárbaras que habitan las
tierras occidentales y australes, y a quienes la lengua española comúnmente
llama indios: y en qué razón de derecho puede fundarse el imperio sobre estas
gentes” (op. cit., p. 45).
Para Ginés de Sepúlveda estaba muy claro que no
solamente era legítimo el uso de la violencia para conquistar a la población
indígena, sino que incluso tal empresa era por el propio bien de los habitantes
del Nuevo Mundo. No solamente el derecho natural estaba de parte de los
conquistadores, sino que éstos tenían, incluso, el deber moral de civilizar a
culturas vistas por él como notoriamente menores y salvajes.
En su horizonte hermenéutico, Sepúlveda consideraba
que “todo lo que se hace por derecho o ley natural, se puede hacer también por
derecho divino y ley evangélica” (Luis Patiño Palafox, Ginés de Sepúlveda y
su pensamiento imperialista, Los libros de Homero, México, 2007, p. 230).
En esta visión, los indios estaban destinados a servir a sus conquistadores, y
al resistirse aquéllos, los españoles tenían el derecho y deber de someterles
por medios violentos, ya que la resistencia no era solamente contraria a los
colonizadores sino, principalmente, contra Dios.
En la controversia de Valladolid, Bartolomé de
Las Casas sostuvo que los indígenas también tenían la imagen de Dios, por lo
cual no debían ser tratados como bestias. Si rendían culto a divinidades y
naturaleza, Las Casas consideraba que ello no era motivo para violentarles,
porque “los que adoran a los ídolos, al menos tal y como sucede con los indios,
acerca de quienes se ha levantado este debate, nunca han conocido las
enseñanzas de la verdad cristiana ni de oídas, así que pecan menos que los
judíos o sarracenos, ya que la ignorancia puede tomarse como disculpa” (Lewis
Hanke, op. cit., p. 117).
La misión, para Las Casas, tenía que ceñirse al
ejemplo de Cristo. Ante éste no cabía recurrir a las armas para imponer la fe. Refutó
la señalada depravación de los indios por parte de Sepúlveda como argumento
para hacerles la guerra: “No hay crimen tan horrible, sea el de la idolatría o
el de la sodomía, o cualquier otra clase, como para recurrir que el Evangelio
sea predicado por la primera vez en algún otro modo que no sea el que
estableció Cristo, esto es, con un espíritu de amor fraternal, ofreciendo
perdón a los pecados y exhortando a los hombres al arrepentimiento”. Además,
apuntó el fraile dominico, “no ha investigado [Ginés de Sepúlveda] las
Escrituras con suficiente detenimiento o seguramente no las ha comprendido
bastante para aplicarlas, ya que en esta era de gracia y piedad, insiste en
aplicar los principios rígidos del Viejo Testamento, que fueron dados para
circunstancias especiales y así allana para los tiranos y los pillos la
invasión cruel, la opresión, la explotación y la esclavitud de naciones sin defensa”
(Hanke, pp. 118-119).
Ya en De unico vocationis modo omnium gentium ad
veram religionem, (Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera
religión, de 1534), Las Casas había dejado preguntas de hondas repercusiones
para la forma de hacer misión: “¿Qué tiene que hacer el Evangelio con las armas
de fuego? ¿qué tienen que hacer los heraldos del Evangelio con ladrones
armados?” Simplemente responder a la manera de Cristo, siempre buscando la paz
y la reconciliación.
El cuestionamiento que hizo Las Casas en Valladolid
al teólogo imperial Juan Ginés de Sepúlveda, y a todos quienes todavía en
nuestros tiempos coinciden con él respecto a usar la coerción para que las
personas se hagan cristianas, sigue resonando hoy: “¿Cómo se compagina el ejemplo
de Cristo con el hecho de repartir lanzadas entre los indios desconocidos antes
de predicarles el Evangelio, y aterrorizar sin medida a personas totalmente
inocentes por medio de un despliegue de arrogancia y de la furia de la guerra y
obligarlos a escoger entre la muerte y la huida?”
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