Por.
Carlos Valle, Argentina
“ Cuando
pienso que un hombre juzga a otro, siento un gran estremecimiento.
Félicité
de Lamennaris Muchos jueces son absolutamente incorruptibles, nadie puede
inducirles a hacer justicia.” Bertolt Brecht
El
gobernador Felix está dispuesto a escuchar a Pablo en presencia del sumo
sacerdote, los ancianos y un cierto orador llamado Tertulio, los que, pasados
cinco días, se hacen presentes en Cesarea.
Tertulio
asume la voz cantante de los acusadores. Abre la sesión con palabras muy
elogiosas sobre el gobernador, destacando que, gracias a su dedicación, gozan
de paz, y todo está bien gobernado gracias a su prudencia. Dicho esto,
inmediatamente acusa a Pablo de ser una plaga y un promotor de sediciones entre
todos los judíos por todo el mundo y, además, un profanador del templo. A todo
esto, añade que quisieron juzgarlo de acuerdo a la ley pero les fue quitado de
sus manos y, ahora, se encuentra allí para que el gobernador se entere de todas
las justas acusaciones que tienen contra él.
Las
acusaciones y los miedos
Como
buen fiscal acusador Tertulio había comenzado por alabar al gobernador,
seguramente para disponerlo positivamente, y persuadirlo para que acepte las
acusaciones que fueron enumerando, las que apuntaban a dar una imagen peligrosa
de Pablo para todas las comunidades en todas partes. Ante este peligro reclama
una pronta y fuerte sanción.
En
todos los tiempos, acusaciones de este tipo procuran despertar temores,
infundir miedos, que la gente se sienta amenazada y esté dispuesta a
defenderse. Para lograrlo, las inculpaciones se caracterizan por no tener
acentos puntuales, y sus difusas manifestaciones apuntan a involucrar a la
mayor cantidad de gente, que se convenza de que peligran sus convicciones, mayormente
las religiosas. Esta es una forma de argumentación que se ha ido repitiendo y
mejorando a lo largo de los siglos.
Siempre
es posible que una acusación, que parta de un segmento de la sociedad, pueda
ser presentada como una amenaza general cuyos resultados son difíciles de
pronosticar. La asechanza de peligros cuyo origen es difícil de determinar,
provoca una prevención difícil de dimensionar. El temor ante lo desconocido es
siempre una reacción razonable. Pero, también lo es analizar el origen de ese temor.
El
gobernador invita a Pablo a responder a sus acusadores. Pablo también tiene
palabras elogiosas para el gobernador y pasa a detallar que él hace doce días
que está en Jerusalén y no pueden decir que haya disputado con alguno, ni haya
amotinado a la multitud, ni en el templo, la sinagoga ni en ningún lugar de la
ciudad. Por eso, Pablo se defiende diciendo que las imputaciones que le han
hecho ni siquiera “pueden probar las cosas de que ahora me acusan” (24:13). A
renglón seguido, pasa a relatar cómo ha creído “todas las cosas que en la ley y
en los profetas están escritas”, y que lo que les ha irritado es que “prorrumpí
en alta voz: Acerca de la resurrección de los muertos” (24:21).
Que
lo resuelva otro
El
gobernador que estaba bien informado, dejó su resolución para el final,
esperando la venida del comandante Lisias. Mientras tanto, dio orden al capitán
para que pusiera a Pablo preso, pero que le permitiera que los suyos lo
asistieran. La esposa del gobernador, que era judía, pidió que Pablo le explicara
la fe en Jesucristo. Pero, cuando él tocó algunos temas como la justicia y el
juicio futuro, Félix se asustó y le dijo que le escucharía en otro momento. Al
mismo tiempo, esperaba que Pablo le diese dinero, por eso lo llamaba con cierta
frecuencia. Pasaron dos años, y Pablo seguía preso. Félix fue reemplazado por
Porcio Festo, pero lo dejó encarcelado para “ganarse a los judíos”.
Estos
dos ejemplos nos dan una idea de lo que puede llegar a hacer una autoridad
corrupta y acomodaticia, quiere sacar ventaja pecuniaria en una situación de
necesidad y, a la vez, trata de congraciarse con quienes ejerce su poder.
Al
poco tiempo, se vuelve a repetir lo sucedido con Felix. Los judíos que seguían
tratando de apresar a Pablo le insistieron a Festo que lo trajera a Jerusalén.
La intención era emboscarlo en el camino y darle muerte. Pero Festo les dice
que irá a Cesarea y que allá los espera. Se reiteran las mismas argumentaciones
contra Pablo y su defensa. Festo, tal como Felix, quería congraciarse con los
judíos y le sugiere a Pablo si el no preferiría ser juzgado en Jerusalén. Su respuesta
es muy firme. Nada mal ha hecho, está ante un tribunal del Emperador que es
donde se lo tiene que juzgar. Está dispuesto a morir si es hallado culpable
pero, como los judíos no tienen fundamento en sus acusaciones, decide elevar su
demanda: “apelo al Emperador”.
Ante
este pedido, Festo con la asistencia de sus consejeros contesta: “Apela al
Emperador, al Emperador irás.” (25:12) Ha encontrado la manera de librarse de
este preso al que no tiene de qué condenarle, pero no se atreve a liberarlo por
meras razones políticas: no quiere malquistarse con los judíos. Muchas veces
los juegos de la política y la justicia saben cómo cuidar las formas y
descubrir caminos legales que le permitan evadir sus responsabilidades.
Cuando
el rey Agripa y Berenice fueron a Cesarea para visitar a Festo, éste le relató
el caso de Pablo. Primero, empieza por aclarar que se trata de un preso de
Felix. En esas circunstancias le pidió a las autoridades religiosas que
viniesen a Cesarea, porque no es costumbre de los romanos “entregar alguno a la
muerte antes que el acusado tenga delante a sus acusadores” (25:16). Allí
presentaron cargos contra Pablo, pero ninguno de los que esperaba, porque
“tenían contra él ciertas cuestiones acerca de su religión” y de un “cierto
Jesús, el que Pablo afirmaba estar vivo” (25:19). Frente a esta situación le
había ofrecido a Pablo ir a Jerusalén, pero como él había apelado al Cesar,
Festo decidió custodiarlo hasta que pudiera enviarlo a Roma.
Encontrando
la salida legal
Aquí
podemos entender la estrategia de un político que ha cubierto todos los flancos
que pudieran mostrar debilidad, o poner en cuestión sus decisiones. Festo no ha
dicho nada que no sea cierto, pero ha detallado lo sucedido de manera de quedar
como un justo árbitro de una situación que él no ha creado. Se trata de un
hecho enteramente religioso propio de los judíos, y la mejor solución es
aceptar la decisión, que con cierta insistencia, asume Pablo: acudir al Cesar.
Agripa
se interesa por conocer a este personaje que tanto revuelo ha causado. Se
organiza una reunión con los tribunos y principales hombres de la ciudad a la
que Agripa y Berenice llegan con gran pompa. Festo hace una breve introducción
en la que vuelve a defender su posición reiterando que no ha tenido más remedio
que enviar a Pablo a Roma. Pero, añade algo que busca alejarlo de la
responsabilidad que está asumiendo: espera que Agripa pueda darle los
argumentos que necesita para escribir sobre los cargos que pudieran hacerle en
su contra.
Pablo
vuelve a contar su historia
Agripa
le concede a Pablo la oportunidad de presentar su defensa. Comienza Pablo por
poner en claro que Agripa “conoce las costumbres y cuestiones que hay entre los
judíos” (26:3), y en esa confianza va a desarrollar su defensa. Se reivindica
como fariseo que ha confiado siempre en la promesa de Dios. Es por esa
esperanza que los judíos lo acusan y se pregunta desafiante: “¿Se juzga entre
ustedes cosa increíble que Dios resucite a los muertos?” (26:8). Enseguida
recuerda cómo ha perseguido a los cristianos en todas partes, hasta que fue
sorprendido en camino a Damasco, donde tuvo la experiencia que cuenta por
tercera vez, como se mencionó en el capítulo anterior. A partir de allí explica
cómo comenzó a desarrollar un ministerio en muchos pueblos anunciando lo que
“los profetas y Moisés” dijeron que había de suceder, el padecimiento del
Cristo y su resurrección.
Festo,
llegado a este punto lo interrumpe vociferando: “Estás loco, Pablo; las muchas
letras te vuelven loco.” (26:24) Pero Pablo no se amedrenta y le replica que
“habla palabras de verdad y de cordura”. Al mismo tiempo, busca involucrar a
Agripa, para que confirme que todo esto es de conocimiento del rey y le
pregunta: “¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? Yo sé que crees.”
Agripa
se sorprende, e intenta desligarse de esa situación atribuyéndole escondidas
intenciones: “Por poco me persuades a ser cristiano.” (26:28) A lo que Pablo
añade que quiera Dios que, por poco o por mucho, no solamente él sino todos los
que oyen, fueran como él con excepción de sus cadenas.
Sin
culpa pero sin absolución
Hechos
aprovecha esta oportunidad para reiterar cosas que ya ha detallado en otros
momentos de su escrito. Pero esta parece ser una oportunidad muy especial para
afirmar lo que significa la persona de Pablo, en un momento muy particular de
su ministerio. Es evidente que Pablo se ha mantenido en buena medida
controlando a la audiencia requerida por Agripa.
No añade
nada particular sobre su propia historia, salvo algunos detalles ya señalados,
pero introduce en el medio de su defensa la pregunta si la afirmación sobre la
resurrección de Jesús es juzgada como algo increíble. Pero, sin esperar una
inmediata respuesta, pasa a detallar su propio ministerio. Para Festo, esto ha
excedido lo que él esperaba que pasara y, como no puede refutar su presentación
trata de descalificar a Pablo, pasándole la responsabilidad a Agripa que
tampoco sabe cómo afrontar el desafío. Esta es la incertidumbre de un
gobernante ante un predicador que no responde a ninguna institución sino
solamente a su propia tradición.
Era
esperado que el rey, el gobernador y Berenice se retiraran para tratar de
decidir qué hacer. Lo cierto es que reconocen que no encuentran razones
valederas para ajusticiarlo o para mantenerlo preso. La argucia política
siempre parece encontrar una salida diplomática. Así Agripa argumenta algo que
le suena justo: “Podía este hombre ser puesto en libertad si no hubiese apelado
a Cesar.”(26:32). Por eso, para Agripa la culpa recae en Pablo, y así no puede
quedar libre ya que ha apelado al Cesar. La apelación de Pablo se transforma en
una salida que evita tanto a Festo como a Agripa asumir sus responsabilidades,
dado que confiesan que no encuentran a Pablo culpable ni siquiera de seguir
preso.
El
incomprensible silencio de la comunidad
En
todo este episodio Hechos motiva varias preguntas que, lamentablemente no
tienen respuesta, ni siquiera posibles caminos para averiguarlo. ¿Qué es lo que
pasaba en la comunidad de Jerusalén en la que se encontraba Jacobo, que había
recibido a Pablo y a sus compañeros “con gozo” (21:17)? Lo único que se
menciona son ciertos consejos para que evite la negativa reacción de los
judíos, la que, finalmente, no pueden evitar. Sin embargo, no sabemos de qué
manera, si es que tenían o preveían alguna manera de ayudar y auxiliar a Pablo,
porque lo cierto es que debió pasar severas penurias físicas, al permanecer
encadenado y en prisión, a causa de las reiteradas acusaciones que debió
enfrentar, en la que ya llevaba más de dos años (24:27) aunque podía recibir la
visita de sus amigos.
Nada
se dice sobre la actitud de la comunidad de Jerusalén, tanto como la de sus
compañeros más cercanos, durante ese tiempo. Hechos suma el silencio sobre las
actividades de Pablo en este largo período, porque nada se dice si siguió
predicando a quienes se le acercaban. Tampoco se indica sobre su estado de
salud y si experimentó alguna enfermedad que lo hubiese afectado.
La
enfermedad de Pablo
En relación
con esta historia es importante mencionar que Pablo ha hecho referencia en su
carta a los Gálatas haber sufrido una “una enfermedad del cuerpo” (4:13). En
Gálatas conocían ese padecimiento, pero “no lo desecharon ni despreciaron” sino
que lo recibieron no solo como a “un ángel de Dios” sino “como a Cristo Jesús”.
Este es un sensible recuerdo que Pablo guarda de los gálatas, que le hace muy
difícil entender por qué abandonaron sus enseñanzas durante su ausencia.
Mucho
se ha escrito acerca de qué es lo que en realidad le aquejaba a Pablo, sobre lo
que se ha hecho referencia en el capítulo VIII, y que es conveniente recordar.
Hay, al menos, dos referencias que él mismo hace. La que ya se ha señalado, y
una segunda en 2 Cor.12:7-8, donde habla de “un aguijón en mi carne”, que
llama un “mensajero de Satanás” para que lo abofetee “para que no se enaltezca
sobremanera”. Es muy probable que se refiera a una enfermedad física. Sobre
este particular se han mencionado, en las historias que han buscado recrear la vida
de Pablo, la mención de una larga lista de enfermedades posibles.
Entre
las más creíbles se encuentran las que se refieren a problemas de la vista, que
se aduce, estaría relacionada, en parte, con la ceguera manifestada en su
experiencia camino a Damasco, que vuelve a mencionar en Hechos 22:11 “Y como yo
no veía a causa de la gloria de la luz.” Es muy probable que tuviera problemas
con su vista, pero no pareciera ser su único padecimiento. De todas maneras, es
una conjetura que solo se puede llegar a suponer por deducción, puesto que no
hay una información que lo sustente, ni es mencionada por el mismo Pablo.
Otra
consideración tiene que ver con su alusión al “aguijón en la carne”. En ninguna
de las dos citas deja inferir que su problema tenga origen en la experiencia
del camino a Damasco. Se podría pensar que Pablo sufre alguna otra enfermedad
que no se especifica. Lo que sí debe mencionarse es que Pablo tres veces le ha
pedido a Dios ser librado de sus aflicciones, pero no tuvo una respuesta
satisfactoria (2 Cor.12:8).
Una
reflexión adicional tiene que ver con el acento puesto sobre la actitud de las
autoridades romanas tanto como las judías. Se ha mencionado la ausencia de
referencias al contexto político social en el que se enmarca la historia de
Hechos, que se acentúa en esta larga y, hasta repetitiva, información sobre las
acusaciones y su proceso, a los que todos parecen ver como una brasa ardiente
de la cual hay que desprenderse. ¿Qué le lleva al autor de Hechos a acentuar el
desarrollo de este proceso? Seguramente está interesado en marcar la inocencia
de Pablo, pero también llamar la atención sobre las reacciones que produce esta
nueva manifestación religiosa que sacude la quietud de una relación “armoniosa”
entre autoridades judías y romanas.
Las
autoridades judías estaban decididas a eliminar a Pablo, de producirse este
hecho se quebraría la quietud social, lo que afectaría políticamente a las
autoridades romanas. A esta altura el carácter conflictivo que representa la
misión cristiana se despliega con toda claridad desenmascarando a las
autoridades romanas y trazando una imagen altamente manipulativa de las
autoridades religiosas que pujan por una solución a asumir por los romanos.
Para
prevenir cualquier desborde y sortear la responsabilidad de tomar una decisión,
las autoridades romanas la van derivando en forma ascendente según el grado de
autoridad hasta descargarla en las manos del Emperador. Poner la
responsabilidad final en el Emperador permite liberar de compromisos a los
varios magistrados, y abre el camino para el envío de Pablo a Roma, porque al
declarar ser ciudadano romano desde su nacimiento les dado suficientes
argumentos para llevarlo a cabo.
Resta
ahora para Pablo, comenzar a transitar el largo y tortuoso camino que le
llevará a Roma. Lamentablemente, todo lo que sucede a partir de aquí, Hechos lo
narra hasta finalizar su relato con un inconcluso final, que suscita muchas
preguntas que no responde, ni da pistas para entender qué pasó realmente. ¿Tuvo
que comparecer ante el Emperador? Si esto finalmente no ocurrió ¿Cuál fue el
motivo? Así, no informa qué pasó con la apelación de Pablo ante el Cesar, ni
deja tampoco lugar para suponer que algún tipo de resolución se hubiese tomado,
haya sucedido o no su presencia ante el Emperador.
Al mismo
tiempo, se provee una muy fragmentada información sobre las actividades que
llega a desarrollar Pablo, su relación con la comunidad cristiana y el
desenlace final de su vida. Se puede pensar que hay una reserva de
confidencialidad, que le exime de ir más allá. Lo cierto es que, a veces, las
mejores intenciones por evitar extenderse en los hechos abren la puerta a la
imaginación de aquellos para quienes el silencio y la confidencialidad les
permiten elucubrar ocultos propósitos. Solo basta adentrarse en las variadas
interpretaciones dadas a los conflictivos y cruentos finales experimentados por
Pablo y otros apóstoles. Todo eso será tema del próximo capítulo. + (PE)
Capítulo
XI de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle,
que se edita juntamente con Prensa Ecuménica.
Ilustración “La Paraguaya” de Juan Manuel Blanes,
uruguayo. Óleo sobre tela, (1879) La Guerra de la Triple Alianza (1864-1870)
necesitó cinco años para aplastar al presunto enemigo focalizado en Paraguay.
Su lógica de exterminio fue aterradora. Blanes se refiere a este hecho
histórico en la pintura La paraguaya. Juan Manuel Blanes, considerado en su
país como “el pintor de la patria” , nació el 8 de junio de 1830, en
Montevideo y falleció el 15 de abril de 1901 en Pisa, Italia.
El
autor esTeólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia
Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto
Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986.
Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial
para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros
Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación:
modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización
(2002) y Emancipación de la Religión (2017)
ALCNOTICIAS,
2017
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