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domingo, 8 de octubre de 2017

Impensado, Pablo apela a la ciudadanía romana según Hechos de los Apóstoles

Por.  Carlos Valle, Argentina

Si no puedes volar, corre, si no puedes correr, camina, si no puedes caminar, gatea. Sin importar lo que hagas sigue avanzado hacia adelante. Martin Luther King Jr.

Donde hay poca justicia es un peligro tener razón. Francisco de Quevedo y Villegas

Después de la emotiva despedida de los hermanos en Éfeso, Pablo con algunos discípulos emprende el viaje a Jerusalén pasando por varias ciudades. Un itinerario que dependía de que hubiese barcos disponibles. En todos los lugares a los que arribaban, le rogaban a Pablo para que no fuera a Jerusalén. Se lo dicen en Tiro y en Cesarea cuando se reúne con Felipe, “el evangelista”.
De Judea, viene un profeta llamado Agabo que, tomando el cinturón de Pablo, ató sus pies, para afirmar que el Espíritu Santo dice que así atarán los judíos a Pablo para entregarlo a los griegos. El ruego para que desista de su partida a Jerusalén es cada vez mayor. Pero la respuesta de Pablo es terminante: “Yo estoy dispuesto no solo a ser atado, más aún a morir en Jerusalén por el nombre del Señor” (21:13). Ante esta rotunda respuesta nos les queda más que aceptar la decisión de Pablo de ir a Jerusalén. Allí se hospeda en casa de un antiguo discípulo de Chipre, sobre quien hasta el momento no se había informado.
Arresto de Pablo en el templo
Pablo es bien recibido en la comunidad y, ya al otro día de su llegada, entra con los otros discípulos para ver a Jacobo, donde “se hallaban reunidos todos los ancianos” (21:18). En ese encuentro ya no hay mención de los otros apóstoles. Pablo cuenta lo que ha hecho entre los gentiles, y ellos lo que han hecho entre los judíos, “que son celosos por la ley” (21:20). Pareciera una competencia, en la que las dos posiciones que se aceptaron en el encuentro de Jerusalén (Cap. 15), justifiquen que continúen las tensiones dentro de la comunidad cristiana.
Además, le advierten a Pablo que hay rumores de que enseña a todos los judíos que están entre los gentiles para que no sigan a Moisés, y que no circunciden a los hijos ni observen las tradiciones. Para responder a ese rumor, que parece ser era tomado en serio, le hacen una propuesta para enfrentar a la multitud que seguramente se va a reunir. Hay cuatro hombres que tienen que cumplir un voto. Le piden que Pablo los acompañe rapando él su cabeza, como ya lo había hecho anteriormente (18:18). El motivo de los votos no está especificado, pero los ancianos quieren que se demuestre claramente que Pablo vive acatando la ley.
Pablo les recuerda que ha escrito a los gentiles que, si bien no se les requerirá someterse a la circuncisión, hay ciertas tradiciones que deben seguir. Es la única mención en Hechos sobre las cartas escritas por Pablo. Lo que él ha mencionado es lo que está especificado en la carta que los apóstoles ofrecieron como respuesta a la tensión entre judíos y gentiles en la asamblea de Jerusalén. Una carta que Pablo conocía y llevó consigo, tal como se recuerda que “al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos” (16:4)
Cuando los rumores se convierten en hechos
Pablo cumple con el requerimiento de los ancianos, y al otro día entra en el templo, cuando había que presentar la ofrenda como señal del cumplimiento de los días de la purificación. (21:26). Pero los rumores ya habían crecido de tal manera que no tenían poder para revertir lo que se consideraba como un hecho. Judíos venidos de Asia alborotan a la gente, lo toman a Pablo y comienzan a acusarlo de enemigo del pueblo, que introduce gentiles que profanan el templo. La transformación de un rumor en un hecho es un fenómeno que, con el tiempo, se ha ido sofisticando hasta el punto de llegar a dominar buena parte de la opinión de la gente. Hay rumores que tienden a la insidia, porque buscan introducirse en la zona reservada a las emociones. Las emociones tienen un elemento de irracionalidad que puede provocar que los afectados, lleguen a reaccionar de manera muy agresiva.
Además, los rumores relacionados con lo religioso tocan aspectos profundos e inconscientes que pueden producir perturbación o amenaza. Lo que pasa con Pablo es un ejemplo muy claro de toda esta situación: cómo un rumor se transforma hasta llegar a ser considerado un hecho real. Cuando esto sucede se ha conseguido llegar a todos los rincones vulnerables del ser humano. Este tipo de experiencia, se debe recordar, ha estado presente en toda la historia humana, y hoy con todos los desarrollos tecnológicos, no solo mantiene sus principios sino agudiza su sofisticación llegando a producir mayor vulnerabilidad. Pablo es echado fuera del templo mientras se cierran sus puertas.
Las acusaciones pasan de las palabras a los hechos. Comienzan a golpear fuertemente a Pablo con intenciones de matarlo. Enterado el tribuno se apresura a intervenir con sus soldados porque quieren saber qué es lo que pasa. Lo primero que se les ocurre es encadenar a Pablo, para luego tratar de saber qué había hecho. Un tipo de procedimiento policial muy repetido. La gritería era tan confusa que deciden conducir a Pablo al cuartel. Para ello, son los soldados los encargados de llevar en andas a Pablo porque la muchedumbre venía detrás clamando por su muerte. (21:36)
La defensa de Pablo
El tribuno parece confundir a Pablo con un egipcio sedicioso a lo que éste comienza por explicarle quién es él, a la vez que le pide le sea permitido hablar al pueblo y en hebreo. Delante de la gente cuenta brevemente su vida: (22:1) judío nacido en Tarso, instruido a los pies de Gamaliel que era un miembro del Sanedrín y reconocido erudito. Vivía “estrictamente conforme a la ley de nuestros padres”, y perseguía “este Camino hasta la muerte”. A continuación, cuenta su experiencia yendo a Damasco, tal como se ha indicado Hechos 9. Pero el alegato de Pablo no convence al gentío, por el contrario, claman por su vida (22:22). El tribuno ordena que lo metan en la fortaleza. Allí es azotado y atado con correas, esperando que dijera cuál son los motivos por los que ha provocado tan fuerte intransigencia en el pueblo. La reacción que le provoca a Pablo este encierro será mencionada más adelante.
Tres versiones sobre la experiencia de Pablo
Volviendo a la presentación ante el pueblo, Pablo relata, por segunda vez, su experiencia camino a Damasco, sobre el que Hechos volverá a referirse una vez más cuando Pablo tenga que declarar ante el rey Agripa (26). Allí le ruega que “oiga con paciencia” el relato que se propone hacer de su propia vida. Así, en un momento, vuelve a relatar su experiencia en Damasco introduciendo algunos agregados, como que la voz le hablaba en “lengua hebrea”. Además, introduce un párrafo en el que Jesús le indica con detalles que ha aparecido “para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti”. Aquí, no solo se refiere a la confirmación de su ministerio sino preanuncia próximas apariciones del Señor. Todo eso no figura en el texto del cap. 9, donde solo se indica que será informado oportunamente.
Se podría hablar de una contradicción entre este relato y el primero, lo que llevaría a suponer que Pablo ha intentado reforzar su propia autoridad con este tipo de afirmaciones. Cuando se recuerdan experiencias pasadas, al volver a contarlas, es muy corriente que afloren detalles no mencionados en los primeros momentos. Puede ser porque el relato se hace en una situación de mayor calma, lo que da lugar a recordar pormenores que se obviaron en los primeros comentarios.
Al mismo tiempo, es bien factible que se tienda a añadir una más elaborada descripción de lo sucedido a fin de reforzar la importancia de lo experimentado. El relato se convierte en una interpretación, donde generalmente el victimario manifiesta datos que lo justifican o favorecen.
Llama la atención que, dentro del mismo libro, se consignen tres versiones diferentes. La primera, es parte de la crónica del escritor de Hechos, mientras que la segunda y tercera vienen directamente, al menos así se indica, del propio testimonio de Pablo. Si se intentara rescatar como válidos los tres relatos siempre estaremos en el terreno de un testimonio personal que solo se exhibe a sí mismo como garante de una experiencia extrasensorial.
Se podría decir que hubo testigos de esa experiencia: los hombres que acompañaban a Pablo, quienes se “pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie.” (9:7) De todas maneras se trata de una participación ocasional que no parece producir algún efecto en ellos, salvo el shock al que se hace referencia. Sobre los testigos de este hecho no se vuelve a hacer referencia.
Pablo asume esta experiencia como determinante para su ministerio y, por añadidura, de su autoridad, por lo que reclama ser aceptado como uno de los apóstoles, que es una denominación que él mismo se atribuye. Se recuerda que los apóstoles se consideraron como tales por el hecho de haber sido testigos del Jesús resucitado con el que comieron y bebieron. En la I Carta de Corintios Pablo busca alinearse con todos los apóstoles que atestiguan haber visto a Jesús resucitado, mencionando que a él se le apareció “como un abortivo”. Esa aparición, que reclama haber experimentado, es su argumentación para considerarse como “el más pequeño de los apóstoles” cuestionando a su favor el hecho que había sido quien persiguió “a la iglesia de Dios”.
¿Quién puede ser llamado apóstol?
Pablo parece insistir en su carácter de apóstol – en griego enviado- que no se conjuga con lo que se indica en Hechos. Primero, en ningún momento los apóstoles, con quienes Pablo se reunió en varias oportunidades, manifestaron que la experiencia que él había testimoniado le confería el derecho a ser llamado apóstol. Segundo, en ningún lugar de Hechos se hace mención de que otros discípulos, aún los muy reconocidos, como es el caso de Bernabé, hayan sido considerados apóstoles. Esa calificación es parte de la tradición posterior de la iglesia, pero pareciera no armonizar con el carácter restringido mencionado en Hechos. Allí, se trata de una denominación que no tiene un carácter jerárquico ni trasmisible, porque es evidente que tal cosa no definía a la iglesia primitiva.
 ¿Quiénes son estos ancianos?
Con respecto a la mención de “ancianos” en Hechos, nos encontramos con la introducción de una denominación que no se define. Pedro recuerda, en su primera predicación, el anuncio del profeta Joel que “vuestros ancianos soñarán sueños” (2:17).
Ancianos son mencionados como parte del grupo que acompaña a las autoridades en Jerusalén que juzgan a los apóstoles (4:5) Ancianos son también mencionados en relación con la comunidad cristiana. Así ocurre, por ejemplo, en Hechos 11:30 como aquellos que reciben la ayuda para los hermanos de Judea por medio de Pablo o Bernabé. También puede mencionarse como en varios lugares “constituyeron ancianos en cada iglesia” (14:23) y, más tarde, el encuentro de Pablo con los ancianos de Éfeso cuando les anuncia su despedida porque ninguno “verá más mi rostro” (20:25).
La presencia de estos ancianos, quienes no necesariamente eran personas mayores de edad, habla de cierto reconocimiento que parece estar presente en toda comunidad sin que los mismos asuman carácter jerárquico en una determinada estructura eclesiástica, como cuando le piden que acompañe a cuatro hombres que tienen que cumplir un voto (21:23). No parece haber indicios de que se trate tanto de autoridades reconocidas como de personas con madurez y experiencia que cooperan en el sostenimiento de la comunidad tal como, en buena parte, es la experiencia que se comparte en el AT. Pero, el término apóstol se restringe al testigo ocular del acontecimiento del Jesús vivo. Esta calificación se limita a los doce discípulos, que se conforma con la elección de Matías como reemplazo de Judas quien, desde ese momento, “fue contado con los once apóstoles” (1:26).
No puede obviarse hacer mención al peculiar proceso para la elección de Matías que se realiza “echando suertes”. Es difícil encontrar en la Biblia un proceder similar para hechos tan trascendentes como lo fue la elección del duodécimo apóstol. No hay indicación en el NT que este número de doce se entendiera como un número que podría modificarse, o que podría cubrirse una vacante en caso de que eso fuese necesario. Hay una sola mención como apóstoles para Bernabé y Saulo, cuando son considerados como dioses en Listra (14:14). Aquí, más que atestiguar la consideración reservada a testigos oculares, es diferenciarlos de quienes, posiblemente bien intencionado, intentaban endiosarlos. Además, no se hace referencia alguna de que la consideración de apóstol le fuera confiada a ninguno de ellos. Esta única y ocasional mención no da lugar para mayores elucubraciones al respecto.
El carácter de apóstol tiene un contenido muy preciso y limitado, lo que lleva irremediablemente a pregunta por qué Pablo la asume como propia. Lo cierto es que asume este título y lo rubrica en sus cartas como un aval para sustentar su ministerio, su visión teológica, sus consejos y sus admoniciones. Su asumida autoridad como apóstol es lo primero que se menciona en todas ellas, salvo en la Carta a los Filipenses y en Tesalonicenses –su primer escrito- que lo obvia. Aparece en la que dirige a los Romanos:”Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol”. Lo acentúa cuando envía su Primera Carta a los Corintios: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios…”. Llamativamente en la Carta a los Gálatas destaca: “Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre), sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos.” Posiblemente aquí el acento busca fortalecer el contenido mismo de su carta.
¿Por qué Pablo se llama a sí mismo apóstol?
Seguramente hay que empezar por considerar esta apropiación del título “apóstol” en relación a su necesidad de mostrar autoridad. La iglesia primitiva no tenía una organización jerárquica ni piramidal. El caso de los apóstoles aparece como un hecho excepcional que los distingue de los demás discípulos por su cercanía y por la evidencia de ser testigos oculares. Nadie más reclamó ser igualado con ellos. Es solo Pablo, que relata su propia experiencia de fe como un calco del relato de los apóstoles, por lo que procede a demandar su autoridad.
Lo que llevó a Pablo a reclamar ese nombre puede entenderse por su necesidad de presentar una autoridad mayor en su testimonio misionero. Sin embargo, siempre queda la duda si era necesario apelar a esta denominación, o si lo que se refleja aquí es la fuerte personalidad de un incansable luchador.
En Hechos, cuando se registra un juicio al que debe acudir Pablo nunca se indica que él haya reclamado ser considerado como apóstol, ni el mismo texto hace mención alguna en ese sentido. Es más, en el juicio que se lleva a cabo en Jerusalén, cuando le van a azotar le increpa al centurión si le era lícito azotar a un ciudadano romano (22:25), pero no hace ninguna referencia a su carácter de apóstol que ha venido reclamando para sí en sus escritos. Se podrá decir que actuó en el marco de la ley romana y que, su carácter de apóstol no tenía allí ninguna relevancia, lo cual es relativo teniendo en cuenta el motivo por el cual había sido llevado a juicio por su predicación. Además, es en su carácter de ciudadano romano que va a ser enviado a Roma, sobre lo cual se hará referencia más adelante.
 La compleja carta a los gálatas
Pablo cree necesario, cuando le escribe a los Gálatas, comenzar por defender su ministerio afirmando que el evangelio que él anuncia “yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (1:11). Les recuerda como perseguía a los cristianos, pero que ha sido del agrado de Dios “apartarme desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia” para ir a predicar a los gentiles. Insiste en que no lo consultó con nadie ni “subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo”, obviando la introducción que le hizo Bernabé con los apóstoles muy cerca de su experiencia camino a Damasco (Cap.9).
Lo que afirma es que solo después de tres años fue a Jerusalén y estuvo con Pedro quince días, pero no vio a ninguno de los otros apóstoles, salvo a “Jacobo, el hermano del Señor”. Pasados catorce años va otra vez a Jerusalén, esta vez con Tito y Bernabé. En Hechos se habla del largo tiempo que se quedaron en Antioquía, pero no se menciona a Tito ((14:28). Según Hechos, Pablo da a entender que habló abiertamente con los apóstoles y los ancianos (15:4) pero en Gálatas dice que “expuso en privado a los que tenían cierta reputación” (2:2). Recelaba de los “falsos hermanos introducidos a escondidas” que intentaban someterles, pero ellos se resistieron. Enseguida, hace una dura crítica a los “que tenían reputación de ser algo, “lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa” porque, además, nada le comunicaron.
Esta referencia sin nombres da a entender que no se circunscribe a los judaizantes, a los que ya había descalificado. Su enojo es tan marcado que no puede tener un tono de piedad con ellos: “¡Ojalá se mutilasen los que los perturban!” (Gal.5:12) Lo que le importa es que se reconozca que a él se le ha “encomendado el evangelio de la incircuncisión”, pero que a Pedro se le ha reconocido el “apostolado de circuncisión”.
La versión que da aquí Pablo no parece congeniar, según Hechos, con lo acordado en Jerusalén. A Pablo, Bernabé, Jacobo, Cefas y Juan “que eran considerados como columnas” los envían a los gentiles con la “carta de los apóstoles, los ancianos y los hermanos”, que contempla las limitaciones rituales para los conversos griegos, a quienes no se les requerirá la circuncisión. Esa es la carta que llevan a la iglesia de Antioquía y que es muy bien recibida. De todos modos, en Hechos, no se menciona una división de ministerios tal como lo plantea Pablo en Gálatas.
Pablo no hace mención alguna del acuerdo que refiere Hechos, porque lo que Pablo registra en Gálatas es una muy fuerte discusión con Pedro cuando éste visita Antioquía. La fecha de esa visita no está registrada, solo se puede suponer. En Hechos no figura y, si ocurrió, no se sabe bien por qué no hay mención de la misma y solo se la comparte aquí. La acusación de Pablo parece contradecir lo que Pedro expresó en la asamblea de Jerusalén cuando, después de mucha discusión, manifestó que todos saben “que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen” y “ninguna diferencia hizo entre nosotros”. Ya Hechos había registrado el encuentro de Pedro con el centurión Cornelio, su fuerte experiencia al constatar que Dios no discrimina a los seres humanos y donde todo concluye con el bautismo de gentiles (Hechos 10)
¿Por qué el enojo de Pablo con Bernabé?
Él asegura que le echó en cara a Pedro que, por temor a los de la circuncisión, se apartaba de comer con los gentiles antes que llegara gente de Jacobo, lo que le resultaba condenable. Además, participaban otros judíos e incluso Bernabé que “fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.” (Gal.2:13) ¿Por qué Pablo se expresa en términos tan duros? Llama la atención esta animadversión con Bernabé por la manifiesta ayuda y cooperación que él demostrara para con Pablo. Bernabé, como líder de la iglesia de Jerusalén y reconocido como “varón bueno, y lleno del Espíritu Santo, y de fe” (11:24), fue uno de los primeros en creer en el cambio de Pablo y acercarlo a los apóstoles (9:27). Es él quien va a Tarso a unirse con Pablo para ayudar a la nueva iglesia de Antioquía. Más tarde, ésta los envía a la asamblea de Jerusalén, llevarán la ayuda para los pobres y compartirán el primer viaje misionero.
Bernabé y Pablo planeaban un segundo viaje misionero, pero tuvieron una disputa entre ellos sobre la participación de Juan Marcos, a lo que Pablo se oponía, por lo que según Hechos “hubo tal desacuerdo entre ellos que se separaron” (15:36-40). Esta escueta mención de la desavenencia entre ambos no hace referencia a la acusación de Pablo sobre desacuerdos sobre la comida judía y la convivencia con los gentiles a que alude en Gálatas. Es probable que Hechos haya evitado entrar en detalles sobre las desavenencias entre Pablo y Bernabé. Al menos, resulta ilustrativo de la personalidad de Pablo al reaccionar de una manera tan fuerte con aquel que fue su sostén en las primeras horas.
En este contexto, hay que mencionar un hecho por demás sugerente que refleja la compleja personalidad de Pablo. Una vez que se separa de Bernabé, se va con Silas a recorrer varios lugares hasta que llega a Derbe y a Listra. Allí había un discípulo llamado Timoteo, que era hijo de madre judía creyente y de padre griego. Pablo quería llevarlo con él y, curiosamente, “le circuncida por causa de los judíos que había en aquellos lugares” (16:3) y, además, porque el padre era griego.
La argumentación que se provee es un tanto débil. El hecho de que la madre fuese judía no ameritaba esa decisión. Se ha argumentado que Pablo estaba tratando de evitar conflictos y se hace referencia a lo que afirma en I Cor. 9:12 “A todos me he hecho todo, para que de todos modos salve a algunos.” Pero esta situación no necesariamente lo reclamaba. Por otro lado, la fuerte reprimenda a Pedro y la crítica a Bernabé no parecen afirmaciones que se puedan conjugar con aquel texto de Corintios.
Todo da a entender que Pablo quiere reafirmar su autoridad destacando su liderazgo a expensas de Pedro y de Bernabé. Así, acomete decididamente contra la sumisión a la ley “¿Recibieron el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír por fe?” (3:2). Se lamenta: “Me temo por vosotros, que haya trabajado en vano con ustedes.” (4:11)
Sin embargo, toda su prevención contra los que defendían la circuncisión parece haberse puesto en suspenso cuando viaja a Listra (14) ¿Fue esta una contradicción con lo que había enseñado en su carta a los Gálatas? Pablo insistió en que los gentiles no necesitaban circuncidarse, pero lo que está aquí como eje central, es el cuestionamiento a su propia autoridad, la que cree ha sido quebrantada en Gálatas, de allí que su respuesta refleja una posición muy intransigente.
Pablo, el ciudadano romano
Volviendo al discurso que el tribuno le permite dar a Pablo en lengua hebrea, como se ha mencionado, termina con un fuerte pedido de la gente: “Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva” (22:22). La situación era tan tensa que el tribuno decide meterlo en el cuartel y azotarlo. Es allí cuando Pablo reacciona preguntando al centurión presente:”¿Es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?”
La sorpresa y el temor se muestran en el centurión que acude de inmediato al tribuno. Éste le requiere una vez más a Pablo que diga si es ciudadano romano, porque que a él le ha costado mucho dinero conseguir esa ciudadanía, a lo que Pablo responde que la tiene de nacimiento (Ver Capítulo VIII). Por de pronto, no va a azotarlo, pero sí mantenerlo encadenado.
Interesado por saber de qué lo acusaban los judíos, reúne a los principales sacerdotes, y a todo el concilio. Otra vez, un juego político de un funcionario que sabe cómo manejarse políticamente y librarse de responsabilidades que pudieran involucrarlo. En este encuentro, el tribuno quiere que Pablo se dirija al concilio. No bien dice la primera frase el sumo sacerdote hace que le golpeen en la boca. Es una manera de decir; aquí mando yo. Pero Pablo no se amilana y reacciona con fuerza:” ¡Dios te abofetee a ti, pared blanqueada!” (23:3) Su reacción se basa en el hecho que él está ahí para ser juzgado según la ley, y se quebranta la ley golpeándolo. Al estar avisado de que se trata del sumo sacerdote no pierde el tiempo y se excusa recurriendo a una vieja ley del Éxodo “No injuriarás a los jueces, ni maldecir al príncipe de tu pueblo” (Ex. 23:4).
Entonces, para evitar ulteriores consecuencias, aprovecha el hecho de que en la concurrencia hay saduceos y fariseos. Por eso, resalta su lugar como fariseo, y que lo quieren juzgar por su esperanza en la resurrección de los muertos. Dicho esto, la audiencia se divide, porque los saduceos no aceptan la resurrección de los muertos y los fariseos reclaman que no se ha cometido ningún delito. El tribuno se da cuenta que el ambiente está muy caldeado y que lo mejor es llevar a Pablo a los cuarteles. Él trató de que el tema se resolviera entre los judíos, pero el alboroto lo empieza a complicar.
Pablo, su hermana y su sobrino
Las aguas no logran aquietarse, por el contrario, hay un grupo que quiere que lo lleven nuevamente a juicio, sabiendo que cuando ello ocurra habrá un grupo de cuarenta judíos conjurados para matarlo. Es en medio de esta situación que se menciona a una hermana de Pablo, cuyo hijo se entera del complot y le informa a su tío Pablo lo que traman (23:16-17).
Esta es una mención única sobre los lazos familiares de Pablo. No se dice que se hubiese reunido con ellos ni antes ni ahora. Se podrían mencionar algunas razones, una de ellas, que Pablo estaba muy preocupado por lo que habría de pasarle en Jerusalén. Sin embargo, su sobrino está al tanto sobre lo que sucede y sabe cómo contactarse con Pablo. Hay aquí un cierto misterio que Hechos no nos ayuda a develar, aunque su mención llama la atención y abre varios interrogantes.
El tribuno recibe al sobrino de Pablo y éste lo pone al tanto de todo lo que se planea. El tribuno no duda, el peligro es muy evidente, por eso manda preparar un grupo especial de soldados para que lleven a Pablo a Cesarea a fin de que estuviese a salvo con Félix, el gobernador, a quien el tribuno le había mandado una carta que Hechos reproduce (23:26:30) donde menciona que no encuentra delito en Pablo. Félix acepta la carta, confirmando que lo escuchará cuando estén presentes sus acusadores. Estamos en el preludio de un escenario preparado para librar responsabilidades. + (PE)
Capítulo X de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménica

Imágenes: “Un Episodio de la Fiebre Amarilla en Buenos Aires”, obra de Juan Manuel Blanes, uruguayo. Un óleo sobre tela inspirado en la tragedia de la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires en el primer semestre de 1871. Juan Manuel Blanes, considerado en su país como “el pintor de la patria”, nació el 8 de junio de 1830, en Montevideo y falleció el 15 de abril de 1901 en Pisa, Italia

El autor es teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002) y Emancipación de la Religión (2017)


Fuente: ALCNOTICIAS, 2017.

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