Por. Carlos Valle, Argentina
Si no puedes volar, corre, si no puedes
correr, camina, si no puedes caminar, gatea. Sin importar lo que hagas sigue
avanzado hacia adelante. Martin Luther King Jr.
Donde hay poca justicia es un peligro
tener razón. Francisco de Quevedo y Villegas
Después
de la emotiva despedida de los hermanos en Éfeso, Pablo con algunos discípulos
emprende el viaje a Jerusalén pasando por varias ciudades. Un itinerario que
dependía de que hubiese barcos disponibles. En todos los lugares a los que
arribaban, le rogaban a Pablo para que no fuera a Jerusalén. Se lo dicen en
Tiro y en Cesarea cuando se reúne con Felipe, “el evangelista”.
De
Judea, viene un profeta llamado Agabo que, tomando el cinturón de Pablo, ató
sus pies, para afirmar que el Espíritu Santo dice que así atarán los judíos a
Pablo para entregarlo a los griegos. El ruego para que desista de su partida a
Jerusalén es cada vez mayor. Pero la respuesta de Pablo es terminante: “Yo
estoy dispuesto no solo a ser atado, más aún a morir en Jerusalén por el nombre
del Señor” (21:13). Ante esta rotunda respuesta nos les queda más que aceptar
la decisión de Pablo de ir a Jerusalén. Allí se hospeda en casa de un antiguo
discípulo de Chipre, sobre quien hasta el momento no se había informado.
Arresto
de Pablo en el templo
Pablo
es bien recibido en la comunidad y, ya al otro día de su llegada, entra con los
otros discípulos para ver a Jacobo, donde “se hallaban reunidos todos los
ancianos” (21:18). En ese encuentro ya no hay mención de los otros apóstoles.
Pablo cuenta lo que ha hecho entre los gentiles, y ellos lo que han hecho entre
los judíos, “que son celosos por la ley” (21:20). Pareciera una competencia, en
la que las dos posiciones que se aceptaron en el encuentro de Jerusalén (Cap.
15), justifiquen que continúen las tensiones dentro de la comunidad cristiana.
Además,
le advierten a Pablo que hay rumores de que enseña a todos los judíos que están
entre los gentiles para que no sigan a Moisés, y que no circunciden a los hijos
ni observen las tradiciones. Para responder a ese rumor, que parece ser era
tomado en serio, le hacen una propuesta para enfrentar a la multitud que
seguramente se va a reunir. Hay cuatro hombres que tienen que cumplir un voto.
Le piden que Pablo los acompañe rapando él su cabeza, como ya lo había hecho
anteriormente (18:18). El motivo de los votos no está especificado, pero los
ancianos quieren que se demuestre claramente que Pablo vive acatando la ley.
Pablo
les recuerda que ha escrito a los gentiles que, si bien no se les requerirá
someterse a la circuncisión, hay ciertas tradiciones que deben seguir. Es la
única mención en Hechos sobre las cartas escritas por Pablo. Lo que él ha
mencionado es lo que está especificado en la carta que los apóstoles ofrecieron
como respuesta a la tensión entre judíos y gentiles en la asamblea de
Jerusalén. Una carta que Pablo conocía y llevó consigo, tal como se recuerda
que “al pasar por las ciudades, les entregaban las ordenanzas que habían
acordado los apóstoles y los ancianos” (16:4)
Cuando
los rumores se convierten en hechos
Pablo
cumple con el requerimiento de los ancianos, y al otro día entra en el templo,
cuando había que presentar la ofrenda como señal del cumplimiento de los días
de la purificación. (21:26). Pero los rumores ya habían crecido de tal manera
que no tenían poder para revertir lo que se consideraba como un hecho. Judíos
venidos de Asia alborotan a la gente, lo toman a Pablo y comienzan a acusarlo
de enemigo del pueblo, que introduce gentiles que profanan el templo. La
transformación de un rumor en un hecho es un fenómeno que, con el tiempo, se ha
ido sofisticando hasta el punto de llegar a dominar buena parte de la opinión
de la gente. Hay rumores que tienden a la insidia, porque buscan introducirse
en la zona reservada a las emociones. Las emociones tienen un elemento de
irracionalidad que puede provocar que los afectados, lleguen a reaccionar de
manera muy agresiva.
Además,
los rumores relacionados con lo religioso tocan aspectos profundos e
inconscientes que pueden producir perturbación o amenaza. Lo que pasa con Pablo
es un ejemplo muy claro de toda esta situación: cómo un rumor se transforma
hasta llegar a ser considerado un hecho real. Cuando esto sucede se ha
conseguido llegar a todos los rincones vulnerables del ser humano. Este tipo de
experiencia, se debe recordar, ha estado presente en toda la historia humana, y
hoy con todos los desarrollos tecnológicos, no solo mantiene sus principios
sino agudiza su sofisticación llegando a producir mayor vulnerabilidad. Pablo
es echado fuera del templo mientras se cierran sus puertas.
Las
acusaciones pasan de las palabras a los hechos. Comienzan a golpear fuertemente
a Pablo con intenciones de matarlo. Enterado el tribuno se apresura a
intervenir con sus soldados porque quieren saber qué es lo que pasa. Lo primero
que se les ocurre es encadenar a Pablo, para luego tratar de saber qué había
hecho. Un tipo de procedimiento policial muy repetido. La gritería era tan
confusa que deciden conducir a Pablo al cuartel. Para ello, son los soldados
los encargados de llevar en andas a Pablo porque la muchedumbre venía detrás
clamando por su muerte. (21:36)
La
defensa de Pablo
El
tribuno parece confundir a Pablo con un egipcio sedicioso a lo que éste
comienza por explicarle quién es él, a la vez que le pide le sea permitido
hablar al pueblo y en hebreo. Delante de la gente cuenta brevemente su vida:
(22:1) judío nacido en Tarso, instruido a los pies de Gamaliel que era un
miembro del Sanedrín y reconocido erudito. Vivía “estrictamente conforme a la
ley de nuestros padres”, y perseguía “este Camino hasta la muerte”. A continuación,
cuenta su experiencia yendo a Damasco, tal como se ha indicado Hechos 9. Pero
el alegato de Pablo no convence al gentío, por el contrario, claman por su vida
(22:22). El tribuno ordena que lo metan en la fortaleza. Allí es azotado y
atado con correas, esperando que dijera cuál son los motivos por los que ha
provocado tan fuerte intransigencia en el pueblo. La reacción que le provoca a
Pablo este encierro será mencionada más adelante.
Tres
versiones sobre la experiencia de Pablo
Volviendo
a la presentación ante el pueblo, Pablo relata, por segunda vez, su experiencia
camino a Damasco, sobre el que Hechos volverá a referirse una vez más cuando
Pablo tenga que declarar ante el rey Agripa (26). Allí le ruega que “oiga con
paciencia” el relato que se propone hacer de su propia vida. Así, en un momento,
vuelve a relatar su experiencia en Damasco introduciendo algunos agregados,
como que la voz le hablaba en “lengua hebrea”. Además, introduce un párrafo en
el que Jesús le indica con detalles que ha aparecido “para ponerte por ministro
y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti”.
Aquí, no solo se refiere a la confirmación de su ministerio sino preanuncia
próximas apariciones del Señor. Todo eso no figura en el texto del cap. 9,
donde solo se indica que será informado oportunamente.
Se
podría hablar de una contradicción entre este relato y el primero, lo que
llevaría a suponer que Pablo ha intentado reforzar su propia autoridad con este
tipo de afirmaciones. Cuando se recuerdan experiencias pasadas, al volver a
contarlas, es muy corriente que afloren detalles no mencionados en los primeros
momentos. Puede ser porque el relato se hace en una situación de mayor calma,
lo que da lugar a recordar pormenores que se obviaron en los primeros
comentarios.
Al
mismo tiempo, es bien factible que se tienda a añadir una más elaborada
descripción de lo sucedido a fin de reforzar la importancia de lo
experimentado. El relato se convierte en una interpretación, donde generalmente
el victimario manifiesta datos que lo justifican o favorecen.
Llama
la atención que, dentro del mismo libro, se consignen tres versiones
diferentes. La primera, es parte de la crónica del escritor de Hechos, mientras
que la segunda y tercera vienen directamente, al menos así se indica, del
propio testimonio de Pablo. Si se intentara rescatar como válidos los tres
relatos siempre estaremos en el terreno de un testimonio personal que solo se
exhibe a sí mismo como garante de una experiencia extrasensorial.
Se
podría decir que hubo testigos de esa experiencia: los hombres que acompañaban
a Pablo, quienes se “pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a
nadie.” (9:7) De todas maneras se trata de una participación ocasional que no
parece producir algún efecto en ellos, salvo el shock al que se hace referencia.
Sobre los testigos de este hecho no se vuelve a hacer referencia.
Pablo
asume esta experiencia como determinante para su ministerio y, por añadidura,
de su autoridad, por lo que reclama ser aceptado como uno de los apóstoles, que
es una denominación que él mismo se atribuye. Se recuerda que los apóstoles se
consideraron como tales por el hecho de haber sido testigos del Jesús
resucitado con el que comieron y bebieron. En la I Carta de Corintios Pablo
busca alinearse con todos los apóstoles que atestiguan haber visto a Jesús
resucitado, mencionando que a él se le apareció “como un abortivo”. Esa
aparición, que reclama haber experimentado, es su argumentación para
considerarse como “el más pequeño de los apóstoles” cuestionando a su favor el
hecho que había sido quien persiguió “a la iglesia de Dios”.
¿Quién
puede ser llamado apóstol?
Pablo
parece insistir en su carácter de apóstol – en griego enviado- que no se
conjuga con lo que se indica en Hechos. Primero, en ningún momento los
apóstoles, con quienes Pablo se reunió en varias oportunidades, manifestaron
que la experiencia que él había testimoniado le confería el derecho a ser
llamado apóstol. Segundo, en ningún lugar de Hechos se hace mención de que
otros discípulos, aún los muy reconocidos, como es el caso de Bernabé, hayan
sido considerados apóstoles. Esa calificación es parte de la tradición
posterior de la iglesia, pero pareciera no armonizar con el carácter
restringido mencionado en Hechos. Allí, se trata de una denominación que no
tiene un carácter jerárquico ni trasmisible, porque es evidente que tal cosa no
definía a la iglesia primitiva.
¿Quiénes
son estos ancianos?
Con
respecto a la mención de “ancianos” en Hechos, nos encontramos con la
introducción de una denominación que no se define. Pedro recuerda, en su
primera predicación, el anuncio del profeta Joel que “vuestros ancianos soñarán
sueños” (2:17).
Ancianos
son mencionados como parte del grupo que acompaña a las autoridades en
Jerusalén que juzgan a los apóstoles (4:5) Ancianos son también mencionados en
relación con la comunidad cristiana. Así ocurre, por ejemplo, en Hechos 11:30
como aquellos que reciben la ayuda para los hermanos de Judea por medio de
Pablo o Bernabé. También puede mencionarse como en varios lugares
“constituyeron ancianos en cada iglesia” (14:23) y, más tarde, el encuentro de
Pablo con los ancianos de Éfeso cuando les anuncia su despedida porque ninguno
“verá más mi rostro” (20:25).
La
presencia de estos ancianos, quienes no necesariamente eran personas mayores de
edad, habla de cierto reconocimiento que parece estar presente en toda
comunidad sin que los mismos asuman carácter jerárquico en una determinada
estructura eclesiástica, como cuando le piden que acompañe a cuatro hombres que
tienen que cumplir un voto (21:23). No parece haber indicios de que se trate
tanto de autoridades reconocidas como de personas con madurez y experiencia que
cooperan en el sostenimiento de la comunidad tal como, en buena parte, es la
experiencia que se comparte en el AT. Pero, el término apóstol se restringe al
testigo ocular del acontecimiento del Jesús vivo. Esta calificación se limita a
los doce discípulos, que se conforma con la elección de Matías como reemplazo
de Judas quien, desde ese momento, “fue contado con los once apóstoles” (1:26).
No
puede obviarse hacer mención al peculiar proceso para la elección de Matías que
se realiza “echando suertes”. Es difícil encontrar en la Biblia un proceder
similar para hechos tan trascendentes como lo fue la elección del duodécimo
apóstol. No hay indicación en el NT que este número de doce se entendiera como
un número que podría modificarse, o que podría cubrirse una vacante en caso de
que eso fuese necesario. Hay una sola mención como apóstoles para Bernabé y
Saulo, cuando son considerados como dioses en Listra (14:14). Aquí, más que
atestiguar la consideración reservada a testigos oculares, es diferenciarlos de
quienes, posiblemente bien intencionado, intentaban endiosarlos. Además, no se
hace referencia alguna de que la consideración de apóstol le fuera confiada a
ninguno de ellos. Esta única y ocasional mención no da lugar para mayores
elucubraciones al respecto.
El
carácter de apóstol tiene un contenido muy preciso y limitado, lo que lleva
irremediablemente a pregunta por qué Pablo la asume como propia. Lo cierto es
que asume este título y lo rubrica en sus cartas como un aval para sustentar su
ministerio, su visión teológica, sus consejos y sus admoniciones. Su asumida
autoridad como apóstol es lo primero que se menciona en todas ellas, salvo en
la Carta a los Filipenses y en Tesalonicenses –su primer escrito- que lo obvia.
Aparece en la que dirige a los Romanos:”Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a
ser apóstol”. Lo acentúa cuando envía su Primera Carta a los Corintios: “Pablo,
llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios…”. Llamativamente
en la Carta a los Gálatas destaca: “Pablo, apóstol (no de hombres ni por
hombre), sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los
muertos.” Posiblemente aquí el acento busca fortalecer el contenido mismo de su
carta.
¿Por
qué Pablo se llama a sí mismo apóstol?
Seguramente
hay que empezar por considerar esta apropiación del título “apóstol” en
relación a su necesidad de mostrar autoridad. La iglesia primitiva no tenía una
organización jerárquica ni piramidal. El caso de los apóstoles aparece como un
hecho excepcional que los distingue de los demás discípulos por su cercanía y
por la evidencia de ser testigos oculares. Nadie más reclamó ser igualado con
ellos. Es solo Pablo, que relata su propia experiencia de fe como un calco del
relato de los apóstoles, por lo que procede a demandar su autoridad.
Lo que
llevó a Pablo a reclamar ese nombre puede entenderse por su necesidad de
presentar una autoridad mayor en su testimonio misionero. Sin embargo, siempre
queda la duda si era necesario apelar a esta denominación, o si lo que se
refleja aquí es la fuerte personalidad de un incansable luchador.
En
Hechos, cuando se registra un juicio al que debe acudir Pablo nunca se indica
que él haya reclamado ser considerado como apóstol, ni el mismo texto hace
mención alguna en ese sentido. Es más, en el juicio que se lleva a cabo en
Jerusalén, cuando le van a azotar le increpa al centurión si le era lícito
azotar a un ciudadano romano (22:25), pero no hace ninguna referencia a su
carácter de apóstol que ha venido reclamando para sí en sus escritos. Se podrá
decir que actuó en el marco de la ley romana y que, su carácter de apóstol no
tenía allí ninguna relevancia, lo cual es relativo teniendo en cuenta el motivo
por el cual había sido llevado a juicio por su predicación. Además, es en su
carácter de ciudadano romano que va a ser enviado a Roma, sobre lo cual se hará
referencia más adelante.
La
compleja carta a los gálatas
Pablo
cree necesario, cuando le escribe a los Gálatas, comenzar por defender su
ministerio afirmando que el evangelio que él anuncia “yo ni lo recibí ni lo
aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (1:11). Les
recuerda como perseguía a los cristianos, pero que ha sido del agrado de Dios
“apartarme desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia” para ir a
predicar a los gentiles. Insiste en que no lo consultó con nadie ni “subí a
Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo”, obviando la introducción que
le hizo Bernabé con los apóstoles muy cerca de su experiencia camino a Damasco
(Cap.9).
Lo que
afirma es que solo después de tres años fue a Jerusalén y estuvo con Pedro
quince días, pero no vio a ninguno de los otros apóstoles, salvo a “Jacobo, el
hermano del Señor”. Pasados catorce años va otra vez a Jerusalén, esta vez con
Tito y Bernabé. En Hechos se habla del largo tiempo que se quedaron en
Antioquía, pero no se menciona a Tito ((14:28). Según Hechos, Pablo da a
entender que habló abiertamente con los apóstoles y los ancianos (15:4) pero en
Gálatas dice que “expuso en privado a los que tenían cierta reputación” (2:2).
Recelaba de los “falsos hermanos introducidos a escondidas” que intentaban
someterles, pero ellos se resistieron. Enseguida, hace una dura crítica a los
“que tenían reputación de ser algo, “lo que hayan sido en otro tiempo nada me
importa” porque, además, nada le comunicaron.
Esta
referencia sin nombres da a entender que no se circunscribe a los judaizantes,
a los que ya había descalificado. Su enojo es tan marcado que no puede tener un
tono de piedad con ellos: “¡Ojalá se mutilasen los que los perturban!”
(Gal.5:12) Lo que le importa es que se reconozca que a él se le ha “encomendado
el evangelio de la incircuncisión”, pero que a Pedro se le ha reconocido el
“apostolado de circuncisión”.
La
versión que da aquí Pablo no parece congeniar, según Hechos, con lo acordado en
Jerusalén. A Pablo, Bernabé, Jacobo, Cefas y Juan “que eran considerados como
columnas” los envían a los gentiles con la “carta de los apóstoles, los
ancianos y los hermanos”, que contempla las limitaciones rituales para los
conversos griegos, a quienes no se les requerirá la circuncisión. Esa es la
carta que llevan a la iglesia de Antioquía y que es muy bien recibida. De todos
modos, en Hechos, no se menciona una división de ministerios tal como lo
plantea Pablo en Gálatas.
Pablo
no hace mención alguna del acuerdo que refiere Hechos, porque lo que Pablo
registra en Gálatas es una muy fuerte discusión con Pedro cuando éste visita
Antioquía. La fecha de esa visita no está registrada, solo se puede suponer. En
Hechos no figura y, si ocurrió, no se sabe bien por qué no hay mención de la
misma y solo se la comparte aquí. La acusación de Pablo parece contradecir lo
que Pedro expresó en la asamblea de Jerusalén cuando, después de mucha
discusión, manifestó que todos saben “que Dios escogió que los gentiles oyesen
por mi boca la palabra del evangelio y creyesen” y “ninguna diferencia hizo
entre nosotros”. Ya Hechos había registrado el encuentro de Pedro con el
centurión Cornelio, su fuerte experiencia al constatar que Dios no discrimina a
los seres humanos y donde todo concluye con el bautismo de gentiles (Hechos 10)
¿Por
qué el enojo de Pablo con Bernabé?
Él
asegura que le echó en cara a Pedro que, por temor a los de la circuncisión, se
apartaba de comer con los gentiles antes que llegara gente de Jacobo, lo que le
resultaba condenable. Además, participaban otros judíos e incluso Bernabé que
“fue también arrastrado por la hipocresía de ellos.” (Gal.2:13) ¿Por qué Pablo
se expresa en términos tan duros? Llama la atención esta animadversión con
Bernabé por la manifiesta ayuda y cooperación que él demostrara para con Pablo.
Bernabé, como líder de la iglesia de Jerusalén y reconocido como “varón bueno,
y lleno del Espíritu Santo, y de fe” (11:24), fue uno de los primeros en creer
en el cambio de Pablo y acercarlo a los apóstoles (9:27). Es él quien va a
Tarso a unirse con Pablo para ayudar a la nueva iglesia de Antioquía. Más
tarde, ésta los envía a la asamblea de Jerusalén, llevarán la ayuda para los
pobres y compartirán el primer viaje misionero.
Bernabé
y Pablo planeaban un segundo viaje misionero, pero tuvieron una disputa entre
ellos sobre la participación de Juan Marcos, a lo que Pablo se oponía, por lo
que según Hechos “hubo tal desacuerdo entre ellos que se separaron” (15:36-40).
Esta escueta mención de la desavenencia entre ambos no hace referencia a la
acusación de Pablo sobre desacuerdos sobre la comida judía y la convivencia con
los gentiles a que alude en Gálatas. Es probable que Hechos haya evitado entrar
en detalles sobre las desavenencias entre Pablo y Bernabé. Al menos, resulta
ilustrativo de la personalidad de Pablo al reaccionar de una manera tan fuerte
con aquel que fue su sostén en las primeras horas.
En
este contexto, hay que mencionar un hecho por demás sugerente que refleja la
compleja personalidad de Pablo. Una vez que se separa de Bernabé, se va con
Silas a recorrer varios lugares hasta que llega a Derbe y a Listra. Allí había
un discípulo llamado Timoteo, que era hijo de madre judía creyente y de padre griego.
Pablo quería llevarlo con él y, curiosamente, “le circuncida por causa de los
judíos que había en aquellos lugares” (16:3) y, además, porque el padre era
griego.
La
argumentación que se provee es un tanto débil. El hecho de que la madre fuese
judía no ameritaba esa decisión. Se ha argumentado que Pablo estaba tratando de
evitar conflictos y se hace referencia a lo que afirma en I Cor. 9:12 “A todos
me he hecho todo, para que de todos modos salve a algunos.” Pero esta situación
no necesariamente lo reclamaba. Por otro lado, la fuerte reprimenda a Pedro y
la crítica a Bernabé no parecen afirmaciones que se puedan conjugar con aquel
texto de Corintios.
Todo
da a entender que Pablo quiere reafirmar su autoridad destacando su liderazgo a
expensas de Pedro y de Bernabé. Así, acomete decididamente contra la sumisión a
la ley “¿Recibieron el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír por fe?”
(3:2). Se lamenta: “Me temo por vosotros, que haya trabajado en vano con
ustedes.” (4:11)
Sin
embargo, toda su prevención contra los que defendían la circuncisión parece
haberse puesto en suspenso cuando viaja a Listra (14) ¿Fue esta una
contradicción con lo que había enseñado en su carta a los Gálatas? Pablo
insistió en que los gentiles no necesitaban circuncidarse, pero lo que está
aquí como eje central, es el cuestionamiento a su propia autoridad, la que cree
ha sido quebrantada en Gálatas, de allí que su respuesta refleja una posición
muy intransigente.
Pablo,
el ciudadano romano
Volviendo
al discurso que el tribuno le permite dar a Pablo en lengua hebrea, como se ha
mencionado, termina con un fuerte pedido de la gente: “Quita de la tierra a tal
hombre, porque no conviene que viva” (22:22). La situación era tan tensa que el
tribuno decide meterlo en el cuartel y azotarlo. Es allí cuando Pablo reacciona
preguntando al centurión presente:”¿Es lícito azotar a un ciudadano romano sin
haber sido condenado?”
La
sorpresa y el temor se muestran en el centurión que acude de inmediato al
tribuno. Éste le requiere una vez más a Pablo que diga si es ciudadano romano,
porque que a él le ha costado mucho dinero conseguir esa ciudadanía, a lo que
Pablo responde que la tiene de nacimiento (Ver Capítulo VIII). Por de pronto,
no va a azotarlo, pero sí mantenerlo encadenado.
Interesado
por saber de qué lo acusaban los judíos, reúne a los principales sacerdotes, y
a todo el concilio. Otra vez, un juego político de un funcionario que sabe cómo
manejarse políticamente y librarse de responsabilidades que pudieran
involucrarlo. En este encuentro, el tribuno quiere que Pablo se dirija al
concilio. No bien dice la primera frase el sumo sacerdote hace que le golpeen
en la boca. Es una manera de decir; aquí mando yo. Pero Pablo no se amilana y
reacciona con fuerza:” ¡Dios te abofetee a ti, pared blanqueada!” (23:3) Su
reacción se basa en el hecho que él está ahí para ser juzgado según la ley, y
se quebranta la ley golpeándolo. Al estar avisado de que se trata del sumo
sacerdote no pierde el tiempo y se excusa recurriendo a una vieja ley del Éxodo
“No injuriarás a los jueces, ni maldecir al príncipe de tu pueblo” (Ex. 23:4).
Entonces,
para evitar ulteriores consecuencias, aprovecha el hecho de que en la
concurrencia hay saduceos y fariseos. Por eso, resalta su lugar como fariseo, y
que lo quieren juzgar por su esperanza en la resurrección de los muertos. Dicho
esto, la audiencia se divide, porque los saduceos no aceptan la resurrección de
los muertos y los fariseos reclaman que no se ha cometido ningún delito. El
tribuno se da cuenta que el ambiente está muy caldeado y que lo mejor es llevar
a Pablo a los cuarteles. Él trató de que el tema se resolviera entre los
judíos, pero el alboroto lo empieza a complicar.
Pablo,
su hermana y su sobrino
Las
aguas no logran aquietarse, por el contrario, hay un grupo que quiere que lo
lleven nuevamente a juicio, sabiendo que cuando ello ocurra habrá un grupo de
cuarenta judíos conjurados para matarlo. Es en medio de esta situación que se
menciona a una hermana de Pablo, cuyo hijo se entera del complot y le informa a
su tío Pablo lo que traman (23:16-17).
Esta
es una mención única sobre los lazos familiares de Pablo. No se dice que se
hubiese reunido con ellos ni antes ni ahora. Se podrían mencionar algunas
razones, una de ellas, que Pablo estaba muy preocupado por lo que habría de
pasarle en Jerusalén. Sin embargo, su sobrino está al tanto sobre lo que sucede
y sabe cómo contactarse con Pablo. Hay aquí un cierto misterio que Hechos no
nos ayuda a develar, aunque su mención llama la atención y abre varios
interrogantes.
El
tribuno recibe al sobrino de Pablo y éste lo pone al tanto de todo lo que se
planea. El tribuno no duda, el peligro es muy evidente, por eso manda preparar
un grupo especial de soldados para que lleven a Pablo a Cesarea a fin de que
estuviese a salvo con Félix, el gobernador, a quien el tribuno le había mandado
una carta que Hechos reproduce (23:26:30) donde menciona que no encuentra
delito en Pablo. Félix acepta la carta, confirmando que lo escuchará cuando
estén presentes sus acusadores. Estamos en el preludio de un escenario
preparado para librar responsabilidades. + (PE)
Capítulo
X de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle,
que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
Imágenes: “Un Episodio
de la Fiebre Amarilla en Buenos Aires”, obra de Juan Manuel Blanes, uruguayo.
Un óleo sobre tela inspirado en la tragedia de la epidemia de fiebre amarilla
en Buenos Aires en el primer semestre de 1871. Juan Manuel Blanes, considerado
en su país como “el pintor de la patria”, nació el 8 de junio de 1830, en
Montevideo y falleció el 15 de abril de 1901 en Pisa, Italia
El autor es teólogo, con estudios en Alemania y
Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento
de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos
(ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985.
Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana
(WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Fe en tiempos difíciles (982)
Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990);
Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002) y
Emancipación de la Religión (2017)
Fuente:
ALCNOTICIAS, 2017.
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