Por Hilario Wynarczyk, Argentina. (*)
Participación cívica.
En la Argentina tenemos un sistema constitucional republicano, basado en la alternancia en el poder, la elección de los funcionarios mediante el voto, la división de los poderes y los controles sobre los poderes del Estado.
Este sistema indudablemente funciona pero también es cierto que la cultura política de los argentinos, no es completamente republicana. De hecho a comienzos del 82 los argentinos fueron reprimidos por un gobierno militar en el mes de marzo, y el 2 de abril se plegaron a una aventura bélica en las islas Malvinas, que resultó desastrosa en vidas humanas, recursos económicos y el impacto psicológico sobre la identidad de los argentinos.
En nuestro país contamos con fuertes rasgos autoritarios y populistas inscriptos en nuestras conductas cívicas, y por otra parte, tendencias a evitar el cumplimiento de las normas, lo cual contribuye a que el sistema no funcione bien. Se trata de un círculo vicioso porque la falta de premios y castigos trabaja en definitiva como un dispositivo pedagógico para aprender a no cumplir las normas.
Este dispositivo es una influencia ambiental que actúa sobre las personas desde que son muy jóvenes, como lo vemos con los jóvenes que matan personas con sus autos y huyen o los ciclistas que circulan por las veredas y a contramano.
En tal sentido es importante que las personas se incorporen a la política, que reclamen derechos y lugares y que participen en forma responsable. Es necesaria una participación decidida para aumentar la calidad institucional del país y para hacer que el Estado integre mejor los intereses de las personas y los colectivos y brinde respuestas a esos intereses.
En ese espacio de participación los evangélicos tienen bastante para hacer a partir de la tradición de administración de muchas de sus congregaciones mediante asambleas, comisiones de trabajo, juntas directivas, desempeños de diversos papeles en las iglesias (algunos modestos), y códigos éticos que emanan de sus creencias religiosas.
En las congregaciones evangélicas, aunque a veces se basan en una centralidad personalista de los pastores (también afín con nuestras herencias culturales) existen espacios para la actuación de personas que fuera de las congregaciones no tienen un papel social significativo: personas que solamente participan de sus trabajos y sus familias pero no de otras organizaciones donde puedan dar opiniones y desempeñar diversos papeles en comisiones y equipos.
Los evangélicos en la política.
Muchos evangélicos huyen de la política, debido en gran medida a herencias de las iglesias misioneras, que asociaban la política con “el mundo” y obviamente, “el mundo” con “el mal”. En respuesta, algunos evangélicos han querido crear clubes políticos y partidos políticos.
La experiencia muestra bien que la creación de partidos políticos confesionales es mala. En primer término porque va contra la laicidad del Estado, que es un hecho conveniente para el mejor funcionamiento de una democracia. En segundo lugar porque está probado que esos partidos no funcionan en escenarios como el de la Argentina.
La Democracia Cristiana fundada por los católicos existió por varias décadas y tuvo algunos éxitos, pero finalmente una notable decadencia. Y los intentos de crear partidos políticos evangélicos entre los años 1990 y 2001 resultaron un fracaso. Estos partidos no tienen posibilidades de éxito donde existen partidos importantes que representan los intereses de clase y la cultura de la población.
Además, los evangélicos en tal caso solamente pueden buscar votos en las congregaciones. Pero a la vez los pastores y los líderes de las federaciones lo van a impedir, porque están decididamente en contra de mezclar la política con la religión.
Creo que los evangélicos deben participar simplemente como ciudadanos y nada más que como tales, a partir de sus valores personales. Y estos valores pueden nutrirse de su condición de creyentes.
Cada individuo responsable posee un equipamiento de valores que puede tener su origen en una formulación teológica, en una filosofía, en una herencia familiar, en la herencia de un barrio y otros lugares que funcionan como usinas de la cultura. De ese modo los evangélicos pueden colaborar con el fortalecimiento de la democracia, con el fortalecimiento institucional del Estado y el sistema republicano, y a la vez poner un plus en el mantenimiento de la separación entre la iglesia y el Estado.
Me parece incorrecto y hasta pretencioso que los evangélicos quieran entrar en la política para ser “sal y luz de la tierra”, lo cual significa asumir que serán el cordón que unirá al país con Dios, una especie de fuerza mesiánica, que no hace sino reforzar tendencias mesiánicas existentes en sectores de la política, y en la cultura, de nuestro país.
Punterismo sustitutivo.
En ciertas ocasiones surgen comentarios referentes al acercamiento de políticos o funcionarios a los líderes evangélicos para ofrecerles ayudas a cambio de admitir una influencia política. Esto merece un comentario.
Aparentemente existiría una tendencia de parte del liderazgo evangélico, en ciertos niveles y situaciones o contextos, a enrolarse en intercambios prebendarios con el Estado principalmente en los espacios institucionales de nivel municipal. Si esto efectivamente sucede en sectores populares, significa que los pastores tienden a convertirse en punteros sustitutos, tal vez guiados por la buena voluntad.
Esas prácticas irían a la inversa precisamente de una contribución al fortalecimiento de la institucionalidad del sistema político, pese a que podrían brindar beneficios para las congregaciones en forma de recursos para modestos programas sociales o de educación.
Estas conductas, si tienen lugar, contribuyen a la cooptación de personas como estrategia de maximización del poder por medio del empleo de recursos, que realmente pertenecen a la sociedad y al Estado que la representa y articula como “polis”; en definitiva tienden a fortalecer mecanismos de concentración personalista del poder por encima de la institucionalidad.
De todos modos resulta inevitable en cualquier organización política. Es parte de la condición humana y algunas veces inevitable dependiendo de la presión de las circunstancias. Lo importante es aminorar sus efectos negativos. + (PE)
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Participación cívica.
En la Argentina tenemos un sistema constitucional republicano, basado en la alternancia en el poder, la elección de los funcionarios mediante el voto, la división de los poderes y los controles sobre los poderes del Estado.
Este sistema indudablemente funciona pero también es cierto que la cultura política de los argentinos, no es completamente republicana. De hecho a comienzos del 82 los argentinos fueron reprimidos por un gobierno militar en el mes de marzo, y el 2 de abril se plegaron a una aventura bélica en las islas Malvinas, que resultó desastrosa en vidas humanas, recursos económicos y el impacto psicológico sobre la identidad de los argentinos.
En nuestro país contamos con fuertes rasgos autoritarios y populistas inscriptos en nuestras conductas cívicas, y por otra parte, tendencias a evitar el cumplimiento de las normas, lo cual contribuye a que el sistema no funcione bien. Se trata de un círculo vicioso porque la falta de premios y castigos trabaja en definitiva como un dispositivo pedagógico para aprender a no cumplir las normas.
Este dispositivo es una influencia ambiental que actúa sobre las personas desde que son muy jóvenes, como lo vemos con los jóvenes que matan personas con sus autos y huyen o los ciclistas que circulan por las veredas y a contramano.
En tal sentido es importante que las personas se incorporen a la política, que reclamen derechos y lugares y que participen en forma responsable. Es necesaria una participación decidida para aumentar la calidad institucional del país y para hacer que el Estado integre mejor los intereses de las personas y los colectivos y brinde respuestas a esos intereses.
En ese espacio de participación los evangélicos tienen bastante para hacer a partir de la tradición de administración de muchas de sus congregaciones mediante asambleas, comisiones de trabajo, juntas directivas, desempeños de diversos papeles en las iglesias (algunos modestos), y códigos éticos que emanan de sus creencias religiosas.
En las congregaciones evangélicas, aunque a veces se basan en una centralidad personalista de los pastores (también afín con nuestras herencias culturales) existen espacios para la actuación de personas que fuera de las congregaciones no tienen un papel social significativo: personas que solamente participan de sus trabajos y sus familias pero no de otras organizaciones donde puedan dar opiniones y desempeñar diversos papeles en comisiones y equipos.
Los evangélicos en la política.
Muchos evangélicos huyen de la política, debido en gran medida a herencias de las iglesias misioneras, que asociaban la política con “el mundo” y obviamente, “el mundo” con “el mal”. En respuesta, algunos evangélicos han querido crear clubes políticos y partidos políticos.
La experiencia muestra bien que la creación de partidos políticos confesionales es mala. En primer término porque va contra la laicidad del Estado, que es un hecho conveniente para el mejor funcionamiento de una democracia. En segundo lugar porque está probado que esos partidos no funcionan en escenarios como el de la Argentina.
La Democracia Cristiana fundada por los católicos existió por varias décadas y tuvo algunos éxitos, pero finalmente una notable decadencia. Y los intentos de crear partidos políticos evangélicos entre los años 1990 y 2001 resultaron un fracaso. Estos partidos no tienen posibilidades de éxito donde existen partidos importantes que representan los intereses de clase y la cultura de la población.
Además, los evangélicos en tal caso solamente pueden buscar votos en las congregaciones. Pero a la vez los pastores y los líderes de las federaciones lo van a impedir, porque están decididamente en contra de mezclar la política con la religión.
Creo que los evangélicos deben participar simplemente como ciudadanos y nada más que como tales, a partir de sus valores personales. Y estos valores pueden nutrirse de su condición de creyentes.
Cada individuo responsable posee un equipamiento de valores que puede tener su origen en una formulación teológica, en una filosofía, en una herencia familiar, en la herencia de un barrio y otros lugares que funcionan como usinas de la cultura. De ese modo los evangélicos pueden colaborar con el fortalecimiento de la democracia, con el fortalecimiento institucional del Estado y el sistema republicano, y a la vez poner un plus en el mantenimiento de la separación entre la iglesia y el Estado.
Me parece incorrecto y hasta pretencioso que los evangélicos quieran entrar en la política para ser “sal y luz de la tierra”, lo cual significa asumir que serán el cordón que unirá al país con Dios, una especie de fuerza mesiánica, que no hace sino reforzar tendencias mesiánicas existentes en sectores de la política, y en la cultura, de nuestro país.
Punterismo sustitutivo.
En ciertas ocasiones surgen comentarios referentes al acercamiento de políticos o funcionarios a los líderes evangélicos para ofrecerles ayudas a cambio de admitir una influencia política. Esto merece un comentario.
Aparentemente existiría una tendencia de parte del liderazgo evangélico, en ciertos niveles y situaciones o contextos, a enrolarse en intercambios prebendarios con el Estado principalmente en los espacios institucionales de nivel municipal. Si esto efectivamente sucede en sectores populares, significa que los pastores tienden a convertirse en punteros sustitutos, tal vez guiados por la buena voluntad.
Esas prácticas irían a la inversa precisamente de una contribución al fortalecimiento de la institucionalidad del sistema político, pese a que podrían brindar beneficios para las congregaciones en forma de recursos para modestos programas sociales o de educación.
Estas conductas, si tienen lugar, contribuyen a la cooptación de personas como estrategia de maximización del poder por medio del empleo de recursos, que realmente pertenecen a la sociedad y al Estado que la representa y articula como “polis”; en definitiva tienden a fortalecer mecanismos de concentración personalista del poder por encima de la institucionalidad.
De todos modos resulta inevitable en cualquier organización política. Es parte de la condición humana y algunas veces inevitable dependiendo de la presión de las circunstancias. Lo importante es aminorar sus efectos negativos. + (PE)
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*Hilario Wynarczyk, Doctor en Sociología. Socio fundador y miembro de la Asamblea Directiva del CALIR, Consejo Argentino para la Libertad Religiosa. Asesor de la Secretaría de Culto de la Cancillería 1999-2001. Miembro de la Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales, RELEP, el Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos, PROLADES, y la Asociación de Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur.
Publicado por Editor de Contenidos: www.cristianet.com.ar
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