Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México.
1. El malentendido de la vida cotidiana
Acaso el Eclesiastés sea un libro difícil precisamente por asumir la existencia con una mirada que va más allá de los esquemas religiosos superficiales y acaso también su dificultad radique en que, al reflejar el espíritu de la época en que fue escrito, se acerque más a nuestra situación para mirarnos en él como si fuera un espejo crítico de la banalidad con que el mundo quiere atraparnos. El Predicador, enigmático hablante del libro, se sitúa en el cap. 2 ante la posibilidad de agasajar a su corazón con la alegría del vino y el placer. La palabra clave, vanidad, lo vacío, lo hueco, lo asalta inmediatamente a la hora de juzgar su decisión de vivir de esta manera.
El libro de Eclesiastés empieza afirmando que todo es hebel. Hebel es la palabra hebrea que tradicionalmente ha sido traducida por vanidad. Pero esta palabra, en hebreo, tiene una gama de significados mucho más amplia que el concepto vanidad. Algunos de estos significados son: soplo, viento, suspiro, vacío, nada, vaciedad, irrealidad, ilusión, fatuidad, fantasma e ídolo. El término vanidad viene del latín vanus y significa: vacío, hueco, inútil, ineficaz, nulo. La Septuaginta tradujo hebel por mataiótes que significa inútil o ineficiente.
Por eso, debe ser afirmado que el termino vanidad —tan típico de Qohélet y característico de su pensamiento— debe ser comprendido con el sentido de inutilidad o de algo inestable y poco duradero, y no en el sentido más común que tiene la palabra vanidad en nuestra cultura, esto es, el deseo inmoderado de atraer admiración u homenajes, ni mucho menos en el sentido de presunción, frivolidad o futilidad.[1]
El problema que expone en el v. 3 es algo muy difícil de realizar: vivir así y, con todo, “andar en sabiduría”. A partir del v. 4 habla de un esfuerzo notorio por “vivir bien”, de la mejor manera posible. En el 7, compra el trabajo de otras personas para redoblar el beneficio para su persona. El v. 10 expresa cómo llegó al extremo de la futilidad, al “no negarse nada que vieran sus ojos”, algo así como un consumidor incontrolable en una gran tienda departamental de hoy. Este exceso hedonista rompe ampliamente con la típica frugalidad que uno podría esperar de un autor judío. La gran interrogante de todo el libro es el trasfondo de esta búsqueda frenética del placer (1.3): “¿Qué provecho obtiene una persona de todo su trabajo con que esfuerza debajo del sol?”. Una versión más sencilla, dice: “Realmente, en esta vida nada ganamos con tanto trabajar” (TLS).
De esta manera, luego de la fuerte afirmación sobre el hebel, Qohélet pone una pregunta que tiene que ver con el sentido del trabajo. El trae a tono la situación de millones de trabajadores que día a día se fatigan desde el amanecer hasta el anochecer.
¿Qué provecho? o sea, ¿Qué nos queda después del trabajo? ¿Tan solo el cansancio? ¿Hay un sueldo? ¿Qué sueldo?; ¿Qué provecho?, puede también ser dicho de la siguiente manera: ¿Cuánto será nuestro sueldo al fin de mes?
Provecho es la traducción de la palabra hebrea yithron. Palabra que también puede significar: ganancia, superávit y ventaja. El origen de este término debe ser buscado en el medio comercial. Era un término técnico usado en el momento de hacer un balance.
La pregunta de Qohélet tiene que ver con la utilidad o inutilidad del trabajo, Pues no hay nada peor que el trabajo inútil y —como veremos luego— monótono. Trabajar inútilmente sabiendo con anticipación que el trabajo no tendrá frutos. Será estéril. No alcanzará ni para echarle algo a la olla. No alcanzará para educar los hijos. No alcanzará para nada... (Idem).
2. Trabajo humano y futuro de Dios
El Ecl.esiastés, con su obsesión por el trabajo inútil, pone sobre la mesa el peligro de alterar el sentido de la vida en aras de la vacuidad. Gutiérrez califica al libro como exponiendo la imagen de un Sísifo semítico, es decir, aquella persona de la imaginería griega que no termina nunca de subir una cuesta con una piedra, cuyo peso lo obliga a volver a hacerlo interminablemente. Un balance crítico de esta situación llega, en el v. 13, a reconocer que con sabiduría es posible sobreponerse a la tragedia del trabajo inútil. El v. 17 no vacila en exponer el dolor vital más profundo contra la existencia misma y contra el trabajo (v. 18). El v. 19 todavía cuestiona la validez de una sabiduría que no alcanza a dar razón plena de una existencia así.
De ese modo, al llegar al v. 24, la mano de Dios es vista como aquella que provee una existencia tranquila a las personas, sin pretensiones ni amarguras excesivas. Porque parece que a mayor pretensión y afán, mayor amargura y resentimiento. Solamente que los contextos en que puede situarse una reflexión de este tipo deben ser bien analizados, especialmente cuando se mira alrededor y se aprecia que las condiciones vitales son más favorables, como siempre, para unos cuantos que para la mayoría. Eclesiastés está del lado de las mayorías que no tienen acceso a lujos ni excesos. Su mirada crítica sobre la actitud ambiciosa desemboca en una serie de conclusiones que la pone en entredicho radicalmente. La felicidad humana no se encuentra en la acumulación de objetos sino en la posibilidad de mirarse, cotidianamente, en camino constante hacia la felicidad que viene de la mano de Dios. Dios, a quien le agrada, concluye, le da sabiduría, ciencia y gozo (v. 26). ¡Todo al mismo tiempo! Él decide finalmente, con su designio total adjudicar espacios a cada persona. Pero incluso reconocer todo ello es vano…
Pero, y siempre los peros cuando llega el momento del balance, Qohélet afirma que es más ventajoso el saber, pues la sabiduría permite ver el Sol (vivir) a quien la tiene. Y aún da un consejo: en los días del bien goza el bien; y en los días de la adversidad considera (7,14a). Considera, o sea, reflexiona. Felicidad y tristeza, bien y adversidad, son obras de Elohim, creadas por Él a fin de que Adán no pueda conocer el futuro (7,14b). Días de bien y días de adversidad se suceden en la existencia bajo el frío mirar de la ocasión y del destino. Ocasión que puede ser entendida como azar. Así, Qohélet afirma en 9,11 que todo es tiempo y azar (pega) . Sin embargo, y aquí está la sabiduría de Qohélet, en los días de adversidad no hay que ser infeliz, hay que considerar y reflexionar. De este modo, el sabio debe ser feliz en los días de bien y calmo y reflexivo en los días adversos. Basta a cada día su propio mal, enseñará Jesús siglos más tarde (Mt 6,34). (Idem).
Por todo ello, parece como si Jesús, en Lucas 12, intenta responder crítica y audazmente las dudas de Eclesdiastés cuando en el v. 15, y para contestar la pregunta sobre una herencia, enfatiza que la vida humana no depende de la abundancia de bienes. “Hay que ser rico para con Dios” (21), concluye Jesús y poner el futuro y la esperanza del trabajo en sus manos. Afanarse sólo acarrea preocupaciones en exceso. Jesús, de esta manera, ofrece un mensaje de una actualidad insuperable: poner las obras personales en la perspectiva del Reino de Dios es lo mejor que puede hacerse (v. 31). El Eclesiastés y Jesús mismo serían hoy unos duros críticos de la mentalidad que domina a nuestro tiempo, época de los excesos exteriores y enormes limitaciones interiores espirituales.
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[1] Jorge Luis Rodríguez Gutiérrez, “¿Qué provecho tiene Adán de todo su trabajo con que se fatiga bajo del sol? (Ecl 1.2)”, en RIBLA, núm. 30, www.claiweb.org/ribla/ribla30/que%20provecho%20tiene%20adan.html
1. El malentendido de la vida cotidiana
Acaso el Eclesiastés sea un libro difícil precisamente por asumir la existencia con una mirada que va más allá de los esquemas religiosos superficiales y acaso también su dificultad radique en que, al reflejar el espíritu de la época en que fue escrito, se acerque más a nuestra situación para mirarnos en él como si fuera un espejo crítico de la banalidad con que el mundo quiere atraparnos. El Predicador, enigmático hablante del libro, se sitúa en el cap. 2 ante la posibilidad de agasajar a su corazón con la alegría del vino y el placer. La palabra clave, vanidad, lo vacío, lo hueco, lo asalta inmediatamente a la hora de juzgar su decisión de vivir de esta manera.
El libro de Eclesiastés empieza afirmando que todo es hebel. Hebel es la palabra hebrea que tradicionalmente ha sido traducida por vanidad. Pero esta palabra, en hebreo, tiene una gama de significados mucho más amplia que el concepto vanidad. Algunos de estos significados son: soplo, viento, suspiro, vacío, nada, vaciedad, irrealidad, ilusión, fatuidad, fantasma e ídolo. El término vanidad viene del latín vanus y significa: vacío, hueco, inútil, ineficaz, nulo. La Septuaginta tradujo hebel por mataiótes que significa inútil o ineficiente.
Por eso, debe ser afirmado que el termino vanidad —tan típico de Qohélet y característico de su pensamiento— debe ser comprendido con el sentido de inutilidad o de algo inestable y poco duradero, y no en el sentido más común que tiene la palabra vanidad en nuestra cultura, esto es, el deseo inmoderado de atraer admiración u homenajes, ni mucho menos en el sentido de presunción, frivolidad o futilidad.[1]
El problema que expone en el v. 3 es algo muy difícil de realizar: vivir así y, con todo, “andar en sabiduría”. A partir del v. 4 habla de un esfuerzo notorio por “vivir bien”, de la mejor manera posible. En el 7, compra el trabajo de otras personas para redoblar el beneficio para su persona. El v. 10 expresa cómo llegó al extremo de la futilidad, al “no negarse nada que vieran sus ojos”, algo así como un consumidor incontrolable en una gran tienda departamental de hoy. Este exceso hedonista rompe ampliamente con la típica frugalidad que uno podría esperar de un autor judío. La gran interrogante de todo el libro es el trasfondo de esta búsqueda frenética del placer (1.3): “¿Qué provecho obtiene una persona de todo su trabajo con que esfuerza debajo del sol?”. Una versión más sencilla, dice: “Realmente, en esta vida nada ganamos con tanto trabajar” (TLS).
De esta manera, luego de la fuerte afirmación sobre el hebel, Qohélet pone una pregunta que tiene que ver con el sentido del trabajo. El trae a tono la situación de millones de trabajadores que día a día se fatigan desde el amanecer hasta el anochecer.
¿Qué provecho? o sea, ¿Qué nos queda después del trabajo? ¿Tan solo el cansancio? ¿Hay un sueldo? ¿Qué sueldo?; ¿Qué provecho?, puede también ser dicho de la siguiente manera: ¿Cuánto será nuestro sueldo al fin de mes?
Provecho es la traducción de la palabra hebrea yithron. Palabra que también puede significar: ganancia, superávit y ventaja. El origen de este término debe ser buscado en el medio comercial. Era un término técnico usado en el momento de hacer un balance.
La pregunta de Qohélet tiene que ver con la utilidad o inutilidad del trabajo, Pues no hay nada peor que el trabajo inútil y —como veremos luego— monótono. Trabajar inútilmente sabiendo con anticipación que el trabajo no tendrá frutos. Será estéril. No alcanzará ni para echarle algo a la olla. No alcanzará para educar los hijos. No alcanzará para nada... (Idem).
2. Trabajo humano y futuro de Dios
El Ecl.esiastés, con su obsesión por el trabajo inútil, pone sobre la mesa el peligro de alterar el sentido de la vida en aras de la vacuidad. Gutiérrez califica al libro como exponiendo la imagen de un Sísifo semítico, es decir, aquella persona de la imaginería griega que no termina nunca de subir una cuesta con una piedra, cuyo peso lo obliga a volver a hacerlo interminablemente. Un balance crítico de esta situación llega, en el v. 13, a reconocer que con sabiduría es posible sobreponerse a la tragedia del trabajo inútil. El v. 17 no vacila en exponer el dolor vital más profundo contra la existencia misma y contra el trabajo (v. 18). El v. 19 todavía cuestiona la validez de una sabiduría que no alcanza a dar razón plena de una existencia así.
De ese modo, al llegar al v. 24, la mano de Dios es vista como aquella que provee una existencia tranquila a las personas, sin pretensiones ni amarguras excesivas. Porque parece que a mayor pretensión y afán, mayor amargura y resentimiento. Solamente que los contextos en que puede situarse una reflexión de este tipo deben ser bien analizados, especialmente cuando se mira alrededor y se aprecia que las condiciones vitales son más favorables, como siempre, para unos cuantos que para la mayoría. Eclesiastés está del lado de las mayorías que no tienen acceso a lujos ni excesos. Su mirada crítica sobre la actitud ambiciosa desemboca en una serie de conclusiones que la pone en entredicho radicalmente. La felicidad humana no se encuentra en la acumulación de objetos sino en la posibilidad de mirarse, cotidianamente, en camino constante hacia la felicidad que viene de la mano de Dios. Dios, a quien le agrada, concluye, le da sabiduría, ciencia y gozo (v. 26). ¡Todo al mismo tiempo! Él decide finalmente, con su designio total adjudicar espacios a cada persona. Pero incluso reconocer todo ello es vano…
Pero, y siempre los peros cuando llega el momento del balance, Qohélet afirma que es más ventajoso el saber, pues la sabiduría permite ver el Sol (vivir) a quien la tiene. Y aún da un consejo: en los días del bien goza el bien; y en los días de la adversidad considera (7,14a). Considera, o sea, reflexiona. Felicidad y tristeza, bien y adversidad, son obras de Elohim, creadas por Él a fin de que Adán no pueda conocer el futuro (7,14b). Días de bien y días de adversidad se suceden en la existencia bajo el frío mirar de la ocasión y del destino. Ocasión que puede ser entendida como azar. Así, Qohélet afirma en 9,11 que todo es tiempo y azar (pega) . Sin embargo, y aquí está la sabiduría de Qohélet, en los días de adversidad no hay que ser infeliz, hay que considerar y reflexionar. De este modo, el sabio debe ser feliz en los días de bien y calmo y reflexivo en los días adversos. Basta a cada día su propio mal, enseñará Jesús siglos más tarde (Mt 6,34). (Idem).
Por todo ello, parece como si Jesús, en Lucas 12, intenta responder crítica y audazmente las dudas de Eclesdiastés cuando en el v. 15, y para contestar la pregunta sobre una herencia, enfatiza que la vida humana no depende de la abundancia de bienes. “Hay que ser rico para con Dios” (21), concluye Jesús y poner el futuro y la esperanza del trabajo en sus manos. Afanarse sólo acarrea preocupaciones en exceso. Jesús, de esta manera, ofrece un mensaje de una actualidad insuperable: poner las obras personales en la perspectiva del Reino de Dios es lo mejor que puede hacerse (v. 31). El Eclesiastés y Jesús mismo serían hoy unos duros críticos de la mentalidad que domina a nuestro tiempo, época de los excesos exteriores y enormes limitaciones interiores espirituales.
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[1] Jorge Luis Rodríguez Gutiérrez, “¿Qué provecho tiene Adán de todo su trabajo con que se fatiga bajo del sol? (Ecl 1.2)”, en RIBLA, núm. 30, www.claiweb.org/ribla/ribla30/que%20provecho%20tiene%20adan.html
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