El fenómeno de la migración ha sido parte de la historia de la humanidad. La misma Biblia desde el Génesis hasta el Apocalipsis nos muestra la historia de hombres y mujeres que se trasladaban de un lugar para otro, siguiendo un sueño, compartir un mensaje, etc., estas migraciones podríamos llamarlas voluntarias. Pero, la misma Biblia también, nos muestra las migraciones involuntarias obedeciendo a diferentes circunstancias políticas, económicas, sociales, religiosas: asociadas, en su mayoría, a hecho de violencias.
Nuestra sociedad hoy vive esta dinámica de migraciones voluntarias, pero en su mayoría involuntaria. Esta ultima es la mas común, para la muestra un botón, Colombia es un país que ha vivido por lo menos 150 años de guerras, los primeros 100 años de esta guerra se vivió en la sociedad rural, que provocó la salida de un sinnúmeros de hombres y mujeres que se desplazaban del campo a las grandes ciudades en busca de un lugar mejor que los saque de su situación de miseria y precariedad. Actualmente, el caso más dramático en Colombia, es el desplazamiento forzado, de campesinos e indígenas que han tenido que huir de sus comunidades por “la presencia de grupos ilegales, hay riesgo de reclutamiento de menores y esto podría tener implicaciones sobre el desplazamiento”, afirmó Noël – Wetterwald en una entrevista a William Delgado . [1]
A lo anterior, se añade la discriminación contra las comunidades indígenas, se deja ver en el despojo violento de grandes terratenientes que hacen de sus tierras con masacre de tribus, nos asegura Ángel Torres [2] y el desplazamiento forzado institucional debido a las construcciones hidroeléctricas en Córdoba. También, se ve la discriminación hacia estos grupos debido a la falta de educación, salud y alimentación: el hambre, las epidemias, la falta de tierras cultivables, el agua potable siguen diezmando los pocos grupos indígenas que subsisten en nuestro País.
Otros colombianos han tenido que emigrar a países limítrofes entre ellos: Venezuela, Ecuador y Panamá; huyendo de la violencia, en busca de un lugar para vivir en paz. Estos que huyen a países vecinos vivían en extrema pobrezas; otros, en cambio han contado con suerte al tener parientes en los países del primer mundo, han recibido asilo y logran ocupar un puesto laboral mejor, que de aquellos que han tenido que arriesgar la vida por caminos inhóspitos para llegar a Ecuador, Panamá o Venezuela.
Esta situación de indefensión en que quedan los migrantes y desplazados es un desafío para la acción cristiana, no podemos quedarnos de brazos cruzados, indoloro, son nuestros hermanos que sufren, tirado en el camino, esperando no solo que se le de el pan, sino que hagamos algo por ello. Ellos esperan una respuesta de parte de la iglesia cristiana, necesitan que se les orienten a no dejar el país y a defender sus derechos como ciudadanos. Este es el trabajo de la iglesia abrir una pastoral con ellos, pero una pastoral abierta no cerrada, que sea ecuménica, es decir, el trabajo no es de una determinada comunidad religiosa, sino de toda las comunidades cristianas que deseen trabajar por los indefensos, que sea una oportunidad para trabajar en equipo en solidaridad y hermandad, que son nuestro prójimo, recordando las palabras que Jehová nos encomendó: “Cuando un forastero habite con vosotros en vuestras tierras, no lo molestes ni lo oprimiréis. Lo tratará como uno de vosotros y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes, también fueron forastero en Egipto (…)” (Levítico 19: 33 – 34)
____________
[1] William Delgado, “ENFOQUE: Delegado de Acnur señala restitución de tierras como mayor reto con los desplazados”, Entrevista a GospelNoticias.Com/ALC
http://www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=15935&lang=687
[2] Ángel Torres, “paz justa en Colombia”, en Revista Cencos – Iglesias, julio # 232 (1998), pp. 20 – 21.
Nuestra sociedad hoy vive esta dinámica de migraciones voluntarias, pero en su mayoría involuntaria. Esta ultima es la mas común, para la muestra un botón, Colombia es un país que ha vivido por lo menos 150 años de guerras, los primeros 100 años de esta guerra se vivió en la sociedad rural, que provocó la salida de un sinnúmeros de hombres y mujeres que se desplazaban del campo a las grandes ciudades en busca de un lugar mejor que los saque de su situación de miseria y precariedad. Actualmente, el caso más dramático en Colombia, es el desplazamiento forzado, de campesinos e indígenas que han tenido que huir de sus comunidades por “la presencia de grupos ilegales, hay riesgo de reclutamiento de menores y esto podría tener implicaciones sobre el desplazamiento”, afirmó Noël – Wetterwald en una entrevista a William Delgado . [1]
A lo anterior, se añade la discriminación contra las comunidades indígenas, se deja ver en el despojo violento de grandes terratenientes que hacen de sus tierras con masacre de tribus, nos asegura Ángel Torres [2] y el desplazamiento forzado institucional debido a las construcciones hidroeléctricas en Córdoba. También, se ve la discriminación hacia estos grupos debido a la falta de educación, salud y alimentación: el hambre, las epidemias, la falta de tierras cultivables, el agua potable siguen diezmando los pocos grupos indígenas que subsisten en nuestro País.
Otros colombianos han tenido que emigrar a países limítrofes entre ellos: Venezuela, Ecuador y Panamá; huyendo de la violencia, en busca de un lugar para vivir en paz. Estos que huyen a países vecinos vivían en extrema pobrezas; otros, en cambio han contado con suerte al tener parientes en los países del primer mundo, han recibido asilo y logran ocupar un puesto laboral mejor, que de aquellos que han tenido que arriesgar la vida por caminos inhóspitos para llegar a Ecuador, Panamá o Venezuela.
Esta situación de indefensión en que quedan los migrantes y desplazados es un desafío para la acción cristiana, no podemos quedarnos de brazos cruzados, indoloro, son nuestros hermanos que sufren, tirado en el camino, esperando no solo que se le de el pan, sino que hagamos algo por ello. Ellos esperan una respuesta de parte de la iglesia cristiana, necesitan que se les orienten a no dejar el país y a defender sus derechos como ciudadanos. Este es el trabajo de la iglesia abrir una pastoral con ellos, pero una pastoral abierta no cerrada, que sea ecuménica, es decir, el trabajo no es de una determinada comunidad religiosa, sino de toda las comunidades cristianas que deseen trabajar por los indefensos, que sea una oportunidad para trabajar en equipo en solidaridad y hermandad, que son nuestro prójimo, recordando las palabras que Jehová nos encomendó: “Cuando un forastero habite con vosotros en vuestras tierras, no lo molestes ni lo oprimiréis. Lo tratará como uno de vosotros y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes, también fueron forastero en Egipto (…)” (Levítico 19: 33 – 34)
____________
[1] William Delgado, “ENFOQUE: Delegado de Acnur señala restitución de tierras como mayor reto con los desplazados”, Entrevista a GospelNoticias.Com/ALC
http://www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=15935&lang=687
[2] Ángel Torres, “paz justa en Colombia”, en Revista Cencos – Iglesias, julio # 232 (1998), pp. 20 – 21.
*Luis Eduardo Cantero es teólogo, pastor bautista, filósofo y docente. Decano y profesor del Seminario Teológico Misionero Tiranno de San Justo, Bs. As, Argentina. www.luiseduardocantero.es.tl
Fuente: ALCNOTICIAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario