¿Será una señal del fin? ¿Por qué le toca a Haití un país tan pobre? Y si es cosa de Dios ¿cómo entender el sufrimiento de inocentes, de niños, de bebés, de abuelas? ¿Por qué no a nosotros? ¿Será por el Vudú -religiosidad que se construyeron los esclavos para poder hacer frente desde una fe a la grotesca explotación y denigración humana-? ¿Será que Dios no puede oír el clamor de alguien que implora y cree de maneras diferentes a las nuestras?
Más devastador que el terremoto
Resulta interesante escuchar las conversaciones que muchas veces tenemos, aún en el seno de la iglesia, sobre las cosas que pasan en otros lados. En estos días muchos opinaron sobre el terremoto, unos tratando de encontrar una manera de entender un evento tan trágico, otros procurando –sin necesidad- explicar a Dios y muchos evitando la critica a un estilo de vida y de mundo que produce y agudiza el sufrimiento de tanta gente. Déjenme decirles que tengo el privilegio de haber recibido informes directos de varias personas testigos de la situación de Haití. También estamos en comunicación con quienes ya están llevando la ayuda y la solidaridad de las iglesias a aquel sufrido país. Pero lo más impactante es recibir el testimonio de personas que relatan, trágica y penetrantemente, aquel dantesco escenario de dolor. Solo por contarles un detalle, algunos relatos de la situación que dejó el terremoto son tan dolorosas, que dificultan incluso el poder leer las descripciones, sin conmocionarse. Algunos de los relatos ni siquiera son aptos para leerse en vos alta hasta el final, sin ponernos a llorar. Quise leer a mi esposa uno de esos relatos y tuve, a la mitad, que entregárselo para que ella misma lo leyese, porque no podía con la congoja, el nudo en la garganta y las lágrimas que querían irrumpir.
Sergia Galván relata “...todo lo que pueda contar es poco. El olor a cadáveres nubla la razón, los miles de cuerpos atrapados y llorando debajo de los escombros te hace sentir una migaja, las personas parecen mirar a otro mundo, sus ojos parecen relámpagos que huyen del horror. Las gentes son caminantes, que van y vienen sin rumbo, deambulantes que cargan dolor y miseria, deambulantes que cargan sueños en ruinas, las gentes caminan, caminan, caminan, es como si al caminar se liberaran de la tragedia. Las calles están llenas de cadáveres en descomposición, ayer en la tarde decidieron, enterrar a sus muertos en fosas comunes, es probable que- pidiendo perdón a sus dioses, diosas y ancestros- decidieran sobrevivir al terremoto de los olores, y enterrar a los suyos en fosas comunes.”También es cierto que tenemos el privilegio de estar en directa comunicación y en coordinación con las iglesias de República Dominicana que ya están activas en el servicio, mostrando solidaridad en medio del dolor. También expresan la solidaridad en nombre de miles las Iglesias y Organismos Internacionales de las Iglesias como el Consejo Mundial de Iglesias, la Iglesias Unida de Canadá, el Servicio Mundial de Iglesias, el Consejo de Iglesias de Estados Unidos, la Conferencia de Iglesias del Caribe, y nuestra propia denominación (Iglesia Presbiteriana USA) que tiene misioneros en Haití, entre muchas otras. Doy gracias a Dios por poder desde mi trabajo en el Consejo Latinoamericano de Iglesias (CLAI), poder aportar un granito de arena para ayudar a Haití aún desde nuestras limitaciones.
Vemos gestos hermosos, como el de la Iglesia de Chile que desde el Sur del continente se sumó a la iniciativa que estamos proponiendo para financiar la acción solidaria de nuestros hermanos de iglesias Dominicanas. Somos testigos de la solidaridad de las Iglesias Presbiterianas de Colombia, que desde su contexto también tan sufrido, decidieron sugerir a sus congregaciones que den todas sus ofrendas dominicales para este emprendimiento de cooperación ecuménica del CLAI.
¿Tenía este terremoto un propósito? ¿Es un evento enviado/permitido por Dios? ¿Es un castigo de Dios -como dijo un llamado “evangelista” con escasos recuerdos del Evangelio? Los estimados del gobierno son entre 100 a 150 mil muertos, pero el obispo de la iglesia Metodista en Haití escribía el sábado que los oficiales de EEUU estiman 400 mil muertos. Lo cierto es que al momento ya van unos 72 mil muertos contabilizados. Es interesante como nuestra sociedad todo lo cuenta –hasta el dolor, la muerte o el hambre- como si al ponerle un número a las cosas se tornaran más manejables (¿o más manipulables?) Siguen las preguntas por todo nuestro ser: ¿Será una señal del fin? ¿Por qué le toca a Haití un país tan pobre? Y si es cosa de Dios ¿cómo entender el sufrimiento de inocentes, de niños, de bebés, de abuelas? ¿Por qué no a nosotros? ¿Será por el Vudú -religiosidad que se construyeron los esclavos para poder hacer frente desde una fe a la grotesca explotación y denigración humana-? ¿Será que Dios no puede oír el clamor de alguien que implora y cree de maneras diferentes a las nuestras?
Muchas son las preguntas y también, demasiadas veces, muchos son los prejuicios que tenemos y las realidades que tapamos porque no las queremos ver. Mejor hablar de las consecuencias nefastas de un terremoto que de los sistemas que producen muerte, hambre, marginación, pobreza. Mejor hablar de otra cosa. Mejor hablar de los terremotos. Solo 17 veces se menciona la palabra terremoto en la Biblia. 5 en el Antiguo Testamento, 6 en los Evangelios y Hechos y 6 en el Apocalipsis. La mayoría de los textos del Antiguo testamento hablan del terremoto simplemente como una manifestación de la naturaleza. En Amós, por ejemplo, solo se usa la palabra terremoto para recordar una fecha importante, la del inicio del ministerio del profeta. “Éstas son las palabras de Amós, pastor de Tecoa. Es la visión que recibió acerca de Israel dos años antes del terremoto, cuando Uzías era rey de Judá, y Jeroboán hijo de Joás era rey de Israel.”. Zacarías también lo utiliza con una intención cronológica que, a la vez, le sirve de analogía en cuanto a la respuesta humana ante la devastación de quienes se oponen al Señor; dice: “Huirán ustedes como antes huyeron sus antepasados a causa del terremoto que se produjo cuando el Rey Ozías gobernaba en Judá”. Isaías es el único texto del AT, y quizás de la Biblia, que habla del terremoto, como un evento de la naturaleza, pero interpretado como instrumento del que se vale Dios para castigar a los enemigos de su pueblo.
En el NT el trato es similar. Aunque es cierto que la visión sobre los eventos de la naturaleza va cambiando ya que los textos del NT son escrito desde y para una cultura más citadina y menos agrícolas, más de metrópolis y comerciantes y menos de pastores y campesinos. Es decir que los textos son influenciados por unas cosmovisiones que han ido cambiando, especialmente por la visión griega de entender el mundo y a Dios, la cual es es diferente a la hebrea. Recuerden también que la mayoría de las menciones de terremotos que tenemos en el NT son textos bíblicos escatológicos o apocalípticos. El fin de esos escritos es hablar del fin de los tiempos y el juicio a las naciones (entre otros temas). Esos textos utilizan metáforas, analogías e imágenes para describir ese tiempo futuro, que será real, pero del que se habla con el lenguaje de los símbolos. Por tanto el trueno no es solamente un trueno, el caballo y su jinete, no son solo un caballo y un jinete y el cordero no es un animalito tierno, sino una imagen simbólica del mismo Cristo que da su vida vicariamente por nosotros. Así las cosas, textos del evangelio y del apocalipsis que hablan de terremoto, pestes, fuego, etc., no están hablando necesariamente de esos eventos en cuanto fenómenos naturales, sino como símbolos del momento en que Dios vendrá -no solo a algunos- sino a todas las naciones y por tanto también tienen un carácter cronológico o de anunciación/señal del inicio de un nuevo mundo. Por eso no puede pensarse que los terremotos son castigos de Dios –para otros.as- o cosa similar. Porque en esos textos, aunque simbólicos, los eventos de la naturaleza sólo son referidos en sentido temporal como hitos que señalarán hacia un tiempo en que Dios mostrará su salvación a las naciones. Es decir, otra vez, en sentido cronológico como en el Antiguo Testamento y no como eventos de castigo.
Es más, uno de los textos del Nuevo Testamento (Hechos de los Apóstoles) refiere el terremoto, ni siquiera como calamidad, sino como instrumento de salvación de Dios. Es el caso de los apóstoles, Pablo y Silas, liberados de la cárcel en medio de un fenómeno de la naturaleza. Se rompen las cadenas, se abren los calabozos, y el terremoto es instrumental para proteger la vida de los seguidores del Cristo, para conversión de los opresores y, en definitiva, es un evento de salvación. Dicho esto, el texto más clarificador de toda la Biblia sobre los fenómenos de la naturaleza, tan poético y tan profundo, es el de primera Reyes 19: 3-13 que nos cuenta de un evento especial en la vida del profeta Elías a quien Dios decide manifestarse. El texto tiene muchas vertientes interesantes de reflexión, pero quiero invitarles a poner la mirada en el tema que nos ocupa. El relato cuenta que Dios invitó al profeta a salir de la cueva en la que estaba escondido por temor de ser asesinado, pues se le quería manifestar en esas circunstancias tan especiales. Esa cueva profunda es muy simbólica de la vida de quienes están en serias dificultades, con el ánimo desvalido, en “oscuridad”, en crisis.
Dice el texto que “Como heraldo del Señor (es decir como mensajero, enviado o emisario) vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas (nada más parecido en su descripción a un tornado o a un huracán, otra vez solo un fenómeno extraordinario y poderoso de la naturaleza); Y dice el texto pero el Señor no estaba en el viento. Al viento lo siguió un terremoto, (otra vez un evento extraordinario de la naturaleza) pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. 12 Tras el terremoto vino un fuego, (otra manifestación asociada al mundo de la naturaleza) pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. 13 Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva. Entonces oyó una voz que le dijo: —¿Qué haces aquí, Elías? ¡Allí sí estaba el Señor! en el suave murmullo que llegaba apacible a sus oídos, en la brisa suave que acariciaba su rostro delicadamente. Cuantos problemas nos evitamos si dejamos en el plano de la naturaleza lo que Dios ha creado como naturaleza, con sus reglas y funciones, que ciertamente miradas en perspectiva son maravillosas.
Ver la historia de los glaciares, la forma de los continentes antes y ahora, ver la existencia de fósiles como evidencia de vida marina en el medio de la vastísima Patagonia. Todas estas son evidencias de una naturaleza creada por Dios en perfección (y a la que estamos destruyendo), que tiene sus modos de funcionar y de reaccionar. Pero lejos está de ser instrumento en manos de un Dios castigador, que viene con terremotos, huracanes y tsunamis a asolar la vida de la gente y más aún de la gente que Él más ama, que es la gente pobre y sufrida de todos los tiempos. Lejos está el verdadero Dios del dios manipulable, tan conveniente a nuestras ideologías y prejuicios, como el que predican ignorantes que todo lo usa para ver un Dios castigador que hiere a la tierra por sus fallas, por sus bajezas, por sus pecados. Es triste ver gente enfocada siempre en las pajas del ojo ajeno, pero que ni cerca están de ver la viga inserta en el centro de su vida. Este no es el tiempo del juicio, porque sino también sobre nosotros vendría. Este aún es el tiempo de la gracia, la misma gracia que hoy se manifiesta a nosotros y nos da la oportunidad de darnos cuenta que la vida es frágil y que para los más pobres es un clamor que se eleva a Dios en búsqueda de justicia.
El mundo se asusta por los terremotos, ¿quién no? Pero más debería asustarse por el escándalo que representa el flagelo de un mundo que genera muchas más muertes que un terremoto. Preocupación debiera darnos una sociedad que para el bien de alguno necesita de la existencia de otros destinados a ser pueblos olvidados. Pavor debiera darnos nuestro modelo de mundo que genera multitudes de hambrientos y desolados. Haití, amada iglesia, no está sufriendo solo por tan terrible evento de la naturaleza. Haití grita, como la sangre de Abel y de Cristo. Haití grita ante Dios y el mundo como gritan los moribundos desde bajo de los escombros. Grita por un mundo desigual que genera y permite la pobreza, el hambre y las injusticias. Grita porque la vida buena de algunos descansa en la marginación de muchos. Este es el mundo en el que vivimos, la tierra que debe ser trastocada para que todo lamento se convierta en baile. Algunos dicen:”Así están esos...por creer en el Vudú” , “así están los otros por ser comunistas”, “así están los otros por tener petróleo bajo sus pies”. ¡No juzguemos con tanta limitación! Este no es el tiempo del castigo y los prejuicios, es el el tiempo de manifestar el amor que Dios nos enseño y vivir la comunión del género humano. Este es tiempo de amar como Él nos ha amado, mereciendo nosotros la destrucción Él nos dio la vida y nos mandó a ser solidarios, generosos y serviciales. Él no nos dijo que juzguemos a quienes son como nosotros o a quienes creen diferente. Más bien nos dijo que amemos, que seamos prójimo del sufriente, que estemos al lado del pobre. Dios nos dijo que al extranjero lo tenemos que proteger, no combatir o eliminar. Nos ordenó amar hasta el extremo.... Porque Dios tampoco estaba en el terremoto.
Termino la reflexión con un excelente poema de un amigo y colega, de mi misma iglesia de origen en argentina, la Iglesia Reformada Argentina, que nos recuerda:
“…pero Dios tampoco estaba en el terremoto.” (1º Reyes 19:11)
La tierra se sacudió como animal furioso,
temblaron los montes y el mar desató su enojo,
los suelos se abrieron y lo construido fue destruido,
y un pueblo cansado de sufrir vuelve a sufrir.
Vimos sus rostros y oímos sus llantos,
las imágenes estremecían y golpeaban,
personas deambulando, cuerpos aplastados,
destrucción y muerte, dolor y angustia,
tras el terremoto cruel y devastador.
Pero Dios no estaba en el terremoto…
Hijos sin madres, madres sin hijos,
hermanos sin hermanos, amigos sin amigos,
miles y miles de vidas aplastadas en segundos,
historias, esperanzas, sueños, ilusiones
que desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos.
El horror dejó su marca indeleble
en las miradas perdidas, en las caras desoladas,
en los muertos, en los atrapados, en los mutilados,
en cada vida quebrada por lo no esperado.
Pero Dios no estaba en el terremoto…
Alguien gritó su espanto, otras voces se unieron.
alguien elevó una plegaria, otras siguieron,
alguien cantó y muchos cantaron,
alguien levantó un escombro
y otros más comenzaron a levantar las piedras,
alguien abrazó a un herido
y otros más los cargaron en brazos,
alguien tendió su mano
y miles de manos se unieron.
Y Dios estaba entre ellos.
En solidaridad con el pueblo haitiano
Gerardo Oberman .
Castelar, 13 de enero de 2010
Dejemos de tratar de explicar y justificar a Dios con nuestros prejuicios. Más bien busquemos su rostro y veámoslo claramente en el rostro de los sufridos y sufridas. Es allí, en ellos y ellas que están en la no vida, que debemos ir a evidenciar la buena voluntad de Dios y mostrar el amor de Aquel que da la vida por sus hijos e hijas y llama -al creyente, a la iglesia y toda persona de buena voluntad- a dar la la vida por un mundo que no produzca muertes, dolor e injusticias con más devastación que un terrible terremoto.
*Rvdo. Jorge Daniel Zijlstra Arduin
Pastor Iglesia Presbiteriana en Levittown
Secretario Regional
CLAI Caribe y Gran Colombia
Fuente: Lupaprotestante
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