A Rubén Montelongo y Amparo Lerín, compadres y amigos de tantos años.
Recientemente apareció el Libro de estilo protestante (coordinado por José de Segovia y Pedro Tarquis), un recurso que se necesitaba desde hacía tiempo, sobre todo para “introducir” a muchos periodistas despistados a la “jerga evangélica” que tanto se les indigesta a quienes desconocen el ambiente protestante, sobre todo en sus aspectos comunitarios, litúrgicos y sociológicos.
La tercera sección, “Tópicos que generalizan prejuicios y prejuicios que generalizan tópicos”, incluye en primer lugar el artículo “Calvino y el capitalismo”, de Manuel de León (pp. 54-60), colaborador de Protestante Digital de larga trayectoria, quien le ha dedicado varias e interesantísimas series de textos a personajes del protestantismo español. A Miguel Servet, por ejemplo, le dedicó varios ensayos entre mayo y agosto de 2008. El texto en cuestión retoma elementos de la serie dedicada al reformador francés y la economía aparecida entre diciembre de 2005 y enero de 2006.
Es de llamar la atención el hecho de que precisamente sea Calvino el “causante” de uno de los principales prejuicios que afectan a todo el amplio abanico del protestantismo en España y Latinoamérica, pues las comunidades, iglesias o movimientos que reivindican ese nombre, aunque prefieran más la denominación de “evangélicos” por razones que se han discutido ampliamente en esta revista (sobre todo en los textos de J.A. Monroy), aun cuando no tengan relación directa con la tradición teológica derivada del trabajo del reformador francés en la ciudad de Ginebra, ni conozcan suficientemente sus obras, participan, en mayor o menor medida, de su herencia ligada a la ética laboral, el ahorro y la industriosidad.
Por todo ello, De León comienza enjundiosamente su argumentación lanzando sus dardos más bien contra el rostro feroz del capitalismo salvaje actual: ¡Si Calvino levantara la cabeza!... es un clásico comenzar para cualquier comentario sobre la persona y obra de Calvino. Sobre la frase “el espíritu del capitalismo”, Si Calvino levantara la cabeza, se le pondría la barba aún más de punta, porque Max Weber, que analizó la Reforma radical como nadie lo ha hecho, sin embargo le colocó una losa demasiado pesada para la humildad de ese profeta. El capitalismo que conocemos, que ha cambiado la faz de la Tierra llenándola de tecnología, también la ha convertido en un lugar de mayor egoísmo humano y ambición, que la ha desequilibrado y hoy está agonizando lentamente desorientada.(1)
Esta “losa” que carga Calvino se la ha transferido, prácticamente por contigüidad, para bien o para mal, a todos los protestantismos, por lo que bien valdría la pena que muchos creyentes evangélicos se asomaran con mayor frecuencia a los análisis que clarifican la ambigua y llamativa relación entre este reformador, la tradición que lleva su nombre y el sistema económico actual. De León hace su parte, pues sus diversos acercamientos al problema, y el que nos ocupa, en particular, contribuyen a deslindar ideológicamente ambos aspectos. A la pregunta: “¿Tiene la culpa Calvino?”, responde categóricamente que no, y ubica históricamente la postura económica de Calvino en sus términos teológicos, subrayando que a él no le interesó directamente el tema económico, aunque no se puedan negar los efectos prácticos de algunas de sus doctrinas: “La frugalidad y el orden creaban riqueza. El hombre en paz con Dios no gastaba su dinero en la vanidad de la vida. Pero, ¿qué sucederá con el dinero sobrante y ahorrado?”.(2)
A continuación, De León explica algunos de los desarrollos que se encuentran en el origen del capitalismo. Así, se concentra en la forma en que Calvino profundiza en las raíces espirituales de la desigualdad económica: “Para Calvino el hombre interactúa en las cuestiones sociales y económicas para la gloria de Dios y no sólo para el bienestar o el progreso. Calvino estaba convencido de que los Diez Mandamientos eran suficiente base para la vida social y de la economía de la tierra. Él era un líder espiritual que con la Biblia en la mano buscaba el equilibrio entre política, economía y sociedad, y la vida religiosa”.(3) En ese sentido, establece las diferencias entre el reformador y las ideas de Adam Smith.
Calvino, concluye De León, al seguir tan de cerca las enseñanzas bíblicas, “pensaba que el ´amor al dinero´ es el que tiene atrapados a los hombres en esta cultura de la muerte, como droga alucinógena”,(4) de tal manera que, como consecuencia de este análisis tan aleccionador, es posible advertir que, en efecto, las apreciaciones de Weber apuntan hacia una realidad innegable, esto es, que la religiosidad protestante fue uno de los factores que contribuyeron al surgimiento de la práctica capitalista, pero esto no puede aplicarse de manera unívoca a todos los aspectos derivados de la fe reformada.
En este y otros textos, De León destaca la necesidad de promover la justicia económica, una necesidad en la que debería verse a Calvino más bien como un aliado, en su carácter de promotor de una ética sólida y pertinente: “Calvino promueve una ética protestante del trabajo que emana de la Biblia como Sabiduría de Dios y puede considerarse este valor de la dignidad del trabajo como la primera teología del trabajo y del derecho de los trabajadores a disfrutar y beneficiarse del mismo”.(5) Y para que quede más claro, lo cita directamente:
Deberíamos considerar a Calvino como el padre de la justicia económica, no ya porque creyese firmemente que la Tierra es del Señor y que todos sus recursos y maravillas deben ser compartidos, sino porque considerarlo padre del capitalismo está muy alejado de realidad. No pensaba Calvino que el 20% de la humanidad poseyese toda la riqueza y el 80 se muriese de hambre. Sus palabras eran éstas: “Los bienes materiales no son posesiones personales; son medios que sirven al bien común; los dones intelectuales individuales, el talento físico o la capacidad de creación artística encuentran su verdadero sentido apoyándose mutuamente dentro del conjunto de la sociedad”.
“El Creador quiso que todos los seres humanos lo supieran, puesto que unos y otros son miembros de la familia humana del mundo en virtud de su nacimiento y cada quien debe reconocer en cada uno de los demás a alguien de ´su propia carne y hueso´”.(6)
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1) M. de León, “Calvino y el capitalismo”, en Libro de estilo protestante. Barcelona, Alianza Evangélica Española-Protestante Digital-Andamio, 2009, p. 54. Énfasis agregado. (Agradezco a Pedro Tarquis el envío de tan valioso volumen.)
2) Ibid., p. 55.
3) Ibid., p. 57.
4) Ibid., p. 60.
5) Ibid., p. 58.
6) M. de León, “Justicia económica en Calvino”, en Protestante Digital, 10 de enero de 2006. Énfasis agregado. Cf. “Redescubrir a Calvino, padre de la justicia económica”, en Update, Alianza Reformada Mundial, enero de 2005, http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=302&part_id=0&navi=22
Fuente: © L. Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano. ProtestanteDigital.com (España, 2009).
Recientemente apareció el Libro de estilo protestante (coordinado por José de Segovia y Pedro Tarquis), un recurso que se necesitaba desde hacía tiempo, sobre todo para “introducir” a muchos periodistas despistados a la “jerga evangélica” que tanto se les indigesta a quienes desconocen el ambiente protestante, sobre todo en sus aspectos comunitarios, litúrgicos y sociológicos.
La tercera sección, “Tópicos que generalizan prejuicios y prejuicios que generalizan tópicos”, incluye en primer lugar el artículo “Calvino y el capitalismo”, de Manuel de León (pp. 54-60), colaborador de Protestante Digital de larga trayectoria, quien le ha dedicado varias e interesantísimas series de textos a personajes del protestantismo español. A Miguel Servet, por ejemplo, le dedicó varios ensayos entre mayo y agosto de 2008. El texto en cuestión retoma elementos de la serie dedicada al reformador francés y la economía aparecida entre diciembre de 2005 y enero de 2006.
Es de llamar la atención el hecho de que precisamente sea Calvino el “causante” de uno de los principales prejuicios que afectan a todo el amplio abanico del protestantismo en España y Latinoamérica, pues las comunidades, iglesias o movimientos que reivindican ese nombre, aunque prefieran más la denominación de “evangélicos” por razones que se han discutido ampliamente en esta revista (sobre todo en los textos de J.A. Monroy), aun cuando no tengan relación directa con la tradición teológica derivada del trabajo del reformador francés en la ciudad de Ginebra, ni conozcan suficientemente sus obras, participan, en mayor o menor medida, de su herencia ligada a la ética laboral, el ahorro y la industriosidad.
Por todo ello, De León comienza enjundiosamente su argumentación lanzando sus dardos más bien contra el rostro feroz del capitalismo salvaje actual: ¡Si Calvino levantara la cabeza!... es un clásico comenzar para cualquier comentario sobre la persona y obra de Calvino. Sobre la frase “el espíritu del capitalismo”, Si Calvino levantara la cabeza, se le pondría la barba aún más de punta, porque Max Weber, que analizó la Reforma radical como nadie lo ha hecho, sin embargo le colocó una losa demasiado pesada para la humildad de ese profeta. El capitalismo que conocemos, que ha cambiado la faz de la Tierra llenándola de tecnología, también la ha convertido en un lugar de mayor egoísmo humano y ambición, que la ha desequilibrado y hoy está agonizando lentamente desorientada.(1)
Esta “losa” que carga Calvino se la ha transferido, prácticamente por contigüidad, para bien o para mal, a todos los protestantismos, por lo que bien valdría la pena que muchos creyentes evangélicos se asomaran con mayor frecuencia a los análisis que clarifican la ambigua y llamativa relación entre este reformador, la tradición que lleva su nombre y el sistema económico actual. De León hace su parte, pues sus diversos acercamientos al problema, y el que nos ocupa, en particular, contribuyen a deslindar ideológicamente ambos aspectos. A la pregunta: “¿Tiene la culpa Calvino?”, responde categóricamente que no, y ubica históricamente la postura económica de Calvino en sus términos teológicos, subrayando que a él no le interesó directamente el tema económico, aunque no se puedan negar los efectos prácticos de algunas de sus doctrinas: “La frugalidad y el orden creaban riqueza. El hombre en paz con Dios no gastaba su dinero en la vanidad de la vida. Pero, ¿qué sucederá con el dinero sobrante y ahorrado?”.(2)
A continuación, De León explica algunos de los desarrollos que se encuentran en el origen del capitalismo. Así, se concentra en la forma en que Calvino profundiza en las raíces espirituales de la desigualdad económica: “Para Calvino el hombre interactúa en las cuestiones sociales y económicas para la gloria de Dios y no sólo para el bienestar o el progreso. Calvino estaba convencido de que los Diez Mandamientos eran suficiente base para la vida social y de la economía de la tierra. Él era un líder espiritual que con la Biblia en la mano buscaba el equilibrio entre política, economía y sociedad, y la vida religiosa”.(3) En ese sentido, establece las diferencias entre el reformador y las ideas de Adam Smith.
Calvino, concluye De León, al seguir tan de cerca las enseñanzas bíblicas, “pensaba que el ´amor al dinero´ es el que tiene atrapados a los hombres en esta cultura de la muerte, como droga alucinógena”,(4) de tal manera que, como consecuencia de este análisis tan aleccionador, es posible advertir que, en efecto, las apreciaciones de Weber apuntan hacia una realidad innegable, esto es, que la religiosidad protestante fue uno de los factores que contribuyeron al surgimiento de la práctica capitalista, pero esto no puede aplicarse de manera unívoca a todos los aspectos derivados de la fe reformada.
En este y otros textos, De León destaca la necesidad de promover la justicia económica, una necesidad en la que debería verse a Calvino más bien como un aliado, en su carácter de promotor de una ética sólida y pertinente: “Calvino promueve una ética protestante del trabajo que emana de la Biblia como Sabiduría de Dios y puede considerarse este valor de la dignidad del trabajo como la primera teología del trabajo y del derecho de los trabajadores a disfrutar y beneficiarse del mismo”.(5) Y para que quede más claro, lo cita directamente:
Deberíamos considerar a Calvino como el padre de la justicia económica, no ya porque creyese firmemente que la Tierra es del Señor y que todos sus recursos y maravillas deben ser compartidos, sino porque considerarlo padre del capitalismo está muy alejado de realidad. No pensaba Calvino que el 20% de la humanidad poseyese toda la riqueza y el 80 se muriese de hambre. Sus palabras eran éstas: “Los bienes materiales no son posesiones personales; son medios que sirven al bien común; los dones intelectuales individuales, el talento físico o la capacidad de creación artística encuentran su verdadero sentido apoyándose mutuamente dentro del conjunto de la sociedad”.
“El Creador quiso que todos los seres humanos lo supieran, puesto que unos y otros son miembros de la familia humana del mundo en virtud de su nacimiento y cada quien debe reconocer en cada uno de los demás a alguien de ´su propia carne y hueso´”.(6)
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1) M. de León, “Calvino y el capitalismo”, en Libro de estilo protestante. Barcelona, Alianza Evangélica Española-Protestante Digital-Andamio, 2009, p. 54. Énfasis agregado. (Agradezco a Pedro Tarquis el envío de tan valioso volumen.)
2) Ibid., p. 55.
3) Ibid., p. 57.
4) Ibid., p. 60.
5) Ibid., p. 58.
6) M. de León, “Justicia económica en Calvino”, en Protestante Digital, 10 de enero de 2006. Énfasis agregado. Cf. “Redescubrir a Calvino, padre de la justicia económica”, en Update, Alianza Reformada Mundial, enero de 2005, http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=302&part_id=0&navi=22
Fuente: © L. Cervantes-Ortiz es escritor, médico, teólogo y poeta mexicano. ProtestanteDigital.com (España, 2009).
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