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lunes, 24 de agosto de 2009

Una problemática especial: Los hijos del pastor

Por el Lic. Jorge León Toledo, Argentian.

Abordar determinadas temáticas en el ámbito de la Iglesia, suelen generar diversas sensaciones. Por un lado un cierto recelo, y por otro, cierto grado de satisfacción al acceder a la develación de cuestiones “tabú” que generalmente no son abordadas abiertamente. Uno de esos grandes temas concierne a la familia del pastor: su esposa, sus hijos y la dinámica familiar que ellos encierran.
Quizá por la tendencia de la comunidad de fe a idealizar a su líder espiritual, la necesidad de tenerlo como un ser inmaculado, casi perfecto, hace que dicha idealización se traslade a su entorno, negando la posibilidad de que afloren tanto en la personalidad del pastor como en la de los miembros de su familia, las situaciones problemáticas que pueden suceder en cualquier grupo “común y silvestre”. Esta situación se agrava cuando el líder religioso “compra” esta idea de la exigencia de perfección e impulsa a su grupo familiar para que lo asuma como una necesidad estratégica a los fines de su ministerio. A partir de ahí, pueden suscitarse infinidad de situaciones patológicas con finales insospechados.
En esta oportunidad trataremos de hacer un abordaje a la problemática del hijo del pastor. Creo tener la autoridad suficiente para hablar del tema por mi condición de tal, aunque reconozco que mis padres tuvieron de alguna manera bastante claridad para enfocar la situación por lo que les estoy eternamente agradecido.
Recuerdo una anécdota significativa siendo yo adolescente. Domingo por la mañana, hora del culto y yo debatiéndome en mi habitación entre ir al servicio religioso o quedarme mirando por televisión una carrera de Fórmula 1, donde corría mi preferido: Carlos Reutemann. Faltando cinco minutos para el comienzo del culto (yo ya había decidido quedarme a ver la carrera) entra mi padre a la habitación preguntándome qué hacía allí, que yo era el hijo del pastor y que por eso debía dar el ejemplo. Recuerdo haberle dicho que yo no había pedido ser hijo de pastor y que si él quería que yo estuviera en el culto “calentando un asiento” mientras mi mente estaba corriendo con Reutemann yo iba a ir, pero que me sentía un hipócrita... El “viejo” se rascó la cabeza y me dijo: “Tienes razón, es cierto, puedes quedarte...” Creo que fue una experiencia esclarecedora para los dos. Para mí significó la liberación de una exigencia de ser “ejemplo”, de poder asumir mis decisiones sin necesidad de un parámetro o un estereotipo de comportamiento que me limite como persona. Supongo que mi argumento respecto a la hipocresía de “estar y no estar” fue convincente ya que obligarme a ir significaba borrar con el codo lo que escribía con la mano al predicar una fe verdadera y una crítica del neofariseísmo.
Mi experiencia de vida me ha mostrado infinidad de casos de hijos de pastor que están alejados de la iglesia. En algunos casos, no de Dios... pero sí de la institución que le “robó” a su padre. En otras ocasiones he visto casos casi extremos de reacción contra todo lo que sea espiritual. También hay de los otros... los que imitan a la perfección y terminan siendo también pastores (a veces repitiendo los mismos errores con sus hijos) y los que hemos podido separar las aguas y encontrar algunas síntesis entre lo que “debíamos” y “queríamos” ser, manejando de alguna manera las “culpas” de habernos “alejado” del camino trazado.
Vamos a tratar de desarrollar lo mas simplemente posible el desarrollo psíquico de un niño para después aplicarlo a esta temática en especial.
Luego de su primer elaboración sobre el aparato psíquico, que estructura como lugares conscientes, pre-conscientes e inconscientes, Sigmund Freud establece una segunda estructura con lugares dinámicos que ofrecen instancias. Lo pulsional va a predominar en lo que denomina Ello, donde se desarrollan las pulsiones de vida y de muerte (libido y agresión), una instancia que denomina Yo que hace que la persona se diferencie de los demás y del medio, que cumple las funciones de secretario ejecutivo de la personalidad y el Superyo, donde reside lo ético y lo moral. Estableció que en el Ello rige el Principio del Placer, en el Yo, el Principio de Realidad y en el Superyo el Principio del Deber. Por supuesto que esto es mucho más complicado pero la idea es poder redondear un esbozo del aparato psíquico.
El hecho biológico de que el bebé no puede moverse sin ayuda provoca las primeras frustraciones traumáticas, ya que esta ayuda no está siempre a mano. Dicha ayuda tiende a satisfacer necesidades instintivas (comida y calor). El recuerdo de esas frustraciones produce la idea de que esas excitaciones instintivas son una fuente de peligro.
Las amenazas y prohibiciones que el mundo externo ofrece crean un miedo a la cuestión instintiva y sus consecuencias. Acá hay dos tipos de influencias: las reales (si toca el fuego se quemará) y las artificiales (creados por medidas educativas). De esta manera es inevitable que los adultos provoquen en los niños la tendencia a reprimir todo lo que venga desde lo instintivo. No acceder a esto es digno de elogio. El niño tomando esto hace crecer su autoestima, tratando de lograr el cariño de sus adultos. Todos estos contenidos en cuanto a lo que está bien o mal, hace que el Yo dependa del Superyo que si bien está conformados por contenidos externos, estos son elaborados internamente. La no obediencia a las pautas establecidas por el Superyo dan lugar a los sentimientos de culpa.
Vamos a profundizar un poquito ahora sobre el Superyo. El temor al castigo y el miedo a la pérdida del cariño de los padres se convierten en el peor enemigo del niño. Sandor Ferenczi dijo que de esta mentira nació la moral. Lo más importante en cuanto a esta cuestión es que las prohibiciones establecidas por los padres que conforman el presuperyo siguen siendo válidos aunque éstos no estén. Siguen actuando “desde adentro” Una parte del yo se ha convertido en una especie de “madre interior” que amenaza permanentemente con el retiro del cariño.
Dice Otto Fenichel:
“Originariamente el niño desea sin duda, hacer las cosas que hacen los padres. Su objetivo es en ese momento, la identificación con las actividades de los padres no con sus prohibiciones. Los principios y los ideales de los padres constituyen una parte esencial de su personalidad. Si los niños quieren identificarse con los padres también quieren identificarse con sus principios e ideales. Las prohibiciones son aceptadas como algo que forma parte del hecho de vivir de acuerdo con esos principios o ideales. El empeño de llegar a sentirse semejante a los padres como una recompensa que hay que lograr hace más facil la aceptación de esas prohibiciones. La identificación efectiva con las prohibiciones se transforma en sustituto por desplazamiento, de la identificación con las actividades de los padres que el niño se proponía”. (1)
Estas prohibiciones paternas internalizadas, precursoras del Superyo contienen una amenaza terrible que el niño sufre de un gran castigo, pero que al mismo tiempo, en cuanto el niño se queda solo pueden ser facilmente desobedecidas. A veces los policías los “cucos” o el castigo divino asumen esta representación de presuperyos internalizados. El niño fluctúa entre ceder ante sus impulsos o dominarlos.
No vamos a adentrarnos en el concepto del Complejo de Edipo pero queremos destacar que está íntimamente ligado a este proceso, porque justamente la resolución de este Complejo se hace porque el Yo toma prestado de sus padres, la fuerza que le permite frenarlo Una vez que se estableció el Superyo, éste puede influir sobre el Yo, que es quien decide qué pulsiones o necesidades se van a permitir y cuáles no. Es el heredero de los padres no sólo como fuente de amenaza y castigo sino también de protección. A partir de este momento, estar “bien” con el Superyo, reemplaza a la necesidad de “estar bien” con los padres, porque estos actúan desde “adentro”. Oponerse al Superyo implica sentimientos de culpa y remordimiento similares al miedo del niño a la pérdida del amor de sus padres. Todo lo que acabo de explicar es muy elemental... imagínense que hay libros sobre esto. Pero lo que queremos es un punto de partida.
Bien... apliquemos toda esta teoría a la realidad de un hijo de pastor. Yo hablaría de un Hipersuperyo ya que detrás de las prohibiciones paternas están las divinas. No son sólo papá y mamá mortales los que se enojan con el niño... ¡¡¡Dios también está mirando con cara de enojado!!! El hijo de pastor, como cualquier hijo, también va a tratar de agradar a sus padres en la búsqueda de aceptación. Si los emblemas paternos son los que se supone que Dios reclama de sus hijos, siendo papá una especie de “representante de Dios en la tierra”, se hace muy difícil para el niño o adolescente cuestionarlo. El problema está en que el pastor es una persona y las personas con suerte somos neuróticas. No existe el ser humano totalmente sano psicológicamente por más pastor que sea e indudablemente como cualquier ser humano va a actuar con sus hijos según su neurosis. Y no solo desde el pastor, la idea de la percepción del hijo del pastor como una prolongación del mismo, se ve también en la congregación que también puede ensalzar o criticar. ¿No les parece demasiada carga para un Yo en formación?
Hay otro tema para tener en cuenta. Una vez la hija de un pastor me comentaba: “Papá siempre estaba para los demás, pero cuando yo lo necesitaba tenía que visitar enfermos, o tenía que preparar el sermón del domingo, o estaba en su momento de meditación personal. Siempre terminaba hablando con mamá”. Y eso es una realidad en muchísimos casos. Desde el lugar de adulto uno puede entender muchas cosas, pero meterse en la realidad de un niño o un adolescente hace que uno no pueda entender muchas veces por qué fulanito o fulanita vienen y papá le dedica toda la atención y yo que soy su hijo no cuento con ese privilegio. Y es que muchos pastores se olvidan del concepto de prójimo (próximo): Su familia es el prójimo. Cuando esto no existe, es lógica una reacción contraria. El famoso miedo a la pérdida del amor se hace realidad en la mente del hijo: “Papá quiere a éstos más que a mí”. No nos olvidemos que generalmente se le pide al hijo de pastor que entienda el ministerio de su padre, se le pide un nivel de madurez y comprensión muchas veces imposible.
Todo esto puede aligerarse con una buena función materna, pero la ausencia paterna suele dejar huellas imborrables. He leído por ahí algo en referencia a que el pastor debe ser pastor de su familia. No estoy de acuerdo. Eso genera una gran confusión de roles. Ese hijo no necesita que esa persona sea su pastor sino SU PADRE. El rol pastoral lo puede ocupar otro y el de padre sólo él. Retomo el ejemplo de mi experiencia adolescente. Mi padre llegó a mi habitación como pastor, pero se fue como padre y creo que eso nos hizo bien a los dos. Esto no quiere decir que no deba velar por la vida espiritual de su hijo. Debe hacerlo pero desde el lugar de padre. Como todos los demas padres cristianos que quieren formar a sus hijos.
En cuanto a este tema de la formación, llegamos a otro tema que charlabamos en rueda de hijos de pastor y que a menudo forma parte de la problemática: ¿Qué sucede con nuestra experiencia personal?. Uno está acostumbrado a escuchar: “Yo me convertí tal día y en tal circunstancia...” . Para el hijo del pastor no hay fechas ni momentos. NACIO EN LA IGLESIA, tuvo toda la educación cristiana... yo hasta fui Jesús en un pesebre viviente cuando tenía meses... Decíamos que tener una experiencia personal es mucho más fácil para uno de afuera que para nosotros que nacimos adentro. Hay todo un acostumbramiento. Y a veces es necesario tomar un poco de distancia para poder observar la realidad más objetivamente. Es muy fácil tomar esa distancia cuando hay cierto resquemor contra la institución que nos dejó huérfanos... pero esos pensamientos, la mayoría de las veces son inconscientes. Es muy difícil para un hijo de pastor un acercamiento a Dios desde la elección, porque esa posibilidad está muy condicionada: En la mayoría de los casos su propia casa es la iglesia, la “casa de Dios”.
Las reacciones pueden ser diversas de acuerdo a la estructura psíquica de cada uno. Hay también quienes usan la premisa de “si no puedes con tu enemigo, únete a él”, otros han saltado peligrosamente la línea de confrontación, pero fundamentalmente hemos podido “sobrevivir” aquellos que hemos tenido padres que han podido cumplir ese rol. Ustedes se preguntarán si después de este análisis, algun hijo de pastor es normal. Por supuesto que sí. Por suerte hay muchas familias pastorales donde se vive lo que se predica: el Amor, que es en otras palabras, Dios. Pero también hay de las otras.
Conclusiones:
Proponemos un espacio de reflexión para los padres-pastores, congregaciones idealizantes y para los propios hijos de pastor con el fin del esclarecimiento de este tema.
Los pastores tendrían que tener muy en claro que su rol fundamental frente a sus hijos es el de padre. El rol paterno es principalmente protección y nutrición. El padre es mucho más que un guía (que tiene más que ver con el rol pastoral). No puede esperar de su hijo más de lo que su hijo es. La nutrición pasa por alimentar los aspectos positivos de lo que su hijo es. Pero debe tener muy en claro que ese hijo es otra persona y no una prolongación de sí mismo. También debe poner límites, claro, eso forma parte de la protección, pero no un límite presupuesto o estereotipado sino algo puesto de acuerdo a las circunstancias y ajustado a ese hijo. Para eso se necesita un conocimiento profundo que sólo el pleno ejercicio del rol de padre, puede dar. Muchos pastores (como muchos padres) no conocen realmente a sus hijos. Esto implica una inversión de tiempo. Cada padre-pastor debe dedicarle el tiempo suficiente para estar con ellos y conocerlos profundamente (aunque deba restarle tiempo a otras de sus funciones) y no delegar demasiado los roles en la figura materna. La familia pastoral es en el fondo una familia cristiana común. Todos necesitan de todos y cada rol es insustituíble.
Las congregaciones no tendrían que perder nunca de vista que su mirada debe ser Cristocéntrica y no pastorcéntrica. Las consecuencias de las idealizaciones en la figura del pastor y su familia no dejan de ser elementos muy peligrosos. Me permito transcribir un párrafo de mi padre, el Dr. León:
“La investidura pastoral implica un poder, que puede ser bien o mal utilizado. Los creyentes suelen atribuir, al pastor, cualidades y aptitudes que éste, por lo general, no tiene. En mi libro: Hacia una psicología pastoral para los años 2000, aparecido en mayo de 1996, me refiero al Síndrome de Listra, que se actualiza cada día. Al pastor se le atribuyen cualidades de las cuales carece, y cuando éste las rechaza, como en el caso de Pablo, en la ciudad de Listra; o cuando los creyentes descubren que su pastor es un impostor, porque aceptó como válido algo que no lo era, entonces lo desprecian. El ego del pastor puede ser su mayor enemigo; o su mejor amigo, cuando éste es “manso y humilde de corazón”. La investidura pastoral implica un poder, pero un poder peligroso que puede dañar tanto al propio pastor, como a su congregación. Es en ese contexto que, en el libro que acabo de mencionar, hago una afirmación que ahora reitero: “No existen más tensiones psicológicas en el pastor que las que él mismo genera”. Sólo un pastor que carece de madurez emocional y espiritual se deja endiosar por una congregación, o por una parte de ella. Sobre todo cuando comienzan a hablar mal del pastor anterior, y el nuevo lo toma como un halago a su persona. Mi experiencia me dice que en pocos años, le contarán las mismas cosas a su sucesor. “ (2)
Cosas como éstas pueden también salpicar a la familia pastoral ya que las expectativas positivas o negativas pueden hacerse extensivas a ésta y producir daños irreparables.
Es importante, finalmente, para mis colegas los hijos de pastor, que tengan bien en claro que los deberes y vocaciones de los padres son de los padres. Los hijos del pastor no tienen por qué ser “pastorcitos”. Cada uno tiene derecho a la búsqueda de su propio camino, coincida o difiera con el de los padres. Ese es un punto de partida fundamental para vivir una vida honesta consigo mismo, con los demás y con Dios. Ser seres humanos en plenitud para una vida fructífera es el objetivo para todos... incluídos nosotros.-

jorgeleontoledo@psicologia-pastoral.com.ar
www.psicologia-pastoral.com.ar

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(1) Fenichel, Otto, Teoría Psicoanalítica de las Neurosis, Paidós, Bs. As. 1966, pág. 126.

(2) León, Jorge A. , Psicología Pastoral para la Familia, Caribe, Miami-Nashville, 1998, págs. 234-235


Fuente © Psicopastoral y cristianet.

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