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jueves, 27 de agosto de 2009

El Evangelio y la riqueza: el paradigma cristológico

Por. Juan Stam, Costa Rica, Costa Rica
Segunda carta a los Corintios, 8-9

"Porque ya conoceís la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos." (2 Cor 8.9)

Debe ser axiomático para todos los que nos llamamos cristianos, que el modelo supremo de nuestra vida, nuestras actitudes y nuestra conducta, tiene que ser el mismo Jesús, según las Escrituras. Jesús advertía en muchas ocasiones contra el amor al dinero y a la riqueza y dijo que es imposible servir a Dios y a Mamón (dinero, riqueza). En este texto de 2 Corintios, Jesús mismo nos da el ejemplo, despojándose de sus propias riquezas para compartir con los demás.
Otro pasaje, el gran himno cristológico de Filipenses 2, nos cuenta que Cristo, siendo Señor de señores, aceptó venir a esta tierra en forma de siervo. Y nos dice el texto, "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse" (Fil 2.6). Llama la atención que estos y otros cambios en la vida de la segunda persona de la trinidad son siempre cambios de Dios el Hijo hacia lo contrario de lo que había sido y de lo que esperaríamos de Dios: el Verbo se hizo carne Jn 1:14; el Señor se hizo siervo Fil 2:6-8; el Rico se hizo pobre 2 Cor 8:9; el Justo fue hecho pecado 2 Cor 5:21; y el Amado fue hecho maldición Gal 3.13. Todos son una especie de "movilidad social" hacia abajo ((se hizo pobre, siervo, carne, pecado, maldición).
El contexto de 2 Corintios 8 y 9
San Pablo, al ir concluyendo su labor misionera, tuvo el gran sueño de llevar a Jerusalén una comitiva de los primeros creyentes (las primicias) de las diversas provincias romanas que él había evangelizado, junto con una generosa ofrenda para los pobres (Rom 15.25-28; 1 Cor 16.1-4; Hch 20.22-24; 21.4,10-14; Gál 2.10). En eso tuvo una doble intención: aliviar la extrema pobreza de los santos de Jerusalén y, segundo, dar un gesto de unidad de la iglesia, ya que las relaciones entre la iglesia de Jerusalén y la misión de Pablo habían sido tirantes. Pablo sabía bien que esa misión sería peligrosa, aun para su vida, pero se mantuvo inconmovible en su propósito.
En los preparativos para esa misión a Jerusalén, Pablo visitó las distintas iglesias solicitando ofrendas para llevar consigo a Jerusalén. En esas giras, tanto la iglesia de Macedonia como la de Corinto habían prometido sus aportes. Los hermanos de Macedonia, desde su pobreza y con mucho sacrificio, habían cumplido lo prometido (8.1-6), pero los de Corinto no (8.7-8). En ese contexto, es claro que Pablo escribe aquí para presionar a los corintios a entregar lo que habían prometido.
Lo sorprendente es que, para pedir fondos, Pablo no apela a la lástima ni al deber, sino a la gracia de Dios.1 En ningún momento apela a la lástima o la filantropía. Palabras como eleêmosunê (misericordia) o filanthropia (filantropía) o agathôsunê (generosidad, beneficencia) no aparecen en todo el pasaje. Más bien, la palabra clave de los dos capítulos es jaris (gracia), que se usa diez veces: siete veces como designación de la ofrenda para los pobres de Jerusalén (8.1,4,5,7,19; 9.8,14), una vez para la gracia de Cristo (8.9), y dos veces con el sentido de gratitud (9.15 gracias a Dios por su don inefable; 8.16 gracias por la solidaridad de Tito). El apóstol no fundamenta su solicitud de fondos ni en la lástima ni en la necesidad misma, sino en toda una teología de la gracia divina realizada en la acción social por los necesitados.
A partir de este carácter de gracia que reviste la generosidad, Pablo utiliza otros términos teológicos para describir este proyecto de acción social. Son frases del más alto significado teológico, y Pablo las va acumulando para un máximo de énfasis. Esa sencilla contribución monetaria sería "la jaris de la koinonia de la diakonia (8:4). Será un acto de justicia (9.9-10, dikaiosunê). La diakonía de esta leitourgia no sólo suplirá la necesidad de los pobres sino que redundará en mucha eujaristia (9.12) y en mucha doxa (gloria) para Dios (9:13). De esta forma el Apóstol invoca una serie de los términos teológicos más elevados, todo para describir una recolecta monetaria para los pobres. Ese ofrenda era una koinonía, una diakonía, una liturgia y una eucaristía.
El compartir con los necesitados es un carisma (jarisma) que el Espíritu otorga dentro del cuerpo de Cristo ("los que ayuden a otros", 1 Co 11.28). La gracia de Dios se revela en la generosidad cristiana con los pobres. Nuestro Dios es un Dios que da alimento a todo ser viviente (Sal 136.25; Eclo 7.32-33); como Dios de gracia y misericordia, es el Dios de los necesitados y las viudas, el Padre de los huérfanos y el defensor de los desahuciados. H.H. Eller afirma que en la enseñanza de Jesús, járis nunca tiene el sentido de "favor inmerecido", sino que consistía esencialmente en la solidaridad de Dios con los débiles, pobres, despreciados y desesperanzados (Mt 11.5,28-30; Mr 10.26-28; Lc 15).2
Tres textos resumen el argumento de estos dos capítulos:
1) 8.9 el modelo cristológico, que siendo rico se hizo pobre;
2) 9.8-11 Dios es poderoso para hacer que abunde en vosotros toda gracia, para que teniendo en todo lo suficente, estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad;
3) 9.15 ¡Gracias a Dios (járis) por su don inefable! (nuestra respuesta eucarística).
¿En qué sentido era "rico" Cristo antes de encarnarse? A primera vista responderíamos, "espiritualmente rico", pues en el cielo no existen bienes materiales. Sin embargo, eso rompería el paralelismo con la segunda frase (Jesús no era pobre espiritualmente sino materialmente) y no concordaría con el énfasis económico de todo el pasaje. No era un mensaje "espiritual" que Pablo quería comunicar a los corintios.
En el pensamiento hebreo, Dios es el dueño de toda la tierra, y Dios es el único dueño. "De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan" (Sal 24.1). "Pues míos son todos los animales salvajes, lo mismo que los ganados de las serranías; mías son las aves de las montañas y todo lo que bulle en el campo. Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti, pues el mundo es mío, con todo lo que hay en él" (Sal 50.10-12, Dios Habla Hoy).
Básica a la teología de la tierra en las escrituras hebreas, es la convicción de que nadie puede ser dueño de nada, porque es Dios quien reparte la tierra entre los seres humanos, que no son más que mayordomos. Por eso, "la tierra no debe venderse a perpetuidad; la tierra es mía, y ustedes sólo están de paso por ella como huéspedes míos" (Lev 25.23 DHH). Por supuesto, no queda ninguna posibilidad del concepto de propiedad privada en esa teología.
Si el Hijo de Dios, Co-Propietario del universo entero, estuvo dispuesto a hacerse pobre para enriquecernos a nosotros, cuánto más debían los cristianos de Corinto compartir sus bienes con los pobres de Jerusalén.
Cristo, siendo rico, se hizo pobre. Su vida comenzó en un pesebre prestado y lo sepultaron en una tumba también prestada. Se crió en una familia de la clase obrera, y durante dieciocho años de su vida ejerció el oficio de carpintero (su ministerio profético, en cambio, duró sólo unos tres años). En una ocasión dijo, comparándose desventajosamente con las zorras y las aves, "las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo de hombre no tiene donde recostar la cabeza" (Lc 9.58). Cristo bendijo a los pobres y denunció a los ricos (Lc 6.20,24; 18.25). Jesús optó libremente por ser pobre y encarnó para nosotros un estilo sencillo de vida.
Después de citar el paradigma cristológico, Pablo introduce una serie de nuevos temas, pero en 2 Cor 9.8-11 aclara el sentido de la última frase de 8.9, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos. Este pasaje del capítulo 9, muy citado por la teología de la prosperidad, merece un análisis cuidadoso:
Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas lo suficiente, abundéis para toda buena obra, como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre. Y el que da semilla al que siembra. y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad...
Dos frases aquí aclaran el enriquecimiento que Cristo nos da: "teniendo siempre en todas las cosas lo suficiente, abundéis para toda buena obra" y "para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad" (que repite el mismo verbo de 8:9). Este lenguaje está muy lejos de una teología de la afluencia capitalista y consumista; habla sólo de "tener lo suficiente", que es lo que Dios quiere para todos sus hijos e hijas. Específicamente, para los corintios, significaba tener suficiente para vivir con dignidad y también contribuir para los pobres de Jerusalén, lo que describe como "justicia". No dice nada de una situación económica holgada ni de una vida de abundancia de bienes materiales. Eso, por supuesto, estaría en total contradicción con el paradigma cristológica de 8:9.
Los predicadores de la prosperidad gustan hablar de "la ley de siembra y cosecha", en el sentido moderno de una ley de causa y efecto. Pero este texto (junto con 9.6-7) no sugiere que Pablo estuviera formulando alguna especie de "ley", en el sentido moderno de causa y efecto; lo de la siembra y la cosecha no es más que una ilustración. Además, todo el énfasis de estos versículos, como de los dos capítulos, es sobre la generosidad en compartir los bienes que tenemos, no en acumular más bienes. Debe notarse, también, que Pablo no está pidiendo para sí mismo ni para su labor misionera sino para los pobres de Jerusalén. Qué diferente a las "maratónicas" de algunos canales de televisión y emisoras de radio, que recaudan grandes cantidades de dinero pero lo que menos se les ocurriría es repartirlo entre los pobres.
En los versículos finales del capítulo (9.11-14) Pablo describe la reacción en cadena que ocurre cuando compartimos con los pobres: El clímax de esta solicitud de ofrendas es un verdadero éxtasis de alabanza por las consecuencias de la gracia de Dios encarnada en ayuda a los pobres. En esa situación de extrema pobreza en Jerusalén, y de relativa comodidad en Corinto, la gracia de compartir hará nacer una nueva esperanza. Terminada la ingrata tarea de solicitar fondos, Pablo irrumpe en una cascada de júblio que anticipa las consecuencias de la contribución de los corintios:
"[Dios] hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia. Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias (eujaristia) a Dios. Esta ayuda (diakonia) que es un servicio sagrado (leitourgia) no sólo suple las necesidades de los santos sino que también redunda en abundantes acciones de gracias (eujaristia) a Dios. En efecto, al recibir esta demostración de servicio (diakonia), ellos alabarán (doxazô) a Dios por la obediencia con que ustedes acompañan la confesión (homologia) del evangelio de Jesucristo, y por su generosa solidaridad (koinônia) con ellos y con todos. Además, en las oraciones de ellos por ustedes, expresarán el afecto que les tienen por la sobreabundante gracia (jaris, ¡la ofrendita de los corintios!) que ustedes han recibido de Dios.

¡Gracias (jaris) a Dios por su don inefable! (9.10-15 DHH).
Algo muy extraño y muy importante está occurriendo aquí. En medio de la necesidad de los pobres de Jerusalén y la renuencia de los acomodados de Corinto, la gracia de Dios ha entrado en acción. Pablo da por sentado que los corintios van a responder y enviar su ofrenda y da rienda suelta a su fe y su exuberante imaginación creativa para anticipar todos los trascendentales resultados de dicha gracia. Nada indica que el aporte de ellos iba a ser de sumas grandes; lo grande sería la gracia de Dios en la práctica consecuente de ellos.
Y es que la praxis del amor eficaz logra una transformación de la realidad. La esperada ofrenda de los corintios ha transformado el círculo vicioso de la des-gracia en el círculo eucarístico de la gracia. La práctica de la justicica introduce situaciones totalmente nuevas, donde la gracia de Dios comienza a actuar en reacción de cadenas de bendición.
Para que haya igualdad (8.13-14). Hay otro énfasis en estos capítulos que merece atención especial. Dos veces en dos versículos Pablo insiste en el ideal cristiano de la igualdad:
"No se trata de que por ayudar a otros ustedes pasan necesidad; se trata más bien de que haya igualdad. Ahora ustedes tienen lo que a ellos les falta; en otra ocasión ellos tendrán lo que les falta a ustedes, y de esta manera habrá igualdad" (8:13-14 DHH).
El paradigma cristológico de 8.9, que domina todo este bloque textual, implica también un compromiso con la igualdad. Siendo inmensamente rico (según el pensamiento hebreo y paulino), Jesucristo quiso "anivelarse" con nosotros y vivir como un pobre entre los pobres (aunque tampoco en miseria).
De hecho, la igualdad es el principio central de toda la enseñanza social y económica de Israel.3 Partiendo del principio de que Dios es el único dueño de todos los bienes, la legislación hebrea estaba diseñada para defender al pobre y buscar la mayor igualdad posible en el pueblo.4 El intento evidente del sistema socio-económico propuesto para Israel era evitar que la prohibición del hurto se malinterpretara como justificación de la acumulación desigual de riquezas.5 Dios se declara padre de los huérfanos, abogado defensor de las viudas, y amigo protector de los extranjeros y los desahuciados (Dt 10.18; Sal 68.5; Ex 22.21-24). La visión profética es de una sociedad en que "todos vivirán sin temor, y cada cual podrá descansar a la sombra de su vid y su higuera" (Miq 4.4; Zac 3.10).
El tema de la legislación social de Israel es amplísimo, pero ahora sólo podemos mencionar un aspecto central: el año sabático y el Jubileo. Las fiestas judías se configuraron mayormente por la experiencia histórica del éxodo, y se destaca entre ellas una triple secuencia a base de ciclos de siete. El séptimo día de cada semana se celebraba el Shabat; cada séptimo año se debía celebrar el año sabático de la tierra (Dt 15.1-11; Lv 25.1-7.18-22); y después de siete sábados de la tierra (49 años), el siguiente año debía ser un año de jubileo (Lv 25.8-17,23-34; 27.16-25). La estructura simétrica de este ciclo, a base de sietes (derivado también de la creación), acentúa su importancia. Continúe leyendo en lupaprotestante
Fuente: lupaprotestante

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