¡Vos podes ayudarnos!

---
;

sábado, 22 de agosto de 2009

¿El Evangelio según Mafalda?

José Aurelio Paz. La Habana, Cuba.

Acaba de darse la noticia. Mafalda, ese personajillo que nos ha cambiado la vida a todos en algún momento, que nos ha acompañado y alentado en los instantes de crisis personal o colectiva, tendrá su monumento en Buenos Aires.
Y lo primero que ha de aplaudirse es el gesto del escultor argentino Pablo Irrgang, “encargado de darle vida tridimensional a la niña de tinta china y papel que aborrecía la sopa” -según una nota de la EFE-, porque no creo que a los “disneyólogos” se le ocurriría rendirle homenaje en uno de sus grandes parques de diversiones, ni tampoco considero que a Mafalda, ni a su autor Quino, les interese mucho perpetuarse junto al Ratón Mickey, cuando éste, quizás, les miraría por encima del hombro.
Dice la nota que la escultura será emplazada a la entrada del edificio de apartamentos donde vivió Joaquín Salvador Lavado (Quino), escenario de muchas de sus más famosas historieta y está hecha del tamaño natural de una niña como Mafalda, estructura que está siendo supervisada, desde su “nacimiento”, por el propio historietista, que solo accedió a su realización bajo su ojo crítico.
“La idea de identificar de algún modo la casa mito, como se conoce al edificio de la calle Chile 371, en San Telmo, surgió hace cuatro años por parte de fanáticos de Mafalda en Internet, que proponían poner una placa de identificación en el sitio”, explica el breve despacho de esa agencia.
¿Pero cómo se ha visto al “sagrado” personaje desde que fuera lanzado a este mundo por su autor, a “desfacer entuertos” cual quijotesca señorita?
Para el “ala” izquierda del pensamiento latinoamericano ha sido precisamente eso; una simple pluma, como desprendida del ala de un pájaro, que ha quedado flotando en el aire para recodarles que, a pesar de la ventisca globalizadora, todavía queda intacta la utopía de volar hacia otro mundo posible.
Para los del “ala” derecha, una amenaza pública; una especie de “dama de compañía”, a lo Matahari, capaz de sacarle lo que piensan a los políticos de tuno sobre la democracia en el continente, la Deuda Externa y la Banca Mundial, la ética o el racismo, para colocarlo en apenas un puñadito de palabras, encerradas en un globo de texto, que viene a ser un bombazo de denuncia, desde la “ingenuidad” de una niña capaz de, con una simple pregunta, desestructurar cualquier planteo de la realidad; y esto es un “peligro”.
Pero, veamos, qué han dicho de ella tres de los grandes escritores contemporáneos. Umberto Eco ha confesado: “Puesto que nuestros hijos se preparan para ser, por elección nuestra, una multitud de Mafaldas, no sería imprudente tratar a Mafalda con el respeto que merece un personaje real.” Y pregunto: ¿Cuántos de nosotros, los padres, hemos colocado junto a los cómics de Rico Mac Pato o Spiderman, un libro de la “tan infantil” niña que hasta a algunos políticos ha sacado los colores a la cara?
Cortázar, ese gran Julio, dijo en algún momento: “No tiene importancia lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mí”. Así, el escritor, le daba una dimensión al personaje cercana a la de aquel personajillo que, a pesar de su pequeñez física, era como la conciencia de Pinocho, de manera que la niña mimada de Quino se nos transmuta en una Pepa Grilla.
Mientras, Gabriel García Márquez ha confesado un nuevo método terapéutico, para restauración del espíritu, relacionado con ese duendecillo: “Después de leer a Mafalda –ha dicho-, me di cuenta de que lo que te aproxima más a la felicidad es la quinoterapia.” Y pregunto otra vez: ¿nuestros medios alternativos de comunicación han explotado lo suficiente su figura en función de una educación comunitaria de propósitos altruistas y de una fantasía infantil mucho más tangible y cercana a nuestra realidad latinoamericana? La respuesta se la dejo a usted.
En sitios digitales dedicados a ella he leído expresiones como ésta: “Su riqueza pasa, también, por sus compañeros que interactúan como excelentes complementos de una visión ‘infantil’ que depende de la educación que cada uno de ellos trae.
“Es destacable el poder de síntesis y la contundencia de cada mensaje, en tanto con solo tres o cuatro cuadros se desencadena un enjambre de dulzura ética, política y cultural para un público sin edad.”
Y aquí otro valor del personaje. No está construido a partir de los estereotipos de los cómics en que solo el héroe basta. Aquí la heroína desmitifica al machismo de que el hombre es el “único ser pensante”. Su sabiduría se colectiviza y se enriquece en tanto ella se “contamina” con otro grupo de figuras cómicas e interactúa no como superdotada, sino enriquecida por la inteligencia y el derecho a saber, y a opinar, de los demás. De modo que la niña va en contra de los cánones del mal llamado “sueño americano”, en que cultivar la individualidad es suficiente para llegar a tener éxito y el éxito se cuantifica en cifras y no se cualifica en afectos.
Pero, ¿qué piensan los cristianos de Mafalda? Si bien no creo que
los obispos y pastores evangélicos se hayan preocupado mucho del tema, quizás, en algún momento de sus vidas, también hayan sentido removido su púlpito por la sagacidad “ingenua” de esta niña que dice verdades “sin pensarlas”, que hurga en sitios sombríos para sacar luz de pensamiento, para decir que el mundo no es tan simple como lo “pintan”, y que más allá de los catecismos y manuales de Escuela dominical existe la ciencia como resultado de la inteligencia con que Dios dotó a sus criaturas.
Quizás me “acusen” de argentino por tratar de santificar este personaje de historieta. Aunque no cabe dudas de que Mafalda no es argentina, sino universal.
Si bien la mayoría de los cómics tradicionales y contemporáneos tienden a la idealización o la violencia del niño o de la niña como extremos, Mafalda es distinta; diría yo que el ideal de cristianos que queremos. Tiene cualidades que todos debiéramos tener como es su inocencia vinculada a su sentido de la alegría, su dinamismo, su toque de ironía, su sagacidad para ver donde no hay luz, su visión crítica de los fenómenos más cercanos, su mirada transformadora de esa realidad, pero, sobre todo, su sentido justiciero desde una perspectiva no pacifista, sino pacificadora.
“Mansa como paloma, pero astuta como serpiente” es ella. Posee los atributos que a nosotros y nosotras, los que nos llamamos cristianos y cristianas, nos faltan muchas veces: es afable, cordial, dialogante, es como expresan los Evangelios que ha de asumirse la vida; desde una perspectiva restauradora en que cada vez que uno la “lee”, a Mafalda, descubre algo nuevo.
¡Qué bueno que se ponga la escultura allí y que los niños, los que son y los que fuimos, podamos dejar a sus pies flores, tareas escolares con errores, esquelas amorosas inacabadas, pasajes bíblicos marcados, hormigas, mariposas…! Porque no siempre los grandes íconos de la cultura son reconocidos y venerados como debiéramos, cegados muchas veces por tanta televisión basura, play-station, juegos interactivos… esos “embauca-bobos” o “construye-robots” que nos desgracian el futuro a nombre de una aplastante modernidad.
¡Qué pequeña tan grande! ¿Deberíamos llenar nuestros templos de Mafaldas y Mafaldos en cumplimiento del sueño de Jesucristo: “dejen que los niños vengan a mí”? ¿Lograríamos, quizás, una Iglesia más ética y más comprometida con los pobres, más preparada para construir el Reino más allá de las arengas y los púlpitos? ¿Conseguiríamos, así, hallar la raíz y el ala del amor cristiano? Esta respuesta, también, se la dejo a usted.
Ver más noticias de José Aurelio Paz
Fuente: ALCNOTICIAS

No hay comentarios: