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jueves, 1 de octubre de 2009

Factores negativos en la relación con la mujer (III)

Tercera entrega de una serie de notas escritas por el Dr. Pablo Deiros. Rector del Seminario Internacional Teológico Bautista de Bs As. Argentina.

En el Boletín anterior, mencioné una serie de factores positivos en cuanto al lugar de la mujer en América Latina. Estos elementos positivos deben ser contrastados con otros factores negativos, que lamentablemente todavía imperan, en algunos casos, sin mayores cambios desde hace siglos en el continente. No mencionaré estos factores porque son bastante conocidos. Pero sí me detendré a destacar lo que me parece son factores negativos en cuanto a la condición de la mujer dentro de la iglesia latinoamericana y, de manera particular, en la educación teológica y la formación ministerial.
En buena medida, la situación de la mujer dentro de la iglesia y en los establecimientos de educación teológica es el reflejo de su situación fuera de estas instituciones. La iglesia y el seminario no son ajenos a la sociedad en la que se desenvuelven y mucho menos pueden enajenarse de la cultura en la que están inmersos. Nuevamente, a continuación no voy a mencionar todos los factores que podrían enumerarse, sino tan sólo algunos que pueden provocarnos a la reflexión.
1. Carencia de una comprensión teológica de la vida y misión de la iglesia en el mundo actual y en forma particular en América Latina. Considero que de esta cuestión medular arrancan muchos otros problemas, que de una u otra manera tienen que ver con la situación de la mujer dentro de la iglesia. Esto hace necesario el retorno a la Palabra y a la realidad que nos rodea para descubrir allí el lugar de la mujer en la misión de Dios.
2. Permanencia de una estructura rígida e inadecuada que ha encerrado y limitado la presencia cristiana de la mujer en la comunidad de fe. En buena medida, esta estructura es el producto de la tradición heredada y asimilada sin mayores cambios de las metrópolis misioneras que iniciaron la obra. En general, en el protestantismo latinoamericano, el ideal de vida pietista y todas sus implicaciones gobiernan y determinan el lugar de la mujer en la congregación y en el seminario.
3. Marginación de la vida total de la iglesia en cuanto a programas, aspectos financieros e intereses. En este sentido, la iglesia ha reproducido las pautas que rigen la función social de la mujer en el mundo que la rodea. En muchos casos, esta marginación ha recibido una fuerte sanción religiosa, adelantándose razones bíblico-teológicas para la misma, de modo que resulta muy difícil un cambio.
4. Excesivo paternalismo de parte de las autoridades de la iglesia. Decir que el hombre tiene el deber “sagrado” de “amar y proteger a la mujer” no es hacer muchas concesiones a la mujer, sino aplicar retórica “cristiana” a un concepto machista de la relación hombre-mujer. Los cristianos no han sabido medir las posibilidades enormes en cuanto a dones y capacidades que potencialmente están encerradas en sus hermanas cristianas. Lamentablemente, las mujeres cristianas tampoco lo han hecho. Por considerarlas como el “sexo débil” se les ha escapado a muchas iglesias el hecho de que las mujeres fueron las últimas junto a la cruz y las primeras junto al sepulcro vacío, mientras los varones estaban escondidos por temor.
5. Mantenimiento de actividades sin propósitos definidos ni suficiente justificación, que son el resultado de una visión limitada de la vida en comunidad o de una comprensión estrecha de la verdadera naturaleza del reino de Dios que Cristo ha inaugurado. En general, estas actividades tienden a ahondar más la brecha entre los sexos y a segmentarizar la vida de la comunidad de fe. Tal es el caso de las sociedades femeninas o femeniles, que en muchos casos no pasan de ser un entretenimiento o una forma de “mantener ocupadas en algo” a las mujeres.
6. Limitación de la acción y ministerio de la iglesia a un grupo de mujeres (generalmente amas de casa o de edad madura) y ausencia o exclusión de otros grupos importantes, que quedan sin posibilidades de expresar su fe o de una atención pastoral, como ser, profesionales, mujeres solteras, jóvenes casadas, etc.
7. Falta de oportunidades de una adecuada educación teológica. Es obvio que al no haber mayores desafíos dentro y fuera de la comunidad no se vea la necesidad de que las mujeres, como miembros del cuerpo de Cristo, deben también estar “siempre preparadas para responder a todo el que les pida razón de la esperanza” cristiana que hay en ellas (1 P. 3.15).
8. Negación de la dirigencia eclesiástica. Si bien se pueden citar casos aislados en los que no es así, todavía en América Latina la mujer evangélica no ha tenido acceso al liderazgo eclesiástico, ni a los cónclaves nacionales o internacionales. Todavía el número de mujeres involucradas en el ministerio pastoral, evangelizador y misionero sigue siendo pequeño, en relación con el número de mujeres que integra las comunidades de fe evangélicas en el continente.
Estos factores negativos que se han señalado, deben ser considerados a la luz de muchos otros factores positivos, que señalan a auspiciosos cambios que están ocurriendo en muchas partes y sectores de las iglesias evangélicas latinoamericanas. Entre ellos cabe destacar la apertura de las iglesias hacia nuevas formas de ministerio, que antes estaban reservadas en forma exclusiva a los hombres. No obstante, el panorama no es muy alentador y nos obliga a reflexionar sobre el lugar de la mujer en la misión de Dios, cosa que haremos en el próximo número de nuestro Boletín. (1)
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(1) Pablo Deiros, “La mujer en la educación teologica”, en Boletín informativo , Septiembre 22,Vol. 3, No. 20 (2009). Buenos Aires, Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires

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