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viernes, 13 de noviembre de 2015

El atajo de la duda- Capítulo III



Por Carlos Valle, Argentina
ALC junto a Prensa Ecuménica tienen el gusto de publicar este trabajo del pastor Carlos Valle, referente indiscutido del campo de la comunicación y la religión. El trabajo se irá publicando por capítulos.
Ya publicamos:
INTRODUCCIÓN
Publicamos ahora el Capítulo III:
 Es preciso que incesantemente me sumerja en las aguas de la duda. Ludwig Wittgenstein
Es débil porque no ha dudado bastante y ha querido llegar a conclusiones. Miguel de Unamuno
Fue en 1983 que Vattimo lanzó su controvertida idea de que a todos los absolutismos o posturas metafísicas, que suponen la existencia de una verdad única, hay que contraponerles el hecho de que no hay certezas inamovibles porque las verdades son parciales y relativas. Reflexionar sobre esta constatación está en la base de lo que llamó el  “pensamiento débil”.
Para Vattimo en el mundo presente nos enfrentamos al hecho de que: “La especialización de los lenguajes científicos, la multiplicidad de culturas (que el mito eurocéntrico del progreso ya no unifica jerárquicamente), la fragmentación de los ámbitos de la existencia y el pluralismo babélico de la sociedad de la modernidad tardía han hecho realmente impensable un orden unitario del mundo; han caído en descrédito todos los metarrelatos, que pretendían reflejar la estructura del ser”
No hay un solo curso de la historia
Pero todo esto para Vattimo no es una tragedia sino la oportunidad para entender que el ser es acontecimiento y lo es en su relación con el otro. Una relación en la que la libertad adquiere una enorme dimensión. Así es posible ver que no hay un único curso de la historia, porque mi comprensión de los hechos es una mirada parcial desde una perspectiva particular.  Lo que inevitablemente lleva al reconocimiento de culturas e historias diversas desechando “la idea de una única civilización humana de la que Europa sería la guía y el punto culminante.”
De allí que no se pueda hablar de afirmaciones universales que sean productos del consenso, porque no hay verdades universales. “No digamos que nos hemos puesto de acuerdo porque hemos encontrado la verdad, sino que hemos encontrado la verdad porque nos hemos puesto de acuerdo”. Un consenso solo es posible en el diálogo, y dialogar es reconocer y respetar al otro en su propia libertad. De manera que para Vattimo hay verdad cuando nos ponemos de acuerdo en que la verdad es “un mensaje histórico”.  Por eso, siguiendo a Heidegger, sostiene que el ser acontece en el lenguaje pero, añade, en el lenguaje del diálogo. Suenan aquí los ecos de la recordada frase de Wittgeinstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.”
Es importante destacar que Vattimo reconoce una gran influencia de la tradición católica romana en su formación a la que se siente deudor. Quizás por ello, buena parte de su renovada mirada sobre la religión denota -no obstante sus reiteradas críticas- una respetuosa mirada para con la iglesia institución. Hasta dónde este vínculo afectivo y crítico ha influenciado en su pensamiento se convierte en un juego dialéctico donde se podrían dar argumentos a favor y en contra.
Creer que se cree
Vattimo insiste en que su pensamiento ha sido fuertemente influenciado por Nietzsche y por quien llama su maestro, Martín Heidegger. Para él ambos le han ayudado a reencontrar el cristianismo en la fórmula que dio título a uno de sus libros, Credere di credere  (Creer que se cree) esa mezcla de convicción y de incertidumbre.
La reiterada y tergiversada afirmación de Nietzsche: “Dios ha muerto”, para Vattimo solo significa que no hay fundamento último. Nietzsche no busca decir que Dios no existe y, para Vattimo, tampoco lo puede constatar porque esta manera debería decir que “conoce la verdadera estructura de lo real”. En esta misma línea rescata el pensamiento de Heidegger en su rechazo de la idea de una metafísica objetiva, estable. No es posible pensar el ser en términos de una metafísica objetivista.
Una vez que se reconoce que la estructura metafísica de lo real no es posible, hay que aceptar que no se puede hablar de un Dios fundamento último. ¿Significa eso que ya no solo no es posible creer en Dios o simplemente hablar de Dios?  Para Vattimo, una vez que se ha llegado a ese punto “es de nuevo posible creer en Dios”. De ahora en más, esta fe posmoderna tiene “los rasgos de la conjetura, de la apuesta arriesgada… de la aceptación por amistad, amor, devoción, piedad”
Aún, sin adentrarnos en el horizonte de este rico pensamiento lo indicado es suficiente para preguntar si desde la filosofía se está en mejores condiciones que desde la teología para indagar y bucear en la reflexión, la crítica y la búsqueda de nuevas realidades. La teología ha mostrado un marcado carácter apologético, más bien a la defensiva, lo que pareciera limitarla en los alcances de sus preguntas y en el temor en sus vacilaciones y la reticencia a la autocrítica. Igualmente habría que preguntarse si la teología  -como lo plantea otro filósofo italiano, Franco Volpi, para la filosofía- no debería llegar a la convicción que todos los verdaderos problemas teológicos “no tienen solución sino historia.”
Vattimo desafía a aceptar que vivimos en un mundo multicultural, multipolar donde el respeto de la libertad del otro juega un papel central. Hay que desechar todos los dogmatismos, porque detrás de ellos se sostiene un orden autoritario. Libre de ataduras metafísicas absolutistas es posible iniciar el camino para mirar con nuevos ojos a la vida. Ya decía Wittgenstein: “La filosofía es una batalla contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por medio del lenguaje.”
La religión ha retornado
Se ha mencionado que el tradicional rechazo a dar debida importancia al fenómeno religioso, que ha caracterizado a cierto de núcleo de pensamiento manifestado en círculos académicos en largas controversias entre fe y razón o ciencia y religión, no justifica la tendencia a ignorarlo. Esta controversia venía precedida por la calificación que la misma teología se había adjudicado con el título de reina de las ciencias. Era su manera de considerar su propia autoestima como rectora de todo pensamiento.
Pero ese extendido movimiento europeo con raíces en la filosofía empirista y racionalista, que llamamos Ilustración o Iluminismo, vino a quebrar tal monarquía. Se abría una era de desarrollo autónomo del pensamiento. La ciencia sin tutela religiosa produce significativos cambios de carácter irreversibles. Al mismo tiempo, la ciencia misma asume un carácter aristocrático desechando la religión como un estadio de ignorancia al que hay que negarle un lugar en el mundo. Las ciencias se apropian de la corona, reinan en un vasto territorio y pretenden borrar todo rastro religioso ignorándolo o buscando su descrédito.
Estas posiciones no solo han desmerecido su propia argumentación sino han desconocido la incesante búsqueda del ser humano por adentrarse en el misterio de la vida. Una búsqueda que desborda las barreras dogmáticas científicas o religiosas que se le procuran imponer.
La religión, especialmente la religión organizada, donde pudo, mantuvo el espacio de poder ganado, en otras partes se marchó a cuarteles de invierno a la espera de mejores tiempos.
¿Qué ha quedado hoy de todo ello? Los arrolladores desarrollos que se experimentaron en el siglo XX, se mezclaron con cruentas guerras, dictaduras, opresión social. A medida que la tecnología proveía de inusitadas posibilidades de comunicación se iba  abriendo la imagen de un mundo cada vez más injusto, con creciente poderío en pocas manos. La magnitud de las ciertas posibilidades de autodestrucción del mundo dibujó un panorama de desconfianza y temor entre las grandes naciones. Las ilimitadas posibilidades que se le acreditaron a este mundo autónomo de la ciencia y la razón, comenzaba a sospechar que sus postulados tenían raíces fundamentalistas. Las ciencias empezaban a reconocer que no estaban en posesión de verdades últimas, sino se abrían al espectáculo inusitado de mundo cada vez más complejo y misterioso. La ciencia moderna aprendió a reconocer lo provisorio de sus logros, la necesidad de relativizar sus conclusiones. Asistimos al desarrollo de una ciencia donde la duda, lo provisorio, la pregunta abierta oxigenan la visión del mundo y del ser humano; donde el cuestionamiento permite adentrarse en mundos vedados, descubrir nuevos misterios y evitar los fundamentalismos y la dictadura de las respuestas de validez perenne.
Hasta qué punto esta comprensión abrió el camino para que la ciencia dejara de considerarse ajena a las consecuencias morales y sociales que se planteaban a partir de sus investigaciones, es difícil de saberlo. Lo cierto es que el desarrollo de la ciencia a partir de los requerimientos de la guerra, paradójicamente, produjo descubrimientos que revolucionaron la medicina y, a la vez, proveyó recursos para la aniquilación total de la humanidad. No puede ignorarse que, paradójicamente, muchos de los avances científicos, producidos durante el siglo XX que han servido para mejorar las condiciones de vida de las personas, fueron desarrollados de la mano de la industria bélica. Ésta se convierte en un incentivo al desarrollo tecnológico en casi todas las áreas del quehacer humano.
Una ciencia sin premisas definitivas, en búsqueda constante, sin limitaciones se constituye en un desafío para la religión a asumir su misma precariedad. Todo da a entender que la religión juega un ejercicio dialéctico para proyectar la imagen de una visión remozada cuando, en realidad, sigue reforzando sus viejos mitos con la vestidura de un lenguaje que sea aceptable. Es aquí, donde la necesidad de diálogo entre ciencia y religión debería encararse en un nuevo terreno.
El mundo occidental tradicionalmente cristiano en sus orígenes aparece como el principal actor en este contexto. La pregunta acerca de Dios golpeaba al corazón de la teología por una respuesta a tantas atrocidades frente al holocausto, la opresión, la miseria, la explotación del ser humano. La teología comenzó a renacer en la crítica, la búsqueda de nuevos caminos, la liberación de los mitos. Cuando la teología se comunicó con el mundo real fue llamada a repensarse a sí misma. En Europa tuvo el carácter de la búsqueda de la reconstrucción de la sociedad, la revalorización de las tradiciones y las instituciones.
Fue la búsqueda de una nueva ortodoxia donde se reafirmaron viejas creencias con remozadas vestiduras. Se trató de  la voluntad por ser otro pero seguir siendo el mismo. Las viejas tradiciones y los mitos siguieron siendo rectores del pensamiento. La influencia de los fundamentos de la cultura que se enraizaba en la tradición judeocristiana siguió siendo determinante e inamovible. Su influencia llegó a ser significativa en las etapas de la posguerra y se diseminaron por doquier, No parecieron orientarse hacia un cambio radical de la sociedad, buscaron más bien insertarse en una sociedad de estructura  capitalista que adoptaba una fachada más humana.
Mientras tanto crecía el desarrollo de una ciencia donde la duda, lo provisorio, la pregunta abierta oxigenaban la visión del mundo y del ser humano; donde el cuestionamiento permitía adentrarse en mundos vedados, descubrir nuevos misterios y evitar los fundamentalismos y la dictadura de las respuestas de validez perenne.  La innovación tecnológica es un factor decisivo en toda esta nueva situación. Es importante recordar que la revolución tecnológica se originó y difundió, intencionalmente, en un período histórico de reestructuración global del capitalismo. La revolución tecnológica fue para lograrla una herramienta esencial. Por eso, en buena medida, la tecnología expresa la capacidad de una sociedad para propulsar el dominio tecnológico mediante las instituciones de la sociedad, incluido el Estado.
¿Qué hay detrás de este enorme despliegue de recursos y este incesante desarrollo de la ciencia y la tecnología para servir al complejo económico y político? La respuesta más evidente es el afianzamiento del poder. Ya lo había dicho Norman Mailer: “La tecnología nos dice: ’De ahora en más, vamos a tener mucho menos placer, pero mucho más poder.’ Ése es el credo de la tecnología.”
Un credo inserto en la religión del capitalismo. Un credo que, a su manera han asumido las religiones. Por un lado están aquellos grupos que igualan progreso económico personal como resultante de una adecuada fe. El progreso económico expresa la esencia de la religión moderna que busca ser atractiva y demostrable. Pero, por otro lado, las iglesias que se manifestaron escandalizadas con este planteo pragmático económico de la religión, se han mostrado no solo cautas en su crítica al desaforado desarrollo de una tecnología dominada por la industria bélica, sino que, muchas veces con su silencio, han justificado el brutal avance de un liberalismo económico que sembró de miseria y dependencia a muchos países. Se puede poner como ejemplo, al hecho que la presencia de los muchos entusiastas misioneros que llegaron a países donde la pobreza era resultado de la dominación política y económica proveniente de sus lugares de origen, no parecían comprender el principio de los problemas que sufrían esos pueblos. Venían respaldados con muchos recursos que podían ofrecer generosamente para satisfacer necesidades básicas, además de crear estructuras que, cuando esos recursos decayeran, caerían sobre la responsabilidad de los grupos locales incapaces de mantener instituciones y edificios. La tentación fue asumir un papel paternalista sin preguntar ni preguntarse por el origen de la pobreza y la responsabilidad de un sistema económico y político que la producía. Asumieron su tarea como la de aquel que comparte migajas de una riqueza que nunca cuestionó pero que espera sean recibidas con la debida gratitud. Esta crédula posición es lo que ejemplifica Luis Buñuel en su filme “Nazarín” (1958), basado en la conocida obra de Benito Pérez Galdós. Nazarín es un sacerdote que ha decidido tomar al pie de la letra a Jesús. Esa actitud le crea conflicto tras conflicto., como el cuidado a una mujer moribunda o los obreros que ven amenazados sus trabajos por la disposición de Nazarín a trabajar como sea. Sus acciones revelan que no conoce al mundo como es sino lo mira a través de una visión falsificada de la realidad, sometida una fantasía celestial, lo que le impide vivir su fe. Es una manera de criticar la hipocresía de un mundo que solo juega a la caridad cuando está en la vidriera y todos puedan admirarlo.
Estas iglesias aprendieron el credo que alega que no se puede detener el progreso, no importan los daños que puedan ocasionar a la naturaleza o las personas de otros países, porque eso afectaría la economía de su país y pondría en riesgo el empleo de muchos con todas sus consecuencias. Este esquema cerrado se agudiza en el proceso de la transformación de una economía que buscaba un desarrollo que priorizara la especulación.  Este mismo proceso es el que domina mayormente al mundo presente donde los grandes poderes económicos deciden el futuro de millones. La enorme deuda de países emergentes que deteriora su propia existencia enfrenta la cruel realidad de que se les exige pagar enormes deudas que exceden sus recursos y provocan privatizaciones de patrimonios de todo tipo, cierre de fábricas, agudo desempleo, apropiación de viviendas, falta de salud y educación.
En estos casos las religiones tradicionales, en lugar de plantearse honestamente la necesidad de poner en duda los parámetros con que ha subsistido en la sociedad, reviven las viejas tradiciones del sacrificio, de la necesidad de aceptar la desgracia como una forma de expiación vicaria. A lo sumo se contentan con declaraciones que suenan ampulosas de críticas indefinidas que no mueven en lo más  mínimo el amperímetro de quienes tienen nombre, aunque oculto, y son los beneficiarios de la injusticia. En este mundo en el que se mezclan intereses de todo tipo: ¿Quiénes tendrán menos placer pero más poder? ¿Quiénes acumularán poder por miedo a perder el placer? ¿Quiénes harán del poder el sumo placer? Para mantener el poder hace falta ser más fuerte que el enemigo real o potencial. Cuando el poder se convierte en el bien supremo todo otro valor queda relegado o ignorado
Durante los `90 en América Latina esa visión fue muy bien recibida en un contexto donde el liberalismo y las tendencias conservadoras dominaban la escena. Habrá que considerar hasta qué punto este abrazo a las perspectivas europeas, que respondían a sus propios contextos y necesidades, favoreció u obstruyó el desarrollo de una teología más auténtica. La persistencia de la paternidad de los destacados líderes que la sustentaron y la ausencia de otras perspectivas y líderes habla del impacto que ese pensamiento produjo pero también del exiguo desarrollo crítico que esta paternidad tuvo.
La tendencia en boga en la sociedad moderna tiende a magnificar protagonistas, comercializar sus reclamos o simular ignorarlos, lo que hace que, a la larga, en la vertiginosidad de la comunicación mediática, todo tienda a reducirse a lo que hoy puede interesarme porque mañana lo habré olvidado.
Esto se puede ilustrar con hechos puntuales que han buscado llamar la atención sobre el tema de Dios. Con distintas modalidades plantean sus objeciones con las que se podrá disentir pero no ignorar, y son reflejo de cierta trivialización que permea la discusión religiosa. ¿Cómo es que se ha llegado a considerar el tema religioso o la idea de Dios de esta manera tan exenta de preocupación genuina? Para algunos manifiesta rasgos de una cultura individualista, centrada en la felicidad lúdica, impulsada por una propaganda mediática que la estimula.  Si bien sería aventurado hacer afirmaciones definitivas, un ejemplo marca, al menos, una tendencia en esa línea.
“Definitivamente hay un Dios”
Cuando una campaña publicitaria muestra ser exitosa no faltan competidores que aparezcan con avisos similares, porque si la campaña ha sido bien recibida ¿Por qué no imitarla? Es conveniente recordar la incursión en el mundo publicitario del tema religioso. Se trata de una campaña iniciada por la Asociación Humanista Británica bajo el lema: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta tu vida.” El texto, que fue colocado en los laterales de cientos de buses en Inglaterra,  se convirtió en una campaña a la que otros grupos quisieron unirse. Posteriormente, la campaña se extendió a Madrid y Barcelona. Varios sitios de la red registraron los contactos entre aquellos que quisieron expresar sus convicciones antirreligiosas. Uno de sus argumentos para sostener tal manifestación es que “vivimos en una sociedad democrática, que solo ha de funcionar como tal si podemos expresar pacíficamente diferentes puntos de vista. Las compañías de ómnibus han aceptado los avisos y nadie imagina que los conductores de los buses están de acuerdo con todo lo que se publicita a los lados de los buses que ellos conducen.” El mensaje expresa, en buenos términos, una protesta contra la religión que sigue gozando de enormes privilegios en la sociedad.
“Dice el necio en su corazón…”
Una contra campaña fue organizada por el Partido Cristiano, la Sociedad Bíblica Trinitaria y la Iglesia Ortodoxa Rusa, aunque cada uno eligió su propio lema. El Partido Cristiano (PO), tomó un atajo pragmático con la leyenda: “Definitivamente hay un Dios. Únete al Partido Cristiano y disfruta tu vida”. El PO está liderado por el pastor George Hargreaves. En su juventud se dedicó por cerca de 15 años a la industria musical como compositor y productor. Entre otras obras escribió y produjo la canción:”So macho” que tuvo, en su momento, gran repercusión. Abandonó luego ese camino y se decidió a estudiar en diversos institutos teológicos. Hace unos diez años, buscó abrirse camino en la política procurando ganar, en un efímero Partido del Referéndum, una banca en el Parlamento. Luego, se alió al Partido Democrático Liberal del que pronto se retiró porque entendía que sostenía una filosofía secular humanista que contrariaba su fe. Desde hace cinco años lidera el PO.
Hargreaves se ha sentido ofendido por la campaña de quienes considera “humanistas y ateos” y en un artículo, publicado por el periódico The Guardian de Londres, les aplica las palabras del Salmo 53:1 – que él atribuye a toda la Biblia- donde aparece esta sentencia: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios”.  Al hacerlo se toma dos peligrosas libertades. Por un lado, atribuir esta frase a toda la Biblia, como si el lugar en que está colocada no tuviera un significado particular en ese salmo. Por otro lado, desconoce que ese “necio” está echando una mirada a la corrupción, a la opresión del pueblo y manifestando por eso su desconcierto y pesadumbre.
Está convencido Hargreaves que hay “un innato reconocimiento de Dios en la humanidad”. No especifica qué es lo que eso significa, pero ese difuso concepto le parece más aceptable que cualquier planteo que pudieran hacer “los ateos y humanistas”. De todas maneras, como buen político, le da la bienvenida a esos avisos, porque le proveen “la irresistible oportunidad de proclamar la existencia de Dios y promover la existencia del Partido Cristiano”. Su argumento se desarrolla sobre esto último.
La Iglesia Ortodoxa Rusa, con el auspicio del programa de televisión “La Hora Rusa”, contrató 25 buses para dotarlos con un contundente lema: “HAY un Dios. CREE. No te preocupes y disfruta la vida.” El acento de la argumentación está puesto en las mayúsculas, y el uso del imperativo, proverbial en avisos publicitarios, lo reafirma.
La Sociedad Bíblica Trinitaria se hace eco del argumento de Hergreaves y toma el texto del Salmo 53 como su lema. Supone que el texto bíblico tiene sobrada autoridad y es un argumento lo suficientemente irrebatible en sí mismo como para demostrar que quienes tienen una seria duda sobre la existencia de Dios están equivocados.
El acento puesto en este argumento ha estado despertando las mayores objeciones de los lectores. Unas 300 respuestas fueron publicadas sobre el artículo de Hergreaves. Una buena parte objeta que se presuponga que es suficiente argumento apelar a un texto de la Biblia para demostrar la existencia de Dios. Uno de los lectores se preguntaba -después de haber visto en los buses textos bíblicos con advertencias sobre el infierno y el castigo eterno- que si  decidiese anunciar que se ha escapado un enorme león del zoológico seguramente se debería demostrar las razones para tal afirmación.  De todas maneras en todos los casos, ya sea a favor o en contra de la existencia de Dios, se afirma lo valioso de “disfrutar la vida”. Ninguno hace una aclaración lo que eso significa, pero se nota la intención de no distanciara los lectores de sus mensajes.
Utilizar las herramientas de la publicidad moderna no necesariamente ayuda a los más nobles propósitos, como tampoco sucede siempre con todo tipo de emprendimiento comercial. Para apelar a esas herramientas es necesario no solo conocer las reglas de su uso sino asumir las limitaciones y la clase de  comunicación que crean. La propaganda procura sortear estos escollos que aparecen en la sociedad moderna para lograr una aceptación favorable. La propaganda busca provocar en el ser humano una decisión a su oferta sorteando su convicción. No se puede identificar comunicación con propaganda porque como recordaba Mc Luhan: “La propaganda termina cuando comienza el diálogo”
Por otra parte, es bien sabido que la gente recibe, selecciona e interpreta desde su propia óptica social y cultural, y sospecha cada vez más de las imposiciones autoritarias y dogmáticas. Las grandes estructuras políticas y religiosas, aún cuando detentan un histórico poder, han visto erosionar su hegemonía y autoridad en la sociedad, entre otras razones, porque estamos ante una civilización multicultural y multipolar.
Es este contexto de la propaganda que prevalece en esta curiosa campaña de los que pretendiendo ser heraldos defensores de la fe. Hay ciertos condicionamientos que no pueden obviarse cuando se intenta adentrarse en campos que, por las características de la sociedad moderna, establecen ciertas reglas de comunicación. Por eso, lo que finalmente logran es convencer a los convencidos pero acrecientan las distancias entre quienes creen y quienes no creen  buscan creer o, simplemente, dudan.
Una búsqueda no satisfecha
Al mismo tiempo, y en alguna medida paralelamente, la experiencia mostró ser insuficiente e inadecuada. La realidad reclamaba otros aportes. Se levantaron pioneros que contemplaron la realidad de los pueblos sufrientes y se abrieron a la búsqueda una espiritualidad renovada que mostrara signos concretos de solidaridad. Pero las instituciones no estaban preparadas para dar ese salto hacia la realidad. Prefirieron salir a reconquistar espacios perdidos y se concentraron en restablecer su desvaído poder. Los nuevos caminos empezaron a cerrarse y el silencio se impuso a muchas bocas.
Así que, al tratar de comprender a qué se debe y cómo se manifiesta este mentado retorno de la religión, no parece que pueda atribuírselo a un despertar de las religiones tradicionales. Es más probable que se trate de un hecho que se manifiesta en sectores que, sin tener una vinculación orgánica, han comenzado a plantearse la problemática religiosa como un aspecto de la vida humana que requiere una seria consideración. Ese punto de partida está, indudablemente, impregnado de una tradición religiosa que –como se verá más adelante- ha sostenido ciertos hitos que han modelado el pensamiento a lo largo de la historia y cuya importancia se busca revalorar en el presente. Hasta dónde el peso de esta tradición, que está enraizada en el afecto de quienes procuran su reelaboración, determina el propio proceso es algo que habrá que tener en cuenta. De todas maneras, el hecho de que esas vivencias del pasado se reciben con abierto espíritu crítico y con la intención de rescatar la esencia de los valores que debe perdurar, abren un camino nuevo a explorar.
Por otra parte,  será conveniente tener en cuenta otros aportes que buscaron ayudar a comprender la tradición religiosa como lo que se denomina “crítica bíblica” – una definición muy genérica y difusa- y que impactaron en el pensamiento teológico y filosófico. Mucho se ha escrito, por ejemplo, sobre la búsqueda del Jesús histórico. Largos años de crítica y de investigación arqueológica, no parecieron haber impactado en la vida de las iglesias cristianas. Se han reconocido las complejas dificultades para seguir sostenido una mirada acrítica sobre la Biblia, sin embargo los postulados tradicionales han prevalecido como afirmación dogmática. El texto escrito se constituye no solo la prueba concreta de la presencia de Dios sino su propia voz, por lo que la fe adquiere su validez aparte de los resultados que pueda proveer la crítica bíblica, pero también cualquier opinión o pensamiento que pueda rozar su veracidad. De manera que, para quien acepta esta premisa, su postura se torna irreducible y desvaloriza todo lo demás.
Este fundamentalismo, que en ciertos sectores tiende a ocultarse, se muestra especialmente cuando se trata de determinar la moral social.  Es otra forma de dar a la religión una superioridad sobre toda evidencia que la ciencia pueda proveer. De manera que, en este caso, la crítica bíblica que bien puede considerarse un valioso aporte para una sana comprensión de la experiencia religiosa, terminan siendo un obstáculo para “la sana doctrina”.
En esta perspectiva del retorno de la religión, debe señalarse la trinchera que se ha levantado con un libro para evitar cualquier embate contra sus fundamentos. Pero, en este caso, es el embate de la realidad.  Esta parece ser la experiencia de todas las religiones: erigir el texto sagrado como prueba y juez de toda realidad. Así, el pensamiento se detiene por que ha concluido la revelación. La experiencia religiosa se torna genuina cuando reviste los rasgos que se marcan en el texto. La ley de la vida y de la sociedad se regula según la lectura que los sabios hacen de los textos sin una referencia directa a las contradicciones tan presentes en la vida. Hay quienes deciden qué es circunstancial y qué es permanente, desde la vida sexual y familiar, pasando por el gobierno de los pueblos hasta el origen del mundo y su final. ¿Hasta qué punto esta cerrada y persistente perspectiva de lo religioso será una ayuda o un tropiezo? Es evidente que esta postura parece demostrarnos que poco se ha aprendido con la Ilustración. La crítica a este período y sus consecuencias se ha tornado en un retroceso hacia tiempos que nunca volverán.
Las complejidades del mundo religioso
Es difícil reducir entramados complejos a descripciones sencillas. El tratamiento de lo religioso conlleva su sustrato cultural y emocional. Está encuadrado en un contexto de intereses personales e institucionales. La religión se ha instalado en ciertas partes consolidando poder y proveyendo –o haciendo creer que proveía- una indeleble identidad a ciertos pueblos. La religión permanece en la sociedad como un sedimento que se torna una conciencia histórica carente de coherencia concreta pero al que apelan aquellos que necesitan o quieren preservar su poder. De manera que una genuina reflexión y análisis sobre el fenómeno religioso, que busque ser respetuoso de un auténtico espíritu y práctica religiosa, no podrá dejar de considerar que el marco en el que esto sucede está envuelto en una compleja realidad social, política y cultural.
Se han visto con preocupación y temor las teocracias que se manifiestan en el mundo musulmán. Identificarlas con posibles peligros de dominación y destrucción ha sido un recurrente ejercicio político. Con un cierto recato se podría trazar un paralelismo con la tendencia de los grupos más conservadores del mundo occidental por lograr similares objetivos. La religión se convierte así en el elemento determinante para evaporar una consideración política sobre el papel de los grandes poderes para inquietar la situación mundial. El lenguaje religioso belicoso –del que el Antiguo Testamento es una abundante cantera- provee su acuciante aguijón a determinar posiciones, distinguir los amigos de los enemigos, exaltar las pasiones e incentivar los miedos, como tampoco han dejado de provocar las más variadas reacciones.
André Comte-Sponville trata de responder a este nuevo contexto con una propuesta “religiosamente correcta” dividiendo las aguas: los que quieran creer que crean y dejen a los demás desarrollar su propia espiritualidad.
Así, por ejemplo, Rocco Pezzimenti -en un reciente libro, “Política y Religión”- está convencido de que en el mundo moderno, la perspectiva secular “acabó por reducir el cristianismo a un evento de dimensión sociológica” y él pretende desenmascarar ese intento. Por eso entiende que “le toca nuevamente al cristianismo curar las heridas del hombre contemporáneo e indicar el camino de la salvación”. Su premisa se asienta en la creencia de que el marxismo ha llegado a su fin, lo cual no solo acaba con cualquier crítica que pudiera hacerse a la religión sino que ahora ésta debe volver a ocupar el lugar rector que le pertenecía.
Marx, en su consideración y crítica de la religión, creía que es importante analizar el contexto social en el que se desarrolla. Por eso entendía que “la función de la crítica de la religión es la de hacer ver las razones sociales de la alienación religiosa.”  Pezzimenti evita considerar si en alguna medida, aunque sea mínima, es válido  dilucidar efectos alienantes en la religión. Porque no importa si se le reconoce o no autoridad a Marx, lo que se cuestiona es si tiene suficiente peso para prestarle importancia. Una cosa es el cuestionamiento, otra es el desdén. Mientras Pezzimenti reclama que una hermenéutica de la historia debería evitar el peligro de los absolutismos, al mismo tiempo establece como premisa inapelable que “la esencia del cristianismo está en su trascendencia” y que “lo que la religión cristiana reivindica es que el destino último del hombre es ultraterreno.”
Esta visión ultramundana considera que la religión está inmune a toda crítica y es de una naturaleza incomparable y, por lo tanto, incuestionable. Es cierto que, en general, las religiones no están preparadas para enfrentar críticas ni aceptan que sacudan las raíces de sus postulados. De allí que, quizás, tienden a ser más intransigentes, esquivas a asumir los cambios en la sociedad, encerrarse en sí mismas y reclamar un poder incuestionable. Una postura que muchos no pueden aceptar. No todos han asentido dejar de lado toda reflexión sobre la religión y cuestionan su validez. Así, algunos los pensadores que han procurado tomar una posición más combativa y hacer sus propias denuncias. El filósofo francés Michel Onfray, con cierta afección a escandalizar, en su obra Tratado de Ateología, alega que “El ateísmo no es una terapia, sino salud mental recuperada” y “El oscurantismo, ese humus de las religiones, se combate con la tradición racionalista occidental.”   Piergiorgio Odifreddi escribió un libro titulado Por qué no podemos ser cristianos, donde trata de demostrar la “absurdidad de la fe cristiana misma, que pretende continuar propinando al hombre occidental contemporáneo rancios mitos de Oriente Medio e infantiles supersticiones medievales.” Así, en su momento Luis Buñuel, que tenía una pesada carga de catolicismo dominante, lo expresó con claridad: “es natural atacar los llamados `principios`, ya que son instrumentos de la represión y yo creo que hay que llevar a cabo una lucha permanente por la libertad.”

Fuente: ALCNOTICIAS, 2015.

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