Por
Carlos Valle, Argentina
ALC junto a Prensa Ecuménica tienen el gusto de
publicar este trabajo del pastor Carlos Valle, referente indiscutido del
campo de la comunicación y la religión. El trabajo se irá publicando por
capítulos.
Ya publicamos:
INTRODUCCIÓN
Publicamos
ahora el Capítulo III:
Es
preciso que incesantemente me sumerja en las aguas de la duda. Ludwig Wittgenstein
Es
débil porque no ha dudado bastante y ha querido llegar a conclusiones. Miguel
de Unamuno
Fue
en 1983 que Vattimo lanzó su controvertida idea de que a todos los absolutismos
o posturas metafísicas, que suponen la existencia de una verdad única, hay que
contraponerles el hecho de que no hay certezas inamovibles porque las verdades
son parciales y relativas. Reflexionar sobre esta constatación está en la base
de lo que llamó el “pensamiento débil”.
Para
Vattimo en el mundo presente nos enfrentamos al hecho de que: “La especialización
de los lenguajes científicos, la multiplicidad de culturas (que el mito
eurocéntrico del progreso ya no unifica jerárquicamente), la fragmentación de
los ámbitos de la existencia y el pluralismo babélico de la sociedad de la
modernidad tardía han hecho realmente impensable un orden unitario del mundo;
han caído en descrédito todos los metarrelatos, que pretendían reflejar la
estructura del ser”
No
hay un solo curso de la historia
Pero
todo esto para Vattimo no es una tragedia sino la oportunidad para entender que
el ser es acontecimiento y lo es en su relación con el otro. Una relación en la
que la libertad adquiere una enorme dimensión. Así es posible ver que no hay un
único curso de la historia, porque mi comprensión de los hechos es una mirada
parcial desde una perspectiva particular. Lo que inevitablemente lleva al
reconocimiento de culturas e historias diversas desechando “la idea de una
única civilización humana de la que Europa sería la guía y el punto
culminante.”
De
allí que no se pueda hablar de afirmaciones universales que sean productos del
consenso, porque no hay verdades universales. “No digamos que nos hemos puesto
de acuerdo porque hemos encontrado la verdad, sino que hemos encontrado la
verdad porque nos hemos puesto de acuerdo”. Un consenso solo es posible en el
diálogo, y dialogar es reconocer y respetar al otro en su propia libertad. De
manera que para Vattimo hay verdad cuando nos ponemos de acuerdo en que la
verdad es “un mensaje histórico”. Por eso, siguiendo a Heidegger, sostiene
que el ser acontece en el lenguaje pero, añade, en el lenguaje del diálogo.
Suenan aquí los ecos de la recordada frase de Wittgeinstein: “Los límites de mi
lenguaje son los límites de mi mundo.”
Es
importante destacar que Vattimo reconoce una gran influencia de la tradición
católica romana en su formación a la que se siente deudor. Quizás por ello,
buena parte de su renovada mirada sobre la religión denota -no obstante sus
reiteradas críticas- una respetuosa mirada para con la iglesia institución.
Hasta dónde este vínculo afectivo y crítico ha influenciado en su pensamiento
se convierte en un juego dialéctico donde se podrían dar argumentos a favor y
en contra.
Creer
que se cree
Vattimo
insiste en que su pensamiento ha sido fuertemente influenciado por Nietzsche y
por quien llama su maestro, Martín Heidegger. Para él ambos le han ayudado a
reencontrar el cristianismo en la fórmula que dio título a uno de sus libros, Credere
di credere (Creer que se cree) esa mezcla de convicción y de
incertidumbre.
La
reiterada y tergiversada afirmación de Nietzsche: “Dios ha muerto”, para
Vattimo solo significa que no hay fundamento último. Nietzsche no busca decir
que Dios no existe y, para Vattimo, tampoco lo puede constatar porque esta
manera debería decir que “conoce la verdadera estructura de lo real”. En esta
misma línea rescata el pensamiento de Heidegger en su rechazo de la idea de una
metafísica objetiva, estable. No es posible pensar el ser en términos de una
metafísica objetivista.
Una
vez que se reconoce que la estructura metafísica de lo real no es posible, hay
que aceptar que no se puede hablar de un Dios fundamento último. ¿Significa eso
que ya no solo no es posible creer en Dios o simplemente hablar de Dios?
Para Vattimo, una vez que se ha llegado a ese punto “es de nuevo posible creer
en Dios”. De ahora en más, esta fe posmoderna tiene “los rasgos de la
conjetura, de la apuesta arriesgada… de la aceptación por amistad, amor,
devoción, piedad”
Aún,
sin adentrarnos en el horizonte de este rico pensamiento lo indicado es
suficiente para preguntar si desde la filosofía se está en mejores condiciones
que desde la teología para indagar y bucear en la reflexión, la crítica y la
búsqueda de nuevas realidades. La teología ha mostrado un marcado carácter
apologético, más bien a la defensiva, lo que pareciera limitarla en los
alcances de sus preguntas y en el temor en sus vacilaciones y la reticencia a
la autocrítica. Igualmente habría que preguntarse si la teología -como lo
plantea otro filósofo italiano, Franco Volpi, para la filosofía- no debería
llegar a la convicción que todos los verdaderos problemas teológicos “no tienen
solución sino historia.”
Vattimo
desafía a aceptar que vivimos en un mundo multicultural, multipolar donde el
respeto de la libertad del otro juega un papel central. Hay que desechar todos
los dogmatismos, porque detrás de ellos se sostiene un orden autoritario. Libre
de ataduras metafísicas absolutistas es posible iniciar el camino para mirar
con nuevos ojos a la vida. Ya decía Wittgenstein: “La filosofía es una batalla
contra el embrujamiento de nuestra inteligencia por medio del lenguaje.”
La
religión ha retornado
Se
ha mencionado que el tradicional rechazo a dar debida importancia al fenómeno
religioso, que ha caracterizado a cierto de núcleo de pensamiento manifestado
en círculos académicos en largas controversias entre fe y razón o ciencia y
religión, no justifica la tendencia a ignorarlo. Esta controversia venía
precedida por la calificación que la misma teología se había adjudicado con el
título de reina de las ciencias. Era su manera de considerar su propia
autoestima como rectora de todo pensamiento.
Pero
ese extendido movimiento europeo con raíces en la filosofía empirista y
racionalista, que llamamos Ilustración o Iluminismo, vino a quebrar tal
monarquía. Se abría una era de desarrollo autónomo del pensamiento. La ciencia
sin tutela religiosa produce significativos cambios de carácter irreversibles.
Al mismo tiempo, la ciencia misma asume un carácter aristocrático desechando la
religión como un estadio de ignorancia al que hay que negarle un lugar en el
mundo. Las ciencias se apropian de la corona, reinan en un vasto territorio y
pretenden borrar todo rastro religioso ignorándolo o buscando su descrédito.
Estas
posiciones no solo han desmerecido su propia argumentación sino han desconocido
la incesante búsqueda del ser humano por adentrarse en el misterio de la vida.
Una búsqueda que desborda las barreras dogmáticas científicas o religiosas que
se le procuran imponer.
La
religión, especialmente la religión organizada, donde pudo, mantuvo el espacio
de poder ganado, en otras partes se marchó a cuarteles de invierno a la espera
de mejores tiempos.
¿Qué
ha quedado hoy de todo ello? Los arrolladores desarrollos que se experimentaron
en el siglo XX, se mezclaron con cruentas guerras, dictaduras, opresión social.
A medida que la tecnología proveía de inusitadas posibilidades de comunicación
se iba abriendo la imagen de un mundo cada vez más injusto, con creciente
poderío en pocas manos. La magnitud de las ciertas posibilidades de
autodestrucción del mundo dibujó un panorama de desconfianza y temor entre las
grandes naciones. Las ilimitadas posibilidades que se le acreditaron a este
mundo autónomo de la ciencia y la razón, comenzaba a sospechar que sus
postulados tenían raíces fundamentalistas. Las ciencias empezaban a reconocer
que no estaban en posesión de verdades últimas, sino se abrían al espectáculo
inusitado de mundo cada vez más complejo y misterioso. La ciencia moderna
aprendió a reconocer lo provisorio de sus logros, la necesidad de relativizar
sus conclusiones. Asistimos al desarrollo de una ciencia donde la duda, lo
provisorio, la pregunta abierta oxigenan la visión del mundo y del ser humano;
donde el cuestionamiento permite adentrarse en mundos vedados, descubrir nuevos
misterios y evitar los fundamentalismos y la dictadura de las respuestas de
validez perenne.
Hasta
qué punto esta comprensión abrió el camino para que la ciencia dejara de
considerarse ajena a las consecuencias morales y sociales que se planteaban a
partir de sus investigaciones, es difícil de saberlo. Lo cierto es que el
desarrollo de la ciencia a partir de los requerimientos de la guerra,
paradójicamente, produjo descubrimientos que revolucionaron la medicina y, a la
vez, proveyó recursos para la aniquilación total de la humanidad. No puede
ignorarse que, paradójicamente, muchos de los avances científicos, producidos
durante el siglo XX que han servido para mejorar las condiciones de vida de las
personas, fueron desarrollados de la mano de la industria bélica. Ésta se
convierte en un incentivo al desarrollo tecnológico en casi todas las áreas del
quehacer humano.
Una
ciencia sin premisas definitivas, en búsqueda constante, sin limitaciones se
constituye en un desafío para la religión a asumir su misma precariedad. Todo
da a entender que la religión juega un ejercicio dialéctico para proyectar la
imagen de una visión remozada cuando, en realidad, sigue reforzando sus viejos
mitos con la vestidura de un lenguaje que sea aceptable. Es aquí, donde la
necesidad de diálogo entre ciencia y religión debería encararse en un nuevo
terreno.
El
mundo occidental tradicionalmente cristiano en sus orígenes aparece como el
principal actor en este contexto. La pregunta acerca de Dios golpeaba al
corazón de la teología por una respuesta a tantas atrocidades frente al
holocausto, la opresión, la miseria, la explotación del ser humano. La teología
comenzó a renacer en la crítica, la búsqueda de nuevos caminos, la liberación
de los mitos. Cuando la teología se comunicó con el mundo real fue llamada a
repensarse a sí misma. En Europa tuvo el carácter de la búsqueda de la
reconstrucción de la sociedad, la revalorización de las tradiciones y las
instituciones.
Fue
la búsqueda de una nueva ortodoxia donde se reafirmaron viejas creencias con
remozadas vestiduras. Se trató de la voluntad por ser otro pero seguir
siendo el mismo. Las viejas tradiciones y los mitos siguieron siendo rectores
del pensamiento. La influencia de los fundamentos de la cultura que se
enraizaba en la tradición judeocristiana siguió siendo determinante e
inamovible. Su influencia llegó a ser significativa en las etapas de la
posguerra y se diseminaron por doquier, No parecieron orientarse hacia un cambio
radical de la sociedad, buscaron más bien insertarse en una sociedad de
estructura capitalista que adoptaba una fachada más humana.
Mientras
tanto crecía el desarrollo de una ciencia donde la duda, lo provisorio, la
pregunta abierta oxigenaban la visión del mundo y del ser humano; donde el
cuestionamiento permitía adentrarse en mundos vedados, descubrir nuevos
misterios y evitar los fundamentalismos y la dictadura de las respuestas de
validez perenne. La innovación tecnológica es un factor decisivo en toda
esta nueva situación. Es importante recordar que la revolución tecnológica se
originó y difundió, intencionalmente, en un período histórico de
reestructuración global del capitalismo. La revolución tecnológica fue para
lograrla una herramienta esencial. Por eso, en buena medida, la tecnología
expresa la capacidad de una sociedad para propulsar el dominio tecnológico
mediante las instituciones de la sociedad, incluido el Estado.
¿Qué
hay detrás de este enorme despliegue de recursos y este incesante desarrollo de
la ciencia y la tecnología para servir al complejo económico y político? La
respuesta más evidente es el afianzamiento del poder. Ya lo había dicho
Norman Mailer: “La tecnología nos dice: ’De ahora en más, vamos a tener mucho
menos placer, pero mucho más poder.’ Ése es el credo de la tecnología.”
Un
credo inserto en la religión del capitalismo. Un credo que, a su manera han
asumido las religiones. Por un lado están aquellos grupos que igualan progreso
económico personal como resultante de una adecuada fe. El progreso económico
expresa la esencia de la religión moderna que busca ser atractiva y
demostrable. Pero, por otro lado, las iglesias que se manifestaron
escandalizadas con este planteo pragmático económico de la religión, se han
mostrado no solo cautas en su crítica al desaforado desarrollo de una
tecnología dominada por la industria bélica, sino que, muchas veces con su
silencio, han justificado el brutal avance de un liberalismo económico que
sembró de miseria y dependencia a muchos países. Se puede poner como ejemplo,
al hecho que la presencia de los muchos entusiastas misioneros que llegaron a
países donde la pobreza era resultado de la dominación política y económica
proveniente de sus lugares de origen, no parecían comprender el principio de
los problemas que sufrían esos pueblos. Venían respaldados con muchos recursos
que podían ofrecer generosamente para satisfacer necesidades básicas, además de
crear estructuras que, cuando esos recursos decayeran, caerían sobre la
responsabilidad de los grupos locales incapaces de mantener instituciones y
edificios. La tentación fue asumir un papel paternalista sin preguntar ni
preguntarse por el origen de la pobreza y la responsabilidad de un sistema
económico y político que la producía. Asumieron su tarea como la de aquel que
comparte migajas de una riqueza que nunca cuestionó pero que espera sean
recibidas con la debida gratitud. Esta crédula posición es lo que ejemplifica
Luis Buñuel en su filme “Nazarín” (1958), basado en la conocida obra de Benito
Pérez Galdós. Nazarín es un sacerdote que ha decidido tomar al pie de la letra
a Jesús. Esa actitud le crea conflicto tras conflicto., como el cuidado a una
mujer moribunda o los obreros que ven amenazados sus trabajos por la
disposición de Nazarín a trabajar como sea. Sus acciones revelan que no conoce
al mundo como es sino lo mira a través de una visión falsificada de la
realidad, sometida una fantasía celestial, lo que le impide vivir su fe. Es una
manera de criticar la hipocresía de un mundo que solo juega a la caridad cuando
está en la vidriera y todos puedan admirarlo.
Estas
iglesias aprendieron el credo que alega que no se puede detener el progreso, no
importan los daños que puedan ocasionar a la naturaleza o las personas de otros
países, porque eso afectaría la economía de su país y pondría en riesgo el
empleo de muchos con todas sus consecuencias. Este esquema cerrado se agudiza
en el proceso de la transformación de una economía que buscaba un desarrollo
que priorizara la especulación. Este mismo proceso es el que domina
mayormente al mundo presente donde los grandes poderes económicos deciden el
futuro de millones. La enorme deuda de países emergentes que deteriora su
propia existencia enfrenta la cruel realidad de que se les exige pagar enormes
deudas que exceden sus recursos y provocan privatizaciones de patrimonios de
todo tipo, cierre de fábricas, agudo desempleo, apropiación de viviendas, falta
de salud y educación.
En
estos casos las religiones tradicionales, en lugar de plantearse honestamente
la necesidad de poner en duda los parámetros con que ha subsistido en la
sociedad, reviven las viejas tradiciones del sacrificio, de la necesidad de
aceptar la desgracia como una forma de expiación vicaria. A lo sumo se
contentan con declaraciones que suenan ampulosas de críticas indefinidas que no
mueven en lo más mínimo el amperímetro de quienes tienen nombre, aunque
oculto, y son los beneficiarios de la injusticia. En este mundo en el que se
mezclan intereses de todo tipo: ¿Quiénes tendrán menos placer pero más poder?
¿Quiénes acumularán poder por miedo a perder el placer? ¿Quiénes harán del
poder el sumo placer? Para mantener el poder hace falta ser más fuerte que el
enemigo real o potencial. Cuando el poder se convierte en el bien supremo todo
otro valor queda relegado o ignorado
Durante
los `90 en América Latina esa visión fue muy bien recibida en un contexto donde
el liberalismo y las tendencias conservadoras dominaban la escena. Habrá que
considerar hasta qué punto este abrazo a las perspectivas europeas, que
respondían a sus propios contextos y necesidades, favoreció u obstruyó el
desarrollo de una teología más auténtica. La persistencia de la paternidad de
los destacados líderes que la sustentaron y la ausencia de otras perspectivas y
líderes habla del impacto que ese pensamiento produjo pero también del exiguo
desarrollo crítico que esta paternidad tuvo.
La
tendencia en boga en la sociedad moderna tiende a magnificar protagonistas,
comercializar sus reclamos o simular ignorarlos, lo que hace que, a la larga,
en la vertiginosidad de la comunicación mediática, todo tienda a reducirse a lo
que hoy puede interesarme porque mañana lo habré olvidado.
Esto
se puede ilustrar con hechos puntuales que han buscado llamar la atención sobre
el tema de Dios. Con distintas modalidades plantean sus objeciones con las que
se podrá disentir pero no ignorar, y son reflejo de cierta trivialización que
permea la discusión religiosa. ¿Cómo es que se ha llegado a considerar el tema
religioso o la idea de Dios de esta manera tan exenta de preocupación genuina?
Para algunos manifiesta rasgos de una cultura individualista, centrada en la
felicidad lúdica, impulsada por una propaganda mediática que la estimula.
Si bien sería aventurado hacer afirmaciones definitivas, un ejemplo marca, al
menos, una tendencia en esa línea.
“Definitivamente
hay un Dios”
Cuando
una campaña publicitaria muestra ser exitosa no faltan competidores que
aparezcan con avisos similares, porque si la campaña ha sido bien recibida ¿Por
qué no imitarla? Es conveniente recordar la incursión en el mundo publicitario
del tema religioso. Se trata de una campaña iniciada por la Asociación
Humanista Británica bajo el lema: “Probablemente Dios no existe. Deja de
preocuparte y disfruta tu vida.” El texto, que fue colocado en los laterales de
cientos de buses en Inglaterra, se convirtió en una campaña a la que
otros grupos quisieron unirse. Posteriormente, la campaña se extendió a Madrid
y Barcelona. Varios sitios de la red registraron los contactos entre aquellos
que quisieron expresar sus convicciones antirreligiosas. Uno de sus argumentos
para sostener tal manifestación es que “vivimos en una sociedad democrática,
que solo ha de funcionar como tal si podemos expresar pacíficamente diferentes
puntos de vista. Las compañías de ómnibus han aceptado los avisos y nadie
imagina que los conductores de los buses están de acuerdo con todo lo que se
publicita a los lados de los buses que ellos conducen.” El mensaje expresa, en
buenos términos, una protesta contra la religión que sigue gozando de enormes
privilegios en la sociedad.
“Dice
el necio en su corazón…”
Una
contra campaña fue organizada por el Partido Cristiano, la Sociedad Bíblica
Trinitaria y la Iglesia Ortodoxa Rusa, aunque cada uno eligió su propio lema. El
Partido Cristiano (PO), tomó un atajo pragmático con la leyenda:
“Definitivamente hay un Dios. Únete al Partido Cristiano y disfruta tu vida”.
El PO está liderado por el pastor George Hargreaves. En su juventud se dedicó
por cerca de 15 años a la industria musical como compositor y productor. Entre
otras obras escribió y produjo la canción:”So macho” que tuvo, en su momento,
gran repercusión. Abandonó luego ese camino y se decidió a estudiar en diversos
institutos teológicos. Hace unos diez años, buscó abrirse camino en la política
procurando ganar, en un efímero Partido del Referéndum, una banca en el
Parlamento. Luego, se alió al Partido Democrático Liberal del que pronto se
retiró porque entendía que sostenía una filosofía secular humanista que contrariaba
su fe. Desde hace cinco años lidera el PO.
Hargreaves
se ha sentido ofendido por la campaña de quienes considera “humanistas y ateos”
y en un artículo, publicado por el periódico The Guardian de Londres,
les aplica las palabras del Salmo 53:1 – que él atribuye a toda la Biblia-
donde aparece esta sentencia: “Dice el necio en su corazón: No hay Dios”.
Al hacerlo se toma dos peligrosas libertades. Por un lado, atribuir esta frase
a toda la Biblia, como si el lugar en que está colocada no tuviera un significado
particular en ese salmo. Por otro lado, desconoce que ese “necio” está echando
una mirada a la corrupción, a la opresión del pueblo y manifestando por eso su
desconcierto y pesadumbre.
Está
convencido Hargreaves que hay “un innato reconocimiento de Dios en la
humanidad”. No especifica qué es lo que eso significa, pero ese difuso concepto
le parece más aceptable que cualquier planteo que pudieran hacer “los ateos y
humanistas”. De todas maneras, como buen político, le da la bienvenida a esos
avisos, porque le proveen “la irresistible oportunidad de proclamar la
existencia de Dios y promover la existencia del Partido Cristiano”. Su
argumento se desarrolla sobre esto último.
La
Iglesia Ortodoxa Rusa, con el auspicio del programa de televisión “La Hora Rusa”,
contrató 25 buses para dotarlos con un contundente lema: “HAY un Dios. CREE. No
te preocupes y disfruta la vida.” El acento de la argumentación está puesto en
las mayúsculas, y el uso del imperativo, proverbial en avisos publicitarios, lo
reafirma.
La
Sociedad Bíblica Trinitaria se hace eco del argumento de Hergreaves y toma el
texto del Salmo 53 como su lema. Supone que el texto bíblico tiene sobrada
autoridad y es un argumento lo suficientemente irrebatible en sí mismo como
para demostrar que quienes tienen una seria duda sobre la existencia de Dios
están equivocados.
El
acento puesto en este argumento ha estado despertando las mayores objeciones de
los lectores. Unas 300 respuestas fueron publicadas sobre el artículo de
Hergreaves. Una buena parte objeta que se presuponga que es suficiente
argumento apelar a un texto de la Biblia para demostrar la existencia de Dios.
Uno de los lectores se preguntaba -después de haber visto en los buses textos
bíblicos con advertencias sobre el infierno y el castigo eterno- que si
decidiese anunciar que se ha escapado un enorme león del zoológico seguramente
se debería demostrar las razones para tal afirmación. De todas maneras en
todos los casos, ya sea a favor o en contra de la existencia de Dios, se afirma
lo valioso de “disfrutar la vida”. Ninguno hace una aclaración lo que eso
significa, pero se nota la intención de no distanciara los lectores de sus
mensajes.
Utilizar
las herramientas de la publicidad moderna no necesariamente ayuda a los más
nobles propósitos, como tampoco sucede siempre con todo tipo de emprendimiento
comercial. Para apelar a esas herramientas es necesario no solo conocer las
reglas de su uso sino asumir las limitaciones y la clase de comunicación
que crean. La propaganda procura sortear estos escollos que aparecen en la
sociedad moderna para lograr una aceptación favorable. La propaganda busca
provocar en el ser humano una decisión a su oferta sorteando su convicción. No
se puede identificar comunicación con propaganda porque como recordaba Mc
Luhan: “La propaganda termina cuando comienza el diálogo”
Por
otra parte, es bien sabido que la gente recibe, selecciona e interpreta desde
su propia óptica social y cultural, y sospecha cada vez más de las imposiciones
autoritarias y dogmáticas. Las grandes estructuras políticas y religiosas, aún
cuando detentan un histórico poder, han visto erosionar su hegemonía y
autoridad en la sociedad, entre otras razones, porque estamos ante una
civilización multicultural y multipolar.
Es
este contexto de la propaganda que prevalece en esta curiosa campaña de los que
pretendiendo ser heraldos defensores de la fe. Hay ciertos condicionamientos
que no pueden obviarse cuando se intenta adentrarse en campos que, por las
características de la sociedad moderna, establecen ciertas reglas de
comunicación. Por eso, lo que finalmente logran es convencer a los convencidos
pero acrecientan las distancias entre quienes creen y quienes no creen
buscan creer o, simplemente, dudan.
Una
búsqueda no satisfecha
Al
mismo tiempo, y en alguna medida paralelamente, la experiencia mostró ser
insuficiente e inadecuada. La realidad reclamaba otros aportes. Se levantaron
pioneros que contemplaron la realidad de los pueblos sufrientes y se abrieron a
la búsqueda una espiritualidad renovada que mostrara signos concretos de
solidaridad. Pero las instituciones no estaban preparadas para dar ese salto
hacia la realidad. Prefirieron salir a reconquistar espacios perdidos y se
concentraron en restablecer su desvaído poder. Los nuevos caminos empezaron a
cerrarse y el silencio se impuso a muchas bocas.
Así
que, al tratar de comprender a qué se debe y cómo se manifiesta este mentado
retorno de la religión, no parece que pueda atribuírselo a un despertar de las
religiones tradicionales. Es más probable que se trate de un hecho que se
manifiesta en sectores que, sin tener una vinculación orgánica, han comenzado a
plantearse la problemática religiosa como un aspecto de la vida humana que
requiere una seria consideración. Ese punto de partida está, indudablemente,
impregnado de una tradición religiosa que –como se verá más adelante- ha
sostenido ciertos hitos que han modelado el pensamiento a lo largo de la
historia y cuya importancia se busca revalorar en el presente. Hasta dónde el
peso de esta tradición, que está enraizada en el afecto de quienes procuran su
reelaboración, determina el propio proceso es algo que habrá que tener en
cuenta. De todas maneras, el hecho de que esas vivencias del pasado se reciben
con abierto espíritu crítico y con la intención de rescatar la esencia de los
valores que debe perdurar, abren un camino nuevo a explorar.
Por
otra parte, será conveniente tener en cuenta otros aportes que buscaron
ayudar a comprender la tradición religiosa como lo que se denomina “crítica
bíblica” – una definición muy genérica y difusa- y que impactaron en el
pensamiento teológico y filosófico. Mucho se ha escrito, por ejemplo, sobre la
búsqueda del Jesús histórico. Largos años de crítica y de investigación
arqueológica, no parecieron haber impactado en la vida de las iglesias
cristianas. Se han reconocido las complejas dificultades para seguir sostenido
una mirada acrítica sobre la Biblia, sin embargo los postulados tradicionales
han prevalecido como afirmación dogmática. El texto escrito se constituye no
solo la prueba concreta de la presencia de Dios sino su propia voz, por lo que
la fe adquiere su validez aparte de los resultados que pueda proveer la crítica
bíblica, pero también cualquier opinión o pensamiento que pueda rozar su
veracidad. De manera que, para quien acepta esta premisa, su postura se torna
irreducible y desvaloriza todo lo demás.
Este
fundamentalismo, que en ciertos sectores tiende a ocultarse, se muestra
especialmente cuando se trata de determinar la moral social. Es otra
forma de dar a la religión una superioridad sobre toda evidencia que la ciencia
pueda proveer. De manera que, en este caso, la crítica bíblica que bien puede
considerarse un valioso aporte para una sana comprensión de la experiencia
religiosa, terminan siendo un obstáculo para “la sana doctrina”.
En
esta perspectiva del retorno de la religión, debe señalarse la trinchera que se
ha levantado con un libro para evitar cualquier embate contra sus fundamentos.
Pero, en este caso, es el embate de la realidad. Esta parece ser la
experiencia de todas las religiones: erigir el texto sagrado como prueba y juez
de toda realidad. Así, el pensamiento se detiene por que ha concluido la
revelación. La experiencia religiosa se torna genuina cuando reviste los rasgos
que se marcan en el texto. La ley de la vida y de la sociedad se regula según
la lectura que los sabios hacen de los textos sin una referencia directa a las
contradicciones tan presentes en la vida. Hay quienes deciden qué es
circunstancial y qué es permanente, desde la vida sexual y familiar, pasando
por el gobierno de los pueblos hasta el origen del mundo y su final. ¿Hasta qué
punto esta cerrada y persistente perspectiva de lo religioso será una ayuda o
un tropiezo? Es evidente que esta postura parece demostrarnos que poco se ha
aprendido con la Ilustración. La crítica a este período y sus consecuencias se
ha tornado en un retroceso hacia tiempos que nunca volverán.
Las
complejidades del mundo religioso
Es
difícil reducir entramados complejos a descripciones sencillas. El tratamiento
de lo religioso conlleva su sustrato cultural y emocional. Está encuadrado en
un contexto de intereses personales e institucionales. La religión se ha
instalado en ciertas partes consolidando poder y proveyendo –o haciendo creer
que proveía- una indeleble identidad a ciertos pueblos. La religión permanece
en la sociedad como un sedimento que se torna una conciencia histórica carente
de coherencia concreta pero al que apelan aquellos que necesitan o quieren
preservar su poder. De manera que una genuina reflexión y análisis sobre el
fenómeno religioso, que busque ser respetuoso de un auténtico espíritu y
práctica religiosa, no podrá dejar de considerar que el marco en el que esto
sucede está envuelto en una compleja realidad social, política y cultural.
Se
han visto con preocupación y temor las teocracias que se manifiestan en el
mundo musulmán. Identificarlas con posibles peligros de dominación y
destrucción ha sido un recurrente ejercicio político. Con un cierto recato se
podría trazar un paralelismo con la tendencia de los grupos más conservadores
del mundo occidental por lograr similares objetivos. La religión se convierte
así en el elemento determinante para evaporar una consideración política sobre
el papel de los grandes poderes para inquietar la situación mundial. El
lenguaje religioso belicoso –del que el Antiguo Testamento es una abundante
cantera- provee su acuciante aguijón a determinar posiciones, distinguir los
amigos de los enemigos, exaltar las pasiones e incentivar los miedos, como
tampoco han dejado de provocar las más variadas reacciones.
André
Comte-Sponville trata de responder a este nuevo contexto con una propuesta
“religiosamente correcta” dividiendo las aguas: los que quieran creer que crean
y dejen a los demás desarrollar su propia espiritualidad.
Así,
por ejemplo, Rocco Pezzimenti -en un reciente libro, “Política y Religión”-
está convencido de que en el mundo moderno, la perspectiva secular “acabó por
reducir el cristianismo a un evento de dimensión sociológica” y él pretende
desenmascarar ese intento. Por eso entiende que “le toca nuevamente al
cristianismo curar las heridas del hombre contemporáneo e indicar el camino de
la salvación”. Su premisa se asienta en la creencia de que el marxismo ha
llegado a su fin, lo cual no solo acaba con cualquier crítica que pudiera
hacerse a la religión sino que ahora ésta debe volver a ocupar el lugar rector
que le pertenecía.
Marx,
en su consideración y crítica de la religión, creía que es importante analizar
el contexto social en el que se desarrolla. Por eso entendía que “la función de
la crítica de la religión es la de hacer ver las razones sociales de la
alienación religiosa.” Pezzimenti evita considerar si en alguna medida,
aunque sea mínima, es válido dilucidar efectos alienantes en la religión.
Porque no importa si se le reconoce o no autoridad a Marx, lo que se cuestiona
es si tiene suficiente peso para prestarle importancia. Una cosa es el
cuestionamiento, otra es el desdén. Mientras Pezzimenti reclama que una
hermenéutica de la historia debería evitar el peligro de los absolutismos, al
mismo tiempo establece como premisa inapelable que “la esencia del cristianismo
está en su trascendencia” y que “lo que la religión cristiana reivindica es que
el destino último del hombre es ultraterreno.”
Esta
visión ultramundana considera que la religión está inmune a toda crítica y es
de una naturaleza incomparable y, por lo tanto, incuestionable. Es cierto que,
en general, las religiones no están preparadas para enfrentar críticas ni
aceptan que sacudan las raíces de sus postulados. De allí que, quizás, tienden
a ser más intransigentes, esquivas a asumir los cambios en la sociedad,
encerrarse en sí mismas y reclamar un poder incuestionable. Una postura que
muchos no pueden aceptar. No todos han asentido dejar de lado toda reflexión
sobre la religión y cuestionan su validez. Así, algunos los pensadores que han
procurado tomar una posición más combativa y hacer sus propias denuncias. El
filósofo francés Michel Onfray, con cierta afección a escandalizar, en su obra Tratado
de Ateología, alega que “El ateísmo no es una terapia, sino salud
mental recuperada” y “El oscurantismo, ese humus de las religiones, se combate
con la tradición racionalista occidental.” Piergiorgio Odifreddi
escribió un libro titulado Por qué no podemos ser cristianos, donde
trata de demostrar la “absurdidad de la fe cristiana misma, que pretende
continuar propinando al hombre occidental contemporáneo rancios mitos de Oriente
Medio e infantiles supersticiones medievales.” Así, en su momento Luis Buñuel,
que tenía una pesada carga de catolicismo dominante, lo expresó con claridad:
“es natural atacar los llamados `principios`, ya que son instrumentos de la
represión y yo creo que hay que llevar a cabo una lucha permanente por la
libertad.”
Fuente:
ALCNOTICIAS, 2015.
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