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jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Un cristianismo postreligional? III



IV La crisis de la Cristiandad contemporánea como oportunidad postreligional.
Por. Simón Pedro ARNOLD o.s.b.
El sistema religioso de Cristiandad conoció su lento descenso en Occidente desde la revolución francesa hasta el Concilio Vaticano II. En este lapso de más de siglo y medio, los sobresaltos que sacudieron las diversas confesiones cristianas fueron numerosos, desde el movimiento liberal protestante hacia el surgimiento de corrientes religiosas nuevas, pentecostales y evangélicas. Pero sobre todo fue el escenario de poderosas reacciones de repliegue y resistencia. Si las Iglesias orientales se mantuvieron en su inmutable postura extemporánea, el Catolicismo, al contrario, adoptó una actitud defensiva más agresiva. Más allá de algunas aberturas tímidas a los cuestionamientos del tiempo (por ejemplo la encíclica Rerum Novarum de León XIII) la lógica reaccionaria quedó vigente hasta el Concilio.
Vaticano II: ¿El canto del cisne de la Cristiandad?
A pesar de todos sus aspectos profundamente innovadores y sin menospreciar su intento teológico, pastoral, ético y espiritual de reconciliación con la Modernidad, Vaticano II no deja de ser, sin embargo, el último discurso “total” del sistema de Cristiandad, su magnífico canto del cisne. Indudablemente, falta una segunda parte más allá de la reconciliación moderna universal. Se trata de la propia autocrítica, no sólo moral o teológica, sino histórica, del propio sistema.
Algunos reclaman un tercer Concilio. Con su carácter algo utópico e irrealizable, esta demanda, además, no va lo suficientemente lejos. El reto hoy es emprender los caminos de retorno al Cristianismo suprareligioso previo a la Cristiandad, para abordar la Postmodernidad y sus condiciones postreligionales. 
Desde el alba del tercer milenio, la Iglesia católica emitió algunas tímidas señales que podríamos llamar precursoras. Pienso, entre muchos otros gestos, en los dos encuentros de Asís convocados por Juan Pablo II. Significativos también los solemnes pedidos de perdón a la Humanidad y el consentimiento de Juan pablo II a nuevas cosmovisiones, en particular la teoría evolucionista[37].
Genero y sexualidad: punto de quiebre de la Cristiandad.
Los debates sobre la sexualidad y, más ampliamente el género, no son simplemente coyunturales. La verdadera revolución, el cambio de civilización en el que hemos entrado, afecta esencialmente la antropología, muy específicamente el lugar de la identidad, de la vivencia y de la orientación sexual. La nueva imagen de lo masculino y de lo femenino, de la familia, de la persona será en adelante la prueba de fuego para los discursos religiosos.
El episodio dramático inaugurado por la encíclica Humanae Vitae de Pablo VI marca, a mi parecer, el verdadero quiebre de la fortaleza de Cristiandad. Ha pasado más de medio siglo desde que estalló la crisis y sus consecuencias no acaban de sacudir la Iglesia.
Los dos próximos sínodos extraordinarios de obispos sobre la familia serán, de hecho, sínodos sobre la sexualidad, aún si no se dice públicamente. De la capacidad de emitir una palabra nueva sobre esta temática depende, en buena parte, el futuro postreligional o la muerte del discurso cristiano. Las cuestiones de los divorciados vueltos a casar, del celibato sacerdotal, de la homosexualidad, del empoderamiento de la mujer en la Iglesia etc. son todos vinculados con la sexualidad, aún si se quiere minimizar su impacto al hablar púdicamente de la “familia”.
Al tema de la sexualidad y del género se acopla la urgentísima cuestión de la relación entre pensamiento democrático e Iglesia. La crisis y las reformas de la Curia Romana anuncian, en realidad, el final de una lógica de poder absolutista, teocrático y el reclamo por la transparencia, la inter-solidaridad (la colegialidad en lenguaje eclesial). Aquí también, si somos sinceros, se trata del fin del sistema de Cristiandad en su fundamento y de una poderosa incitación a retornar a la referencia evangélica. Esta pretendida reforma es, en realidad, una agonía.
Una revolución cosmológica y antropológica.
Estas importantes aberturas no son ingenuas ni solamente específicas. No son anécdotas de simple aggiornamiento. Inauguran, consciente o inconscientemente, una verdadera revolución epistemológica.
Dos temáticas esenciales en la doctrina cristiana se ven así confrontadas: la visión del Mundo y la visión de la vocación humana. Al considerar la teoría de la Evolución como algo más que una hipótesis, la Iglesia admite la urgencia de una reformulación radical de su teología de la creación y de su secular antropocentrismo doctrinal.
Más allá de todos los aportes valiosos de la Doctrina Social de la Iglesia sobre medio ambiente y ecología, es la metáfora de lo divino en cuanto creador y de lo humano como dueño (cfr Génesis 1) o cuidador (Génesis 2) del universo la que exige una urgente y radical revisión.
Los teólogos  (y, muy especialmente hoy, las teólogas) han sido siempre los pioneros arriesgados y muchas veces condenados de lo que, más adelante, se considera como bien común de la Tradición cristiana. Así con el Concilio, gestado por las grandes figuras de Congar, de Lubac y otros. Asimismo con la opción preferencial por los pobres preparada por la tan combatida Teología de la Liberación y proclamada por Juan Pablo II como la opción de toda la Iglesia.
Retomando la obra premonitoria de Pierre Teilhard de Chardin, la teología asume, una vez más, este reto de señal anticipada. Al proponernos una nueva comprensión del “acto” y del Dios creador, a la luz de las nuevas teorías del nacimiento, evolución, selección y expansión del universo y del misterio de la vida[38], ensaya admirablemente esas nuevas metáforas que necesitamos de cara a los Nuevos Paradigmas.
Sin discontinuidad con el reto cosmológico asumido por la teología evolucionista, la revolución antropológica de la teología cristiana pasa por la confrontación sincera con las teorías del género, en todas sus variantes actuales.
No es casual que estas exploraciones sean creaciones desde las mujeres y desde el Norte. La crisis de las sociedades capitalistas y del esquema patriarcal de Cristiandad revela el fracaso del modelo masculino de conquista, depredación y dominio universal. La denuncia y la propuesta alternativa no podían surgir sino de los sectores excluidos de este esquema. Como los pobres fueron los portavoces de sus propios derechos negados y los denunciadores del pecado social que los aqueja, así las mujeres asumen la misma responsabilidad en cuanto al deterioro del cosmos y la opresión sexual. 
El fracaso moral, intelectual y espiritual de los intentos recientes de Neo Cristiandad.
Pero estos intentos salen a penas de un largo y penoso ostracismo. Los años postconciliares están caracterizados a la vez por audacias, como las que acabamos de señalar, y por temores. Ante las inevitables pérdidas de espacios y poder que el anateismo postreligional en germen deja augurar, el Catolicismo de Cristiandad intentó, durante los 35 últimos años, salvarse a sí mismo como sistema global. Es lo que el papa Francisco llamó una Iglesia auto-centrada.
Este intento neo-conservador, ideado por el papa Wojtyla, lo llamaré aquí Neo Cristiandad. Fue la propuesta hegemónica de los dos pontificados anteriores. Con un esquema de reconquista nostálgica y triunfalista, ingenuamente euro-céntrica, el Catolicismo quiso reinventar una Iglesia basada en los presupuestos del Vaticano I y de Pío XII. El resultado de esta tentativa fue catastrófico.
A pesar de la popularidad mediática de Juan Pablo II y del respeto inspirado por la figura de Benedicto XVI, fueron años dramáticos, tanto a nivel moral como intelectual y espiritual. Los escándalos sexuales y financieros, mayormente relacionados con los sectores muy conservadores privilegiados por los dos papas en su operación restauradora, acabaron en el más total desprestigio.
El afán de imponer el monopolio de un discurso doctrinal preconciliar ha mantenido en la Iglesia un ambiente de sospecha, de arribismo y de caza de brujas muy poco propicio al dinamismo intelectual exigido por la coyuntura de cambio de época. No pocos mirábamos esta muerte lamentable por auto ceguera y suicidio histórico, como la frustración de una Palabra cristiana oportuna para estos tiempos.
Una autoimagen más allá de lo confesional.
El advenimiento del papa Francisco constituye una sorpresa y un reto en muchos aspectos. Quisiera aquí detenerme en sólo dos aspectos de esta nueva manera de ejercer el primado petrino que se relacionan con nuestra problemática.
El primero tiene que ver con el “estilo”. Indudablemente asistimos a un ejercicio pastoral y magisterial de corte postmoderno. Las fronteras entre los diferentes niveles dogmáticos de este ministerio se hacen cada vez más borrosas por el uso sobreabundante de una comunicación directa, múltiple y personalizada. El papa privilegia sin ninguna duda una práctica de afinidades y de redes y deja en la sombra las lógicas institucionales tradicionales. Una nueva manera de hablar, de relacionarse está en forja.
Pero, sobre todo, asistimos a una extensión del discurso eclesial más allá de lo confesional. La Iglesia de Francisco no se ve a sí misma principalmente como testigo de su propio mensaje, ni siquiera como Madre y Maestra, sino como simple actor en la masa humana, una “Iglesia pobre para los pobres”. Privilegia más bien los aspectos no religiosos en la responsabilidad eclesial, y en su propio ministerio. Prioriza la misericordia universal y minimiza sistemáticamente los aspectos internos del discurso[39].
Sin embargo, a la diferencia de Juan Pablo II que dejó la institución a su propia deriva corrupta para investir el espacio mediático mundial a solas, Francisco compromete la Iglesia entera a salir al encuentro y a ponerse del lado de la pluralidad cultural, religiosa, política en favor de una transformación del Mundo[40].
V Cultura occidental, Tradición Cristiana y futuro postreligional.
El paradigma postreligional, por ser uno de los Nuevos Paradigmas en Postmodernidad, surge en directo de la cultura occidental y de la occidentalización de la cultura global. Aunque Europa Occidental y América del Norte no sean ya los actores hegemónicos exclusivos en el escenario mundial (otras potencias, testigos de otros milenarios horizontes culturales, como la China o India, están amenazando apoderarse de la batuta imperial), sin embargo la globalización-Occidentalización del Mundo es hoy un proceso irreversible.
Con avances relativos y variantes según las regiones y las culturas, considero que el paradigma postreligional irá imponiéndose, de manera diferenciada y progresiva, a todo el planeta. Basta observar la urbanización vertiginosa de los continentes más pobres, el avance de la escolarización y el impacto de la comunicación virtual, para augurar esta evolución universal.
Cristiandad, religión occidental.
Aunque muchos sectores de la laicidad occidental no lo quieran reconocer[41], me parece difícil negar el aporte del Humanismo Cristiano a la configuración progresiva del Humanismo de Occidente.
Los principales valores, procesos y convicciones de la sociedad occidental han brotado de una dialéctica con el Cristianismo, ya sea en oposición o en continuidad. Existe, por lo menos, una “familiaridad” de discursos.
En su calidad de religión del Occidente, la Cristiandad, por otro lado, fue el primer sistema religioso (y uno de los pocos hasta hoy) en haber tenido que afrontar la crítica moderna e intentado responder, aún si esas respuestas fueron contradictorias y muchas veces inoportunas.
Propongo, por lo tanto, una primera hipótesis, basándome en dos presupuestos. El primero concierne el carácter de Humanismo del Cristianismo primitivo como discurso supra-religional, como lo hemos trabajado más arriba. La crisis del sistema religioso de Cristiandad invita a un retorno al Humanismo suprareligioso primitivo, como oportunidad única de un diálogo inédito y a la vez tradicional con el Mundo.
El segundo presupuesto acaba de ser expuesto brevemente: el sistema religioso de Cristiandad tiene una larga experiencia de confrontación con la crítica occidental, desde la filosofía griega hasta el ateísmo moderno, pasando por el Renacimiento y las diversas etapas de las ciencias. Por hipótesis, esta experiencia le permite abordar lo postreligional con una experiencia adelantada sobre los demás discursos religiosos de la Humanidad.
Como religión en crisis del Occidente, y por los dos motivos propuestos, emito la hipótesis de un rol específico del Cristianismo postmoderno en la configuración de un imaginario y de una simbólica postreligional.
Crítica y autocrítica en la Tradición cristiana.
Desde sus orígenes en el martirio, el Cristianismo está confrontado ininterrumpidamente a la crítica externa, tanto religiosa como anti religiosa. Tiene una larguísima experiencia en la materia.
Pero, sobre todo, ha desarrollado desde el comienzo una valiosa experiencia de autocrítica. A pesar del carácter teocrático del sistema y de la permanente tentación autoritaria clerical, a la diferencia de casi todos los sistemas totalitarios modernos, la Cristiandad nunca pudo impedir la divergencia en su propio seno. Ésta se expresó a la vez tanto en el campo carismático (la vida monástica y religiosa, los santos) como intelectual y teológico.
No existe época, en la Historia de la Iglesia sin debate contradictorio (con respuestas diversas y muchas veces contestables) con los que se llama los heréticos, los “infieles” o el mundo no creyente. En realidad este debate es siempre el motor dinámico del sensus fidelium. Lo más fecundo en su doctrina, hasta hoy, es fruto de estas confrontaciones, como lo hemos visto a propósito del Concilio, de la Teología de la Liberación y de las exploraciones teológicas más recientes.
Mi segunda hipótesis parte de esta constatación histórica: ¿la capacidad de crítica y autocrítica no es acaso la mejor garantía de una evolución (dolorosa, no sin resistencia) hacia un Cristianismo postreligional?
Cristianismo, ética social y política.
Más que cualquier otro discurso religioso, el Cristianismo está habitado permanentemente por una dinámica de salida y de encuentro que llama evangelización o misión. Ninguna religión es más interesada en el Mundo y su devenir social, ético y político que el Cristianismo.
La crisis del sistema de Cristiandad cambia radicalmente este discurso. De triunfalista, conquistador y hegemónico, pasa, progresivamente, a lo que hoy Francisco llama la “propuesta” cristiana en una dinámica de encuentro y de mutua misericordia. Bendita crisis religiosa que nos hace abandonar la confrontación inquisitorial y conquistadora para la confraternización plural, pluri-religiosa, pluricultural, dando prioridad a lo humano y al futuro del cosmos entero sobre las preocupaciones estrechamente confesionales y competitivas.
Mi tercera hipótesis se refiere, por lo tanto, a lo que Pablo VI llamó, en su discurso en la ONU,  la experiencia de “experta en Humanidad” de la Iglesia. En el escenario postreligional, sueño con una Iglesia que pone esta experiencia al servicio de la Humanidad y de la Creación; una Iglesia sin otra ambición que colaborar, participar activamente, a la transformación mancomunada del Mundo, al advenimiento de una “Vida en Plenitud”, para todos y todas, como dice san Juan.
Conclusión: la era postreligional será mística, inter religiosa y supra religiosa.
Al comenzar estas reflexiones, constatábamos que el paradigma postreligional no implica el fin de las religiones, sino un giro hacia nuevas funciones en un paisaje cultural que ha dejado de ser agrario y mítico. En realidad, ¿cuál es el sentido concreto de este giro? Se presenta a la vez como un duelo y como un reto.
El duelo es inmenso. Se trata de renunciar a toda función que tendría que ver con el desciframiento de la realidad global y con su manejo ideológico. La cultura científica agnóstica no necesita de pedagogo ni de juez. Ella misma se ha creado sus propias referencias y no necesita de ninguna “Mater et Magistra”.
Son los discursos religiosos, más bien, los que, a la luz de las nuevas conciencias, necesitan una reformulación, una recreación de sus metáforas teológicas, cosmogónicas y antropológicas, como lo hemos visto. A pesar de signos contradictorios, en particular en los movimientos fanáticos y fundamentalistas de todas las religiones, el liderazgo social y político de las religiones llega a su fin con el paradigma postreligional. En una palabra, se trata de renunciar al poder directo sobre las sociedades y de optar por una presencia humilde de influencia y prestigio humanista.
Pero el reto lanzado por los Nuevos Paradigmas a las religiones no es menos importante. Debemos, urgentemente, encontrar, en el concierto movedizo y plural del Mundo postmoderno, un lugar específico nuevo. Esta nueva identidad, la veo a la vez de cara a los creyentes mismos y de cara al Mundo.
En adelante, los espacios teológicos, rituales y éticos de las religiones tendrán que brindar a los fieles, oportunidades de elaborar, juntos y juntas, simbólicas siempre nuevas de fe y de debatir constantemente con las nuevas cuestiones. Es lo que llamaría el “foro para un nuevo discipulado”, una dinámica de “inteligencia de la fe”. La prioridad tendrá que darse, en este foro, a la experiencia carismática y mística más que a la dogmática (cuya función interna tiene que replantearse también).
Las instituciones religiosas ya no estarán llamadas a preservar y garantizar “la” Verdad, ni a difundirla a toda costa, sino a elaborar colectivamente un discurso creyente, que tenga en cuenta las interpelaciones actuales. Esta es la responsabilidad de cada confesión y de cada religión para con sus propios miembros.
Pero existe, más que todo, un desafío supra-religioso e interreligioso de cara al Mundo. Más allá de las fronteras confesionales, ¿cómo las diferentes religiones pueden ofrecer mancomunadamente la riqueza de sus tradiciones éticas y espirituales, simbólicas e intelectuales, como contribución a lo que Francisco llama la transformación del Mundo, su plena Humanización?
El Humanismo como más allá de las religiones es lo que nos toca proponer juntos desde nuestras diversidades. Este reto interreligioso y suprareligioso implica una nueva comprensión del ecumenismo. No se tratará más de ponernos de acuerdo sobre nuestras creencias respectivas y nuestras doctrinas, aunque este nivel pueda tener su importancia en el primer nivel intra-confesional señalado más arriba.
¿En qué medida seremos capaces de presentar un Humanismo común y polifónico que surja de la experiencia de nuestra, igualmente común, experiencia de la trascendencia? Esta es la gran pregunta que sólo se podrá responder por un intenso diálogo de Humanismos creyentes y un proceso acelerado de sanación de nuestras taras seculares respectivas. Magnífica aventura, a contracorriente de la violencia endémica que nos aqueja.
Me permití, en estas páginas, emitir la hipótesis de una responsabilidad histórica específica del Cristianismo en esta tarea. El Cristianismo podría ser el verdadero anfitrión de una invitación universal a este nuevo escenario religioso, sin afán hegemónico. Simplemente por las circunstancias históricas que hemos evocado en el párrafo anterior.
¿Estoy soñando algo imposible de cara a siglos de ostracismos mutuos y a los signos contradictorios del escenario religioso global de hoy? O, al contrario, ¿es precisamente por lo imposible que hay que apostar?, lo que el Papa Francisco parece querer intentar. 


[1] Ver en particular todas las relecturas de las metáforas de Dios desde el cuestionamiento feminista al modelo patriarcal o de parte de los y las teólogas evolucionistas, a partir de una reformulación del concepto de creación en términos darwinianos.
[2] Richard Kearney: ANATHEISM. Columbia University Press, 2010.
[3] En efecto, la hora ya no es para la polémica o, incluso, simplemente el diálogo entre ciencia y fe, como en el pasado. Definitivamente, el Mundo postmoderno no necesita de la voz religiosa para entenderse a sí mismo. En cambio, son las religiones las que, tomando acta de la nueva cosmovisión y de la nueva antropología, están llamadas a interrogarse sobre el futuro que quieren darse a sí mismas en el concierto plural postmoderno.
[4] En efecto, estamos cada vez más convencidos de que el profetismo de Jesús fue esencialmente apocalíptico. Su objetivo prioritario, en tal sentido, a pesar de sus consecuencias históricas evidentes, es más escatológico que directamente político o religioso.
[5] Sigue vigente la discusión de los exégetas sobre el punto de vista romano en cuanto a Jesús. Parece que la preocupación religiosa judía tomó pretexto del peligro político vislumbrado por Pilato para llegar a sus fines.
[6] Isaías 58.
[7]Mateo 5, 24.
[8] La carta a Diogneto, un texto de la antigüedad cristiana, habla de los cristianos como “el alma del Mundo”, mientras Tertuliano hace del amor fraterno el signo por excelencia de su fe: “Vean como se aman”.
[9] 1 Cor. 11, 17-33.
[10] Hechos 15 y Gálatas 2.
[11] “Cristo anunciaba el Reino y es la Iglesia que vino” en Alfred Loisy: Les évangiles Synoptiques. 1906 1907.
[12] Lucas 22, 14-20.
[13] Juan 13, 1-17.
[14] Juan 15, 14-17.
[15] I Cor. 11, 23-26.
[16] I Cor. 11, 27-33.
[17] Lucas 13, 14-17.
[18] Bart D. Ehrman en su libro ya citado, afirma que el nazareno no transgrede nunca la Ley en sí sino sus interpretaciones fariseas.
[19] Mateo 15, 11 y siguientes.
[20] En su polémico y convincente estudio ya aludido más arriba, Bart D. Ehrman afirma que, cuando habla del Hijo del Hombre, el Jesús histórico no se identifica con él, sino que lo considera como distinto de sí mismo. Sin embargo, en la mente de los evangelistas y de la Iglesia primitiva, podemos considerar que esta identificación sí está realizada y que es parte de la convicción teológica cristiana posterior. Nos referimos a esta dimensión cristológica de este título en nuestra argumentación.
[21] Juan 14, 8-9.
[22] Elizabeth E. Johnson: Ask the Beasts, Darwin and the God of Love. London 2014.
[23] Mateo 25, 3-46.
[24] Romanos 8, 18-20.
[25] Daniel 10 y 11. Apocalipsis 1, 9-20.
[26] Hechos 11, 26.
[27] Hechos 17, 16-34.
[28] Tal fue también la convicción que inspiró, desde Egipto, la ruptura monástica al constatar la conclusión de la era martirial y la clericalización de la Iglesia imperial.
[29] Esta afirmación nuestra hace todavía más lamentable y contradictoria la reacción posterior de la Cristiandad, como religión establecida, al culpar los judíos de este martirio, empezando por la muerte de Jesús en cruz. Tal justificación del antisemitismo cristiano fue una perversión religiosa del sentido profundo y fundador de un martirio como gracia suprema de la fe.
[30] Ver Bart D. Ehrman: How Jesus became God. The exaltation of a Jewish Preacher from Galilee. New York, 2014.
[31] Ver Ap. 22, 22. Mat. 21 y 22.
[32] Hechos 10 y 11.
[33] Hechos 15, 28 y ss.
[34] Gálatas 2, 10.
[35] Ver en particular 1 Corintios 2
[36] Ver la obra célebre de Leonardo Boff: Carisma y Poder.
[37] Juan Pablo II hablando en la Academia Pontificia de Ciencias el 23 de octubre 1996: La verdad no puede contradecir la verdad. Ver en particular la afirmación de que “la teoría de la evolución es más que una hipótesis” en referencia a la postura de Pio XII, considerándola como mera “hipótesis”.
[38] Ver Elia Delio y Elizabeth Johnson.
[39] Ver por ejemplo las consideraciones de Francisco sobre el celibato ministerial en su entrevista a La Stampa. Primero considera que no se trata de un dogma sino de una tradición de los últimos 900 años. Enseguida afirma que no es una cuestión difícil ni tan importante y que la va a resolver en su tiempo.
[40] Ver su exhortación apostólica “Gaudium Evangelii” y sus abundantes referencias al documento conclusiva de la conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida en 2007.
[41] Ver los debates alrededor de la frustrada Carta Magna europea.

Fuente: Servicioskoinonia, 2015.

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