IV La crisis
de la Cristiandad contemporánea como oportunidad postreligional.
Por. Simón Pedro ARNOLD o.s.b.
El sistema religioso de Cristiandad conoció su lento descenso en
Occidente desde la revolución francesa hasta el Concilio Vaticano II. En este
lapso de más de siglo y medio, los sobresaltos que sacudieron las diversas
confesiones cristianas fueron numerosos, desde el movimiento liberal
protestante hacia el surgimiento de corrientes religiosas nuevas, pentecostales
y evangélicas. Pero sobre todo fue el escenario de poderosas reacciones de
repliegue y resistencia. Si las Iglesias orientales se mantuvieron en su
inmutable postura extemporánea, el Catolicismo, al contrario, adoptó una
actitud defensiva más agresiva. Más allá de algunas aberturas tímidas a los
cuestionamientos del tiempo (por ejemplo la encíclica Rerum Novarum de León
XIII) la lógica reaccionaria quedó vigente hasta el Concilio.
Vaticano II:
¿El canto del cisne de la Cristiandad?
A pesar de todos sus aspectos profundamente innovadores y sin
menospreciar su intento teológico, pastoral, ético y espiritual de
reconciliación con la Modernidad, Vaticano II no deja de ser, sin embargo, el
último discurso “total” del sistema de Cristiandad, su magnífico canto del
cisne. Indudablemente, falta una segunda parte más allá de la reconciliación
moderna universal. Se trata de la propia autocrítica, no sólo moral o
teológica, sino histórica, del propio sistema.
Algunos reclaman un tercer Concilio. Con su carácter algo utópico e
irrealizable, esta demanda, además, no va lo suficientemente lejos. El reto hoy
es emprender los caminos de retorno al Cristianismo suprareligioso previo a la
Cristiandad, para abordar la Postmodernidad y sus condiciones
postreligionales.
Desde el alba del tercer milenio, la Iglesia católica emitió algunas
tímidas señales que podríamos llamar precursoras. Pienso, entre muchos otros
gestos, en los dos encuentros de Asís convocados por Juan Pablo II.
Significativos también los solemnes pedidos de perdón a la Humanidad y el
consentimiento de Juan pablo II a nuevas cosmovisiones, en particular la teoría
evolucionista[37].
Genero y
sexualidad: punto de quiebre de la Cristiandad.
Los debates sobre la sexualidad y, más ampliamente el género, no son
simplemente coyunturales. La verdadera revolución, el cambio de civilización en
el que hemos entrado, afecta esencialmente la antropología, muy específicamente
el lugar de la identidad, de la vivencia y de la orientación sexual. La nueva
imagen de lo masculino y de lo femenino, de la familia, de la persona será en
adelante la prueba de fuego para los discursos religiosos.
El episodio dramático inaugurado por la encíclica Humanae Vitae de Pablo
VI marca, a mi parecer, el verdadero quiebre de la fortaleza de Cristiandad. Ha
pasado más de medio siglo desde que estalló la crisis y sus consecuencias no
acaban de sacudir la Iglesia.
Los dos próximos sínodos extraordinarios de obispos sobre la familia
serán, de hecho, sínodos sobre la sexualidad, aún si no se dice públicamente.
De la capacidad de emitir una palabra nueva sobre esta temática depende, en
buena parte, el futuro postreligional o la muerte del discurso cristiano. Las
cuestiones de los divorciados vueltos a casar, del celibato sacerdotal, de la
homosexualidad, del empoderamiento de la mujer en la Iglesia etc. son todos
vinculados con la sexualidad, aún si se quiere minimizar su impacto al hablar
púdicamente de la “familia”.
Al tema de la sexualidad y del género se acopla la urgentísima cuestión
de la relación entre pensamiento democrático e Iglesia. La crisis y las
reformas de la Curia Romana anuncian, en realidad, el final de una lógica de
poder absolutista, teocrático y el reclamo por la transparencia, la
inter-solidaridad (la colegialidad en lenguaje eclesial). Aquí también, si
somos sinceros, se trata del fin del sistema de Cristiandad en su fundamento y
de una poderosa incitación a retornar a la referencia evangélica. Esta
pretendida reforma es, en realidad, una agonía.
Una
revolución cosmológica y antropológica.
Estas importantes aberturas no son ingenuas ni solamente específicas. No
son anécdotas de simple aggiornamiento. Inauguran, consciente o inconscientemente,
una verdadera revolución epistemológica.
Dos temáticas esenciales en la doctrina cristiana se ven así
confrontadas: la visión del Mundo y la visión de la vocación humana. Al
considerar la teoría de la Evolución como algo más que una hipótesis, la
Iglesia admite la urgencia de una reformulación radical de su teología de la
creación y de su secular antropocentrismo doctrinal.
Más allá de todos los aportes valiosos de la Doctrina Social de la
Iglesia sobre medio ambiente y ecología, es la metáfora de lo divino en cuanto
creador y de lo humano como dueño (cfr Génesis 1) o cuidador (Génesis 2) del
universo la que exige una urgente y radical revisión.
Los teólogos (y, muy especialmente hoy, las teólogas) han sido
siempre los pioneros arriesgados y muchas veces condenados de lo que, más
adelante, se considera como bien común de la Tradición cristiana. Así con el
Concilio, gestado por las grandes figuras de Congar, de Lubac y otros. Asimismo
con la opción preferencial por los pobres preparada por la tan combatida
Teología de la Liberación y proclamada por Juan Pablo II como la opción de toda
la Iglesia.
Retomando la obra premonitoria de Pierre Teilhard de Chardin, la teología
asume, una vez más, este reto de señal anticipada. Al proponernos una nueva
comprensión del “acto” y del Dios creador, a la luz de las nuevas teorías del
nacimiento, evolución, selección y expansión del universo y del misterio de la
vida[38], ensaya admirablemente esas nuevas
metáforas que necesitamos de cara a los Nuevos Paradigmas.
Sin discontinuidad con el reto cosmológico asumido por la teología
evolucionista, la revolución antropológica de la teología cristiana pasa por la
confrontación sincera con las teorías del género, en todas sus variantes
actuales.
No es casual que estas exploraciones sean creaciones desde las mujeres y
desde el Norte. La crisis de las sociedades capitalistas y del esquema
patriarcal de Cristiandad revela el fracaso del modelo masculino de conquista,
depredación y dominio universal. La denuncia y la propuesta alternativa no
podían surgir sino de los sectores excluidos de este esquema. Como los pobres
fueron los portavoces de sus propios derechos negados y los denunciadores del pecado
social que los aqueja, así las mujeres asumen la misma responsabilidad en
cuanto al deterioro del cosmos y la opresión sexual.
El fracaso
moral, intelectual y espiritual de los intentos recientes de Neo Cristiandad.
Pero estos intentos salen a penas de un largo y penoso ostracismo. Los
años postconciliares están caracterizados a la vez por audacias, como las que
acabamos de señalar, y por temores. Ante las inevitables pérdidas de espacios y
poder que el anateismo postreligional en germen deja augurar, el Catolicismo de
Cristiandad intentó, durante los 35 últimos años, salvarse a sí mismo como
sistema global. Es lo que el papa Francisco llamó una Iglesia auto-centrada.
Este intento neo-conservador, ideado por el papa Wojtyla, lo llamaré aquí
Neo Cristiandad. Fue la propuesta hegemónica de los dos pontificados
anteriores. Con un esquema de reconquista nostálgica y triunfalista,
ingenuamente euro-céntrica, el Catolicismo quiso reinventar una Iglesia basada
en los presupuestos del Vaticano I y de Pío XII. El resultado de esta tentativa
fue catastrófico.
A pesar de la popularidad mediática de Juan Pablo II y del respeto
inspirado por la figura de Benedicto XVI, fueron años dramáticos, tanto a nivel
moral como intelectual y espiritual. Los escándalos sexuales y financieros,
mayormente relacionados con los sectores muy conservadores privilegiados por
los dos papas en su operación restauradora, acabaron en el más total
desprestigio.
El afán de imponer el monopolio de un discurso doctrinal preconciliar ha
mantenido en la Iglesia un ambiente de sospecha, de arribismo y de caza de
brujas muy poco propicio al dinamismo intelectual exigido por la coyuntura de
cambio de época. No pocos mirábamos esta muerte lamentable por auto ceguera y
suicidio histórico, como la frustración de una Palabra cristiana oportuna para
estos tiempos.
Una
autoimagen más allá de lo confesional.
El advenimiento del papa Francisco constituye una sorpresa y un reto en
muchos aspectos. Quisiera aquí detenerme en sólo dos aspectos de esta nueva manera
de ejercer el primado petrino que se relacionan con nuestra problemática.
El primero tiene que ver con el “estilo”. Indudablemente asistimos a un
ejercicio pastoral y magisterial de corte postmoderno. Las fronteras entre los
diferentes niveles dogmáticos de este ministerio se hacen cada vez más borrosas
por el uso sobreabundante de una comunicación directa, múltiple y
personalizada. El papa privilegia sin ninguna duda una práctica de afinidades y
de redes y deja en la sombra las lógicas institucionales tradicionales. Una
nueva manera de hablar, de relacionarse está en forja.
Pero, sobre todo, asistimos a una extensión del discurso eclesial más
allá de lo confesional. La Iglesia de Francisco no se ve a sí misma
principalmente como testigo de su propio mensaje, ni siquiera como Madre y
Maestra, sino como simple actor en la masa humana, una “Iglesia pobre para los
pobres”. Privilegia más bien los aspectos no religiosos en la responsabilidad
eclesial, y en su propio ministerio. Prioriza la misericordia universal y
minimiza sistemáticamente los aspectos internos del discurso[39].
Sin embargo, a la diferencia de Juan Pablo II que dejó la institución a
su propia deriva corrupta para investir el espacio mediático mundial a solas,
Francisco compromete la Iglesia entera a salir al encuentro y a ponerse del
lado de la pluralidad cultural, religiosa, política en favor de una
transformación del Mundo[40].
V Cultura
occidental, Tradición Cristiana y futuro postreligional.
El paradigma postreligional, por ser uno de los Nuevos Paradigmas en
Postmodernidad, surge en directo de la cultura occidental y de la occidentalización
de la cultura global. Aunque Europa Occidental y América del Norte no sean ya
los actores hegemónicos exclusivos en el escenario mundial (otras potencias,
testigos de otros milenarios horizontes culturales, como la China o India,
están amenazando apoderarse de la batuta imperial), sin embargo la
globalización-Occidentalización del Mundo es hoy un proceso irreversible.
Con avances relativos y variantes según las regiones y las culturas,
considero que el paradigma postreligional irá imponiéndose, de manera
diferenciada y progresiva, a todo el planeta. Basta observar la urbanización
vertiginosa de los continentes más pobres, el avance de la escolarización y el
impacto de la comunicación virtual, para augurar esta evolución universal.
Cristiandad,
religión occidental.
Aunque muchos sectores de la laicidad occidental no lo quieran reconocer[41],
me parece difícil negar el aporte del Humanismo Cristiano a la configuración
progresiva del Humanismo de Occidente.
Los principales valores, procesos y convicciones de la sociedad
occidental han brotado de una dialéctica con el Cristianismo, ya sea en
oposición o en continuidad. Existe, por lo menos, una “familiaridad” de
discursos.
En su calidad de religión del Occidente, la Cristiandad, por otro lado,
fue el primer sistema religioso (y uno de los pocos hasta hoy) en haber tenido
que afrontar la crítica moderna e intentado responder, aún si esas respuestas
fueron contradictorias y muchas veces inoportunas.
Propongo, por lo tanto, una primera hipótesis, basándome en dos
presupuestos. El primero concierne el carácter de Humanismo del Cristianismo
primitivo como discurso supra-religional, como lo hemos trabajado más arriba.
La crisis del sistema religioso de Cristiandad invita a un retorno al Humanismo
suprareligioso primitivo, como oportunidad única de un diálogo inédito y a la
vez tradicional con el Mundo.
El segundo presupuesto acaba de ser expuesto brevemente: el sistema
religioso de Cristiandad tiene una larga experiencia de confrontación con la
crítica occidental, desde la filosofía griega hasta el ateísmo moderno, pasando
por el Renacimiento y las diversas etapas de las ciencias. Por hipótesis, esta
experiencia le permite abordar lo postreligional con una experiencia adelantada
sobre los demás discursos religiosos de la Humanidad.
Como religión en crisis del Occidente, y por los dos motivos propuestos,
emito la hipótesis de un rol específico del Cristianismo postmoderno en la
configuración de un imaginario y de una simbólica postreligional.
Crítica y
autocrítica en la Tradición cristiana.
Desde sus orígenes en el martirio, el Cristianismo está confrontado
ininterrumpidamente a la crítica externa, tanto religiosa como anti religiosa.
Tiene una larguísima experiencia en la materia.
Pero, sobre todo, ha desarrollado desde el comienzo una valiosa
experiencia de autocrítica. A pesar del carácter teocrático del sistema y de la
permanente tentación autoritaria clerical, a la diferencia de casi todos los
sistemas totalitarios modernos, la Cristiandad nunca pudo impedir la
divergencia en su propio seno. Ésta se expresó a la vez tanto en el campo
carismático (la vida monástica y religiosa, los santos) como intelectual y
teológico.
No existe época, en la Historia de la Iglesia sin debate contradictorio
(con respuestas diversas y muchas veces contestables) con los que se llama los
heréticos, los “infieles” o el mundo no creyente. En realidad este debate es
siempre el motor dinámico del sensus fidelium. Lo más fecundo en su
doctrina, hasta hoy, es fruto de estas confrontaciones, como lo hemos visto a
propósito del Concilio, de la Teología de la Liberación y de las exploraciones
teológicas más recientes.
Mi segunda hipótesis parte de esta constatación histórica: ¿la capacidad
de crítica y autocrítica no es acaso la mejor garantía de una evolución
(dolorosa, no sin resistencia) hacia un Cristianismo postreligional?
Cristianismo,
ética social y política.
Más que cualquier otro discurso religioso, el Cristianismo está habitado
permanentemente por una dinámica de salida y de encuentro que llama
evangelización o misión. Ninguna religión es más interesada en el Mundo y su
devenir social, ético y político que el Cristianismo.
La crisis del sistema de Cristiandad cambia radicalmente este discurso.
De triunfalista, conquistador y hegemónico, pasa, progresivamente, a lo que hoy
Francisco llama la “propuesta” cristiana en una dinámica de encuentro y de
mutua misericordia. Bendita crisis religiosa que nos hace abandonar la
confrontación inquisitorial y conquistadora para la confraternización plural,
pluri-religiosa, pluricultural, dando prioridad a lo humano y al futuro del
cosmos entero sobre las preocupaciones estrechamente confesionales y
competitivas.
Mi tercera hipótesis se refiere, por lo tanto, a lo que Pablo VI llamó,
en su discurso en la ONU, la experiencia de “experta en Humanidad” de la
Iglesia. En el escenario postreligional, sueño con una Iglesia que pone esta
experiencia al servicio de la Humanidad y de la Creación; una Iglesia sin otra
ambición que colaborar, participar activamente, a la transformación mancomunada
del Mundo, al advenimiento de una “Vida en Plenitud”, para todos y todas, como
dice san Juan.
Conclusión:
la era postreligional será mística, inter religiosa y supra religiosa.
Al comenzar estas reflexiones, constatábamos que el paradigma
postreligional no implica el fin de las religiones, sino un giro hacia nuevas
funciones en un paisaje cultural que ha dejado de ser agrario y mítico. En
realidad, ¿cuál es el sentido concreto de este giro? Se presenta a la vez como
un duelo y como un reto.
El duelo es inmenso. Se trata de renunciar a toda función que tendría que
ver con el desciframiento de la realidad global y con su manejo ideológico. La
cultura científica agnóstica no necesita de pedagogo ni de juez. Ella misma se
ha creado sus propias referencias y no necesita de ninguna “Mater et Magistra”.
Son los discursos religiosos, más bien, los que, a la luz de las nuevas
conciencias, necesitan una reformulación, una recreación de sus metáforas
teológicas, cosmogónicas y antropológicas, como lo hemos visto. A pesar de
signos contradictorios, en particular en los movimientos fanáticos y
fundamentalistas de todas las religiones, el liderazgo social y político de las
religiones llega a su fin con el paradigma postreligional. En una palabra, se
trata de renunciar al poder directo sobre las sociedades y de optar por una
presencia humilde de influencia y prestigio humanista.
Pero el reto lanzado por los Nuevos Paradigmas a las religiones no es
menos importante. Debemos, urgentemente, encontrar, en el concierto movedizo y
plural del Mundo postmoderno, un lugar específico nuevo. Esta nueva identidad,
la veo a la vez de cara a los creyentes mismos y de cara al Mundo.
En adelante, los espacios teológicos, rituales y éticos de las religiones
tendrán que brindar a los fieles, oportunidades de elaborar, juntos y juntas,
simbólicas siempre nuevas de fe y de debatir constantemente con las nuevas
cuestiones. Es lo que llamaría el “foro para un nuevo discipulado”, una
dinámica de “inteligencia de la fe”. La prioridad tendrá que darse, en este
foro, a la experiencia carismática y mística más que a la dogmática (cuya
función interna tiene que replantearse también).
Las instituciones religiosas ya no estarán llamadas a preservar y
garantizar “la” Verdad, ni a difundirla a toda costa, sino a elaborar
colectivamente un discurso creyente, que tenga en cuenta las interpelaciones
actuales. Esta es la responsabilidad de cada confesión y de cada religión para
con sus propios miembros.
Pero existe, más que todo, un desafío supra-religioso e interreligioso de
cara al Mundo. Más allá de las fronteras confesionales, ¿cómo las diferentes
religiones pueden ofrecer mancomunadamente la riqueza de sus tradiciones éticas
y espirituales, simbólicas e intelectuales, como contribución a lo que
Francisco llama la transformación del Mundo, su plena Humanización?
El Humanismo como más allá de las religiones es lo que nos toca proponer
juntos desde nuestras diversidades. Este reto interreligioso y suprareligioso
implica una nueva comprensión del ecumenismo. No se tratará más de ponernos de
acuerdo sobre nuestras creencias respectivas y nuestras doctrinas, aunque este
nivel pueda tener su importancia en el primer nivel intra-confesional señalado
más arriba.
¿En qué medida seremos capaces de presentar un Humanismo común y
polifónico que surja de la experiencia de nuestra, igualmente común,
experiencia de la trascendencia? Esta es la gran pregunta que sólo se podrá
responder por un intenso diálogo de Humanismos creyentes y un proceso acelerado
de sanación de nuestras taras seculares respectivas. Magnífica aventura, a
contracorriente de la violencia endémica que nos aqueja.
Me permití, en estas páginas, emitir la hipótesis de una responsabilidad
histórica específica del Cristianismo en esta tarea. El Cristianismo podría ser
el verdadero anfitrión de una invitación universal a este nuevo escenario
religioso, sin afán hegemónico. Simplemente por las circunstancias históricas
que hemos evocado en el párrafo anterior.
¿Estoy soñando algo imposible de cara a siglos de ostracismos mutuos y a
los signos contradictorios del escenario religioso global de hoy? O, al
contrario, ¿es precisamente por lo imposible que hay que apostar?, lo que el
Papa Francisco parece querer intentar.
[1] Ver en particular todas las relecturas de las
metáforas de Dios desde el cuestionamiento feminista al modelo patriarcal o de
parte de los y las teólogas evolucionistas, a partir de una reformulación del
concepto de creación en términos darwinianos.
[3] En efecto, la hora ya no es para la polémica o,
incluso, simplemente el diálogo entre ciencia y fe, como en el pasado.
Definitivamente, el Mundo postmoderno no necesita de la voz religiosa para
entenderse a sí mismo. En cambio, son las religiones las que, tomando acta de
la nueva cosmovisión y de la nueva antropología, están llamadas a interrogarse
sobre el futuro que quieren darse a sí mismas en el concierto plural
postmoderno.
[4] En efecto, estamos cada vez más convencidos de
que el profetismo de Jesús fue esencialmente apocalíptico. Su objetivo
prioritario, en tal sentido, a pesar de sus consecuencias históricas evidentes,
es más escatológico que directamente político o religioso.
[5] Sigue vigente la discusión de los exégetas sobre
el punto de vista romano en cuanto a Jesús. Parece que la preocupación
religiosa judía tomó pretexto del peligro político vislumbrado por Pilato para
llegar a sus fines.
[8] La carta a Diogneto, un texto de la antigüedad
cristiana, habla de los cristianos como “el alma del Mundo”, mientras
Tertuliano hace del amor fraterno el signo por excelencia de su fe: “Vean como
se aman”.
[11] “Cristo anunciaba el Reino y es la Iglesia que
vino” en Alfred Loisy: Les évangiles Synoptiques. 1906 1907.
[18] Bart D. Ehrman en su libro ya citado, afirma que
el nazareno no transgrede nunca la Ley en sí sino sus interpretaciones
fariseas.
[20] En su polémico y convincente estudio ya aludido
más arriba, Bart D. Ehrman afirma que, cuando habla del Hijo del Hombre, el
Jesús histórico no se identifica con él, sino que lo considera como distinto de
sí mismo. Sin embargo, en la mente de los evangelistas y de la Iglesia
primitiva, podemos considerar que esta identificación sí está realizada y que
es parte de la convicción teológica cristiana posterior. Nos referimos a esta
dimensión cristológica de este título en nuestra argumentación.
[28] Tal fue también la convicción que inspiró, desde
Egipto, la ruptura monástica al constatar la conclusión de la era martirial y
la clericalización de la Iglesia imperial.
[29] Esta afirmación nuestra hace todavía más
lamentable y contradictoria la reacción posterior de la Cristiandad, como
religión establecida, al culpar los judíos de este martirio, empezando por la
muerte de Jesús en cruz. Tal justificación del antisemitismo cristiano fue una
perversión religiosa del sentido profundo y fundador de un martirio como gracia
suprema de la fe.
[30] Ver Bart D. Ehrman: How Jesus became God. The exaltation of a Jewish
Preacher from Galilee. New York, 2014.
[37] Juan Pablo II hablando en la Academia Pontificia
de Ciencias el 23 de octubre 1996: La verdad no puede contradecir la verdad.
Ver en particular la afirmación de que “la teoría de la evolución es más
que una hipótesis” en referencia a la postura de Pio XII, considerándola como
mera “hipótesis”.
[39] Ver por ejemplo las consideraciones de Francisco
sobre el celibato ministerial en su entrevista a La Stampa. Primero considera
que no se trata de un dogma sino de una tradición de los últimos 900 años.
Enseguida afirma que no es una cuestión difícil ni tan importante y que la va a
resolver en su tiempo.
[40] Ver su exhortación apostólica “Gaudium
Evangelii” y sus abundantes referencias al documento conclusiva de la
conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida en 2007.
Fuente:
Servicioskoinonia, 2015.
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