Por
Juan Stam, Costa Rica
San
Pablo, en su respuesta a los corintios que negaban la resurrección del cuerpo,
hace una declaración muy radical:
Si
Cristo no ha resucitado, nuestra predicación no sirve para nada, como tampoco
la fe de ustedes. Aún más, resultaríamos falsos testigos de Dios por haber
testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habría sucedido, si los
muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha
resucitado. Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria y
todavía están en sus pecados. Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo
para esta vida, seremos los más desdichados de todos los mortales (1Cor 15:14-19 NVI).
El
evangelio nos proclama que Jesús murió y fue sepultado, pero resucitó y fue
visto por muchos testigos oculares, de los que Pablo fue el último (1Cor
15:1-8).
Si
Cristo no resucitó, insiste Pablo, nuestra esperanza es ilusoria y nuestra
predicación no vale para nada.
Eso es el evangelio, y sin la resurrección de Cristo de los muertos, no hay
evangelio.
Pero,
además, sin la resurrección la historia de Cristo pierde su sentido y su
coherencia.
Veamos:
(1)
La encarnación y la deidad de Cristo
(Jn 1:1-3,14): La encarnación significa que Dios mismo nació y vivió como ser
humano, sin dejar de ser Dios. Como el "DiosHombre" Jesucristo
murió en la Cruz, pero como afirma el sermón pentecostal de Pedro, Dios lo
resucitó, "porque era imposible que la muerte lo retuviera bajo su
dominio... No dejarás que mi vida termine en el sepulcro" (Hch 2:24,27).
Si
Jesús murió y no resucitó, no era el Dios encarnado y la muerte lo hubiera
vencido. Si él es
Dios, es de esperar que su cadáver no se descomponga en la tumba sino que salga
como Vencedor de la muerte para siempre.
El
prólogo del cuarto evangelio (Jn 1:1-18) es una aplastante refutación del
idealismo anti-materialista del platonismo medio y del proto-gnosticismo. Para ellos el Logos y la Sofía eran
las emanaciones más inmediatas de Dios (Theós) pero como tales no podían tener
nada que ver con la creación ni con la materia. La materia fue creada por el
error de una emanación muy inferior, el mal-nacido Demiurgo, un
semi-mini-cuasi-diosito. Fue un rechazo radical de todo lo material, incluso
del cuerpo.
Juan
comienza su prólogo empleando los mismos términos de los platónicos: "el
Logos estaba con Dios y el Logos era Dios". ¡Excelente!, dirían ellos;
¡este hombre es de los nuestros! Pero inmediatamente viene la puñalada:
"Todas las cosas, sin excepción, fueron creados por el Logos" y no
por el desgraciado Demiurgo.
Y
para colmo de escándalos, "El mismo Logos fue hecho carne (sarx)". No
podría haber una refutación más contundente del anti-materialismo ni una
afirmación más positiva del valor esencial del cuerpo.
Esa
afirmación radical del cuerpo físico se reafirma definitivamente en la
resurrección de Cristo de entre los muertos. Negar la resurrección es suponer
que podemos ser plenamente humanos sin el cuerpo.
Durante
su vida Jesús resucitó a varios muertos, anticipando su propia victoria sobre
la muerte, y anunció tres veces su propia resurrección. Si al fin no
resucitara, sería mucha la contradicción y fatal su error.
(2)
El cuerpo resucitado de Jesús:
San Lucas narra que Jesús, en la tarde del mismo domingo de su resurrección,
sale a caminar hacia Emaús. En el camino ve dos de sus seguidores y acelera sus
pasos para alcanzarlos. Camina con ellos, conversa (con un simpático sentido de
humor), les enseña y "parte el pan" con ellos (Luc 24:13-29). ¡El
Resucitado sigue siendo plenamente humano!
En
eso, según el relato, el Resucitado desaparece y ellos vuelven solos a
Jerusalén, a pie como habían venido (24:31-35). Reunidos ellos con los
apóstoles, Jesús "se puso en medio de ellos" (24:36). Como ellos
creían que él era un espíritu, el Resucitado pidió comida y la comió ante los
ojos de ellos (24:36-42). Para Lucas, el cuerpo resucitado es un cuerpo
liberado del "reino de la necesidad" de que hablaba el joven Marx.
La
resurrección de Jesús fue un acontecimiento único e irrepetible para nosotros,
porque Jesús también era un ser humano único e incomparable (Barth, Moltmann,
Cullmann). Pero la resurrección de Jesús anticipa, en el centro de la historia,
la resurrección nuestra al final de la historia (1Cor 15:20; Jn 5:28-29). Igual
que el primer fruto de la siembra, la resurrección de Jesús garantiza y a la
vez anticipa y modela la resurrección final nuestra.
(3)
Ascensión y Pentecostés:
Por cuarenta días, según Hechos 1, el Resucitado convivía con sus discípulos,
comía con ellos y les enseñaba. Después ascendió visiblemente ante los ojos de
ellos hasta que una nube lo quitó de su vista. Sin la resurrección de Cristo
con cuerpo visible, la ascensión, tan importante para la teología del reino,
sería inexplicable.
Hoy
día está de moda decir "yo creo en la resurrección, pero de otro
modo". Igual de
como Romero prometió resucitar en el pueblo salvadoreño (eso, porque él creía
en la resurrección de Jesús), les gusta decir que Jesús resucitó en la iglesia,
o en la fe de los discípulos, etc. Obviamente nada de eso cuadra con los datos
del N.T. ¡La fe de los discípulos o su "esperanza utópica" no
ascendió al cielo después de cuarenta días!
Antes
de ascender, Cristo prometió derramar sobre todos el Espíritu que él recibiría
del Padre. Por eso, el Pentecostés era una confirmación de la Ascensión:
"Exaltado por el poder de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu
Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ven y oyen" (Hch 2:33). En
la lógica del relato lucano, si no hay resurrección del cuerpo no hay
ascensión, y sin ascensión no hay pentecostés. (¡Lo sentimos, hermanos
pentecostales!)
(4)
La venida de Cristo (Apoc 1:7): La esperanza del regreso de Jesús, tan central
al mensaje del Nuevo Testamento, es totalmente inconcebible sin su resurrección
corpórea. Su retorno, igual que su resurrección, se describe como visible y
tangible.
Sería
absurdo hablar de "la segunda venida de la fe de los discípulos", de
la esperanza o de la iglesia misma. Pero la iglesia primitiva, en todas sus
variantes, esperaba gozosa el regreso de su Señor y Salvador.
(5)
La resurrección final:
Juan 5:28-29 enseña que en el "todavía no" del reino de Dios tanto
los justos como los injustos saldrán de sus sepulcros para resurrección de vida
y resurrección de condenación respectivamente.
Según
1Tes 4:16 la resurrección de los fieles coincide con el retorno de Cristo, lo
que Apoc 20:5 llama "la primera resurrección" seguida posteriormente
por "la segunda muerte" (20:6). De esa manera la resurrección de
Jesús garantiza y prefigura la resurrección nuestra.
La
visión final del mensaje bíblico no es la de un vuelo del alma al cielo sino de
personas (¡nosotros y nosotras!) con cuerpos transformados y liberados que
viven sobre una tierra nueva, bajo cielos nuevos, en una comunidad nueva
llamada "la Nueva Jerusalén"
¡Gloria al Dios que hace nuevas todas las cosas!
El
centro vital de toda esta esperanza es la resurrección de Cristo. "Porque
él vive, viviré mañana", reza un himno favorito de muchos cristianos.
CONCLUSIÓN
La
resurrección corpórea es la afirmación más elocuente del valor imperecedero del
cuerpo físico.
Recordemos que la esperanza no termina en el cielo sino en una nueva tierra
para personas con cuerpos resucitados en una comunidad nueva. De hecho, todo el
mensaje bíblico, desde el pacto con Abraham hasta la nueva tierra, es una
especie de materialismo histórico.
Esta
interpretación cristológica y realista no es literalismo. El literalismo consiste en priorizar
a priori, con o sin evidencias exegéticas, las interpretaciones literales. En
estos textos, las razones exegéticas favorecen la interpretación corpórea y
realista.
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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