Por. Leonardo de Chirico, Italia.
La
interpretación de Karl Barth del catolicismo romano pasó por un cambio
importante, por no decir un punto de inflexión, con el Vaticano II (1962-1965). El Concilio, en el cual el teólogo
suizo no tomó parte pero que lo siguió atentamente durante y después de la
conclusión de las sesiones, representó para él un testimonio de como el
catolicismo romano había tomado sensiblemente una nueva dirección, lejos de la
simple reiteración del legado anti-protestantismo heredado del siglo XVI, del
conservadurismo revolucionario del siglo XIX y de la rigidez absolutista del
Vaticano I (1870).
La
oportunidad de meditar acerca de este cambio la proporciona el libro de Donald
Norwood, Reforming Rome: Karl Barth and Vatican II [Reformando Roma: Karl Barth
y el Vaticano II] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2015). En este estudio, basado
en una tesis doctoral, el teólogo inglés de la Iglesia Reformada Unida, Donald
Norwood, examina la explicación del Vaticano II por Barth.
Norwood
es consciente de que Barth había tenido una postura polémica antes del Vaticano
II, mientras que después del mismo aparece como un teólogo más “católico”, esto
es, queriendo dirigir la iglesia en todos sus elementos más allá de los límites
confesionales más arraigados.
Pensando
en la trayectoria de Karl Barth, Reinhard Hütter habla de ésta como de
una visión teológica marcada por la “catolicidad dialéctica” (p. 80), con lo
cual Barth es un teólogo católico, sosteniendo todavía su enfoque dialéctico
hacia la Biblia, la tradición y la perspectiva eclesiástica de la iglesia.
Cambio
de Enfoque
Al
leer el Vaticano II, Barth quedó muy impresionado por la recuperación de la
Palabra de Dios especialmente reflejada en Dei Verbum, la
constitución dogmática sobre la revelación divina. Vio la teología católica
adoptando un punto de vista más “dinámico” de la Palabra de Dios que en algunos
puntos se parecía a su teología de la Palabra.
De
acuerdo con esta comprensión dinámica compartida de la Palabra de Dios, la
Biblia es la Palabra únicamente en un sentido secundario y relativo. El caso es
que la visión con ausencia de identidad de la Biblia y la Palabra de Dios fue
compartida por Barth y el Vaticano II y dio a ambas teologías su sabor
“dinámico”.
Barth
también quedó deslumbrado por el énfasis Cristocéntrico del Concilio
(principalmente en Lumen Gentium, la constitución dogmática de la
Iglesia) que puede compararse a la concentración Cristológica de su propia
teología. Al fin lo que más le impresionó fue el deseo de unidad que leyó en
los textos conciliares.
Poniendo
todos estos elementos juntos, Barth llegó a convencerse de que las diferencias
restantes entre el protestantismo y el catolicismo romano ya no serían asuntos
de sustancia teológica sino que tenían que ser solamente percibidos como
múltiples énfasis dentro de una y única Iglesia.
Si
antes del Vaticano II Barth había acusado a Roma de estar atrapada en la
prisión filosófica de la analogía entis (analogía del ser), después del
Vaticano II respaldó el punto de vista según el cual las dos tradiciones eran
ecuménicamente complementarias.
Después
del Vaticano II Barth puso de relieve los elementos más “católicos” de la
Iglesia Romana centrándose más en las semejanzas que en criticar los aspectos
“romanos” de la Iglesia Católica que podrían haber sido motivo de controversia.
Esto no quiere decir que Barth dejara de hacer preguntas profundas y
sugerir temas de discusión: mejor dicho, su actitud cambió en su conjunto,
estando cada vez más cerca del ecumenismo.
Norwood
se centra principalmente en los asuntos eclesiológicos, con los que Barth
continuó comprometido críticamente con el catolicismo romano, así como también
con las lecturas católicas de Barth que citaron Yves Congar, Hans Urs von
Balthasar y otros que no dejaron de discutir con él.
En
realidad, después del Vaticano II la eclesiología permaneció como la decisiva
diferencia para Barth, mientras que el resto (¡incluso la mariología, que en el
pre-Vaticano II para Barth fue el error católico por excelencia!) es de alguna
manera subsumido dentro de las diferencias compatibles de un cristianismo
plural. Dicho esto, para Barth reconocer la diversidad eclesiológica ya no
significa tomar una postura de división con respecto a la Iglesia Católico
Romana (p.188).
Cuestiones
pendientes
Norwood
ofrece una lectura amable y detallada de la interpretación de Barth del
Vaticano II. Desde los años 1960 en adelante, la comprensión compatibilista y
complementaria de la relación entre el protestantismo y el catolicismo romano
se convirtió en el común denominador del movimiento ecuménico al que Barth
perteneció por convicción.
La
estatura gigantesca de Karl Barth es innegable, pero estos son algunos de sus
límites: a pesar de haber llamado la atención sobre la Palabra de Dios, su
teología de la Palabra no ha impedido realmente la larga ola de liberalismo
teológico, marcado por un severo escepticismo hacia la confiabilidad de la
Biblia, para convertirse en el marco del protestantismo convencional.
En
cuanto a la evaluación protestante del catolicismo romano, la teología de la
Palabra de Barth ha debilitado la capacidad evangélica de valorar a Roma
teniendo la Biblia como estándar supremo y ha fomentado un enfoque
dialéctico que se ha alejado de la Sola Scriptura.
Por
otra parte, su aparente teología Cristocéntrica ha sido incapaz de discernir la
naturaleza idiosincrática del sistema sacramental católico romano, su
mariología y su estructura jerárquica, haciendo así que estos elementos
fundamentales sean aparentemente compatibles con una Cristología bíblica.
Estos
puntos de vista no son compartidos por Norwood, pero la cuestión es que vale la
pena preguntarse si la interpretación de Karl Barth del Vaticano II ha beneficiado
a la Iglesia.
Fuente:
Protestantedigital, 2016
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