Por.
Carlos Martínez García, México
En
una reciente carta dirigida al papa Francisco, Hans Küng regresa a uno de los
tópicos que una y otra vez recorre su fecunda y voluminosa obra: el de la
autoproclamada supremacía del obispo de Roma y su pretendida infalibilidad. La
misiva, Un llamamiento a Francisco puede leerse aquí.
Recordemos
que por haber cuestionado la infalibilidad del papa a Hans Küng le fue retirada
el 18 de diciembre de 1979 la licencia para enseñar como teólogo católico. La
instancia ejecutora fue la Congregación para la Doctrina de la Fe, sucesora de
la Santa Inquisición. La orden para prohibirle a Küng el ministerio de la
enseñanza provino del papa Juan Pablo II.
Es
el mismo Hans Küng quien rememora la sanción en su contra. Consigna que “en el
segundo volumen de mis memorias, Verdad controvertida [libro
publicado por Editorial Trotta], demuestro, apoyándome en una extensa
documentación, que se trataba de una acción urdida con precisión y en secreto,
jurídicamente impugnable, teológicamente infundada y políticamente
contraproducente”.
Küng
enfrentó con posiciones claras al régimen papal de Juan Pablo II. Igualmente lo hizo con quien le
sucedió. En el 2010 escribió un corto documento en el cual convocaba a los
obispos católico romanos a dejar de obedecer ciegamente a Benedicto XVI. Hans
Küng sabe bien de qué habla cuando se refiere al autoritarismo del papa en
turno. Él fue quien muy al principio del papado de Juan Pablo II criticó que el
régimen del clérigo polaco estaba restaurando el estado de cosas anterior al
Concilio Vaticano II.
Entre
las opiniones de Küng mal vistas por el Vaticano está la que ha sostenido sobre
Lutero y el movimiento de reforma que desató en el siglo XVI. Para él la
responsabilidad del cisma recae más en el autoritarismo de la jerarquía
católica que en el teólogo agustino alemán: “Todo el que haya estudiado esta
historia no puede albergar dudas de que no fue el reformista Lutero, sino Roma,
con su resistencia a las reformas –sus secuaces alemanes (especialmente Johannes
Eck)–, la principal responsable de que la controversia sobre la salvación y la
reflexión práctica de la iglesia sobre el Evangelio se convirtiera rápidamente
en una controversia diferente sobre la autoridad e infalibilidad del papa y los
concilio […] La Reforma de Lutero fue un cambio mayúsculo del paradigma
católico romano medieval al paradigma evangélico protestante: en teología y en
el ámbito eclesiástico equivalía a un alejamiento del eclesiocentrismo, humano
en demasía, de la iglesia poderosa hacia el cristocentrismo del Evangelio. Más
que en otra cuestión, la Reforma de Lutero puso el énfasis en la libertad de
los cristianos” (La Iglesia católica, Mondadori, Barcelona, 2002, p.
168-169).
Congruente
con ideas que ha sostenido desde que fue nombrado, en 1962, consultor teológico
del Concilio Vaticano II, llama a los obispos de la Iglesia católica a no
cerrar los ojos frente a la que sostiene es la peor crisis de
credibilidad de la institución desde la Reforma.
Consideró
al papado de Benedicto XVI como uno de oportunidades perdidas: “se perdieron
las oportunidades para el acercamiento con las iglesias protestantes, para la
reconciliación a largo plazo con los judíos, para un diálogo con los musulmanes
en una atmósfera de confianza mutua, para la reconciliación con los pueblos
indígenas colonizados de Latinoamérica y para el suministro de asistencia al
pueblo de África en su lucha contra el sida. También se perdió la oportunidad
de hacer del espíritu del Segundo Concilio Vaticano la brújula para toda la
Iglesia Católica”.
Al
igual que su antecesor Juan Pablo II, Joseph Ratzinger ha privilegiado la
regresión de la Iglesia católica a posiciones preconciliares. Los dos son
restauradores del conservadurismo que simplemente niega los cambios necesarios
en una organización que aspirara a ser pertinente al mundo contemporáneo.
En
el restauracionismo de Benedicto XVI, Küng enumera medidas tomadas por el papa
que denotan su espíritu conservador a ultranza: abrir los brazos para recibir,
y sin ninguna condición previa, en el seno de la Iglesia católica a los obispos
tradicionalistas de la Sociedad Pío X; promover intensamente que se oficie la
misa tridentina (en latín y de espaldas a los congregantes); negativa a poner
en vigor los acuerdos de acercamiento con la Iglesia anglicana, acuerdos que
son oficiales y sancionados por organismos católicos y anglicanos.
No
falta en la epístola de Küng el asunto de los escándalos de abusos sexuales
contra infantes por parte de sacerdotes en varios países. A la ofensa
perpetrada contra infantes y adolescentes se suma la operación encubrimiento
armada desde Roma para poner a salvo a los delincuentes, sobre todo cuando son
obispos. Küng subraya que para “empeorar las cosas, el manejo de estos casos
ha dado origen a una crisis de liderazgo sin precedentes y a un colapso de la
confianza en el liderazgo de la Iglesia”.
Para
salir de la crisis, el teólogo suizo llamaba a la implementación de seis
acciones muy puntuales: Küng urge a los obispos a: 1) No
guardar silencio frente al férreo verticalismo del Papa, “¡envíen a Roma
no manifestaciones de su devoción, sino más bien llamados a la reforma!” 2) Dar
pasos concretos en su esfera de influencia para iniciar la reforma; grandes
movimientos han sido iniciados por grupos pequeños. 3) Recobrar la
colegialidad y oponerse a la curia romana, recuperar el decreto del Concilio
Vaticano II sobre que el gobierno de la Iglesia católica debe realizarse en
común, entre el Papa y los obispos. 4) No rendirle obediencia
incondicional al apa, porque “sólo Dios merece obediencia incondicional…
presionar a las autoridades romanas en el espíritu de la fraternidad cristiana
puede ser permisible e incluso necesario cuando no cumplen con las expectativas
del espíritu del Evangelio y su misión”. 5) Trabajar para alcanzar
soluciones regionales, en tanto que existen mejores condiciones generales para
reformar a toda la institución. 6) Convocar a un concilio, ya que
los obispos tienen autoridad para hacerlo, cuyo objetivo sería “solucionar
los problemas dramáticamente intensos que ameritan una reforma”.
El
teólogo suizo está por cumplir 88 años. En el otoño del 2013 dio a conocer que
le había sido detectado el mal de Parkinson. La reciente misiva a Francisco
muestra que Küng mantiene lucidez intelectual, y su habitual enjundia para
señalar los males que tienen maniatada a la Iglesia católica. En esta ocasión
subraya que los pendientes señalados por él hace 35 años se han acrecentado,
y ellos son: “el entendimiento entre las distintas confesiones; el mutuo
reconocimiento de los ministerios y de las distintas celebraciones de la
eucaristía; las cuestiones del divorcio y de la ordenación de las mujeres; el
celibato obligatorio y la catastrófica falta de sacerdotes, y, sobre todo, el gobierno
de la Iglesia católica”.
Ni
Juan Pablo II ni Benedicto XVI abrieron caminos para dar solución a los
pendientes señalados por Küng. Al contrario, se atrincheraron en posiciones
autoritarias. Ahora Küng vuelve a diagnosticar que el freno para los cambios
necesarios en la institución, “el motivo decisivo de la incapacidad de
introducir reformas en todos estos planos sigue siendo, hoy como ayer, la
doctrina de la infalibilidad del magisterio, que ha deparado a nuestra Iglesia
un largo invierno […] No nos engañemos: sin una re-visión constructiva
del dogma de la infalibilidad apenas será posible una verdadera renovación”. Es
a la luz de lo anterior que Hans Küng solicita a Francisco “permita que tenga
lugar en nuestra Iglesia una discusión libre, imparcial y desprejuiciada de
todas las cuestiones pendientes y reprimidas que tienen que ver con el dogma de
la infalibilidad. De este modo se podría regenerar honestamente el problemático
legado vaticano de los últimos 150 años y enmendarlo en el sentido de la Sagrada
Escritura y de la tradición ecuménica”.
Es
necesario recordar que el 18 de julio de 1870 el Concilio Vaticano I definió
dos dogmas acerca del papa (entonces ocupaba la silla Pío IX)): “El papa
disfruta de primacía legal en la jurisdicción sobre cada iglesia nacional y
todo cristiano. El papa posee el don de la infalibilidad en sus decisiones
solemnes sobre el magisterio. Estas decisiones solemnes (ex cathedra)
son infalibles en base al apoyo especial del Espíritu Santo y son
intrínsecamente inmutables (irreformables), no en virtud de la aprobación de la
iglesia” (Hans Küng, La Iglesia católica, Mondadori, Barcelona, 2002, p.
216).
En
la obra de Küng que hemos citado, publicada en inglés en 2001, es decir, bajo
el papado de Juan Pablo II, el sacerdote y teólogo suizo proporciona ejemplos
históricos del sistema papal que condenaba en otros lo que gustosamente para sí
practicaba, a esto le llama “la institucionalización de la hipocresía”. Porque
“los papas del Renacimiento mantuvieron el celibato para ‘su’ iglesia con mano
de hierro, pero ningún historiador podrá descubrir nunca cuántos hijos
concibieron esos ‘santos padres’ que vivían en la lujuria más licenciosa, la
sensualidad desenfrenada y el vicio desinhibido” (p. 160). Quien escribe esto no
es un enemigo de la Iglesia católica, sino alguien que la reconoce su “hogar
espiritual”.
Párrafos
como el siguiente le han ganado a Küng la abierta hostilidad dentro del
catolicismo romano: “Una investigación cuidadosa de las fuentes del Nuevo
Testamento en los últimos cien años ha mostrado que la constitución de esta
iglesia [católica] centrada en el obispo, no responde en modo alguno a la
voluntad de Dios ni fue ordenada por Cristo, sino que es el resultado de un
desarrollo histórico largo y problemático. Es obra humana y, por lo tanto, en
principio, puede cambiarse […] No puede verificarse que los obispos sean
‘sucesores’ de los apóstoles en un sentido directo y exclusivo. Resulta
históricamente imposible encontrar en la fase inicial del cristianismo una
cadena constante de ‘imposición de manos’ desde los apóstoles hasta los obispos
de hoy en día” (La Iglesia católica, pp. 44 y 47).
Es
su entendimiento del Evangelio lo que ha llevado a Hans Küng al desarrollo de
una teología que una y otra vez llama por regresar a la radicalidad de las
enseñanzas originales de Jesús.
En esta tarea, confiesa, lo “impulsa una fe inquebrantable. Y no es una fe en
la iglesia como institución, pues resulta evidente que la iglesia yerra
continuamente, sino una fe en Jesucristo, en su persona y en su causa, que
sigue siendo el motivo principal de la tradición eclesial, su liturgia y su
teología. A pesar de la decadencia de la iglesia, Jesucristo nunca se ha
perdido. El nombre de Jesucristo es como un ‘hilo dorado’ en el gran tapiz de
la historia de la iglesia. Aunque a menudo el tapiz aparece deshilachado y
mugriento, ese hilo vuelve siempre a penetrar en la tela”.
Francisco
fue proclamado papa el 13 de marzo del 2013. Pocas semanas después, Hans Küng
externó la esperanza que el castigo que le prohíbe oficiar como sacerdote y
enseñar teología le fuese levantado por Francisco: “sería una señal para muchos
el que esa injusticia fuese reparada”. Han pasado casi tres años, y no se
vislumbran señales a favor de la esperanza de Küng.
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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