Jesús
nos mandó amar a nuestros enemigos, pero viendo sus acciones, según los
evangelios, surge una pregunta muy seria y muy difícil: ¿amaba Jesús mismo a
los enemigos suyos?
Podemos
estar seguros de que sí, pues él no era de los que decían una cosa pero hacían
otra (cf. Mat 23:2,3). Entonces podemos formular mejor la pregunta: ¿Cómo
amaba Jesús a sus enemigos?
Eso
lleva a una pregunta más profunda: ¿Cómo entendía Jesús el amor?, o aún otra
más amplia, ¿Qué significaba "amar" bíblicamente? ¿Cómo difiere de nuestro
concepto moderno del amor, y por qué?
Constatemos
primero un hecho que nos puede sorprender: Jesús tenía enemigos y los trataba
como tales. En un
solo discurso (Mat 23), inmediatamente después de citar el mandamiento de amar
al prójimo (22:18) y aparentemente sin percibir la menor contradicción, Jesús
lanza contra los escribas y fariseos un asalto verbal de epítetos nada amables.
¡Qué
lejos del Jesús domesticado, inocuo e inofensivo, de mucha tradición religiosa!
[1]
En
ese discurso, según San Mateo 23, Jesús pronunció siete "ayes"
sobre sus enemigos (una cosa muy solemne en esa época, un lamento fúnebre) y
siete veces los denunció como hipócritas.
Los
llamó "hijos del infierno" (23:15), "guías ciegos" (23:16;
cf. 23:17,19,24), "insensatos" (23:17), "llenos de robo y de
desenfreno" (23:25), "sepulcros blanqueados... llenos de huesos de
muertos y de podredumbre" (23:27) y lo peor, "¡Serpientes! (23:33;
"generación de víboras").
En
una feroz polémica con los judíos que no creían en él, Jesús los tildó de hijos
del diablo al decirles, "Ustedes son de su padre el diablo" (Juan
8:44). Cuando los maestros de la ley insistieron en atribuir a Satanás los
milagros de Jesús, él los acusó del pecado contra el Espíritu Santo, "que
nunca tendrá perdón" (Mr 3:29).
De
hecho, en toda su vida Jesús nunca les "perdonó" a ellos ni les pidió
perdón por el lenguaje tan fuerte de sus denuncias.
Jesús
denunciaba a sus enemigos por una gran variedad de razones. Entre los pecados que Jesús denunció
aparecen la injusticia social y económica (23.23-26; Mr 12.40; Lc 20.47), pero
se destacan también los abusos religiosos (hipocresía, legalismo, el pecado
imperdonable, etc.)
A
Pedro lo llamó "Satanás" por proponer una cristología sin cruz (Mat
16:23) y llamó "generación perversa y adúltera" a los que buscaban
señales del fin del mundo (Mat 16:4).
A
los mercaderes que profanaban el santo templo los llamó "cueva de
ladrones" (Mat 21:13). Solía decir que "el celo por la casa de mi
padre me consume".
En
estas relaciones de Jesús con sus enemigos, sorprende tanto la ferocidad de su
lenguaje como también la amplia variedad de las conductas condenadas.
En
la última semana de su vida, Jesús se portó de una manera que parece
contradictoria.
Comenzó
la semana encabezando una subversiva marcha triunfal que provocó la furia de
las autoridades cívicas. Después entró en el templo y echó fuera a los
vendedores y cambistas, a los que tildó de "cueva de ladrones". En
esta práctica profética, como en toda su vida, su protesta vehemente iba contra
la injusticia y la impiedad de toda índole.
Pero
poco después, ante las falsas acusaciones en su contra, Jesús "no abrió su
boca", ni para defenderse contra las mentiras (Mt 26:63; 27:12,14) , y
desde la cruz suplicó a Dios perdón para los que lo mataban sin entender su
acción (Lc 23:34; se refería a la turba manipulada por los sacerdotes).[2]
Observemos
de paso que esta conducta de Jesús es contraria a la nuestra: nos callamos
cuando se trata de injusticia contra los demás, pero cuando nos toca
personalmente, no tardamos en defendernos.
En
los evangelios los escribas y fariseos son hostiles contra Jesús desde un
principio y Jesús no hace ningún esfuerzo por lograr una "reconciliación
mutua" con ellos.
A sus enemigos, y a veces a sus amigos, lanzaba epítetos fuertes sin pelos en
la lengua, pero nunca les pidió perdón por haberlos insultado.
En
la cruz pide a Dios perdonar a la multitud manipulada que, sin saber lo que
hacían, clamaba por su muerte. En cambio, los escribas y fariseos sí sabían lo
que estaban haciendo y por eso Jesús los denunciaba sin reparos.
La
denuncia tajante parece ser la forma que tomó su amor hacia sus enemigos.
Esta
forma de denunciar no se limita a Jesús. La misma conducta, con variantes,
aparece en los profetas hebreos, en Juan el Bautista, Pablo, Santiago, Juan y
el Apocalipsis. De hecho, es la característica fundamental de la profecía
bíblica.
Estos
hechos provocan preguntas profundas sobre el significado bíblico (y antiguo en
general) del término "amor".
Una
ley de la teología bíblica es entender cada término bíblico en su más estricto
sentido exegético, a diferencia de sus significados y connotaciones modernos.
Términos como "paz", "verdad" y "justicia", en su
significado bíblico, eran significativamente diferentes a los mismos términos
hoy en castellano. Lo mismo pasa con los vocablos "amor, amar".
Hoy
día los significados de "amar" se concentran en el terreno de las
emociones; se trata
de los sentimientos. "Amar" hoy significa "tener cariño",
"ser amable" (en sentido moderno) y en general no ofender a los demás
(por lo menos, a "los nuestros"). Esos son valores importantes, con
mucha validez, pero creo que este concepto de amor es moderno, desconocido
hasta la modernidad y el surgimiento del capitalismo burgués individualista, y
los conceptos modernos de privacidad, tolerancia, etc. Pregunto si alguien
puede demostrar ese sentido sentimental de "amar" en las escrituras y
la historia pre-moderna de la teología.
En
1 Juan 3:11-18 encontramos una valiosa clave al sentido bíblico del amor: Después
de reiterar el clásico "mandamiento del amor" (3:11), hace una clara
distinción entre "amor de palabras" y "amor de hecho": Conocemos lo que es el amor porque
Jesucristo dio su vida por nosotros; Así también, nosotros debemos dar la vida
por nuestros hermanos. Pues si uno es rico y ve que su hermano necesita ayuda,
pero no se la da, ¿Cómo puede tener amor de Dios en su corazón? Hijitos míos,
que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino de hecho y en verdad (1 Jn 3:16-18).
El
amor de Jesús por sus enemigos lo llevó a dar su vida por ellos. El amor
nuestro a nuestros enemigos, y a todos, debe ser igual. Si bien pocos de
nosotros/as seremos llamados a dar la vida, el amor nuestro nacerá más bien en
el corazón de nuestra cuenta bancaria.
Amaremos
a amigos y enemigos, en el sentido bíblico del amor, cuando ponemos nuestra
vida por los demás, haciendo de toda nuestra vida un proyecto de servicio al
prójimo (Mt 16:24);
cuando compartimos generosamente nuestros recursos materiales con los que
tienen necesidad.
Ya
lo dijo el viejo refrán: "Hechos son amores, y no buenas razones".
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[1]
Tomás Muenzer, a diferencia del "Jesús dulce" de Lutero,
encontró en los evangelios un "Jesús agrio". La dulzura no es una
virtud cristiana. Somos sal, no azúcar.
Fuente:
Protestantedigital, 2016.
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