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jueves, 24 de marzo de 2016

Jesús y el amor al enemigo



Por. Juan Stam, Costa Rica
Jesús nos mandó amar a nuestros enemigos, pero viendo sus acciones, según los evangelios, surge una pregunta muy seria y muy difícil: ¿amaba Jesús mismo a los enemigos suyos?
Podemos estar seguros de que sí, pues él no era de los que decían una cosa pero hacían otra (cf. Mat 23:2,3). Entonces podemos formular mejor la pregunta: ¿Cómo amaba Jesús a sus enemigos?
Eso lleva a una pregunta más profunda: ¿Cómo entendía Jesús el amor?, o aún otra más amplia, ¿Qué significaba "amar" bíblicamente? ¿Cómo difiere de nuestro concepto moderno del amor, y por qué?
Constatemos primero un hecho que nos puede sorprender: Jesús tenía enemigos y los trataba como tales. En un solo discurso (Mat 23), inmediatamente después de citar el mandamiento de amar al prójimo (22:18) y aparentemente sin percibir la menor contradicción, Jesús lanza contra los escribas y fariseos un asalto verbal de epítetos nada amables.
¡Qué lejos del Jesús domesticado, inocuo e inofensivo, de mucha tradición religiosa! [1]
En ese discurso, según San Mateo 23, Jesús pronunció siete "ayes" sobre sus enemigos (una cosa muy solemne en esa época, un lamento fúnebre) y siete veces los denunció como hipócritas.
Los llamó "hijos del infierno" (23:15), "guías ciegos" (23:16; cf. 23:17,19,24), "insensatos" (23:17), "llenos de robo y de desenfreno" (23:25), "sepulcros blanqueados... llenos de huesos de muertos y de podredumbre" (23:27) y lo peor, "¡Serpientes! (23:33; "generación de víboras").
En una feroz polémica con los judíos que no creían en él, Jesús los tildó de hijos del diablo al decirles, "Ustedes son de su padre el diablo" (Juan 8:44). Cuando los maestros de la ley insistieron en atribuir a Satanás los milagros de Jesús, él los acusó del pecado contra el Espíritu Santo, "que nunca tendrá perdón" (Mr 3:29).
De hecho, en toda su vida Jesús nunca les "perdonó" a ellos ni les pidió perdón por el lenguaje tan fuerte de sus denuncias.
Jesús denunciaba a sus enemigos por una gran variedad de razones. Entre los pecados que Jesús denunció aparecen la injusticia social y económica (23.23-26; Mr 12.40; Lc 20.47), pero se destacan también los abusos religiosos (hipocresía, legalismo, el pecado imperdonable, etc.)
A Pedro lo llamó "Satanás" por proponer una cristología sin cruz (Mat 16:23) y llamó "generación perversa y adúltera" a los que buscaban señales del fin del mundo (Mat 16:4).
A los mercaderes que profanaban el santo templo los llamó "cueva de ladrones" (Mat 21:13). Solía decir que "el celo por la casa de mi padre me consume".
En estas relaciones de Jesús con sus enemigos, sorprende tanto la ferocidad de su lenguaje como también la amplia variedad de las conductas condenadas.
En la última semana de su vida, Jesús se portó de una manera que parece contradictoria.
Comenzó la semana encabezando una subversiva marcha triunfal que provocó la furia de las autoridades cívicas. Después entró en el templo y echó fuera a los vendedores y cambistas, a los que tildó de "cueva de ladrones". En esta práctica profética, como en toda su vida, su protesta vehemente iba contra la injusticia y la impiedad de toda índole.
Pero poco después, ante las falsas acusaciones en su contra, Jesús "no abrió su boca", ni para defenderse contra las mentiras (Mt 26:63; 27:12,14) , y desde la cruz suplicó a Dios perdón para los que lo mataban sin entender su acción (Lc 23:34; se refería a la turba manipulada por los sacerdotes).[2]
Observemos de paso que esta conducta de Jesús es contraria a la nuestra: nos callamos cuando se trata de injusticia contra los demás, pero cuando nos toca personalmente, no tardamos en defendernos.
En los evangelios los escribas y fariseos son hostiles contra Jesús desde un principio y Jesús no hace ningún esfuerzo por lograr una "reconciliación mutua" con ellos. A sus enemigos, y a veces a sus amigos, lanzaba epítetos fuertes sin pelos en la lengua, pero nunca les pidió perdón por haberlos insultado.
En la cruz pide a Dios perdonar a la multitud manipulada que, sin saber lo que hacían, clamaba por su muerte. En cambio, los escribas y fariseos sí sabían lo que estaban haciendo y por eso Jesús los denunciaba sin reparos.
La denuncia tajante parece ser la forma que tomó su amor hacia sus enemigos.
Esta forma de denunciar no se limita a Jesús. La misma conducta, con variantes, aparece en los profetas hebreos, en Juan el Bautista, Pablo, Santiago, Juan y el Apocalipsis. De hecho, es la característica fundamental de la profecía bíblica.
Estos hechos provocan preguntas profundas sobre el significado bíblico (y antiguo en general) del término "amor".
Una ley de la teología bíblica es entender cada término bíblico en su más estricto sentido exegético, a diferencia de sus significados y connotaciones modernos. Términos como "paz", "verdad" y "justicia", en su significado bíblico, eran significativamente diferentes a los mismos términos hoy en castellano. Lo mismo pasa con los vocablos "amor, amar".
Hoy día los significados de "amar" se concentran en el terreno de las emociones; se trata de los sentimientos. "Amar" hoy significa "tener cariño", "ser amable" (en sentido moderno) y en general no ofender a los demás (por lo menos, a "los nuestros"). Esos son valores importantes, con mucha validez, pero creo que este concepto de amor es moderno, desconocido hasta la modernidad y el surgimiento del capitalismo burgués individualista, y los conceptos modernos de privacidad, tolerancia, etc. Pregunto si alguien puede demostrar ese sentido sentimental de "amar" en las escrituras y la historia pre-moderna de la teología.
En 1 Juan 3:11-18 encontramos una valiosa clave al sentido bíblico del amor: Después de reiterar el clásico "mandamiento del amor" (3:11), hace una clara distinción entre "amor de palabras" y "amor de hecho": Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros; Así también, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Pues si uno es rico y ve que su hermano necesita ayuda, pero no se la da, ¿Cómo puede tener amor de Dios en su corazón? Hijitos míos, que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino de hecho y en verdad (1 Jn 3:16-18).
El amor de Jesús por sus enemigos lo llevó a dar su vida por ellos. El amor nuestro a nuestros enemigos, y a todos, debe ser igual. Si bien pocos de nosotros/as seremos llamados a dar la vida, el amor nuestro nacerá más bien en el corazón de nuestra cuenta bancaria.
Amaremos a amigos y enemigos, en el sentido bíblico del amor, cuando ponemos nuestra vida por los demás, haciendo de toda nuestra vida un proyecto de servicio al prójimo (Mt 16:24); cuando compartimos generosamente nuestros recursos materiales con los que tienen necesidad.
Ya lo dijo el viejo refrán: "Hechos son amores, y no buenas razones".
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[1] Tomás Muenzer, a diferencia del  "Jesús dulce" de Lutero, encontró en los evangelios un "Jesús agrio". La dulzura no es una virtud cristiana. Somos sal, no azúcar.

Fuente: Protestantedigital, 2016.

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