Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
En
medio del florecimiento de elogios entusiastas al Papa que “se abre a las
mujeres”, debemos en primer lugar decir exactamente cómo son las cosas. En
respuesta a una pregunta que se le hizo en la reciente reunión internacional
con 600 monjas (superioras generales), Bergoglio ha dicho que sí a la propuesta
de crear una comisión para revisar la cuestión de las mujeres diaconisas.
Bienvenida la comisión, damos la bienvenida a las mujeres diaconisas.
Al
leer los primeros comentarios he pensado lo hago pensando en que me pareció
necesario eso para evitar los dos extremos: uno, el que ve la plena entrada
inminente de la mujer en la jerarquía de Roma de la Iglesia (el diaconado es el
primer caso de un orden sagrado, seguido de la sacerdotal y episcopal) una
decisión que “hace época” en la apertura del papa; por otro lado, igualmente
desdeñoso, minimizar la falla que sufrió culpa porque se habla solamente de
diaconado y no del sacerdocio. Entre nosotros, que no ha faltado, con el
orgullo valdense, recordamos la presencia de mujeres predicadoras desde el
siglo XII en este movimiento.
Mientras
tanto, no es cierto que la Iglesia Católica es el último espacio que rechaza
las mujeres sacerdotes; si en las iglesias anglicana o luterana hay obispas,
todo el mundo ortodoxo es contrario a las mujeres sacerdotes, y muchos
fundamentalistas evangélicos en Estados Unidos, probablemente de quienes
votarán por Trump, no desenan tener mujeres pastoras, lo mismo que las parejas
homosexuales y sus relativas bendiciones.
“Predicar
libremente”, fue una reivindicación valdense para hombres y mujeres (aunque los
barbas eran hombres). La Reforma tenía otras prioridades. Más que permitir que
las hermanas predicaran, Lutero quería abrir las puertas de los conventos y
eliminar la separación entre el interior y el exterior, entre la religión y el
mundo.
Para
la iglesia valdense, el punto de inicio del largo camino al pastorado femenino
está en 1948, cuando Consejo Valdense (el órgano ejecutivo del Sínodo) nombró
un comité especial. Al año siguiente, dicha comisión presentó dos informes: uno
sobre el pastorado, y el otro sobre un posible “ministerio auxiliar”. “Creemos
que hay razones suficientes —concluía el primer informe— para seguir excluyendo
a las mujeres de fe evangélica del ministerio en su plenitud”. El segundo texto
indicaba para ellas diversas funciones y “estaban fuera de la
predicación,
la administración de los sacramentos y el cuidado de almas”. Se advertía cierta
incompatibilidad con el matrimonio, no por una razón de principios sino por el
temor de que el cuidado de la familia tuviera menos tiempo disponible para la
iglesia. La regla se abolió en 1959. Para prepararse como “auxiliar
eclesiástico”, se creó un curso de formación en la Facultad de Teología en
1950, con tres alumnas que asistieron, a pesar de no conocer bien cuál sería su
función. En 1960, el Congreso de la Federación de Mujeres pidió al Sínodo el
reconocimiento del pastorado a las mujeres. Pero la decisión se pospuso de
nuevo a través de las iglesias locales que habían llevado sus puntos de vista,
por lo general favorables, pero con muchas preocupaciones prácticas. Por
último, el Sínodo de 1962 reconoció que “las hermanas que han sido llamadas la
plena validez del ministerio de la Palabra”, decisión todavía no fácil, como se
muestra por los números: 57 a favor, 42 en contra, y 10 abstenciones. En 1967
fue consagrada la primera pastora; con la integración entre las iglesias
Valdense y Metodista, en 1979, el ministerio pastoral también se abrió a las
mujeres de esa confesión.
A
mediados de los años 80, unos veinte años más tarde, las pastoras en las
iglesias Metodista y Valdense eran alrededor de 10%, cifra ya triplicada. En la
Unión de Iglesias Bautistas pastoras desde principios de los años ochenta y en
la Iglesia Evangélica Luterana en Italia las mujeres están en servicios desde
los noventa. En octubre de 2004 fue elegida la primera pastora presidenta del
Comité Ejecutivo de dicha Unión, y en agosto de 2005 la primera moderadora de
la Mesa Valdense.
El
año entrante, 2017, no sólo celebraremos el aniversario de la Reforma, pues
además el medio siglo de la primera ordenación de una mujer al ministerio
pastoral en la iglesia Valdense. En esta perspectiva, la verdadera cuestión no
es si las mujeres formarán parte de la jerarquía en la iglesia católica sino el
hecho de que esa misma jerarquía, del Papa para abajo, toma el lugar de Cristo,
y podría servir como mediador entre Dios y la humanidad. Sobre el Papa, es
famosa la frase de Lutero: “no es necesario un vicario, es suficiente con tener
ministros”.
Mientras
que en el protestantismo estamos acostumbrados a pensar en los “dones
espirituales” dados a todos y a cada uno, reconocidos por la comunidad, con la
ayuda de la Palabra, en el catolicismo es el oficio eclesiástico canónicamente
dado el que que garantiza la presencia del Espíritu. La antigua iglesia, y
también la de la Reforma, dice: Ubi Christus ibi Ecclesia (Donde está Cristo
está la Iglesia). En la teología jerárquica, en cambio, se afirma: “La Iglesia
está donde está el obispo (o Pedro)”.
Nadie
puede dominar al Espíritu que sopla donde quiere; nadie debe impedir que las
mujeres en la Iglesia Católica no sólo sea sean diaconisas, sino también
sacerdotisas, obispas y papas. Es la escala jerárquica la que, con los diversos
grados, se eleva hasta Dios en contraste con la Palabra. Por el contrario, es
Dios quien, en Cristo, llegando a ser como nosotros, vino a estar más cerca. No
somos nosotros quienes, a través de la iglesia, andamos más cerca de Dios.
Nota bibliográficas:
Versión
de Leopoldo Cervantes Ortiz del artículo “Il papa, le donnee il pastorato
femminile nella chiesa valdese” publicado en Riforma el 16/05/16 ir al Link
a la nota en Riforma: http://riforma.it/it/articolo/2016/05/16/il-papa-le-donne-e-il-pastorato-femminile-nella-chiesa-valdese
Fuente:
Riforma.it & ALNOTICIAS, 2016.
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