¡Vos podes ayudarnos!

---
;

miércoles, 25 de mayo de 2016

Calvino y la teología Reformada



Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Fragmento de la contribución a la edición facsimilar del Catecismo de Ginebra de Juan Calvino (1550), volumen colectivo de próxima aparición por la Fundación Fliedner.
           La fe está acreditada: id a las regiones
           Que no han oído hablar de nuestras religiones,
           A Perú, Canadá, Calicut, Caníbales,
           Ahí mostrad por efecto vuestras virtudes calvinales.
    Pierre Ronsard, Discurso de las miserias de estos tiempos (1562)
Cada nuevo abordaje de la teología protestante, pase o no por la persona de algunos de sus representantes y expositores, debe considerar seriamente los cambios inevitables en las ideologías, creencias y perspectivas con las que se ha asumido y practicado la fe cristiana a lo largo de la historia. En el caso de una vertiente de dicha teología, la llamada “tradición reformada”, la figura de Juan Calvino ha concitado, y lo sigue haciendo, diversas interpretaciones que van desde el ensalzamiento irrestricto hasta el rechazo más absoluto, pasando por todas las variaciones imaginables. Algunos han llegado a decir que el propio Calvino no sería aceptado en su propia tradición por ser demasiado radical, algo así como un teólogo de la liberación. Si estos extremos se presentan adentro mismo del espectro espiritual que lleva su nombre, cuanto más “hacia fuera” su herencia es vista con sospecha y fuerte crítica. De ahí que intentar colocarlo en el marco de los impulsos teológicos que lo reconocen como uno de sus más insignes expositores representa un esfuerzo obligado para los fines de divulgación que constituyen este volumen.
Calvino encarnó centralmente la segunda etapa de la teología reformada en formación debido a que el verdadero fundador, el suizo Ulrico Zwinglio (1484-1531), no alcanzó a ver los alcances de sus ideas religiosas. Un hito de esta tradición es que varios de los continuadores de éste trabajaron estrechamente con el humanista francés. De ahí que recuperar su visión y orientación propias, así como la marca específica que le aportó a la tradición que contribuyó a formar sea algo muy necesario. Queda claro que Calvino no podía ni mucho menos ser calvinista, como lo ha discutido Bernard Cottret, uno de sus biógrafos, quien demostró que, en la propia Francia muchos pastores o dirigentes descubrieron con bastante sorpresa que eran más calvinistas de lo que suponían. Así lo hizo ver una encuesta que enseñó que ni siquiera en su país natal era suficientemente percibida la huella de ese “fundador desconocido”. […]
Otro biógrafo, Denis Crouzet, ha buceado en las profundidades de la psicología de Calvino a fin de encontrar puentes firmes hacia la conformación de la tradición posterior: “…era casi un ser desprovisto de pasiones, que cultivaba la moderación en todas las cosas y en todo momento; se caracterizaba por una ‘mediocridad digna de alabanza’; comía poco, dormía aún menos, pero vivía ‘olvidándose de sí mismo para servir a Dios y al prójimo en su cargo y por su vocación’”.[1]
Resulta difícil concebir el rostro de la tradición reformada sin Calvino pues, a pesar de su relativamente corta vida (55 años), el volumen de su aportación a la misma se echa de ver simplemente al considerar los 58 tomos que la conforman dentro del Corpus Reformatorum, además de su peso específico en la conformación del perfil completo de esta teología. Sobre la importancia más bien cualitativa de esta presencia indiscutible y su utilidad práctica, escribió Salatiel Palomino López:
Sin embargo, lo sobresaliente no es la masiva magnitud de su obra, sino la alta calidad y trascendencia de dichos escritos, su riqueza, su solidez, su erudición, su utilidad práctica, su poderosa inspiración y su belleza de estilo. Hoy día, estas obras clásicas de la literatura evangélica siguen manteniendo un brillo y una profundidad que las hace una lectura valiosísima y obligada para quienes buscan un modelo de excelencia expositiva y teoñógica para el ministerio cristiano. Así pues, el joven humanista cuya primera publicación erudita no tuvo mayor trascendencia, halló en la causa de la reforma protestante un público que ávidamente agotó las diferentes ediciones de sus queridos libros.[2] […]
El lugar de Calvino dentro de la teología reformada por supuesto que no está sujeto a discusión. Lo que salta a la vista son las distintas formas de apropiarse de su legado. Varios expertos han señalado que una manera de aproximarse al mismo es el aspecto geográfico de la apropiación de la que ha sido objeto, pues no es lo mismo, por ejemplo, el calvinismo continental (Francia, Suiza, Holanda, Alemania) que el insular (islas británicas), pues fue el segundo el que tuvo la capacidad de exportar, mediante el impulso misionero de los siglos posteriores al inicio de la Reforma, las ideas y doctrinas del reformador. Gracias a esa rama de la teología reformada (presbiteriana), que informó a las comunidades de lo que después sería Estados Unidos, se extendió por otras partes del mundo. Muestra de ello es el crecimiento exponencial del presbiterianismo en Corea del Sur, de donde han surgido algunos estudiosos muy creativos de su propia tradición.
Catecismo de Ginebra, 1550.
Ante la cercanía de la conmemoración de los 500 años del inicio de la labor de Martín Lutero en Alemania ha reaparecido el impulso positivo de referirse al movimiento reformador como una amplia expresión de protestas y prácticas que tuvieron lugar en diversos puntos de Europa. Esta visión permite valorar mejor el policentrismo de esas luchas sociales y religiosas, además de situar cada una en su propio contexto, pues de ese modo es más posible apreciar las aportaciones de las comunidades resultantes. Sobresale aquí el papel fundador de Calvino en lo que hoy se conoce como “diálogo ecuménico”, dada su participación en los diálogos preparatorios para el Concilio de Trento en Ratisbona (1541) y otras ciudades.[3] […] Especial impacto le causó, mientras vivió en Estrasburgo, la práctica de la disciplina entre los anabaptistas que conoció allí, al grado de que más tarde la agregaría como una de las “marcas de la iglesia”.
Y qué decir del temprano impulso misionero que condujo a enviar un grupo de 14 aventureros hugonotes al actual territorio brasileño, en una fecha tan sorprendente como 1556. Un fruto notable de ese intento fallido fue la primera confesión reformada americana redactada en 1558 en condiciones infrahumanas:[4] “Tierra de exilio, donde afluían los refugiados, Ginebra se transformó rápidamente en un hogar misionero”.[5] Gran lección la de ese trágico episodio: la obligación de situar y definir la fe fruto de la Reforma en un ambiente adverso y en medio de las peores circunstancias, algo que no muchas iglesias latinoamericanas han hecho hasta hoy, en pleno siglo XXI.
En el ámbito de las iglesias agrupadas en lo que fue la Alianza Reformada Mundial (la actual Comunión Mundial de Iglesias Reformadas) se fortaleció la conciencia de las diversas etapas (primera reforma, reformas magisteriales, reformas radicales)[6] y sensibilidades que han encarnado las diferentes confesiones surgidas de los movimientos reformistas. Y es que el concepto de reforma no siempre ha sido uniforme y en las comunidades calvinistas se ha insistido, con intensidad variable, en que la reforma de la iglesia es apenas parte de un gran proceso de cambio totalizante y abarcador:
La fe de la reforma significa, en el marco de las iglesias reformadas, fe en la acción permanente, reformadora y renovadora de Dios. “Reforma” no encierra ya el mismo significado que en los movimientos reformistas medievales, es decir, el de la renovación de la iglesia como obra del hombre de buena voluntad, sino como obra de Dios en la historia. […]
La reforma de Dios, sin embargo, como movimiento renovador de la fe, afecta al hombre en su totalidad, al individuo y su situación religiosa, social y política. Dada la íntima trabazón entre la iglesia y la sociedad no basta llevar a cabo una reforma de aquélla.[7]
Los grandes resúmenes de esta teología se han encargado de subrayar el carácter totalizante de la misma dado su horizonte humanista original. En uno de ellos, André Biéler advierte sobre la genuina dialéctica de donde partió el reformador, auténtico “humanista devoto”: “…con su visión bíblica de la sociedad, Calvino preservó al humanismo de su corrupción individualista. Puso en evidencia la universalidad de nuestra humanidad. Nos indica el camino de un humanismo que una al conocimiento de la persona una conciencia aguda de las realidades sociales”.[8] El balance entre individuo y sociedad es una característica peculiar de esta tradición.
Por ello, las comunidades pertenecientes a esta tradición, al intentar permear las sociedades donde se mueven con esta visión, han subrayado el papel civilizatorio de sus grandes principios (É. Leonard) en común con otras (Sólo la Escritura, la fe, la gracia, Cristo y la gloria de Dios) y de las doctrinas derivadas de ellos (libre examen, sacerdocio universal, gobierno democrático), los cuales necesariamente deben traducirse en prácticas concretas para la vida social, política y económica: nueva humanidad, ergo nueva sociedad, ése es el perfil que la teología reformada ha heredado en sus grandes líneas del reformador francés. Esta “capacidad pragmática” la puso en marcha el propio Calvino en Ginebra, ciudad a la que convirtió en un centro industrial al mismo tiempo que un lugar de refugio, y un foco que irradió teológicamente a todo el continente. El puertorriqueño Rubén Rosario Rodríguez ha expresado como sigue el talante doctrinal que hizo posible esta conjunción a partir de la recuperación del expositor de las Escrituras que llegó a esa ciudad como migrante:
…ni la Iglesia ni el Estado representan comunidades perfectas y santas, sino que ambas son sociedades mixtas de santos y pecadores, elegidos y reprobados, lo que hace necesario admitir ciertas ambigüedades y tensiones dentro de los gobiernos espiritual y temporal.
Esta visión distintivamente calvinista de las sociedades humanas “reconoce que, incluso si ellas buscan legitimar llamamientos, políticos, abogados, profesores, empresarios, y el resto de la sociedad estará implicada en las injusticias y corrupciones que marcan a todas las sociedades humanas” [D. Ottati]. Mientras que todas las instituciones humanas, incluyendo a la iglesia, necesitan continuamente arrepentimiento y reforma, las teologías reformadas herederas de Calvino también creen “en la confianza en la divina provisión para la justicia y el bien”. […]
Para Calvino, así como para las tradiciones influidas por él, el establecimiento de un orden social justo es parte integrante de la vida cristiana.[9] […]
Algunas de las actualizaciones de la teología reformada pasan casi siempre por alto la producción, ciertamente escasa en esa línea, en lengua castellana. No fue el caso de un amplio volumen publicado en 1999, en el que la finada profesora uruguayo-argentina Beatriz Melano representó esta rama lingüística y quien apuntó hacia la enorme actualidad del pensamiento calvinista-reformado para la discusión y la praxis ecuménica en situaciones extremas. Valorando positivamente el legado de Calvino, escribió: “…el lema Soli Deo gloria, que Calvino usaba para expresar su pensamiento y acción es al mismo tiempo una fórmula que expresa adecuadamente la aventura de la Reforma Protestante. Creo que, si en otra época fue importante para mantener un concepto claro de la misión de la teología, es aún más importante en nuestro tiempo porque vivimos en una época en la cual predomina el ansia de poder por el poder mismo. Esta glorificación del poder humano genera violencia institucionalizada”.[10] […]
Con esto llegamos al que quizá es el planteamiento más difícil, porque tal vez se acerca al fondo de la cuestión desencadenada por la publicación del presente libro: ¿es posible hablar de una teología calvinista genuina en español? ¿La teología reformada en el idioma del Quijote? La respuesta afirmativa, impensable en otros tiempos, debe ir acompañada de una serie de acotaciones históricas, teológicas y hasta lingüísticas que sean capaces de dar fe de la manera en que esta aparente contradicción de términos llegó a buen término desde el mismísimo siglo XVI e incluso en vida del reformador Juan Calvino, dado que algunos disidentes religiosos españoles de la época, como Casiodoro de Reina, manifestaron su rechazo hacia el estilo calviniano de conducir la iglesia en Ginebra, mientras que otros, como su colega Cipriano de Valera no sólo se hicieron reformados sino que tradujeron parte importante de la obra del reformador. ¿Quién lo diría?: los traductores de la Biblia se encontraron en bandos teológicos contrarios. El nombre de Cipriano está ligado para siempre a esos dos importantísimos trabajos. […]


[1] D. Crouzet, Calvino. Barcelona, Ariel, 2001.
[2] S. Palomino López, Introducción a la vida y teología de Juan Calvino. Nashville, Abingdon Press-Asociación para la Educación Teológica Hispana, 2008, p. 45.
[3] Cf. Tony Lane, “Calvin and Article 5 of the Regensburg Colloquy”, en H. Selderhuis, ed., Calvinus Praeceptor Ecclesiae. Papers of the International Congress on Calvin Research held at Princeton. August 20-24, 2002. Ginebra, 2004, pp. 233-263.
[4] Eduardo Galassso Faria, “A primeira Igreja Reformada no Brasil e seus mártires”, en cuaderno especial de O Estandarte, Iglesia Presbiteriana Independiente de Brasil, año 117, núm. 2, feb. de 2009, pp. 6-7, 10-11.
[5] B. Cottret, op. cit., p. 225.
[6] Cf. “Praga I”, en M. Opočenský, op. cit., pp. 187-190.
[7] J. Moltmann, “La ética del calvinismo”, en El experimento esperanza. Introducciones. Salamanca, Sígueme, 1976 (Verdad e imagen, 44), p. 99.
[8] A. Biéler, El humanismo social de Calvino. Buenos Aires, Escaton, 1973, p. 75.
[9] R. Rosario Rodríguez, “Calvin’s legacy of compassion. A Reformed theological perspective on immigration”, en M. Daniel Carroll y Leopoldo A. Sánchez M., eds., Immigrant neighbours among us. Immigration across Theological Traditions. Eugene Oregon, Pickwick Publications, 2015, pp. 45, 46. Versión de L. C.-O. Gracias a Rubén J. Arjona Mejía.
[10] B. Melano, “Potential contributions of Reformed Theology to ecumenical discussion and praxis”, en David Willis y Michael Welker, eds., toward the future of Reformed Theology. Tasks, topics, traditions. Grand Rapids-Cambridge, Eerdmans, 1999, p. 154. Versión de L.C.-O.

Fuente: Protestantedigital, 2016.

No hay comentarios: