Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Fragmento
de la contribución a la edición facsimilar del Catecismo de Ginebra de Juan Calvino
(1550), volumen colectivo de próxima aparición por la Fundación Fliedner.
La fe está acreditada: id a las regiones
Que no han oído hablar de nuestras
religiones,
A Perú, Canadá, Calicut, Caníbales,
Ahí mostrad por efecto vuestras virtudes
calvinales.
Pierre Ronsard, Discurso de las miserias de estos tiempos (1562)
Cada
nuevo abordaje de la teología protestante, pase o no por la persona de algunos
de sus representantes y expositores, debe considerar seriamente los cambios
inevitables en las ideologías, creencias y perspectivas con las que se ha
asumido y practicado la fe cristiana a lo largo de la historia. En el caso de una vertiente de dicha
teología, la llamada “tradición reformada”, la figura de Juan Calvino ha
concitado, y lo sigue haciendo, diversas interpretaciones que van desde el
ensalzamiento irrestricto hasta el rechazo más absoluto, pasando por todas las
variaciones imaginables. Algunos han llegado a decir que el propio Calvino no
sería aceptado en su propia tradición por ser demasiado radical, algo así como
un teólogo de la liberación. Si estos extremos se presentan adentro mismo del
espectro espiritual que lleva su nombre, cuanto más “hacia fuera” su herencia
es vista con sospecha y fuerte crítica. De ahí que intentar colocarlo en el
marco de los impulsos teológicos que lo reconocen como uno de sus más insignes
expositores representa un esfuerzo obligado para los fines de divulgación que
constituyen este volumen.
Calvino
encarnó centralmente la segunda etapa de la teología reformada en formación
debido a que el verdadero fundador, el suizo Ulrico Zwinglio (1484-1531),
no alcanzó a ver los alcances de sus ideas religiosas. Un hito de esta
tradición es que varios de los continuadores de éste trabajaron estrechamente
con el humanista francés. De ahí que recuperar su visión y orientación propias,
así como la marca específica que le aportó a la tradición que contribuyó a
formar sea algo muy necesario. Queda claro que Calvino no podía ni mucho menos
ser calvinista, como lo ha discutido Bernard Cottret, uno de sus
biógrafos, quien demostró que, en la propia Francia muchos pastores o
dirigentes descubrieron con bastante sorpresa que eran más calvinistas de lo
que suponían. Así lo hizo ver una encuesta que enseñó que ni siquiera en su
país natal era suficientemente percibida la huella de ese “fundador
desconocido”. […]
Otro
biógrafo, Denis Crouzet, ha buceado en las profundidades de la psicología de
Calvino a fin de encontrar puentes firmes hacia la conformación de la
tradición posterior: “…era casi un ser desprovisto de pasiones, que cultivaba
la moderación en todas las cosas y en todo momento; se caracterizaba por una
‘mediocridad digna de alabanza’; comía poco, dormía aún menos, pero vivía
‘olvidándose de sí mismo para servir a Dios y al prójimo en su cargo y por su
vocación’”.[1]
Resulta
difícil concebir el rostro de la tradición reformada sin Calvino pues, a pesar
de su relativamente corta vida (55 años), el volumen de su aportación a
la misma se echa de ver simplemente al considerar los 58 tomos que la conforman
dentro del Corpus Reformatorum, además de su peso específico en la
conformación del perfil completo de esta teología. Sobre la importancia más
bien cualitativa de esta presencia indiscutible y su utilidad práctica,
escribió Salatiel Palomino López:
Sin
embargo, lo sobresaliente no es la masiva magnitud de su obra, sino la alta
calidad y trascendencia de dichos escritos, su riqueza, su solidez, su
erudición, su utilidad práctica, su poderosa inspiración y su belleza de
estilo. Hoy día, estas obras clásicas de la literatura evangélica siguen
manteniendo un brillo y una profundidad que las hace una lectura valiosísima y
obligada para quienes buscan un modelo de excelencia expositiva y teoñógica
para el ministerio cristiano. Así pues, el joven humanista cuya primera
publicación erudita no tuvo mayor trascendencia, halló en la causa de la
reforma protestante un público que ávidamente agotó las diferentes ediciones de
sus queridos libros.[2] […]
El
lugar de Calvino dentro de la teología reformada por supuesto que no está
sujeto a discusión. Lo
que salta a la vista son las distintas formas de apropiarse de su legado.
Varios expertos han señalado que una manera de aproximarse al mismo es el
aspecto geográfico de la apropiación de la que ha sido objeto, pues no es lo
mismo, por ejemplo, el calvinismo continental (Francia, Suiza, Holanda,
Alemania) que el insular (islas británicas), pues fue el segundo el que
tuvo la capacidad de exportar, mediante el impulso misionero de los siglos
posteriores al inicio de la Reforma, las ideas y doctrinas del reformador.
Gracias a esa rama de la teología reformada (presbiteriana), que informó a las
comunidades de lo que después sería Estados Unidos, se extendió por otras
partes del mundo. Muestra de ello es el crecimiento exponencial del
presbiterianismo en Corea del Sur, de donde han surgido algunos estudiosos muy
creativos de su propia tradición.
Catecismo
de Ginebra, 1550.
Ante
la cercanía de la conmemoración de los 500 años del inicio de la labor de
Martín Lutero en Alemania ha reaparecido el impulso positivo de referirse
al movimiento reformador como una amplia expresión de protestas y prácticas que
tuvieron lugar en diversos puntos de Europa. Esta visión permite valorar mejor
el policentrismo de esas luchas sociales y religiosas, además de situar cada
una en su propio contexto, pues de ese modo es más posible apreciar las
aportaciones de las comunidades resultantes. Sobresale aquí el papel fundador
de Calvino en lo que hoy se conoce como “diálogo ecuménico”, dada su
participación en los diálogos preparatorios para el Concilio de Trento en
Ratisbona (1541) y otras ciudades.[3] […] Especial impacto le causó, mientras
vivió en Estrasburgo, la práctica de la disciplina entre los anabaptistas que
conoció allí, al grado de que más tarde la agregaría como una de las “marcas de
la iglesia”.
Y qué
decir del temprano impulso misionero que condujo a enviar un grupo de 14
aventureros hugonotes al actual territorio brasileño, en una fecha tan
sorprendente como 1556. Un fruto notable de ese intento fallido fue la primera
confesión reformada americana redactada en 1558 en condiciones infrahumanas:[4] “Tierra de exilio, donde afluían los
refugiados, Ginebra se transformó rápidamente en un hogar misionero”.[5] Gran lección la de ese trágico episodio:
la obligación de situar y definir la fe fruto de la Reforma en un ambiente
adverso y en medio de las peores circunstancias, algo que no muchas iglesias
latinoamericanas han hecho hasta hoy, en pleno siglo XXI.
En el
ámbito de las iglesias agrupadas en lo que fue la Alianza Reformada Mundial (la
actual Comunión Mundial de Iglesias Reformadas) se fortaleció la conciencia de
las diversas etapas (primera reforma, reformas magisteriales, reformas
radicales)[6] y sensibilidades que han encarnado las
diferentes confesiones surgidas de los movimientos reformistas. Y es que el
concepto de reforma no siempre ha sido uniforme y en las comunidades
calvinistas se ha insistido, con intensidad variable, en que la reforma de la
iglesia es apenas parte de un gran proceso de cambio totalizante y abarcador:
La fe
de la reforma significa, en el marco de las iglesias reformadas, fe en la
acción permanente, reformadora y renovadora de Dios. “Reforma” no encierra ya
el mismo significado que en los movimientos reformistas medievales, es decir,
el de la renovación de la iglesia como obra del hombre de buena voluntad, sino
como obra de Dios en la historia. […]
La
reforma de Dios, sin embargo, como movimiento renovador de la fe, afecta al
hombre en su totalidad, al individuo y su situación religiosa, social y
política. Dada la íntima trabazón entre la iglesia y la sociedad no basta
llevar a cabo una reforma de aquélla.[7]
Los
grandes resúmenes de esta teología se han encargado de subrayar el carácter
totalizante de la misma dado su horizonte humanista original. En uno de ellos,
André Biéler advierte sobre la genuina dialéctica de donde partió el
reformador, auténtico “humanista devoto”: “…con su visión bíblica de la
sociedad, Calvino preservó al humanismo de su corrupción individualista.
Puso en evidencia la universalidad de nuestra humanidad. Nos indica el camino de
un humanismo que una al conocimiento de la persona una conciencia aguda de las
realidades sociales”.[8] El balance entre individuo y sociedad es
una característica peculiar de esta tradición.
Por
ello, las comunidades pertenecientes a esta tradición, al intentar permear las
sociedades donde se mueven con esta visión, han subrayado el papel
civilizatorio de sus grandes principios (É. Leonard) en común con otras (Sólo
la Escritura, la fe, la gracia, Cristo y la gloria de Dios) y de las doctrinas
derivadas de ellos (libre examen, sacerdocio universal, gobierno democrático),
los cuales necesariamente deben traducirse en prácticas concretas para la vida
social, política y económica: nueva humanidad, ergo nueva sociedad, ése
es el perfil que la teología reformada ha heredado en sus grandes líneas del
reformador francés. Esta “capacidad pragmática” la puso en marcha el propio
Calvino en Ginebra, ciudad a la que convirtió en un centro industrial al mismo
tiempo que un lugar de refugio, y un foco que irradió teológicamente a todo el
continente. El puertorriqueño Rubén Rosario Rodríguez ha expresado como
sigue el talante doctrinal que hizo posible esta conjunción a partir de la
recuperación del expositor de las Escrituras que llegó a esa ciudad como
migrante:
…ni la
Iglesia ni el Estado representan comunidades perfectas y santas, sino que ambas
son sociedades mixtas de santos y pecadores, elegidos y reprobados, lo que hace
necesario admitir ciertas ambigüedades y tensiones dentro de los gobiernos
espiritual y temporal.
Esta
visión distintivamente calvinista de las sociedades humanas “reconoce que,
incluso si ellas buscan legitimar llamamientos, políticos, abogados,
profesores, empresarios, y el resto de la sociedad estará implicada en las
injusticias y corrupciones que marcan a todas las sociedades humanas” [D.
Ottati]. Mientras que todas las instituciones humanas, incluyendo a la iglesia,
necesitan continuamente arrepentimiento y reforma, las teologías reformadas
herederas de Calvino también creen “en la confianza en la divina provisión para
la justicia y el bien”. […]
Para
Calvino, así como para las tradiciones influidas por él, el establecimiento de
un orden social justo es parte integrante de la vida cristiana.[9] […]
Algunas
de las actualizaciones de la teología reformada pasan casi siempre por alto la
producción, ciertamente escasa en esa línea, en lengua castellana. No fue el
caso de un amplio volumen publicado en 1999, en el que la finada profesora
uruguayo-argentina Beatriz Melano representó esta rama lingüística y quien
apuntó hacia la enorme actualidad del pensamiento calvinista-reformado
para la discusión y la praxis ecuménica en situaciones extremas. Valorando
positivamente el legado de Calvino, escribió: “…el lema Soli Deo gloria, que
Calvino usaba para expresar su pensamiento y acción es al mismo tiempo una
fórmula que expresa adecuadamente la aventura de la Reforma Protestante. Creo
que, si en otra época fue importante para mantener un concepto claro de la
misión de la teología, es aún más importante en nuestro tiempo porque vivimos
en una época en la cual predomina el ansia de poder por el poder mismo. Esta
glorificación del poder humano genera violencia institucionalizada”.[10] […]
Con
esto llegamos al que quizá es el planteamiento más difícil, porque tal vez se
acerca al fondo de la cuestión desencadenada por la publicación del presente
libro: ¿es posible hablar de una teología calvinista genuina en español?
¿La teología reformada en el idioma del Quijote? La respuesta afirmativa,
impensable en otros tiempos, debe ir acompañada de una serie de acotaciones
históricas, teológicas y hasta lingüísticas que sean capaces de dar fe de la
manera en que esta aparente contradicción de términos llegó a buen término
desde el mismísimo siglo XVI e incluso en vida del reformador Juan Calvino,
dado que algunos disidentes religiosos españoles de la época, como Casiodoro de
Reina, manifestaron su rechazo hacia el estilo calviniano de conducir la
iglesia en Ginebra, mientras que otros, como su colega Cipriano de Valera no
sólo se hicieron reformados sino que tradujeron parte importante de la obra del
reformador. ¿Quién lo diría?: los traductores de la Biblia se encontraron en
bandos teológicos contrarios. El nombre de Cipriano está ligado para siempre a
esos dos importantísimos trabajos. […]
[2] S. Palomino López, Introducción
a la vida y teología de Juan Calvino. Nashville, Abingdon Press-Asociación
para la Educación Teológica Hispana, 2008, p. 45.
[3] Cf. Tony Lane, “Calvin and Article 5 of the Regensburg Colloquy”, en H.
Selderhuis, ed., Calvinus Praeceptor Ecclesiae. Papers of the International
Congress on Calvin Research held at Princeton. August 20-24, 2002. Ginebra, 2004, pp.
233-263.
[4] Eduardo Galassso
Faria, “A primeira Igreja Reformada no Brasil e seus mártires”, en cuaderno
especial de O Estandarte, Iglesia Presbiteriana Independiente de Brasil,
año 117, núm. 2, feb. de 2009, pp. 6-7, 10-11.
[7] J. Moltmann, “La ética
del calvinismo”, en El experimento esperanza. Introducciones. Salamanca,
Sígueme, 1976 (Verdad e imagen, 44), p. 99.
[9] R. Rosario Rodríguez, “Calvin’s legacy of compassion. A Reformed
theological perspective on immigration”, en M. Daniel Carroll y Leopoldo A.
Sánchez M., eds., Immigrant neighbours among us. Immigration across
Theological Traditions. Eugene Oregon, Pickwick Publications, 2015, pp. 45,
46. Versión de L. C.-O. Gracias a Rubén J. Arjona Mejía.
[10] B. Melano, “Potential contributions of Reformed Theology to ecumenical
discussion and praxis”, en David Willis y Michael Welker, eds., toward the
future of Reformed Theology. Tasks, topics, traditions. Grand
Rapids-Cambridge, Eerdmans, 1999, p. 154. Versión de L.C.-O.
Fuente: Protestantedigital, 2016.
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