Por. Juan Stam, Costa Rica
La pasada semana vimos que una forma común, que permea
toda nuestra sociedad e incluso las iglesias, es la propaganda,
Pero hay otras muchas formas de manipulación, como el
chantaje, que consiste en emplear promesas o amenazas para someter a las
personas.
En el sentido más amplio, "el evangelio de las
ofertas" y "la teología de la prosperidad", cuando se emplean
para provecho personal (que ocurre no infrecuentemente), se pueden calificar
como chantaje o extorsión.
Casi siempre estas promesas y amenazas apelan al
egoísmo, como cuando se "profetiza" un gran futuro de fama y éxito
para personas inseguras ("serás el Billy Graham del siglo XXI"). Muy
comúnmente estas promesas producen confusión en sus víctimas y les hacen mucho
daño.
Muy relacionada con estos chantajes es la intimidación, cuya expresión
más grave son las frecuentes maldiciones que se lanzan contra las personas.
Estas maldiciones son el colmo, el acabóse, del
chantaje: "o te sometes, o te maldigo". Por falsas que sean, estas
maldiciones tienen una tremenda fuerza para infundir terror y arruinar la vida
de las personas.
De esas maldiciones hemos hablado en artículos
anteriores ("Manipular y dañar con maldiciones”). A veces estos
"profetas" convalidan hechizos venidos del espiritismo en la vida
anterior de los acusados.
Muy generalizada en nuestros días es la teología de
la sumisión incondicional, una teología de la autoridad absoluta (del
apóstol, profeta, o pastor) que condena y prohíbe toda crítica.
Es un autoritarismo a ultranza más cerca a la Curia
Romana que al Nuevo Testamento. Produce pastores que son dictadores, que
pretenden controlar toda la vida de los creyentes. Para enamorarse, casarse,
comenzar un plan de estudios (o dejarlo), aceptar un empleo (o dejarlo), para
todo se necesita el visto bueno del soberano pastor (apóstol, profeta).
El texto áureo para este movimiento autoritario, que
ahora aparece por todos lados, es Mateo 7:1, "No juzguéis, para que no
seáis juzgados". Otras mantras sagradas son "no toquéis al ungido del
Señor" o la murmuración de Miriam y la lepra con que Dios la castigó.
Se olvida que Mateo 7:1 condena la criticonería de los
fariseos, que pretendían juzgar a los demás sin ser juzgados ellos, que
juzgaban la paja en el ojo ajeno sin reconocer la viga en su propio ojo (7:3-5; cf. Rom
2:1).
Lejos de prohibir la crítica sana y responsable, en
seguida el pasaje nos llama a guardarnos de los falsos profetas, lobos vestidos
de ovejas (7:15) y a conocer a todos por sus frutos (7:16-16-20), no por su
palabrería espiritual (7:21-23).
Según Juan 7:24 Jesús nos manda "juzgar con justo
juicio" (cf. Lc 7.43; cf. 12:57); a los corintios, San Pablo les exhortó
"juzgad vosotros mismos" (10:15; 11:13) y les avisa que "el
espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie" (ni de
"apóstoles" ni de "profetas"; 1Cor 2:15; cf. 1 Jn 2:27)
Con su supresión anti-bíblica de la sana crítica,
estos líderes se aseguran un espacio casi ilimitado para la manipulación de sus
feligreses. Y es curioso, estos líderes (profetas, "apóstoles"), igual que
los fariseos, se atribuyen la más amplia libertad para criticar a otros, sin
que otros los puedan criticar a ellos.
Nuestra sociedad actual, en su tránsito de la
modernidad a la postmodernidad, vive una profunda crisis de la autoridad. Se
reconoce cada vez menos la autoridad extrínseca, por el puesto o el título que
uno ostenta. En el futuro, los líderes tendrán que ganar cada vez más una
autoridad intrínseca, por lo que realmente son, lo que piensan y lo que hacen.
Pensar con cabeza propia es a veces arriesgado e
incómodo, y en la confusión de los cambios rápidos de nuestra época muchas
personas buscan la seguridad en autoridades que pensarán por ellos. Pero eso no
es sano y no es la voluntad del Señor. El autoritarismo no tiene futuro.
Una expresión especial de este autoritarismo
manipulador es la supuesta autoridad incuestionable de los "profetas". Casi siempre,
estos "profetas" comunican una actitud autoritaria, que su profecía
es de origen divino y sería pecado cuestionarla. A menudo la expresión de su
cara dice, "Yo soy profeta, que no me cuestione nadie".
Pero lo bíblico es todo lo contrario: todos ustedes
tienen el Espíritu, juzguemos e interpretemos todos juntos esta palabra que he
recibido (1Tes 5:20-21; 1Cor 14:29). Se repite muy livianamente la fórmula
"en el nombre del Señor", como si el Señor estuviera a la orden y
disposición incondicional de estas personas.
Recuerdo un artículo en Apuntes Pastorales, en que el
hermano Pablo Finkenbinder calculó que más o menos 95% de las profecías en las
iglesias le parecían de origen humano y no revelación divina. He conocido casos
en que ese origen humano era de prejuicios, resentimientos o intereses propios.
La profecía auténtica, como palabra viva del Señor para la iglesia y las
naciones, es un don precioso, muy importante y necesario para hoy, pero jamás
debe pervertirse para manipular a la gente.
Algunos ejemplos más: Cuando
reconocemos nuestra responsabilidad como pueblo de Dios y comenzamos a analizar
lo que está pasando en la iglesia, descubrimos muchos ejemplos de manipulación,
algunos inconscientes o por costumbre, pero otros con clara intención de
engañar.
Un problema, mayormente sin intención de manipular, es
el abuso del Amén, tan extendido en casi todas las iglesias. Cuando se
pregunta, "¿Cuántos dicen Amén”, se está presionando a la gente a expresar
su acuerdo con lo dicho, reduciendo su posibilidad de discrepar o aun de
asentir espontáneamente? Es una táctica para inducir asentimiento
artificialmente. Hoy día "la cultura del Amén" está haciendo mucho
daño a la iglesia. A veces uno ve en las congregaciones personas que dicen su
"Amén" antes de que el predicador haya terminado la frase que está
pronunciando, para poder saber qué es lo que están afirmando con su Amén.
"Amén" es un signo de exclamación, y nunca
debe ser una pregunta con signo de interrogación.
Igualmente cuestionable es la costumbre de decir,
"Repita después de mí" o "Diga a la persona que está a su lado"
tal o cual cosa. Es tratar al público como a tontos, incapaces de pensar con
cabeza propia. A veces llega hasta lo ridículo. Una vez oí a un predicador
decir "Wow" y después "Repitan todos conmigo, Wow".
Mucho se manipulan a la gente durante la invitación
evangelística. Hace muchos años escuché a un famoso evangelista decir,
"Levante su mano, nadie te está mirando, no le voy a pedir nada más",
para decir después, "Ahora no yo sino el Espíritu Santo le pide a usted
pasar adelante al altar". Personalmente creo inconveniente ofrecer cosas,
como por ejemplo un libro, a todos los que pasen adelante. Es excelente dárselo,
pero malo anunciarlo porque muchos pasarán adelante sólo para recibir el libro.
Como ejemplo final podemos mencionar la manipulación
de las escrituras para que digan lo que queremos o lo que ayude más a nuestro
sermón. A veces buscamos la traducción más bonita, o más de acuerdo con
nuestro concepto, en vez de la más fiel. La meta principal de todo sermón, sea
doctrinal o evangelístico, no es primordialmente impactar a los oyentes sino
ser fiel y hacer escuchar la Palabra de Dios.
En ese sentido, Bernard Ramm ha escrito, "el
ministro debe tratar su texto exegéticamente antes de tratarlo
homiléticamente" (Hermenéutica, T.E.L.L. 1976). Utilizar las escrituras en
servicio del éxito personal u otros intereses es manipular el texto sagrado.
Conclusión: Frente a sus rivales y detractores en Corinto, que
desconocían su apostolado y preferían la elocuente retórica de Apolos (1Cor
1:12; 3:4-6; 4:6; Hch 18:24-19:1), Pablo no responde desde una posición de
poder sino de una impresionante sinceridad y vulnerabilidad:
Cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de
Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría... Estuve entre vosotros
con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue
con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los
hombres sino en el poder de Dios. (1Cor 2:1-5)
Estas palabras, que llegan hasta la motivación más
profunda del apóstol, revelan dos cualidades que deben caracterizar a todo
siervo y sierva de Dios: la humildad y la integridad. Ese carácter, y esas
actitudes, jamás permitirían una vida de manipulación. Gracias a Dios, ha
habido y hay muchos miles de personas cuyas vidas y ministerios son auténticos
y fieles. Aún en alguien tan famoso y "exitoso" como Billy Graham, y
con todos sus defectos y errores, encontramos esa humildad básica y una
profunda integridad.
Con tristeza tenemos que reconocer que los valores del
mundo de hoy se han infiltrado en la iglesia, tanto de los predicadores y
líderes como de los creyentes en las bancas. Entre los famosos predicadores en
sus megaiglesias y sus programas de televisión, con todo su éxito, es mucho más
difícil encontrar esos grandes valores espirituales de los gigantes del pasado.
Aunque gracias a Dios hay excepciones muy notables,
muchos (diría que la mayoría) de estas personalidades públicas parecen
soberbias, con la arrogancia que les otorga su "éxito". Muchos
también dan la impresión de estar jugando algún papel, más como actores de
teatro que como siervos del Señor de señores.
¡Cómo quisiera estar equivocado en este análisis tan
poco halagador! De todas maneras, la iglesia de hoy necesita mucha oración.
[1] Mientras Mr 4:24 exhorta "Mirad
lo que oís", Lc 8:18 pone el énfasis en cómo uno oye: cuidadosa y
responsablemente (Fitzmyer Luke II:718-20).
Fuente: Protestantedigital, 2016.
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