Por. Carlos
Martínez García, México
Para
el Movimiento de Teólogas Anabautistas de América Latina
En
la gestación y el crecimiento del anabautismo del siglo XVI las mujeres
tuvieron un rol esencial.
El anabautismo fue un movimiento popular y, como tal la participación femenina
fue amplia, mayor que en cualquier otra expresión de las reformas religiosas
que se desataron en Europa a raíz de la rebelión encabezada por Martín Lutero.
En las
distintas expresiones del anabautismo se dio importancia a la acción del
Espíritu Santo en la vida de los creyentes, varones y mujeres por igual. Por
tal razón hicieron suya la enseñanza de que el Espíritu se derramaba
traspasando barreras de clase, educativas, generacionales y de sexo. Las
mujeres, desde el entendimiento que los anabautistas tenían de la Biblia, eran
también sujetos del accionar del Espíritu Santo y parte activa en las
comunidades de creyentes.
Dado
que en el anabautismo se enfatizaba la conversión personal, el bautismo como
expresión pública del compromiso de seguir a Jesús, y la realidad de la Iglesia
conformada por creyentes; las mujeres que hicieron suyas las anteriores
enseñanzas encontraron que las mismas les proporcionaban principios para ejercer
voluntariamente sus creencias y no las impuestas por la simbiosis
Estado-Iglesia oficial y/o por el clan familiar.
Como
integrantes de un movimiento gestado desde abajo de la sociedad, las mujeres
anabautistas padecieron una triple marginación. La primera por ser
mayoritariamente pobres. La segunda por ser mujeres en una sociedad dominada
por el patriarcado. La tercera por haber elegido identificarse con una “secta
perniciosa”, demonizada por las autoridades religiosa y políticas.
Lo
que sabemos de las mujeres anabautistas del siglo XVI proviene mayormente de
las actas de los juicios que debieron enfrentar. Raramente dejaron testimonios escritos
por ellas mismas, ya que la mayoría no sabía expresarse por escrito o lo hacía
de manera muy rudimentaria. Las actas de esos juicios revelan el carácter, las
creencias y redes relacionales de esas mujeres. Pero también denotan las
estigmatizaciones, el reduccionismo y las burlas de quienes las juzgaron y
sentenciaron al exilio, pagar multas o a la muerte.
El
libro coordinado por C. Arnold Snyder y Linda A. Huebert (Profiles of
Anabaptist Women: Sixteenth-Century Reforming Pioneers, Wilfrid Laurier
University Press, 1996, séptima reimpresión 2008), es una herramienta
imprescindible en el rescate de la memoria de varias mujeres que decidieron
incorporarse a las filas de un movimiento perseguido. Ambos tienen razón cuando
escriben que el “hacer visible las vidas de mujeres del pasado nos beneficia a
todos, ya que así brindamos un necesario balance en la memoria histórica de la
humanidad”.
Al
enfatizar, en el anabautismo, la acción del Espíritu Santo como el agente
central en la interpretación de Las Escrituras, esto significaba que una
persona llena del Espíritu, ya fuese letrada o analfabeta, podría ser un
exegeta verdadero (varón o mujer) frente a un docto teólogo pero carente del
Espíritu Santo. Esto escandalizó a los círculos del establishment político y
religioso, donde consideraron una afrenta que sencillos varones y mujeres, pero
sobre todo mujeres, tuviesen la osadía de encarar a bien preparados eruditos y
poderosos señores.
Las
mujeres anabautistas ejercitaron la memoria para aprenderse versículos, muchos
versículos, de la Biblia. En las actas de sus enjuiciadores quedaron plasmadas
sus respuestas cuando eran cuestionadas sobre por qué rechazaban el bautismo de
infantes, cómo es que en reuniones caseras practicaban la Cena del Señor en dos
especies, pan y vino; qué afirmaban al pedirles cuentas acerca de su
desobediencia a las autoridades y sus ordenanzas. Ellas simplemente citaban,
sobre todo, secciones del Nuevo Testamento, para afirmar que su obediencia se
la debían a Jesús y sus enseñanzas.
Más
que los varones, las mujeres anabautistas, por carecer en su mayoría de la
habilidad lecto/escritora, fueron eficaces transmisoras orales del núcleo de
creencias que caracterizaron a su movimiento. Muchas de ellas potenciaron sus
capacidades cuando se convirtieron y adquirieron, como veremos en nuestro
próximo artículo, un poder ejercido por un reducido sector (conformado
mayoritariamente por varones) de la población en el siglo XVI, nos referimos al
poder de la lectura. Con ésta habilidad, quienes se hicieron de ella, acrecentaron
su independencia de los centros que normaban y administraban las creencias de
la población en un territorio dado.
Como
individuos, en una sociedad dominantemente corporativa, las mujeres
anabautistas eran llamadas a ejercer una fe consciente y desarrollar un
discipulado personal. Debían responder personalmente y no su padre, esposo o
guardián por ellas. Al elegir por ellas mismas una comunidad de fe, estaban
rechazando el principio eclesiológico, y político reinante en el siglo XVI, el
de que según la religión del rey es la religión del pueblo (cuius regio,
eius religio). Porque en el anabautismo nadie podía ni debía imponerle la
fe a otro ni a otra.
En el
siglo XVI, en Europa occidental, “2000-3000 [anabautistas] fueron ejecutados,
miles más torturados, encarcelados u obligados a huir de sus hogares” y
confiscadas sus propiedades (La sanación de las memorias: reconciliación por
medio de Cristo. Informe de la Comisión Internacional de Estudio
Luterana-Menonita, 2010, p. 111). La mayoría de las ejecuciones de
anabautistas y las persecuciones más crueles tuvieron lugar en territorios
católicos.
Los
datos muestran que en la centuria que hemos mencionado, del total de
anabautistas martirizados por lo menos un tercio fueron mujeres. En regiones de Europa donde la
persecución fue más cruenta, y en determinados periodos de tiempo las mujeres
anabautistas ejecutadas representaron el 40 por ciento (Snyder y Huebert, op.
cit., p. 12). Fortalecidas en su fe las mujeres eligieron la tortura y/o
la muerte, cuando ante ellas también estuvo la posibilidad de retractarse en
los juicios y evadir así la pena capital. De algunos casos nos ocuparemos en
nuestra próxima entrega.
Fuente:
Protestantedigital, 2016
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