Por.
Óscar Margenet, España
Albert
Schweitzer - aún hoy criticado por su teología- renunció a una vida exitosa
para servir a los explotados. Pocos teólogos vivirían hoy por amor a otros como
hicieron él y su esposa en Gabón.
La
sana doctrina1 fue alentada por los apóstoles de Jesucristo desde el
día de Pentecostés. En su defensa, el apóstol Pablo escribió sus cartas
pastorales, en las que nos insta a vivir el Evangelio cada día de nuestra vida;
única manera de marcar diferencias con las falsas doctrinas de avaros 2.
Porque
hacer teología no es teorizar sobre la Revelación sino plasmarla en acciones de
amor puro, en este artículo hablaremos de Albert Schweitzer3, el médico-misionero del siglo XX,
cuya versátil personalidad integraba múltiples talentos.
Escribió
libros sobre Jesús y su obra 4, en los que presenta al Hijo de Dios
como un hombre poseedor de un secreto que todos deberíamos conocer para vivir
vidas trascendentes.
Por
razones de espacio y por considerarlo una excelente síntesis he adaptado un
escrito del médico e historiador venezolano Eliéxer Rafael Urdaneta Carruyo
titulado “Albert Schweitzer: el hombre como símbolo.” 5
Estudió
diferentes disciplinas y en todas fue brillante: Filosofía, Teología, Música y
Medicina; además, fue un gran erudito sobre la obra de Bach, de Jesucristo y de
la historia de la civilización. Esta conjunción poco frecuente del pensador con
el hombre de acción y del humanista con el científico y el artista ha hecho de
Schweitzer un centro de polémicas hasta el día de hoy.
En
marzo de 1913, después de arreglar inconvenientes burocráticos debido a que el
matrimonio era alsaciano y luterano y Gabón, una colonia francesa y católica,
emprendió su viaje de Günsbach a la entonces África Ecuatorial Francesa,
acompañado de su esposa Helena Bresslau. Casados desde 1912, Helena sería su
inseparable compañera y enfermera abnegada hasta su muerte.
El
16 de abril, remontando el río Ogooué, consiguieron llegar al asentamiento
europeo más remoto, prácticamente desconocido por el hombre blanco que hoy es
famoso en todo el mundo, Lambaréné.
Allí
en la orilla del río, se instalaron, después de una larga travesía de más de
200 kilómetros por la costa, en plena selva tropical y virgen, al sur del
ecuador, para construir su hospital.
El
paisaje evocaba la génesis del mundo; las nubes, el río y el bosque se
difuminaban en el horizonte que daba la sensación de ser increíblemente
antiguo.
Durante
la mayor parte del año, el calor era insoportable, la plaga fastidiosa y
peligrosa, la humedad espantosa y todo aquello que la vista envolvía y podía
abarcar estaba rodeado de nativos en la miseria más absoluta.
Se
encontró con negros que sobrevivían en la miseria física más espantosa. Venían
del fondo de la selva con enfermedades para las que no tenían otro recurso que
el curandero y la magia. A esa gente, había que acogerlas; había que curarlas y
había que convencerlas, a pesar del recelo con que lo aceptaban, que se estaba
haciendo una obra para ellos.
Además,
había que levantar de una vez un hospital que, aunque sencillo, pudiese brindar
las condiciones necesarias para la realización del acto médico y había que
realizar toda esa obra, ciclópea e inmensamente desproporcionada, con el
esfuerzo físico de un hombre apoyado por una mujer.
Allí,
ambos se dedicaron, con ahínco, a construir, dirigir y administrar, el primer
hospital de la misión en el cual atendió a más de 2.000 pacientes tan sólo
durante el primer año.
Lambaréné,
por su parte, se transformó en centro de la redención de la raza negra. Allí,
poco a poco, se hizo realidad el extraordinario ensayo de tolerancia y
convivencia humana en el corazón de África.
Dirigió
ese hospital por más de cuarenta años, hasta su muerte, realizando en él la
digna tarea de asistir a los enfermos africanos, desposeídos de todo.
Este
hecho, con el transcurso de los años, representó para Schweitzer una gran
alegría interior al haber logrado algo más valioso que todo cuanto pensaba
haber sacrificado.
Schweitzer
llevó a África una manera de pensar que el negro desconocía en el blanco.
Actuaba como si solicitase perdón ya que consideraba que cuanto hiciera en
beneficio de los nativos era saldar una deuda, representada por los males que
el hombre blanco había causado al hombre negro.
En
la época de su llegada a África, los médicos eran muy pocos en ese continente
y, en los escasos hospitales manejados por médicos militares, el número de
camas reservadas a los africanos era ridículamente pequeño o inexistente.
En
las colonias de dominio británico, había un médico por cada 4,000 personas en
Uganda, uno por cada 6,000 en Costa de Oro y uno por cada 12,000 en Nigeria.
De
allí, la enorme importancia médica del hospital que Albert Schweitzer decidió
construir en Gabón en 1913. Por otro lado, el personal africano especializado
que existía estaba concentrado en pocos países. En Nigeria, había 186
auxiliares de médicos formados en Dakar, 8 en Costa de Oro y 1 en Tanganica.
Tanta
era la escasez de personal sanitario en toda África que, aún en víspera de la
segunda guerra mundial, el nivel sanitario seguía siendo deplorable ya que las
tres cuartas partes de la población del continente sufrían desnutrición.
En
el crepúsculo de un día de septiembre de 1915, repentinamente, Schweitzer se
hizo la pregunta: ¿Quién soy yo? Y se respondió a la vez: yo soy
vida, que quiere vivir, rodeado de otras vidas, que también quieren vivir.
Así acuñó la expresión respeto por la vida, idea que le serviría
de base y de sostén para erigir sobre ella toda la moral schweitzeriana, una de
las más valiosas con la que cuenta el hombre actual.
De
la aceptación de este hecho, surgió una moral verdaderamente sólida y valedera
cuya base sustentó con palabras reverenciales por la vida. Entonces, reflexionó
sobre el mundo y sobre sí mismo; percibió que cuanto le rodeaba, tanto plantas
como animales y semejantes, amaban la vida exactamente como él y concluyó que
todo lo que vivía era digno de respeto 6.
Nuestra
propia vida, según él, no se realizaría plenamente sino en la reverencia y el
respeto por lo que ella significa para nosotros y para los otros seres vivos.
La ética de la reverencia por la vida comprendía en sí misma el fundamento
esencial del cristianismo: el amor, el sufrimiento, las alegrías y el empeño
siempre por lograr el bien.
Esta
fue la base de esa nueva ética que Schweitzer proclamó al mundo a través de sus
libros y conferencias.
Su
ejemplo desde el hospital Lambaréné caló hondo en la Europa de posguerra y años
previos a la Guerra Fría. Por eso fue invitado numerosas veces a dictar
conferencias en centros europeos.
Por
su visión y acción pacifista recibió en 1953 el premio Nobel de la Paz de 1952.
No desaprovechó tales
merecimientos para disertar contra el armamentismo en los años 1957 y 1958,
cuando EE.UU. perfeccionaba la bomba nuclear con numerosas detonaciones bajo
tierra en el desierto de Nevada.
Este
hombre, siendo ya maduro, renunció a la fama y a la gloria que había logrado
como intelectual y músico para consagrar como médico su vida a los nativos
olvidados de África. Su espíritu generoso en la acción le permitió penetrar en
lo más recóndito del alma humana; su personalidad expresó en su más amplia
dimensión, el deseo eternamente insatisfecho del hombre solitario frente a la
inmensidad del universo. A través del ejercicio desinteresado de la medicina
desarrolló su filosofía basada en el respeto por la vida.
¡Vaya
ejemplo de servicio en un mundo egoísta y materialista como el que vivimos!
Podemos
no estar de acuerdo con su antropocentrismo humanista, pero la grandeza de su obra
radicó en lo que él hizo en favor de los demás para que los demás pudieran
hacerlo por otros. Su singular ejemplo representó una fuerza moral en el mundo,
mayor que la de millones de hombres armados para la guerra.
Por
su obra filantrópica en África durante más de cincuenta años y por su amor
profundo hacia todos los seres vivos; se transformó en una leyenda perenne como
el médico de Lambaréné.
‘Quien
no vive para servir, no sirve para vivir’ es una frase atribuida a Agustín
de Hipona (c.400) que sirvió de inspiración a otros consagrados a servir al
prójimo 7.
El
Señor nos ayude a ver en nuestra generación materialista la tremenda necesidad
que Albert Schweitzer descubrió entre los africanos, y guiados por su ejemplo,
movidos por nuestro amor a Jesucristo y su obra incomparable sirvamos a
nuestros contemporáneos. Ése es Su deseo 8.
Notas
Ilustración: una vista actual del hospital
construido por los Schweitzer en Gabón, en el ecuador africano. La foto del
matrimonio con niños en brazos es tomada de http://www.galenusrevista.com/Albert-Schweitzer.html
01. Sana doctrina es una expresión paulina que
define al Evangelio de Jesucristo tal como está expresado en el Nuevo
Testamento, sin agregados provenientes de tradiciones humanas. 1ª Timoteo 1:10;
2ª Timoteo 4:3; Tito 2:1.
02. 2ª Timoteo 3:2; comparar con 2ª Pedro 2:3. La
falsa doctrina de ‘la prosperidad’ es predicada por avaros.
03. Nació en
Kaysersberg, Alemania, luego Alsacia francesa, en 1875; murió en 1965 y su
tumba está en Lambaréné. 04. ‘El secreto histórico de la vida de Jesús’,
Ediciones Siglo XX, Buenos Aires, 1967, es un ejemplo.
05. Obra publicada por la Sociedad Venezolana de Historia de la
Medicina e Instituto Latinoamericano de Bioética y Derechos Humanos.
06. Salmo 150:6 ‘Todo lo que respira alabe a JAH.
Aleluya’.
07. Robert Baden Powel (1857-1941) militar inglés
fundador del movimiento mundial denominado Scoutismo, en 1922, que cuenta
actualmente con 40 millones de practicantes (‘boy scouts’ y ‘girl scouts’); oriunda
de Macedonia, Agnes Gonxha Bojaxhiu (1910-1997),Teresa de Calcuta, o más
conocida como ‘Madre Teresa’ fundó la obra Misioneras de la Caridad (Calcuta)
en 1950.
08. Mateo 5:13; Lucas 22:26,27; Juan 13:14-17;
comparar con Malaquías 3:17,18 y Romanos 12:10.
Fuente:
Protestantedigital, 2016
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