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martes, 29 de diciembre de 2015

Como vivir la Navidad en una sociedad de consumo



Por. Víctor Rey Riquelme
Hoy la navidad sufre una gran distorsión en su sentido real. Cuando pensamos en la navidad inmediatamente vienen a nuestra mente Santa Claus o el Viejito Pascuero, los regalos y toda la fiebre consumista que se origina en torno a esta festividad.  Todo esto nos produce una alta carga de estrés y también de angustia.  Es necesario encontrar el verdadero sentido y compartirlo con las personas que en esta fecha se encontrarán solas y deprimidas. Por otro lado, hay que vivirlo con los más empobrecidos, los más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.
Seguimos viendo que la realidad en nuestras ciudades se va empeorando, las expectativas y la realidad de nuestro pueblo siguen estando marcadas por los signos de la antivida. Las profundas desigualdades sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza están marcando el paso en la vida cotidiana.
La experiencia de los pastores en la fría noche de navidad vuelve a convertirse en una realidad. Nuestro mensaje y nuestra acción deben cargarse de mucha esperanza. La gente desea escuchar buenas noticias, noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida plena.  Queremos escuchar buenas noticias que sean de gozo para todo el pueblo.
Esta buena noticia no es sólo un sistema de ideas que se contrapone a otros sistemas vigentes en el mundo. No se trata de una ideología más en el supermercado intelectual y religioso del momento. Se trata de un poder, de una forma de vivir y de plantarse frente al mundo. Se trata de una comunidad que trasciende barreras.
Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida cristiano hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han convertido en un producto comercial inocuo que se ofrece al mejor postor y de las de los religiosos de turno que han sacado del centro de la navidad a Jesús. Dondequiera que haya un ser humano que invoque el nombre de Cristo, debe atreverse a vivir por él, a esforzarse en practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento, y a alzar sus ojos con esperanza y vencer el temor. Allí es donde está avanzando el Evangelio.
La navidad nos recuerda y nos hace reflexionar sobre la vida de Jesús y el estilo de vida que vino a inaugurar. Este hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos en deidad. Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus riquezas, allí también estará su corazón”, “No se puede servir a Dios y al dinero”.
Vivir el Evangelio y el espíritu de la navidad es, en primer lugar, vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos. Es hacer de Jesús el modelo de vida y entrar a un género de vida que ve lo económico como un campo en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador de todo lo que el humano posee. Cuando nos damos cuenta de que nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y nuestras palabras, relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados, descubrimos también que Jesús puede renovar nuestras vidas y purificarlas para que den fruto.  El hombre nuevo con su hambre de sed y justicia ya empieza a manifestarse en la disposición de cambiar nosotros mismos para que el mundo cambie.
Rescatar el verdadero sentido de la navidad es vivir el Evangelio, sin caer en la trampa del mercado y de la sociedad de consumo. El problema con la ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma que no necesita demostración. Es decir, se asume acríticamente que el único camino aceptable actualmente es el de la Economía de Libre Mercado. Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada a menos que estén al servicio de esa ideología.  Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la historia del mundo e incluso a Jesús mismo.
Se trata de no caer en esa trampa, no aceptar esa utopía, esa idolatría del mercado como un axioma, ni tampoco aceptar como “científico” un análisis que, por un lado, se alimenta de la opresión de los más pobres y, por otro, reduce al hombre y a la mujer a seres que solo sirven para consumir. Por lo tanto, debemos proclamar, en primer lugar, que la norma que juzga la vida y la acción de los hombres y de las mujeres no es el éxito, ni la cantidad de cosas que posean, sino el designio de Dios revelado en Jesús. Descubrimos también que, para tener valor y eficacia, las acciones humanas no necesitan ser exitosas.  La vida es mucho más que la economía.  La fidelidad a Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.
Una buena noticia para el mundo de hoy, que trae la presencia de Jesús en esta navidad, es que se acaba el temor.  Hoy vivimos bajo el signo del miedo y esta parece ser la característica más notoria de esta época. La mentalidad de los hombres y mujeres del siglo I estaba plagada de temores: a las potencias espirituales de los aires, a los principados y potestades, a los espíritus elementales. En medio de ellos el Evangelio era el anuncio de la victoria cósmica de Dios, que ponía en evidencia la debilidad de estas fuerzas que aterrorizaban a los hombres y a las mujeres.
Hoy en día, los temores tienen otros nombres, pero son muy parecidos en sus efectos sobre el corazón de las personas. Los medios de comunicación modernos han  desarrollado una jerga que conjura el temor y la sensación de un fatalismo frente al cual el hombre y la mujer parecen impotentes. Hoy se tiembla ante las fuerzas oscuras que dominan el mercado de valores, ante los sistemas políticomilitares, ante las mafias de todo signo, que parecen obrar con impunidad y crecer como pulpos infernales.
El Evangelio que Jesús nos ha traído y que recordamos en navidad, sigue siendo el Evangelio de la victoria de Dios sobre todo aquello que se opone a su designio, que es el amor, la justicia, la paz y la vida abundante para los hombres y las mujeres. Cierto que esa victoria pasó por el sufrimiento de la cruz, por la agonía, la soledad y lo que a todas luces parecía el fracaso y la impotencia del justo contra la maldad del mundo.
La buena noticia del Evangelio es negarse a permitir que los temores que sobrecogen a la humanidad nos atemoricen también a nosotros.  Es poner la mira en Dios, alzar la vista y vivir en obediencia a su ejemplo, con gozo y confianza en la victoria final, cualquiera que sea el curso de la peripecia del hoy. Jesús, Pablo y Pedro nos enseñaron que esta manera de vivir el Evangelio no es la arrogancia insultante frente al verdugo ni la búsqueda casi masoquista del sufrimiento.
En nuestro tiempo implica la desmitologización de todas las idolatrías modernas y de los poderes terrenos, en el entendimiento de estas fuerzas dentro de su limitada dimensión humana, o quizás aun en su exageración demoníaca. Pero esto implica también el propósito de seguir haciendo aquello que entendemos que es el bien, aunque ello acarree la persecución o la amenaza. Por esto la buena noticia de la navidad, y lo que le da sentido, es que nada nos puede separar del amor de Dios, y ese amor ha triunfado para siempre.

Fuente: Lupaprotestante, 2015.

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