Por.
Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
Ponencia
de ingreso a la Fraternidad Teológica Latinoamericana-México
“A la memoria de Cecilio Arrastía y Juan Luis
Segundo,
insignes teólogos que profundizaron de verdad en la problemática eclesiástica latinoamericana.”
insignes teólogos que profundizaron de verdad en la problemática eclesiástica latinoamericana.”
Introducción
Han
transcurrido ya un poco más de treinta años de la emergencia y difusión
formales de un modo de pensar teológico específico de América Latina.[1] Luego de cinco siglos de presencia
cristiana en este continente era de esperarse que la influencia de la fe y la
apropiación de ella dieran como resultado una manera peculiar de entender, de
experimentar y de expresar lo cristiano en estas tierras. Las situaciones
históricas propias de América Latina, con el destino común de los países que la
forman también han influido para que en los ambientes eclesiásticos, católicos
y protestantes, se dé un desarrollo propio de la teología y la doctrina
cristianas. La repetición de moldes teológicos ajenos a la idiosincracia
latinoamericana llegó a un límite que no permitía ya seguir manteniendo una
familiaridad espiritual, existencial y académica con dichos postulados. Se le
exigía a los creyentes, a la Iglesia en general, pero muy especialmente a los
responsables del pensamiento cristiano: teólogos, pastores, sacerdotes e
incluso a los dirigentes, el responder a las necesidades del pueblo
latinoamericano a partir de otras categorías cristianas de pensamiento.
Tal
exigencia no fue bien atendida durante muchos años, al punto de que, apenas
alguien deseaba separarse de los modelos aprendidos para categorizar y expresar
la fe y la doctrina, los mismos dirigentes eclesiásticos, fieles a tal o cual
moda o tradición teológica, a veces independiente de su confesión o ubicación
histórica, se lanzaban contra el atrevido, descalificando tajantemente su esfuerzo
por “autoctonizar” la fe. Esto no quiere decir que muy desde el principio,
incluso en el mismo siglo de la Conquista (el mismo de la Reforma Protestante),
haya habido pioneros o precursores de una nueva manera de sentir, hablar,
pensar y vivir la fe desde este lado del Atlántico.[2] Algunos misioneros, frailes y obispos de
aquellos años intentaron plasmar, desde la manera de evangelizar, un estilo que
marcaría, con el paso del tiempo, a muchos de sus continuadores.[3]
El
surgimiento y desarrollo de una espiritualidad popular tan específica, también
determinó, en el campo católico, las peculiaridades de un pensamiento que
durante largos periodos no alcanzó una expresión cabal, es decir, una buena
difusión a través de libros o publicaciones que le dieran forma. El ímpetu
conservador de las cúpulas clericales insistía en la formación de cuadros
sacerdotales limitados a repetir fórmulas litúrgicas tradicionales, aun cuando
el pueblo católico lograba encontrar cauces no tan convencionales para expresar
su manera propia de asumir la fe, y que, en un ambiente represivo, alcanzaba a
rozar los límites de la disidencia.
En
el ambiente protestante, por su parte, ya la misma posibilidad de insertar un
cristianismo alternativo apareció desde muy temprano, con la Colonia. La
lectura “clandestina” de algunas producciones teológicas de la heterodoxia
religiosa europea, pero muy particularmente española, apuntaba hacia la
curiosidad de ciertos núcleos que deseaban separarse de los moldes tan estrechos
que ahogaban hasta cierto punto la necesidad de vivir la fe cristiana de un
modo más pleno. Con ello no se pretende afirmar que hasta la llegada y
aceptación del protestantismo haya aparecido el Evangelio en América Latina,
sino por el contrario, que este fenómeno religioso obligó a que las fuerzas
cristianas soterradas fueran toleradas y aceptadas como variaciones propias de
la aceptación del dogma cristiano, al mismo tiempo que revitalizó el
acercamiento a la Biblia, que tanto se había deteriorado.[4] La misma pluralidad protestante,
inherente a sus orígenes, propició que se buscara la expresión de una
espiritualidad cristiana más acorde con las condiciones de los países que
estaban saliendo del dominio colonial para adaptarse a una vida más o menos
independiente, aunque no ajena a las nuevas dependencias que el desarrollo
económico y político estaba propiciando. Cuando las misiones protestantes
abrieron las primeras instituciones de educación teológica, y aunque eso no se
planteó como un proyecto muy definido, los nuevos cuadros pastorales y
teológicos se vieron confrontados con la necesidad de ser coherentes con su ambiente
nacional, marcado en muchos casos por una heterogeneidad poblacional que
incorporaba, así fuera deficientemente, a grupos cristianos de origen indígena
y también de origen negro, que difícilmente permitirían repetir los cánones
eclesiásticos de las iglesias misioneras. Además, el surgimiento de las clases
medias y de una conciencia protestante latinoamericana a través de los
esfuerzos de las mismas misiones que ya en este siglo trataron de fomentar la
independencia de las nuevas iglesias en todos los órdenes, contribuyó
ampliamente a desarrollar expresiones y realizaciones propias de un
cristianismo que estaba alcanzando su madurez en nuestros países.
Obviamente,
el catolicismo por su antigüedad llevaba cierta ventaja sobre los movimientos
protestantes, pero en la actualidad es posible hablar de un patrimonio
cristiano común que debe ser conocido, valorado y proyectado en la apropiación
que cada confesión lleve a cabo por su cuenta y riesgo. Uno de los mayores
obstáculos en este sentido fue la cerrazón que mutuamente experimentaron
católicos y protestantes por igual. Los primeros, azuzados por las cúpulas
clericales acostumbradas al control monopólico del campo religioso, se
resistieron durante años a ser acompañados por los evangélicos, a quienes su rencor
natural, causado por la intolerancia fanática y por la memoria de tantos
mártires, les impedía también entrar en una sana relación de convivencia con
sus antiguos verdugos. El ecumenismo en América Latina, en su peculiaridad, ha
atravesado varias fases, que van desde la búsqueda católica programática por
hacer volver al redil a los “hermanos separados”, hasta la mutua desconfianza
en los propósitos de unidad y trabajo común, pasando por los intentos de
imponer la modalidad europea de relación interconfesional. En la actualidad, es
en el campo teológico donde parece haber mayor disposición para la construcción
de un perfil cristiano propio, que incluso ha sido reconocido desde hace un
buen tiempo por estudiosos de otras latitudes, particularmente en Europa y en
los Estados Unidos.[5] Los núcleos teológicos de vanguardia, a
pesar de las trabas que encuentran para su trabajo, siguen caminando hacia la
meta de darle voz y cuerpo a la fe cristiana asumida, muchas veces, desde
situaciones que pueden calificarse, por lo menos, de marginales, para ya no
hablar de aspectos más duros y exigentes que la fe enfrenta por estos rumbos,
como es el caso, recientemente, de la imposición de modelos económicos
incompatibles con la realidad de las mayorías latinoamericanas.
Ha
habido algunos intentos por clarificar lo específico del quehacer teológico en
América Latina. Y aun cuando no se ha escrito todavía ninguna historia de la
teología latinoamericana como tal, son dignos de mencionar los trabajos de la
Comisión de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina (CEHILA), que
se remontan hasta 1979 y que aparecen resumidos en varias obras, sobre todo en:
Materiales para una historia de la teología en América Latina. (VIII
Encuentro Latinoamericano de CEHILA, Lima, 1980), San José,
CEHILA-Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1981, y Raíces de la
teología latinoamericana, San José, DEI, 1985, ambas editadas por Pablo
Richard. En continuidad con esos esfuerzos, parece que ya es tiempo de hacer un
corte transversal de los logros, aún parciales y provisionales, del quehacer
teológico latinoamericano, para lo cual es necesario, simultáneamente,
replantear la interpretación en torno a lo específico, lo plural
y lo orgánico de dicho quehacer. Las presentes líneas quieren ser una
búsqueda de los aspectos mencionados, con el fin de acompañar la elaboración de
un Diccionario de Teólogos Latinoamericanos, que presente las obras
fruto de la reflexión y la acción de las iglesias latinoamericanas.
- La especificidad del quehacer teológico latinoamericano, fenómeno socio-cultural y de la historia del pensamiento
La
especificidad del quehacer teológico en América Latina depende de la
especificidad de América Latina. Para llevar a cabo, en el momento presente, un
corte transversal de la producción teológica latinoamericana es menester
encarar la tarea no sólo desde una perspectiva eclesiástica (su ámbito
natural), sino también desde el campo cultural, tal como ha sucedido con el
pensamiento, la narrativa, la poesía y el cine latinoamericanos. No es posible
olvidar aquí la obra de Leopoldo Zea, quien llevado por una pasión histórica de
apego a la verdad, ha intentado admirablemente situar la historia, el
pensamiento y la cultura latinoamericanas en las coordenadas universales.[6] Esta lucha coincide plenamente con uno de
los postulados teólogicos principales: la historia de América Latina tiene que
ser vista como historia sin más, en el marco de la universalidad, y como
historia de salvación, en el marco de los designios de Dios.[7] Y es que no es lo mismo leer
teológicamente la realidad de América Latina en la historia que hacer historia
de la Iglesia en América Latina, aunque las relaciones entre ambos proyectos no
dejen de ser profundas.
Esta
toma de posición histórica podría caracterizarse como el punto de partida
básico para situar la especificidad de la teología latinoamericana: es decir,
el momento cristiano, eclesial y teológico en el que se deja de vivir,
existencialmente, en otras coordenadas históricas e ideológicas para llevar a
cabo el traslado de nuestro ser cristiano al espacio geográfico y
espiritual en el que vivimos. En otras palabras, se deja de teologizar desde el
centro o centros, ya no académicos sino eclesiales, para producir, por fin, una
reflexión sobre el misterio cristiano desde la historia, el pensamiento y la
cultura donde Dios nos ha colocado. De este modo la teología latinoamericana se
presenta, también, como un subcapítulo de la historia de las ideas en el área,
pero también como parte de la historia de la cultura latinoamericana, donde por
cierto no ha dejado de reconocérsele, pero siempre como un añadido relacionado
más con las formas del fanatismo popular, que como un auténtico factor de
movilización a partir de una conciencia religiosa sana.
De
lo anterior se deduce que la pasión latinoamericanista, en lucha permanente
contra un regionalismo enfermizo y reduccionista, viene a ser una premisa
irreemplazable en la conciencia y en la práctica teológica de la Iglesia en
América Latina. Los cursos de historia eclesiástica que se imparten en muchos
seminarios, casi nunca aterrizan en nuestro continente, y cuando lo hacen, los
sucesos del cristianismo latinoamericano son vistos muchas veces desde la
óptica de las misiones, hispano-católicas y anglosajona-protestantes. Es decir,
la visión panorámica de la historia del continente, subsumida en la historia
eclesiástica occidental, sigue siendo ajena a nuestras categorías de
pensamiento. Ello podría explicar la gran fobia existente, en ambos campos
religiosos, hacia la teología india o autóctona, la cual efectivamente plantea
problemas serios de apreciación a causa del sustrato religioso mesoamericano o
prehispánico.[8] Se podría decir aquí que se practica un indigenismo
teológico que no permite al cristiano más complicado del continente, el
indígena, pensar su fe desde los elementos ancestrales de su cultura, dado que
si su fe es testimonio y verificación actual de la acción remota de Dios en
este ámbito geográfico, se tendría que seguir con atención y respeto su
itinerario de apropiación e interpretación cristianas de dichos elementos
religiosos, y no tratar de guiar autoritariamente sus intentos, sólo porque
parezcan extravagente algunas de sus aproximaciones y conclusiones.
Las
ideas para explicar la “rareza latinoamericana”, aparecen así como referencias
obligatorias para la teología, desde los acercamientos regionales hasta las
visiones de conjunto. Al trabajar simultáneamente, el teólogo latinoamericano
se encuentra lado a lado con la labor de los intelectuales o científicos
sociales que contribuyen a profundizar en al especificidad de América Latina.
Toda aportación a la historia, al pensamiento y a la cultura del continente es
útil para la tarea teológica. Es el caso, para mencionar algo que raras veces
se señala, de las referencias o alusiones a poetas y novelistas que practican
muchos teólogos conocidos como Gutiérrez (quien frecuentemente cita a Vallejo y
Arguedas), Leonardo Boff o Pedro Trigo, un especialista en los análisis
teológicos de la narrativa de autores hispanoamericanos. Pero también otros
autores menos famosos, protestantes, han aprovechado y desarrollado ideas
teológicas, aplicables a la vida cotidiana de las iglesias, a partir de
elementos culturales. Entre ellos se puede mencionar a Ángel Mergal,[9] Alberto Rembao,[10] Orlando Costas,[11] y a Cecilio Arrastía.[12]
La
teología, además, vino a ser una de las últimas áreas de manifestación de la
especificidad latinoamericana. Entre algunos de los factores que probablemente
influyeron para esta situación de rezago, se encuentra el hecho de que los
propios núcleos eclesiásticos latinoamericanos siguieron viéndose a sí mismos
como objeto de misiones foráneas. En el campo católico, la proporción de
sacerdotes extranjeros sigue siendo muy elevada en el clero nacional. Del lado
protestante, aún es posible ver el grado de influencia y control que ejercen
elementos pastorales y misioneros, que a pesar de haber vivido algunos años
aquí, todavía conservan los criterios exteriores de manejo de la vida
eclesiástica. Asimismo, en ambos espacios se percibe una cierta extrañeza
institucional al afrontar la tarea de elaborar una teología más genuinamente
relacionada con el entorno de nuestros países. El diálogo teología-realidad se
ve confrontado con una nebulosidad propia de otras épocas. La relación
protestantismo-liberalismo, por ejemplo, sigue siendo un problema ideológico
que plantea la necesidad de observar y analizar atentamente con qué ideas se
comparten valores y estrategias. Si el liberalismo triunfante del siglo XIX
posibilitó el ingreso de esta disidencia religiosa, la forma que alcanzaron los
países donde ello se dio no necesariamente coincidió con las esperanzas de los
protestantes, dado que las consecuencias políticas y sociales de dicho triunfo
se canalizó hacia la consolidación de las oligarquías y la preservación de las
desigualdades. El liberal reformista impuso su proyecto de país y se sirvió de
todas aquellas formas de asociación y de disidencia que le permitieran afianzar
sus intenciones. Con el paso de los años, las sociedades latinoamericanas donde
arraigó el protestantismo a partir de esta simbiosis ideológica no pudieron ser
testigos de un impulso renovador, guiado por un fermento teológico que podía
trazar sus líneas originarias hasta las reformas religiosas europeas del siglo
XVI, a través del cual los evangélicos aplicaran en la praxis social sus
postulados ético-religiosos. Tal vez esta situación podría caracterizarse como
una desteologización generalizada de la vida eclesial, y, por extensión,
de la vida social. Pero con los impulsos exteriores (intelectuales y
políticos), encaminados a preguntarse por la peculiaridad propia de América
Latina, la Iglesia indirectamente comenzó a darle cauce a sus interrogantes
teológicas, que no alcanzaron una forma bien delimitada sino hasta la segunda
mitad del siglo que está por terminar.
Los
congresos evangélicos son el testimonio de un itinerario de búsqueda de una identidad
concreta. La lucha por definir un protestantismo genuinamente
latinoamericano se libró en varios frentes: desde el esfuerzo por salir de
un panamericanismo impuesto por las élites religiosas norteamericanas,[13] hasta el intento por encontrar formas
propagandísticas más cercanas al carácter y a la idiosincracia
latinoamericanos. Esto último encontró su expresión cuando se reclutaron
predicadores latinoamericanos que reprodujeran, a escala, las campañas de Billy
Graham. Sin embargo, estos esfuerzos por encontrar una identidad evangélica
latinoamericana con perfiles bien definidos, no pueden considerarse propiamente
como una tarea teológica, hecha desde el lugar específicamente latinoamericano.
En síntesis, la especificidad de la teología latinoamericana es un asunto
realmente reciente.
- La diversidad teológica latinoamericana, expresión de su fuerza y de su vocación universal
Lado
a lado con el problema de la especificidad, aparece el de la diversidad de la
teología latinoamericana, que puede abordarse de varias maneras. La primera, y
tal vez la más elemental, sería aquélla que considerara la diversidad cultural
como matriz obligada de la diversidad teológica. La variedad de la teología
latinoamericana sería explicable, entonces, no sólo con argumentos teológicos,
sino que se tendría que rastrear, en la historia común de los países, la manera
en que los énfasis y los condicionamientos propios de la cultura, han exigido
una respuesta cristiana. Por ejemplo, en el ya mencionado caso de las teologías
indígenas, es muy diferente la manera de plantearse el tema en Argentina o en
Uruguay, países con escasa población autóctona, que en México, Perú o Bolivia,
con una enorme población de ese tipo. Incluso en la teología chicana de las
minorías hispanas de los Estados Unidos o en la de los propios indígenas del
norte de América, al afrontar una discusión así, encontrarán diferentes vías
para el tratamiento de sus distintos aspectos.
Otra
forma de plantearse la diversidad en el quehacer teológico latinoamericano
sería la variedad de énfasis en la reflexión desde el punto de vista doctrinal.
Manuel Alcalá distingue nueve corrientes: espiritual-pastoral, metodológica,
sociológica, histórica, política, eclesiológica-popular, cristológica,
pedagógica y autocrítica.[14] Esta clasificación, aun cuando se
refiere básicamente a las teologías de liberación, incluye los diversos matices
o campos en los que se han enfrascado los teólogos latinoamericanos en los
últimos años. Además, al no hacer distinciones rigurosas entre católicos y
protestantes, estos territorios se expresan con cada vez más factores en común.
Cada campo, sin embargo, encuentra múltiples formas de expresión a lo largo y
ancho de las diversas iglesias y comunidades. El ejercicio teológico académico,
por ejemplo, puede encontrar subdivisiones en cada una de ellas. Aquí sólo
señalaremos algunos detalles. La eclesiología, pensada desde el contexto de las
relaciones Iglesia-Estado, conflictivas en algunos países, tendrá matices muy
característicos según se vivan dichas relaciones. La pastoral, según se exprese
en ambientes con marcada población rural o urbana, también se trabajará de
distinta manera en un país que en otro, o incluso en regiones de un mismo
territorio. En 1974, Orlando Costas mencionaba la influencia de los
pastoralistas católicos (Segundo Galilea, Casiano Floristán, José Comblin,
entre ellos) en el protestantismo atento. Él veía eso como otra forma de
“trasplante teológico”, peligroso en la medida que seguía perpetuando la ausencia
de una reflexión propia.[15] La ética, estudiada también con varias
perspectivas, encuentra por fin algunos autores especializados, como es el caso
de Francisco Moreno Rejón.[16] El tema de la espiritualidad,
desarrollado en sus varios aspectos, tiene hoy en Segundo Galilea[17] y en Camilo Maccise[18] a dos de sus principales exponentes. La
educación cristiana, en los trabajos de Daniel Schipani[19] y Matías Preiswerk,[20] ha alcanzado notables niveles de
análisis. La religiosidad popular, se estudia con muchos matices, no obstante
que se trata de un aspecto en que los investigadores han encontrado bastantes
similitudes en varias regiones. Entre sus principales exponentes hay que
mencionar sobre todo a Diego Irarrazaval, quien ha estudiado los reacomodos
religiosos de las sociedades chilena y peruana, a la luz de los últimos cambios
socioeconómicos.[21]
Un
ejemplo de esta apreciación son los trabajos de Cristian Parker, sociólogo
católico chileno, quien desde su país ha hablado de la otra lógica que
rige en el continente ante los avances de la modernización capitalista y de la
globalización económica. Este autor discute polémicamente la posibilidad de que
la fe cristiana siga estando fuertemente ligada a la identidad cultural a causa
de que la religión permanezca o no como la esencia misma de la cultura, tal
como se ha postulado durante mucho tiempo. Esto resulta de particular
importancia ante la globalización cultural, para la que los viejos esquemas que
uniformaban a la identidad cultural hispanoamericana no tienen respuestas muy
claras. En una de sus conclusiones afirma, no sin cierto optimismo:
La
fe cristiana, en toda la gama de sus manifestaciones en el pueblo
latinoamericano, en toda su pluralidad de lenguajes y conocimientos
sapienciales, en su pathos y estructura sincrética de mentalidad, ofrece
alternativas de sentido en el marco de una coyuntura de transición cultural (…)
La pluralización del campo religioso continental, —antaño monopolizado por el
catolicismo de horizonte colonial y oligárquico— con la expansión de las
sectas, de los cultos orientalistas, de los fundamentalismos e integrismos, de
los carismatismos desencarnados, en fin, de variadas prácticas supersticiosas,
incluso satánicas, que parecen revivir ese rescoldo de magia de la mentalidad
popular, pueden llevar el peso de nuevas alienaciones. Pero también es cierto
que, como se ha desmotrado, la mentalidad popular, en su opción por la vida,
conserva un fondo de rebeldía, sana forma de resistir los embates de una
cultura dominante que, a cada paso, amenaza la integridad de su cultura e
incluso de la propia existencia humana.[22]
Un
enfoque amplio sobre la diversidad teológica latinoamericana lo constituye la
mirada general sobre algunas subdivisiones teológicas, cuestionadas por muchos,
pero válidas en muchos sentidos. Se habla, así, de la teología desde la mujer,[23] de la teología negra,[24] de la teología indígena o india,[25] de la teología ecologista,[26] de la teología en su relación con la
economía,[27] etc. Estas corrientes siguen produciendo
interesantes análisis a sus campos correspondientes. En el terreno de la
historia y de la sociología también existen autores dedicados a estudiar
diversas épocas en países o regiones específicos. Mencionarlos nos pondría en
riesgo de omitir muchos nombres.
Otra
forma de afrontar esta diversidad es la comprensión de la falta de monolitismo
al interior de las grandes confesiones. Cuando se generaliza y se habla
ingenuamente de teología “protestante” o “católica”, se pasa por alto que ambos
campos no son homogéneos en su reflexión. Hay sectores conservadores (quizá los
mayoritarios) y hasta fundamentalistas y de otros matices, en un amplio
espectro que abarca también a los grupos radicalizados, en ambos espacios. La
gran necesidad de una actitud tolerante se deja ver, a veces, en el seno
mismo de los bloques y de las confesiones. La polarización en las posturas, así
como la satanización mutua que se practica en tantos ambientes, es una negación
de la diversidad teológica como expresión de la gran riqueza espiritual que se
ha venido generando en las grandes familias de la Iglesia latinoamericana. El
histórico acercamiento que se produjo en CLADE III entre los protestantes evangélicos
y los ecuménicos vino a romper algunas barreras que amenazaban con
prolongar el desencuentro entre formas diferentes de interpretar la herencia
del movimiento protestante msionero. Si el Clai y Conela se han acusado
mutuamente de extremistas, ya era tiempo de superar los reduccionismos
ideológicos y/o doctrinales para avanzar en el diálogo dentro de la misma
tradición, que sin duda alguna engloba los elementos a los que cada organismo
le ha prestado mayor atención. Entre los registros históricos que revisan los
reacomodos al interior del protestantismo latinoamericano pueden mencionarse
los de Rodrigo Zapata, quien ha intentado hacerlo con una imparcialidad
ejemplar, requisito indispensable para leer la historia de la presencia
protestante;[28] Pablo A. Deiros, quien en ocasión de la
celebración del Quinto Centenario publicó una monumental Historia del
cristianismo en América Latina,[29] donde, al explicar los resultados
de las diferencias entre ambos organismos, señala: “Al igual que el CLAI,
CONELA no ha sabido articular hasta el presente un auténtico movimiento de
unidad y cooperación cristiana entre los evangélicos latinoamericanos. Las
consultas celebradas y la labor de sus diversas organizaciones no ha producido
hasta el presente efectos significativos sobre la vida de las iglesias y la
misión que éstas tienen que llevar a cabo”;[30] el otro historiador es Bastian, quien ha
evolucionado en su observación de las “vanguardias ideológicas legitimadoras
del orden establecido”, como calificó a la Fraternidad Teológica
Latinoamericana en su Historia del protestantismo latinoamericano
(México, CUPSA, 1990), donde veía el trabajo teológico de dicha organización
como bíblico-conservador y con escasas bases científicas para desarrollar un
análisis riguroso. “Marcado por un pensamiento teológico espiritualista, sus
ensayos constantemente se elaboran en contra del protestantismo ecuménico” (p.
231). En la edición revisada de la misma obra,[31] modera sus apreciaciones y afirma que,
luego de unos inicios marcados por un biblicismo desmedido y una teología
espiritualizante, la FTL “súbitamente” se interesó en la política, “cuando
surgieron regímenes activamente apoyados por los evangélicos”.[32]
La
explosión pentecostal, que amenazaba con arrasar a las demás manifestaciones
del cristianismo en el continente, ya es vista con otros ojos.[33] A esto ha contribuido el surgimiento de
muchos teólogos pentecostales, quienes han venido a darle un nuevo aire a la
reflexión protestante, al mismo tiempo que han respondido a las clásicas
críticas acerca de la escasa profundidad teológica de dicha tradición.[34]
Por
otra parte, el sano diálogo y la participación ecuménica no son la contraparte
ni la negación de la diversidad, sino su consecuencia. El hecho de que teólogos
católicos y protestantes trabajen por separado temas comunes los acerca, no
solamente por el ejercicio formal de alguna área de la teología, sino por la
riqueza que aportarán con sus enfoques peculiares a la comprensión del
significado de la fe para el pueblo latinoamericano. La editorial Rehue y el
Centro Ecuménico Diego de Medellín de Santiago de Chile publicaron en 1991,
aproximadamente, un Breve diccionario teológico latinoamericano, en el
que los teólogos protestantes invitados, no solamente explicaron el fenómeno
protestante de manera global, sino que colaboraron en áreas que en épocas
pasadas no se les hubieran asignado.[35] Eso debe verse como una muestra de la
comunidad de intereses y del respeto mutuo que enriquece la aceptación de la
pluralidad.
La
diversidad, además, puede ser analizada también desde la variedad de estilos de
los diferentes autores. También debe destacarse un aspecto mencionado líneas
arriba: el feliz acercamiento entre la teología latinoamericana y la
literatura. Esta notable amalgama entre valor artístico y reflexión pensamiento
propiamente latinoamericano no es algo desdeñable en absoluto, dado que, el
surgimiento reconocible de la reflexión cristiana en América Latina es riguroso
contemporáneo del mal llamado boom de la narrativa del continente. Los
valores literarios de la teología latinoamericana se han visto complementados y
alimentados por el interés de algunos teólogos por la literatura, interés que
ha ido más allá de la cita ocasional de novelistas o poetas. Dicha inclinación
demuestra el grado de apropiación de la tradición cultural hispanoamericana que
han llevado a cabo varios teólogos, como es el caso de Gustavo Gutiérrez,
recientemente recibido como académico de la lengua en su país;[36] Juan Luis Segundo, por su parte, hizo el
doctorado en Letras con una tesis sobre Berdiaeff;[37] Rubem Alves en los últimos años ha
incursionado en la escritura teológico-poética,[38] en un estilo muy similar al del obispo
Pedro Casaldáliga, reconocido exponente de dicha veta, quien aun cuando incurre
en ciertos excesos retóricos, no deja de ser un gran ejemplo de la expresión
lírica de las intuiciones teológicas latinoamericanas.[39] Un caso parecido es el de Ernesto
Cardenal, quien ha puesto su pluma al servicio de la relación entre fe, poesía
y revolución, a través de trabajos sumamente polémicos. Este autor, a quien se
podría considerar como un visionario que desde los años cincuenta vislumbró la
necesidad de llevar a cabo una escritura cristiana comprometida, según
el uso corriente de este término en aquellos años, desembocó en la traducción
radical de una experiencia espiritual, contemplativa y liberadora, cara a cara
con la historia. Su estilo, calificado por él de exteriorismo, incluye
todos los matices expresivos en donde se mezclan por igual los logros de Walt
Whitman, Rubén Darío y Ezra Pound. Con El Evangelio en Solentiname (1975-1978),[40] Cardenal articuló la poesía con la
relectura popular de la Biblia dentro de las claves de la teología de la
liberación, antes del triunfo de la rebelión sandinista. Asimismo, con La
santidad de la revolución (1976), intentó relacionar de una manera más
teórica sus ideas al respecto. El affaire papal ocasionado por su
participación en el gobierno sandinista le dio mucha difusión a sus posturas
dentro del marco de la descalificación vaticana de la teología de la liberación
en los años ochenta.
En
este punto es posible señalar el carácter “vallejiano” de una buena porción de
la teología latinoamericana en su interrogación sobre Dios, sobre la realidad y
las tragedias, no solamente socio-políticas, del continente. Las
interrogaciones poéticas que Vallejo desarrolló expresan hondamente la crisis
específicamente latinoamericana de ver al Dios cristiano como a alguien que no
ha influido decisivamente en los comportamientos de los seres humanos. Aquí
bien valdría citar las palabras autocríticas de Samuel Ruiz, presentadas en la
II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968):
Debemos
poner fin al mito repetido con frecuencia de que América latina es un
continente católico. Si la Iglesia es una comunidad de fe, de esperanza, de
amor, este concepto no se ha realizado en América latina. Es superfluo aducir
los incontables contratestimonios que constituyen en la Iglesia obstáculos
insuperables para la evangelización. Los pobres no pueden ser evangelizados si
nosotros somos propietarios de latifundios; los débiles y los oprimidos se
alejan de Cristo si nosotros aparecemos como aliados de los poderosos; los
analfabetas no podrán ser evangelizados si nuestras instituciones religiosas
siguen buscando el paraíso de las grandes ciudades, y no los suburbios y las
aldeas desheredadas.[41]
Estos
énfasis “vallejianos”, donde la perspectiva poética vanguardista parece haber
influido indirectamente sobre el modo de pensar la fe, han hecho reflexionar
seriamente a algunas jerarquías eclesiásticos sobre el carácter y la
importancia de dichos acercamientos a la realidad cristiana. La Sección de
Pastoral de la Cultura y el Secretariado para los no creyentes del CELAM
organizaron jornadas de estudio sobre la problemática de Dios en la novela y en
la poesía latinoamericanas. Fruto de esas discusiones fueron dos volúmenes que
reúnen las ponencias presentadas.[42] (A propósito de estos esfuerzos, llama
la atención que las iglesias evangélicas, hasta donde se sabe, no se preocupen
por tener en sus estructuras alguna área dedicada al diálogo cultural). Otros
acercamientos, como el de María de la Nieves Pinillos (“Repercusión de la
teología de la liberación en la narrativa iberoamericana”[43]), catedrática de la Universidad
Complutense de Madrid, manifiestan el interés extraeclesiástico por el más
variado cruce de influencias entre pensadores y creadores afines. La teología
llega así a provocar la inserción de elementos cristianos en la expresión
formal o cultural del imaginario latinoamericano, tan distinto al de otros
ámbitos geográficos. Hay que insistir precisamente en esto, dada la insistencia
de algunos en el triunfo de la secularización. En Hispanoamérica es difícil
afirmar que se ha llevado a cabo a la manera europea o norteamericana. Si la ha
habido, tiene perfiles propios. Estos territorios, los culturales o
específicamente los artísticos, que usualmente se exploran poco, son espacios a
los que ha entrado la teología formal y donde ha encontrado cauces para
su manifestación y divulgación. Tal vez la cultura de élite, en su afán por
englobar las expresiones más actuales o novedosas, ha incorporado estos
elementos de renovación artística-religiosa a su bagaje, pero no es posible
dejar de percibir que la diversidad teológica latinoamericana tiene mucho qué
interactuar con la cultura, popular o no. Es el caso de la música, sobre la
cual indudablemente se ha trabajado más. Allí, las traducciones populares de
los avances teológicos pueden encontrarse más a flor de piel, aun cuando en
muchos núcleos eclesiásticos se desprecie su análisis serio como una forma de
acercamiento a la apropiación mayoritaria de las ideas teológicas que circulan
en las comunidades. La peculiaridad sociológica de los pentecostalismos sería
incomprensible si se dejara de reconocer el peso específico de las formas
musicales que manejan. Casi se podría afirmar que en esos ambientes la teología
popular literalmente circula en moldes estrictamente musicales, dado su
apego a la oralidad en todas sus manifestaciones.
- La organicidad de la teología latinoamericana: una búsqueda común por historizar la fe cristiana
Un
camino fácil para hablar de la organicidad de la teología latinoamericana sería
la repetición de los lugares comunes sobre el ecumenismo y la pasión
latinoamericanista. Acerca del primero hay que decir que necesariamente debe
apreciarse, con el paso de los años, de otra manera. No todos los teólogos del
continente lo asumen de la misma forma. Los hay, católicos, que siendo
supuestamente muy radicales y críticos, siguen viendo a los protestantes en
general como sus enemigos mortales. Del lado protestante aún hay muchas
reservas también, como las de aquellos que ven la terminología y la práctica de
“lo latinoamericano” como una conspiración para seducir y llevar otra vez a la
idolatría a las mentes evangélicas más puras. Estos y otros más, siguen siendo
muchos de los pecados del ecumenismo latinoamericano. Julio de Santa Ana ha
aportado nuevos matices a esta discusión con el propósito de superar las falsas
expectativas que algunos siguen teniendo en el ecumenismo superficial y
oportunista. Escribe: “El camino de convergencia son las luchas que testimonian
la presencia del reino de Dios entre nosotros”.[44] Es decir, más allá del esnobismo
geográfico, religioso y cultural, de la ingenuidad sobreespiritualizante y de
cualquier forma de triunfalismo continental de corte pseudobolivariano se
encuentra la búsqueda común, llevada a cabo a través de múltiples luchas
particulares, a partir y dentro de variadas teologías, que puede unir a los
cristianos con mayor intensidad que otras motivaciones. En ello hay que ver la
fuerza y el valor de la reflexión teológica latinoamericana, no tanto en su
rigurosa novedad o en su impecable método (aun cuando este último sea un factor
imprescindible en su organicidad).
Dicha
búsqueda es la que tiene que ser la plataforma para la unidad y la organicidad
de los esfuerzos desde los diversos niveles de las iglesias latinoamericanas. A
partir de ella pueden trazarse todos los demás panoramas de apreciación acerca
de la vigencia de un proyecto teológico común, o incluso de su abandono. Pero
no es posible dejar de ver que el reino de Dios, manifestándose en otras áreas
de la vida del continente, atrae hacia sí, teo-lógicamente, las valoraciones
históricas necesarias para situar el pensamiento cristiano como una forma de
apropiación de las realidades con las que Dios confronta a los seres humanos en
este continente, a fin de revelarse como el redentor y el liberador de todas
las alienaciones, individuales, colectivas y estructurales. La organicidad de
la teología, entonces, estará al servicio de la revelación del Dios de Jesucristo
al “hombre latinoamericano”, como le gustaba decir a Orlando Costas. Dicha
“organicidad” no será fruto de un prurito meramente intelectual, sino de una
urgencia por ser un canal genuino de servicio para las sociedades e iglesias.
Luego entonces, la organicidad tampoco se expresa ni se expresará
necesariamente en forma de colaboraciones para proyectos comunes, los cuales a
veces resultan teledirigidos para cargarlos hacia un rumbo u otro.
Un
ejemplo de esta organicidad e incluso de trabajo en común ha sido la
colaboración de teólogos de diversas iglesias en la revista Concilium.
En ella es posible encontrar colaboraciones de protestantes como Míguez Bonino,
Costas, Santa Ana, Pixley, Tamez o Ricardo Couch, al lado de los teólogos
católicos más conocidos: Boff, Gutiérrez, Comblin, Dussel, Ellacuría, Scannone,
Sobrino, etcétera. Muy relevante en ese sentido fue el número 96, de 1974,
titulado “Praxis de liberación y fe cristiana. El testimonio de los teólogos
latinoamericanos”, en el que Míguez Bonino colaboró con un artículo sobre “La
piedad popular en América Latina”. Este número fue preparado en la reunión de
El Escorial (1972).[45] La inclusión de Gutiérrez y L. Boff en
el Consejo de Dirección de dicha revista también puede ser visto como el
reconocimiento explícito del valor de las aportaciones de la teología
latinoamericana a la vida de la iglesia actual. En la elección específica de
ellos dos se percibe también otro tema muy relevante para el presente y el
futuro de la teología en el continente: el relevo en las generaciones de
teólogos. Gutiérrez representa una etapa pionera y visionaria, donde también se
puede mencionar a Segundo, Assmann, Scannone, Comblin y Dussel; Boff algo así
como el arranque de la segunda generación de teólogos ya específica y
orgánicamente latinoamericanos, entre quienes se encuentran también Libanio,
Sobrino, Ellacuría, Richard y Codina.[46] Entre los protestantes, se reconoce
comúnmente a Míguez Bonino como el “decano”, con Emilio Castro, Alves, Santa
Ana y Barreiro, como miembros de la primera generación; atrás de ellos vienen
los teólogos de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL): Escobar,
Padilla, Costas, Savage, Arana, aunque dentro de esta misma hay nuevos nombres
que últimamente han tomado la estafeta. Resulta interesante la forma en que
Dussel hace su valoración de este movimiento. Para él, la FTL surge como
reacción contra la teología de la liberación, aunque luego se orientó hacia
posturas de diálogo, no exentas de cierto idealismo (institucionalista o
fundamentalista), presente también en el conservadurismo católico.[47]
No
obstante esto último, lo relevante es que la organicidad teológica se transmite
mediante la continuidad de las escuelas, del aprendizaje eclesiástico, del
ejemplo y del magisterio de los pensadores que han dejado una cauda de
discípulos tras de sí. En mayor o menor medida, la teología latinoamericana
sigue contribuyendo a la ampliación de la perspectiva de la Iglesia actual.
Lamentablemente, las posturas jerárquicas recientes, como la de la reunión del
Celam en Santo Domingo (1992), que restringió el acceso a más observadores
protestantes (el único fue el presbiteriano venezolano Édgar Moros, a nombre de
la Alianza Reformada Mundial[48]), siguen obstaculizando sistemáticamente
la marcha de este proceso de articulación orgánica de la reflexión teológica en
el continente. Las continuas declaraciones antiprotestantes de muchos obispos
crea un clima de mutua desconfianza para el acercamiento y la comprensión de
las tareas comunes que aún están pendientes. Entre ellas se encuentra, por
ejemplo, el rescate histórico de los antecedentes teológicos casi anónimos en
ambas tradiciones, y la incorporación de otros núcleos cristianos que todavía
no se integran al proceso. En el ambiente protestante, un asunto pendiente es
la recuperación teológica de la tradición oral expresada por medio de la
predicación, como instrumento genuinamente evangélico de difusión o
popularización de las ideas teológicas.
Finalmente,
la organicidad de la teología cristiana se ha manifestado también en la
emergencia de un método propio para pensar la fe, el cual toma muy en serio la
situación social circundante, lo que se deja ver tanto en los trabajos de
teólogos radicales (como Clodovis Boff, con su Teología de lo político, por
ejemplo), como en los de teólogos que plantean con más mesura una misión
integral, como es el caso de Samuel Escobar o René Padilla. Juan Carlos
Scannone, en una reunión del Celam para estudiar precisamente este asunto,
colocó lado a lado con el método de las teologías de liberación, otras
posibilidades para el quehacer teológico latinoamericano, que coinciden con las
tendencias mencionadas en otras partes de este trabajo: la teología del pueblo,
la cultura, la pastoral popular; las llamadas “teologías populares”; la
hermenéutica bíblica popular; intentos de teología inculturada; y la teología
india.[49] Como se ve, todas ellas confluyen en un
punto: responder con claridad a las exigencias de vivir la fe en un continente
sui géneris, el único de mayoría nominalmente cristiana como fruto de las
misiones. Los resultados de la aplicación del mejor método teológico en este
continente se verán en la manera más adecuada en que se sigan expresando las
verdades cristianas para los hombres y mujeres necesitados de esperanza que nos
rodean y entre quienes queremos servir a Dios.
____________________________________
[1] Aunque resulte
atrevido, es posible hablar de una fecha más o menos útil como referencia para
los inicios de una reflexión teológica específicamente latinoamericana,
al menos en el campo católico, la que coincide con la aparición del libro de
Juan Luis Segundo, Función de la Iglesia en la realidad rioplatense, en
1962. En el ambiente protestante es posible rastrear la preocupación por la
realidad del subcontienente en el desarrollo de los congresos evangélicos a
nivel continental, especialmente a partir del realizado en La Habana en 1929,
cuyas conclusiones resumió Gonzalo Báez-Camargo en Hacia la renovación
religiosa en Hispanoamérica (1930).
[2] Un caso notable es
el de Sor Juana Inés de la Cruz, a quien la teóloga protestante argentina
Beatriz Melano Couch ha calificado como “la primera teóloga de América Latina”.
(“Sor Juana Inés de la Cruz, primera mujer teóloga de América Latina”, en Cuadernos
de teología, Buenos Aires, ISEDET, vol. VI, no. 3, 1983, pp. 47-55). M.-C.
Benassy-Berling lanzó la pregunta sobre si Sor Juana fue la iniciadora de una
teología americana. (“Sor Juana Inés de la Cruz-Teóloga”, en P. Richard, ed., Raíces
de la teología latinoamericana. San José, CEHILA-DEI, 1985, p. 52.)
[3] Cf. E. Dussel, El
episcopado latinoamericano y la liberación de los pobres: 1504-1620.
México, CRT, 1979; Idem, “Núcleo simbólico lascasiano como profética
crítica al imperialismo europeo”, ponencia presentada en en el XLI Congreso
Internacional de Americanistas, recogida en su Desintegración de la
cristiandad colonial y liberación. Perspectiva latinoamericana. Salamanca,
Sígueme, 1978, pp. 146-150.
[4] Cf. J. Míguez
Bonino, “Historia y misión”, en Varios, Protestantismo y liberalismo en
América Latina. San José, DEI, 1983, pp. 21-27. Este ensayo explica muy
bien el choque teológico (y psicológico) causado por la implantación del
protestantismo en América Latina, dominada por la mentalidad hispano-católica.
[5] Dos ejemplos sueltos
son los libros de B. Chenu, Teologías cristianas de los terceros mundos.
Barcelona, Herder, 1989 (en el que se reconoce el impulso fundador de la
teología latinoamericana como una teología “original, impresionante, inventiva,
cuya unidad de proyecto yo valoraría más que la diversidad de sus
expresiones”); y de O. Maduro y M. Ellis, eds., The Future of Liberation
Theologies. Essays in Honour of Gustavo Gutiérrez. Maryknoll, Orbis, 1989
(en el que participaron teólogos y teólogas europeos y norteamericanos como
Schillebeeckx, Sölle, Metz, Cox, Schüssler Fiorenza y Cone, entre otros).
[6] Dentro de la vasta
obra de Zea en este campo, es imprescindible mencionar la serie de obras que la
UNESCO le encomendó coordinar en los años 60: “América Latina en su cultura”, y
de la cual aparecieron los tomos correspondientes a la literatura (1972), las
artes (1974), la arquitectura (1975), la música, las lenguas indígenas (1983).
El correspondiente a las ideas, coordinado e introducido, específicamente, por
el propio Zea, se publicó en 1986, y constituye una veta riquísima para lo
esbozado en el presente ensayo.
[7] Cf. E. Dussel,
“Interpretación histórico-teológica del continente latinoamericano”, primera
sección del libro ya mencionado, Desintegración de la cristiandad colonial y
liberación, pp. 15-87.
[8] En este sentido van
las recientes declaraciones del cardenal Joseph Ratzinger en su visita a
México, acerca de los principales problemas doctrinarios que enfrenta América
Latina: la teología de la liberación, las sectas protestantes, y el
neoindigenismo. “Ratzinger citó como desviaciones doctrinarias a aquellos
movimientos que van queriendo una teología india y valerse de estos pueblos
para proponer puntos de vista particulares, sobre todo para hacer una regresión
y dejar a un lado el cristianismo. ‘Quieren resucitar los ritos, creencias y
religiones de los indígenas, como cuando estaban antes de la Conquista, como si
el Evangelio hubiera sido opresor. La conquista sí, pero el Evangelio es la
salvación del hombre’, dijo el prelado”. José Antonio Román y Gerardo Rico, “La
Iglesia, contra narcos, sectas y neoindigenismo”, en La
Jornada, 11 de mayo de 1996, p. 10.
[9] Cf. su libro Reformismo
cristiano y alma española. México, Buenos Aires, 1949, en el que ensaya una
especie de historia cristiana de la cultura desde las raíces hispánicas
heterodoxas.
[10] En Pneuma. Los
fundamentos teológicos de la cultura. México-Buenos Aires, CUPSA-La Aurora,
1957, Rembao practica una disección teológica de la cultura, aplicada a la
realidad evangélica hispanoamericana.
[11] En su libro de
homilética, Comunicación por medio de la predicación. San José-Miami,
Caribe, 1973, se atreve a sugerir que puede predicarse basándose en obras
literarias contemporáneas.
[12] En varios de sus
libros alude continuamente a escritores, pero en donde más se advierte su celo
y aprovechamiento de la literatura es en la bibliografía final de Teoría y
práctica de la predicación. Miami, Caribe, 1989, donde presenta una lista
de novelas hispanoamericanas útiles para la predicación.
[13] Cf. J.-P. Bastian, Protestantismos
y modernidad latinoamericana. México, FCE, 1994, pp. 153-166, donde se
resume apretadamente el desarrollo de la “conciencia protestante
latinoamericana” desde el Congreso de Panamá, en 1914, en el que campeó el
panamericanismo como consigna, hasta el de La Habana, en 1929. Se pueden ver
también, para el caso de México, R. Ruiz Guerra, “Panamericanismo y
protestantismo: Una relación ambigua”, y C. Mondragón, “Protestantismo, pnamericanismo
e identidad nacional, 1920-1950”, ambos en R. Blancarte, comp., Cultura e
identidad nacional. México, FCE, 1994, pp. 261-304 y 305-342,
respectivamente.
[14] “Théologie de la
libération. Histoire, courants, critique”, en Théologies de la libération.
París, Cerf-Centurion, 1985, pp. 31-32, cit. por B. Chenu, op. cit., p.
23.
[15] “Hacia una pastoral
evangélica para el hombre latinoamericano”, en El protestantismo en América
Latina hoy: Ensayos del camino (1972-1974). San José, INDEF, 1975, pp.
77-113.
[16] Teología moral
desde los pobres. Lo moral en la reflexión teológica desde América Latina. Madrid,
Instituto Superior de Ciencias Morales, 1986.
[17] Cf. entre otras
obras: Espiritualidad de la liberación. Santiago, ISPLAJ, 1973, El
camino de la espiritualidad. Bogotá, Paulinas, 1983, y Espiritualidad de
la esperanza. Madrid, Narcea, 1988.
[18] Cf. La
espiritualidad de la nueva evangelización. México, CRT, 1990, y Espiritualidad
del libro de los Hechos de los Apóstoles. México, CRT, 1991.
[19] Cf. El Reino de
Dios y el ministerio educativo de la iglesia. Miami, Caribe, 1983, y
Teología del ministerio educativo. Buenos Aires-Grand Rapids, Nueva
Creación-Eerdmans, 1994. (Título original: Religious
Education Encounters Liberation Theology. Birmingham, Religious Education
Press, 1988).
[20] Cf. Educar en la
palabra viva. Marco teórico para la educación cristiana. Lima, Celadec,
1984, y Educación popular y teología de la liuberación. San José, DEI,
1994.
[21] Cf. Religión del
pobre y liberación. 1978, y “Religión popular”, en J. Sobrino e I.
Ellacuría, eds., Mysterium Liberationis. Conceptos fundamentales de la
teología de la liberación. II. Madrid, Trotta, 1990, pp. 345-375.
[22] Cristian Parker, Otra
lógica en América Latina. Religión popular y modernización capitalista.
Santiago de Chile, FCE, 1993, p. 402.
[23] En este caso, pueden
recordarse a muchas teólogas reconocidas mundialmente como Elsa Tamez, Ivone
Gebara, María Pilar Aquino, Beatriz Melano Couch, María Clara Bingemer, Tereza
Cavalcanti. Existe además la Asociación de Teólogas y Pastoras de América
Latina y el Caribe, que coordina muchas actividades y enlaces entre ellas. Para
una valoración profundamente autocrítica de esta teología, cf. María José F.
Rosado Nunes, “La voz de las mujeres en la teología latinoamericana”, en Concilium,
febrero de 1996, pp. 13-28.
[24] Cf. Armando Lampe, Descubrir
a Dios en el Caribe. Ensayos sobre la historia de la iglesia. San José,
DEI, 1990.
[27] Cf. los libros de
Franz Hinkelammert (Las armas ideológicas de la muerte, Sacrificios
humanos y sociedad occidental), Hugo Assmann (Economía y religión, Sobre
ídolos y sacrificios) y Julio de Santa Ana (La práctica económica como
religión. Crítica teológica de la economía política), publicados por el
DEI. En México, Jesús Camargo escribió un libro sobre el TLC.
[33] Un ejemplo reciente
de esta revaloración del fenómeno pentecostal desde las iglesias históricas es
el libro editado por Benjamín F. Gutiérrez, En la fuerza del Espíritu. Los
pentecostales en América Latina: Un desafío a las iglesias históricas. México-Guatemala,
AIPRAL-CELEP, 1995, en el que se combinan estudios de casos con análisis desde
diferentes puntos de vista, sin los viejos rencores mutuos.
[34] Entre otros esfuerzos,
se puede recordar el encuentro Pentecostalismo y Liberación, llevado a Cabo en
Santiago de Chile en 1990, y cuyas ponencias se publicaron en 1992, editadas
por Carmelo Álvarez.
[35] Carmelo Álvarez
escribió el artículo “Iglesias evangélicas en América Latina”, Manuel Ossa
colaboró con Sergio Torres en el correspondiente a Ecumenismo, y Humberto Lagos
Schuffeneger redactó el relativo a “Sectas religiosas, una visión sociológica”,
entre otros más.
[36] Su discurso de ingreso,
“Lenguaje teológico: plenitud del silencio”, es un fino ejercicio de
acercamiento entre literatura, lingüística, historia y teología, en el que no
dejó de afirmarse la obra liberadora de Dios a través de las edades. Gutiérrez
insistió en el hecho de que “la teología debe proteger las categorías del
relato y el recuerdo si desea mantenerse fiel a sus fuentes y cumplir una
función liberadora de todo aquello que no permite al ser humano hacer respetar
su dignidad y desplegar todas sus posibilidades. Instintivamente lo hace el
pueblo pobre cuando a través de relatos y leyendas (…) retoma los grandes temas
humanos y cristianos, expresando a través de ellos su fe en el Dios liberador”.
Páginas, núm. 137, febrero de 1996, pp. 85-86.
[38] Ha publicado al
menos dos libros en esa línea: Créio na resurreção do corpo. Río de
Janeiro, Cedi, 1983, y Pai Nosso. São Paulo, Paulinas, 1987.
[39] Un ejemplo del
reconocimiento a su labor poética lo constituye su inclusión en la antología Nuevo
mester de clerecía, recopilada por Florencio Martínez Ruiz y publicada en
Madrid por la ya desaparecida Editora Nacional (especializada en poesía), en
1978.
[40] La primera parte se
publicó simultáneamente en Caracas (Signo Contemporáneo) y en Salamanca
(Sígueme). La segunda en Caracas. Con el triunfo del sandinismo, el DEI de San
José y el Ministerio de Cultura nicaragüense reeditaron la obra, cuando
Cardenal era ministro del gobierno.
[42] Sobre la novela: Agoniza
Dios. Bogotá, CELAM, 1988; sobre poesía: Presencia de Dios en la poesía
latinoamericana. Dios siempre vivo. Bogotá, CELAM, 1989. En este último,
llaman la atención dos trabajos dedicados precisamente a Vallejo: “La dimensión
religiosa en la poesía de C. V.”, de Ricardo González Vigil (Universidad
Pontificia de Lima), y “El concepto de Dios en la poesía de C. V.”, de Yolanda
Westphalen.
[45] E. Dussel, Teología
de la liberación. Un panorama de su desarrollo. México, Potrerillos, 1995,
p. 126.
[46] En la celebración de
los 20 años del encuentro de El Escorial, únicamente asistieron Comblin y Segundo,
de los teólogos del encuentro original. Gutiérrez envió una carta,
disculpándose. Los demás participantes latinoamericanos fueron de la segunda
generación. Cf. J. Comblin, J. Sobrino y J.I. González faus, Cambio social y
pensamiento cristiano. Madrid, Trotta, 1993.
[48] Cf. J.O. Beozzo,
“Perspectivas del ecumenismo a partir de Santo Domingo”, en Christus, vol.
LVIII, núm. 669-670, octubre-noviembre de 1993, pp. 57-61.
[49] J.C. Scannone,
“Situación de la problemática del método teológico en América Latina”, en El
método teológico en América Latina. Bogotá, Celam, 1994, pp. 19-51.
Leopoldo Cervantes-Ortiz. Oaxaca, México, 1962. Licenciado
(STPM) y maestro en teología (UBL). Pasante de la maestría en Letras
Latinoamericanas (UNAM). Médico (IPN), editor en la Secretaría de Educación
Pública y coordinador del Centro Basilea de Investigación y Apoyo (desde 1999)
y de la revista virtual elpoemaseminal (desde 2003).
Fuente:
Lupaprotestante, 2015
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