Por. Carlos Martínez García, México
Cierta
historiografía incurre en errores al desconocer las manifestaciones
pentecostales en la historia del cristianismo. Incluso tal confusión se ha difundido
en espacios propios del pentecostalismo. Muchos hacen un salto histórico de los
acontecimientos descritos en el segundo capítulo de Hechos hasta la emergencia
de movimientos pentecostales hacia fines del siglo XIX y principios del XX. En
su obra, Eldin Villafañe da una panorámica que refuta la versión mencionada.
Villafañe
señala que “El descenso de Dios en el día de Pentecostés es la narrativa por
excelencia del pentecostalismo[…] El simbolismo (o, en términos técnicos la
tipología) es significativo, Dios estaba estableciendo un nuevo pacto con su
pueblo a través de Jesucristo y mediante el poder del Espíritu Santo”. En esta
perspectiva, Pentecostés se reconoce “como el comienzo de la iglesia cristiana.
El nuevo pacto fue iniciado en los creyentes. Y como la antigua Fiesta de las
Semanas conmemoraba el inicio de la siega o cosecha dedicando los primeros
frutos de la cosecha, ahora los creyentes eran los primeros frutos de una gran
cosecha espiritual”.
El
acontecimiento de Pentecostés, su significado misional, fue paulatinamente
marginado en la Cristiandad, aunque siempre hubo movimientos y personajes que
señalaron su centralidad y manifestaron experiencias carismáticas. En la
reelaboración histórica de sus ancestros, los pentecostales cuentan con fuentes
que trazan la presencia de precursores suyos desde el siglo II hasta el XIX. En
este tópico una obra esencial es la de Stanley M. Burgess, Christian People
of the Spirit: A Documentary History of Pentecostal Spirituality from the Early
Church to the Present, New York University Press, 2011. En español está un libro que va en el
mismo sentido del anterior, el de Pablo Deiros, La acción del Espíritu Santo
en la historia (lluvias tempranas, años 10-550), Grupo Nelson, 1998.
Eldin
Villafañe cuestiona sobre por qué fueron disminuyendo las expresiones
pentecostales en la historia de la Iglesia Cristiana. Estas son sus consideraciones al
respecto: 1) La carencia de una justificación teológica acerca de los carismas
una vez desaparecida la generación apostólica. 2) Escasa o nula enseñanza que
justificara exegéticamente y teológicamente la continuidad de los carismas una
vez cerrado el canon bíblico. 3) Excesos emocionalistas en la expresión de los
carismas, lo que llevó a su rechazo en el cristianismo mayoritario. 4)
Existencia de falsos profetas que erosionaban o hacían subestimar a los
profetas verdaderos. 5) Temores en la Iglesia oficial sobre que su autoridad y
poder fuese infravalorada. 6) Institucionalización y estructura organizacional
vertical de la Iglesia predominante, cuya consecuencia fue la centralización de
poder en los obispos. 7) Fortalecimiento y uniformización de la liturgia en los
servicios religiosos. 7) Enfriamiento espiritual y formalismo en la vida de los
cristianos. 8) Corrupción y pecaminosidad en la vida y ministerio de los
clérigos. 9) La “helenización” de la Iglesia y su correspondiente énfasis en la
racionalidad de la fe. Algunos lo pondrían como el triunfo de la cosmovisión
helenística sobre la cosmovisión hebraica”.
En
los avivamientos de los siglos XVIII y XIX hubo expresiones carismáticas,
aunque la tendencia general de los mismos fue la búsqueda de conversos y de
santidad. Al inicio del siglo XX emergieron personajes y movimientos cuyo
énfasis fue el bautismo del Espíritu Santo, una recuperación del Pentecostés.
El primero de enero de 1901, en la Escuela Bíblica Bethel, en Topeka, Kansas,
que lideraba Charles Fox Parham, una estudiante (Agnes N. Ozman) tuvo la
experiencia de hablar en lenguas, hecho que después se generalizo a todo el
cuerpo docente y estudiantil. Por su parte Evan Roberts, en Gales, encabezó
campañas revivalistas (1904-1905) en las cuales hubo manifestaciones
carismáticas muy parecidas a las que después se generalizarían en las
posteriores congregaciones pentecostales. En la India, en la Misión Mukti
encabezada por una mujer, Pandita Ramabai, en 1905, fueron centrales las
expresiones pentecostales.
Fue
en un barrio marginal de Los Ángeles, California, en la calle Azusa, a partir
de abril de 1906, cuando bajo el liderazgo del afroamericano William J. Seymour
trascendió más allá de los pequeños círculos que buscaban un avivamiento de la
fe evangélica la propuesta del pentecostalismo y la misma llegaría a ser el
rostro predominante en el cristianismo evangélico global. De ser los
pentecostales y carismáticos “un puñado de creyentes al comienzo del siglo
pasado [han llegado a representar] un estimado mundial de 530 millones (1999),
hoy 625 millones o más y siguen creciendo”.
Villafañe
subraya cuatro características que singularizaron el movimiento de Azusa
Street, que consideraremos más detenidamente en la próxima entrega: 1) Pasión
por el evangelismo y misión, proclamación del Evangelio con el objetivo de
hacer conversos y cumplimiento de ir a todos los rincones del mundo. 2)
Práctica de la unidad cristiana o espíritu ecuménico, logrando esto por medio
de la acción del Espíritu Santo en los creyentes de variados trasfondos
denominacionales. 3) Portada de la experiencia pentecostal, ya que la
“glosolalia, sanidades, profecía, visiones, milagros, y otras señales y
prodigios por el poder del Espíritu Santo han caracterizado la espiritualidad
pentecostal y carismática desde la calle Azusa”. 4) Paradigma de inclusión de
raza, clase, etnia y género.
Fuente:
Protestantedigital, 2015.
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