Por. Hilario
Wynarczyk- Argentina
QUÉ HUBIESE PASADO SI TODO FUESE AL REVÉS- Parte
III
Yo no vivo
en Colombia ni soy colombiano. No me tocó experimentar los problemas de
Colombia. Sin embargo me inclino a posicionarme a favor del SÍ, o de
alguna solución que conduzca a firmar las paces y disolver el movimiento
armado. Pero el análisis del sector de Colombia que estuvo por el NO,
dejan percibir la sólida entidad del colectivo que así se manifiesta. Los datos
permiten suponer, pensando “contrafactualmente”, que si el voto por el SÍ
hubiese alcanzado el triunfo, se habría cerrado una grieta dramática. Y
simultáneamente se habría abierto otra, por lo pronto menos dramática. Tal vez
el triunfo habría sido el mal menor tomado en cuenta por los actores políticos
favorables a los Acuerdos de Paz sellados con un estrechón de
manos entre el Presidente Santos y el líder guerrillero Timochenko.
Pero es
notable que un bando perdedor en la pugna SÍ/NO quedaría formado por
quienes a su modo, necesariamente respetable, estarían pretendiendo defender
los que consideran valores constitutivos de su sociedad y en definitiva de su
nación y su Estado. No dejarían de ser un segmento de la sociedad civil cuya
existencia, formas de pensamiento y escalas de valores, no podrían dejar de ser
tomados seriamente en consideración, así como su fuerza demográfica. En fin,
esto es la punta del ovillo para reflexiones apropiadas.
EVANGÉLICOS DEL NO Y UN GERMEN POLÍTICO
Volviendo
ahora a los evangélicos y extrayendo algunas inferencias a partir de los datos,
parece que en gran parte lo que sucedió con ellos frente al plebiscito es que
han constituido una notable masa de maniobra a favor del NO. De ese modo
han aparecido presentados ante la opinión pública y la imagen así creada podría
ser una burbuja, pues, como hemos dicho, la mitad de los votantes evangélicos
habría estado (según datos seguramente discutibles) a favor del SÍ. De
cualquier manera, esto es un problema para los propios evangélicos, sus líderes
y analistas.
A su vez
entre los católicos, no hubo un predominio del discurso a favor del SÍ.
Esto es una paradoja porque la posición geopolítica del Vaticano ha sido
enfáticamente favorable al SÍ.
Esa
paradoja podría ser leída como un indicador de las tensiones internas
existentes dentro del espacio católico colombiano, tema que conviene señalar,
pero en el cual no corresponde entrar en este artículo.
En
definitiva el voto por el NO permite notar las tensiones internas de los
universos religiosos evangélico y católico considerados como campos de fuerzas
o sistemas en cuyo interior hay elementos heterogéneos que pueden entre sí
coincidir u oponerse, por motivos de ideas e intereses.
Pero tal
vez las cosas no son tan simples. Tal vez los evangélicos (y en particular sus
dirigentes pastorales) también hicieron un cálculo prudencial. Los votantes
evangélicos de algún modo se han manifestado como una fuerza colectiva. Y sus
dirigentes y organizaciones tienen de esta manera un capital político situable
junto al ex presidente Uribe que ha sido el gran promotor del NO. Y
situable asimismo junto a la mesa de discusión de los posibles ajustes a los Acuerdos
de los que tendrá que ocuparse el presidente Santos. En línea con esta
reflexión, Harold Segura, en el segundo de los artículos mencionados,
sostiene que las iglesias querrían ser “reconocidas dentro del concepto de
participación ciudadana y que su aporte sea contemplado en los procesos del
posconflicto en los entornos rurales, regionales y nacionales”. A lo que se
suma la demanda por una mayor igualdad religiosa en un país de obviamente
significativa presencia institucional de la Iglesia Católica. En fin, por qué
no pensar que los dirigentes evangélicos podrían muy bien estar aspirando a que
su capital demográfico y sus opciones participativas deriven (por una especie
de metamorfosis sociológica bastante presente en las religiones como sistemas
que se relacionan con otros sistemas) en un aumento del reconocimiento a las
iglesias evangélicas en la sociedad civil y más arriba todavía en la esfera
pública.
En
definitiva, la dinámica descripta aparece como el incremento de la cadena de
agregación de valor del capital demográfico y electoral a través de la institucionalización
de un actor religioso en la esfera pública de Colombia, que en calidad de actor
colectivo se reconoce a sí mismo, su identidad y poder, demandando en
consecuencia un tratamiento adecuado. Para dar ese paso cuenta con un bien, un
capital, sobre el cual afirmarse y negociar.
Analizado
ahora desde el interior de las iglesias evangélicas, el problema puede ser
planteado como la pregunta por saber si algunos evangélicos (o mejor dicho
algunos líderes evangélicos, que usualmente son pastores) podrían estar
siguiendo ingenuamente una estrategia prebendarista de obtención de algunos
beneficios de parte del Estado, frente al reconocimiento de su capital
demográfico y la potencialidad de actitudes electorales, como apoyando a
Fujimori la aplicaron en el Perú, sin obtener después nada a cambio, salvo una
gran desilusión.
No sé si
esto sucede en Colombia pero puedo decir que es una tendencia perceptible entre
algunos evangélicos en países de América Latina.
¿OFERTA EVANGÉLICA PARA UN NUEVO SÍ?
Como quiera
que sea, las organizaciones de dirigentes evangélicos en Colombia han abierto
una instancia de debate y llegaron a la presentación de un llamado Pacto
Cristiano por la Paz, en el que reclaman frente al Estado negociador de los
Acuerdos de Paz con las FARC, el reconocimiento de una lista de
puntos mayormente relacionados con el sostenimiento del formato tradicional de
la familia, la educación cristiana, libertad e igualdad de cultos, protección a
la propiedad privada, y un concreto pedido de eliminación en los Acuerdos,
como vayan futuramente a ser reformulados, de toda concesión a la
“ideología de género” y muy especialmente al reconocimiento de la diversidad de
identidad de género. En fin, estas serían concretas demandas de las iglesias
evangélicas colocadas en la mesa a cambio (obviamente, aunque no
manifiestamente) de su apoyo a unos Acuerdos de Paz reformulados.
El discurso
sería coherente con el hecho de que entre los evangélicos de nuestras naciones
sudamericanas suelen predominar demográficamente los adherentes a iglesias que
podríamos llamar “conservadoras” en el sentido de un apego a la lectura
literalista de la Biblia, el conocido técnicamente como “rigorismo ético” en
las costumbres sociales vinculadas con vestimenta y consumo de alcohol, aunque
notoriamente más laxo actualmente en muchas iglesias sobre todo en cuanto a la
vestimenta, y el rechazo (de particular importancia para
todos estos análisis) a los cambios de la “posmodernidad” en materia de moral
sexual y familia.
Aquí salta
a la luz el enérgico comentario de Harold Segura acerca de la necesidad de los
cristianos preocuparse y manifestarse más, en cambio, por los problemas de la
justicia, la reconciliación, la paz y el perdón. Desde el punto de vista
sociológico, queda el problema de entender más y mejor por qué las
preocupaciones del rigorismo ético predominan sobre las otras, entre los
adherentes a las iglesias evangélicas mayoritarias entre nosotros
sudamericanos. Pero sin dudas es un tema que aquí no correspondería considerar
más allá de su mera mención.
En
definitiva este artículo no arriba a una respuesta a los dilemas que emergen
del análisis de los datos. Y establece algunos supuestos acerca de los cuales
otras personas podrían situarse en frontal desacuerdo. Pero deja colocadas
algunas ideas –creo yo, espero yo– que puedan contribuir a despertar la
búsqueda de más conocimientos y discusión.
————–
El autor es Doctor en Sociología por la Universidad Católica
Argentina (UCA), Máster en Ciencia Política con mención en Teoría y Método por
la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG, Brasil), Licenciado en Sociología
por la Universidad de Buenos Aires (UBA). En la Universidad Nacional de San
Martín (UNSAM) es Profesor Titular de Metodología y Taller de Tesis de
Posgrados en Gestión Ambiental y Economía y Negocios.
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ALCNOTICIAS
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