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miércoles, 9 de noviembre de 2016

Cuando la indiferencia es una atroz violencia



Por.  Juan Ramón Junqueras. España
El vínculo entre el evangelio y la responsabilidad social de los cristianos se manifiesta claramente en el proyecto de Jesús. La Biblia insiste en que, cuando predominan la pobreza, la injusticia y la opresión, la fe que habla sólo a las necesidades espirituales de la gente, fallando en demostrar una férrea voluntad de cambiar las cosas, es una adoración falsa (Isaías 58). Como lo expresó Gandhi: “Debemos vivir en nosotros mismos los cambios que queremos ver en el mundo”.
Un seguidor y verdadero creyente en Jesús no puede tratar con indiferencia las desigualdades materiales, ni la manifestación de poder y privilegios que hiere a tantos, y conduce al empobrecimiento de muchos. El evangelio invita a solidarizarse con todos los que sufren, para juntos recibir, incorporar y compartir las buenas nuevas de Jesús, y mejorar la vida. Hay veces cuando la indiferencia puede llegar a ser una de la más atroz de las violencias.
Nuestra sociedad ha tratado de despersonalizar la pobreza, hablando en términos de programas, organizaciones y estructuras. Sin embargo, la pobreza es personal. Los pobres, los marginados, los discapacitados, los inmigrantes son personas. Ésta es la gente de la que habla Jesús vez tras vez en su enseñanza y en su predicación. Busca dignificarlos, y desafía a los cristianos a asumir su deber de constituirse en una bendición para ellos.
Como tal, el seguidor del maestro de Nazaret debe involucrarse en esta situación humana. No puede argumentar que no es culpable de que estas personas sean pobres, y no tengan sitio en nuestro mundo racista, clasista y perturbado. La crisis, la parálisis que sufre esta sociedad es una creación humana. Y para quienes son unos privilegiados, ignorar a los pobres constituye una contradicción entre la confesión de fe y la conducta.
Los seguidores de Jesús han de responder a la pregunta que Caín formuló a Dios: “¿Soy yo, acaso, guarda de mi hermano?” (Génesis 4, 9b). ¿Cómo puedo llamarme seguidor de Cristo cuando no cuido de mi prójimo? ¿Cómo puedo pretender representar al Reinado de Dios, y no ocuparme de manera seria y práctica de las personas que están incluidas en su Reino?
Creer en Dios es creer en la vida de todos, especialmente en la vida de los pobres. La fe cristiana no permite pactar con la muerte de los pobres, ni sublimar sus miserias en nombre de la cruz o de una vida futura. Creer es crear. Ha de serlo. Crear espacios de fe y de acción, donde la vida digna pueda abrirse camino.
Allí donde se agrede la vida, se agrede a Dios. Allí donde el cristianismo no propaga ni anima la vida, allí donde las prácticas de los cristianos y sus dirigentes no crean espacio para la vida, y para aquello que manifiesta la presencia de la vida —la alegría, la libertad, la creatividad—, allí habrá que preguntar a qué Dios se anuncia y se adora.
Ir ampliando el Reinado de Dios aquí en la tierra o, lo que es igual, ir facilitando el nacimiento de una sociedad alternativa sin excluidos, sigue siendo hoy —y tal vez hoy más que nunca— el gran reto de los seguidores de Jesús. Esto es a lo que más se dedicará Jesús durante toda su vida; por esta causa morirá y por esto, como confirmación de la verdad de su camino, resucitará al tercer día.
El desafío constante que la pobreza presenta a los seguidores de Jesús es acompañar, sin ningún tipo de reparo, la proclamación de la verdad acerca del amor, la compasión y el interés por los otros, con actuaciones a favor de la justicia social y la dignidad de todos los seres humanos. Descubrir maneras concretas de aliviar las cargas del pobre y el necesitado. Verlos como personas con quienes los seguidores de Jesús son uno en Dios.
La Biblia lo deja claro: la responsabilidad social de los cristianos hacia los que sufren la injusticia social no es de menor importancia que la predicación del evangelio —ni es opcional— porque son lo mismo. Es una parte integrante del evangelio.

Fuente: Lupaprotestante, 2016

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