Por. Jacqueline Alencar, España
Hoy incursionamos en el Segundo Capítulo del libro
de Samuel Escobar, De la Misión a la Teología (1998); capítulo que nos
adentrará en el 'Legado misionero de Juan Mackay', el escocés con alma latina.
Nos dice Samuel Escobar que la significación sin
par del legado misionero de Juan A. Mackay se puede medir por la marca profunda
que su vida dejó en el mundo y en la Iglesia durante este siglo (XX). Y que
cuando Mackay falleció en 1983, el conocido historiador y crítico literario
Luis Alberto Sánchez, quien era entonces Vicepresidente del Perú, hizo un
resumen de su vida y el impacto que había tenido sobre la cultura
latinoamericana.
Causa emoción cuando leemos que Sánchez sostuvo que
Mackay había sido 'uno de los más altos acreedores del Perú y de América
Latina' y destacó su labor como educador al fundar 'el Colegio Anglo Peruano,
hoy San Andrés, uno de los centros de cultura y de educación más sólidos,
austeros y democráticos del Perú'. Refiriéndose al libro de Mackay El otro
Cristo español, Sánchez afirmaba que 'es un libro fundamental para apreciar
la civilización latinoamericana'.
Terminaba su crónica emocionado: 'Lo despedimos
quienes le conocemos y respetamos con indisimulable emoción, con incurable y
definitiva nostalgia'. 'Podemos agregar a estas razones la significativa
amistad e influencia que tuvo Mackay con dos gigantes de la historia política
latinoamericana: José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre, a
quienes conoció cuando empezaban su carrera literaria y política.
Dice Escobar que en muchos de los libros de la
biblioteca de Mackay en Princeton, las dedicatorias personales de autores
latinoamericanos, de todos los colores políticos -cristianos y no creyentes por
igual-, expresan afecto y reconocimiento de la influencia que ejerció sobre
ellos ... Los escritos de teólogos ecuménicos de América Latina como Emilio
Castro y José Míguez Bonino, y los de teólogos evangélicos como René Padilla y
Pedro Arana muestran la influencia de Mackay.
Mackay fue en América Latina el pionero de un tipo
creativo de evangelización para alcanzar a las élites paganizadas, y
especialmente a los estudiantes universitarios, con el Evangelio. Mackay forjó
muchos documentos que son hoy puntos de referencia para la historia de la
Iglesia en nuestro siglo, y creó metáforas y aforismos que son parte de la
herencia teológica de la Iglesia universal.
Su vida y su carrera, asevera Escobar,
constituyeron una amalgama única de lo mejor del movimiento evangélico y del
movimiento ecuménico en el protestantismo de nuestro siglo. Escobar es un gran
conocedor del pensamiento de Mackay, lo constatamos en un ensayo suyo sobre el
legado misionero del escocés, escrito en la Tercera edición de 'El otro
Cristo español', que se publicó con motivo de la celebración de las Bodas
de Diamante del Colegio San Andrés (antes anglo-peruano), con el que mucho tuvo
que ver el matrimonio Mackay.
En el apartado Etapas de una vida misionera,
el autor comenta que la personalidad de Mackay tuvo mucha influencia sobre
otras personas, aun antes de que comunicara sus ideas. Sus estudiantes y
colegas en el Perú, al comienzo de su carrera misionera entre 1916 y 1924, dan
testimonio del impacto que la presencia del misionero escocés tuvo sobre sus
vidas, y en ello coinciden con aquellas personas que compartieron con él su
vida de jubilado, en el tranquilo retiro de Meadow Lakes en New Jersey, donde
pasó sus postreros años. El pastor de Meadow Lakes dijo de él: 'Yo he visto a
Dios entrando en nuestra condición humana por medio de Juan Mackay'.
Señala Escobar que los escritos de Mackay sobre sus
héroes Unamuno, Mott y Speer expresan su convicción de que una vida puede
ejercer un poder formativo tremendo sobre otras vidas. Se puede percibir al
estudiarlo que él modeló su propia vida de acuerdo a esa convicción.
No es difícil reconstruir la biografía de Mackay
con una comprensión clara de sus momentos decisivos porque en varias ocasiones
en el curso de su larga carrera, como él mismo lo decía, 'había ascendido al
balcón del recuerdo... y con ánimo retrospectivo había descrito el camino
recorrido interpretando las cosas aprendidas a lo largo de su marcha'.
Escobar divide el vasto repertorio de sus
experiencias de vida en cinco etapas claramente delimitadas por ciertos hitos.
La primera es: Niñez y temprana juventud en
Escocia (1889-1906), donde nos comenta que John Alexander Mackay nació el
19 de mayo de 1889 en Inverness, Escocia, en el hogar de Duncan e Isabella
Mackay. Las memorias de su niñez más temprana le recuerdan el paisaje escocés
'con los brazos de mar tras cuyas orillas se divisan las montañas', y también
la vida de su hogar centrada alrededor de la lectura de la Biblia y la oración
familiar con las cuales el día empezaba y terminaba.
Los Mackay eran miembros de la Free Presbyterian
Church y en sus escritos de años más tarde, Juan iba a recordar más de una vez
la piedad y devoción de esa comunidad, pero también su visión provinciana
estrecha y casi sectaria. Sin embargo, nunca olvidó que entre su membresía
había hombres y mujeres como sus propios padres que eran 'piadosos cristianos
en el más profundo sentido', y que 'en un servicio de comunión celebrado en una
montaña, auspiciado por esta denominación, Jesucristo le habló a mi corazón de
niño y yo me hice suyo para siempre'.
Esa experiencia de conversión de 1903 iba a marcar
su vida tan profundamente, que ya como octogenario en 1970 la recordaba con
claridad: Experimenté un cambio revolucionario de actitud hacia Dios, hacia mí
mismo y hacia los demás. Súbitamente me descubrí como un ser nuevo... Los
momentos de éxtasis no fueron raros en aquellos primeros meses. En escaladas
solitarias entre las montañas escocesas yo conversaba con Dios. Jesucristo
llegó a ser el centro de mi vida.
En Vida estudiantil y capacitación para la
misión (1906-1916), leemos que después de sus estudios primarios, la Real
Academia de su ciudad natal fue el lugar donde Mackay se preparó para su
ingreso a la Universidad de Aberdeen en 1907. Allí estudió filosofía, actuó en
diversos grupos estudiantiles, y descubrió su vocación misionera. En 1910 la
visita del famoso líder misionero norteamericano Robert E. Speer a la Universidad
de Aberdeen tuvo un impacto notable sobre Mackay.
Este, al recordar la ocasión muchos años después,
escribió: 'Cuando lo vi y escuché, sentí que nunca en mi vida había conocido un
orador más extraordinario'. La vocación misionera de Mackay se aclaró y definió
como resultado de su amistad con Jane Logan Wells, una estudiante de pedagogía
en la Facultad de Educación de la Universidad, y que posteriormente llegó a ser
su esposa y compañera de andanzas misioneras.
Mackay obtuvo su Maestría en Letras en 1912, y al
siguiente verano salió rumbo a los Estados Unidos, a fin de estudiar teología
en el famoso Seminario de Princeton. Aquí llegó a ser militante del Movimiento
Estudiantil de Voluntarios, un movimiento que había surgido espontáneamente
entre los universitarios norteamericanos para desafiarlos a embarcarse en la
misión cristiana en otras partes del mundo.
Dentro de él se realizaban conferencias, y en una
de ellas en la primavera de 1913, Mackay llegó a conocer, según sus propias
palabras, a 'tres hombres que llegaron a ser los héroes de toda una generación
de estudiantes, como lo fueron para mí mismo: John R. Mott, Robert E. Speer y
Samuel M. Zwemer'. La amistad que así se formó iba a ser decisiva para la
historia de la Iglesia en nuestro siglo.
Mackay se graduó de Princeton en 1915 y de
inmediato se dirigió a América Latina a fin de realizar un viaje misionero
exploratorio para la Iglesia Libre de Escocia. De aquí le vino la convicción de
que el Perú iba a ser el país al cual se dirigiría como misionero. Siguiendo el
consejo del famoso teólogo evangélico B.B.Warfield, uno de sus profesores en
Princeton, Mackay pasó el año académico 1915-1916 en Madrid, donde estudió
castellano en forma intensiva y vivió en la 'Residencia de Estudiantes', por
entonces un verdadero centro de fermento intelectual.
Durante las vacaciones de Navidad de ese año Mackay
visitó Salamanca, donde conoció a don Miguel de Unamuno, el célebre pensador y
filósofo cristiano, quien iba a ejercer una profunda influencia sobre la visión
misionera de Mackay y su postura teológica. Resumiendo su peregrinaje
estudiantil de estos años Mackay escribió: 'En mi movimiento de un centro
académico a otro había una preocupación medular con lo que yo consideraba el
llamado que Dios me hacía a una vida misionera. Busqué la preparación
intelectual que me pareció más adecuada a fin de equiparme para el servicio
misionero efectivo'.
Hago un paréntesis para señalar que leí en la
biografía de Mackay, escrita por John Sinclair, que para él Unamuno fue 'la
encarnación de España y del espíritu español'. Este le impresionó
profundamente. Dice Mackay: 'Don Miguel se hizo un rebelde, un santo rebelde
cristiano, el último y el mayor de los grandes herejes místicos de España. En
Giner de los Ríos vemos y oímos al Cristo que enseñaba a sus discípulos en las
laderas de las colinas de el plácido mar galileo. En Unamuno vemos a Aquél que
arrojó a los mercaderes del templo, que anatemizó a los jefes religiosos
hipócritas, lloró amargamente sobre Jerusalén y agonizó después en el Jardín de
Los Olivos y en la cruz; el Cristo que luego se levantó de entre los muertos
para reanudar la lucha redentora en las almas de sus seguidores' (Fragmento).
Dice Sinclair que Unamuno no era muy conocido fuera
de España en los años cuando Mackay estudiaba en ese país. Y que cuando Mackay
llegó a Perú en 1916, se matriculó en la Universidad de San Marcos en Lima para
obtener el título de doctor en Filosofía, y su tema de tesis doctoral en 1918
fue: 'Don Miguel de Unamuno: su personalidad, obra e influencia'.
También leí en esta biografía que en América Latina
Mackay utilizaba las conferencias sobre Don Miguel de Unamuno para facilitar su
entrada en los círculos universitarios del continente como misionero en Lima y
conferencista con la Asociación Cristiana de jóvenes durante el período
1916-1932. Mackay decía que 'un misionero tenía que ganarse el derecho para ser
escuchado en los círculos culturales e intelectuales', recalcando lo
encarnacional.
Otra etapa: Servicio misionero en América Latina
(1916-1932). En este apartado Escobar señala que Mackay se casó con Jane en
Agosto de 1916. Y que, refiriéndose a su relación con ella, una vez la resumió
así: 'Éramos uno solo, tanto en nuestro compromiso evangélico como en
nuestra experiencia religiosa y en el deseo de consagrarnos a la actividad
misionera'. Después de algunas semanas de visitas a iglesias locales para
promover interés en el nuevo campo misionero que iba a abrir la Iglesia Libre
de Escocia, los Mackay se embarcaron para Sudamérica, y llegaron a Lima, la
capital del Perú, el 21 de noviembre de ese año de 1916.
Como resultado de su viaje exploratorio Mackay se
había convencido de que no estaba entrando al Perú como 'un intruso
indeseable', y que 'había una esfera inmensa y única para los trabajos
misioneros de la Iglesia Libre de Escocia'. Con la ayuda de su esposa Jane se
hicieron cargo de una escuelita que la Misión al Perú Interior había estado a
punto de abandonar.
Se entregaron con todas sus fuerzas a la tarea de
convertir esa escuela en una institución educativa modelo. Quienes se han
dedicado a estudiar el impacto del Colegio Anglo Peruano, hoy San Andrés, sobre
la vida peruana creen que los Mackay tuvieron éxito en sus esfuerzos. Conocedor
de las condiciones sociales del Perú, Mackay adoptó medidas financieras y
educativas que le permitieron, como él decía, 'afectar a la comunidad en todos
los niveles de su estructura social que fuese posible' .
Para encarnar mejor en la realidad peruana, Mackay
ingresó a la Universidad de San Marcos y se dedicó a participar activamente en
la vida cultural de Lima. De esa forma consiguió atraer como profesores para su
Colegio a un grupo brillante de intelectuales y universitarios jóvenes, de los
que constituyeron lo que los historiadores llaman 'la generación del
Centenario' porque llegaron a la mayoría de edad en 1921, al cumplirse cien
años de vida independiente del Perú ...
Mackay ejerció sobre algunos de ellos la influencia
transformadora de su persona. Para 1918 obtuvo su doctorado en la Universidad
de San Marcos (con la tesis sobre Miguel de Unamuno), donde al cabo de un
tiempo se le pidió ocupar la cátedra de Metafísica.
Escobar recoge unas palabras de Sánchez, el
historiador y crítico literario ya citado al inicio, sobre Mackay como docente:
'... era uno de los profesores más queridos. A sus clases no se faltaba ni
tampoco pasaba lista. Era el profesor por excelencia a quien se consulta
después de clase, eso que tantos profesores quisiéramos, que terminada la clase
haya gente que todavía no quiere separarse de uno...'.
He leído que, según el misionero W. Stanley
Rycroft, 'la estrategia misionera de muchos europeos y norteamericanos de la
época consistía en llevar a otros países el Evangelio e imponer su propia
cultura. Impusieron su manera de vivir, sus valores, su forma de culto, sus
doctrinas, su arquitectura eclesiástica...'. Esto lo sabían los Mackay, por lo
que utilizaron el método 'encarnacional'.
Dijo Mackay: Muchos de los misioneros antes de
nosotros se mantuvieron en contacto íntimo con la comunidad de habla inglesa.
Pero nosotros no nos relacionamos con la comunidad inglesa, sino con la
peruana. En otras palabras, hubo una 'encarnación'...
Dice Escobar que durante esa década dos movimientos
históricos llegaron a ser fuentes de fermento espiritual y político: la
Revolución Mexicana de 1910, y el movimiento de Reforma Universitaria originado
en Córdoba, Argentina en 1918. Mackay percibió la significación de estos
fenómenos sociopolíticos y se convirtió en un intérprete acucioso de ambos.
Dentro de la ola de inquietud juvenil que estos
movimientos expresaban, Mackay llevó a cabo su ministerio de evangelización
estableciendo contactos y exponiendo su mensaje cristiano, especialmente en las
universidades. Fue así como llegó a ejercer una decisiva influencia espiritual
sobre el joven Víctor Raúl Haya de la Torre, presidente de la Federación de
Estudiantes de San Marcos, y también profesor en el Colegio Anglo-Peruano.
Con el tiempo Haya fundó la Alianza Popular
Revolucionaria Americana (APRA), un movimiento que marcó la vida política
latinoamericana hasta la década de los ochenta. En mayo de 1923 Haya de la
Torre dirigió una manifestación masiva de estudiantes y obreros, de protesta
contra el esfuerzo del Presidente Augusto B. Leguía de recuperar popularidad
consagrando al Perú a una imagen de bronce del Sagrado Corazón de Jesús.
El objetivo se cumplió, pero la policía secreta
empezó a perseguir a Haya, quien se refugió en el internado del Colegio Anglo
Peruano, hasta que unos meses después, durante una de sus escapadas de
agitación política, la policía lo capturó en octubre de 1983.
Comenta Escobar que en 1925 Mackay tuvo otro
encuentro con Robert E. Speer, quien asistía al 'Congreso de Obra Cristiana en
Sudamérica', en Montevideo, Uruguay. Los viajes de Mackay por el continente le
habían dado una nueva visión y decidió dejar su floreciente obra educativa en
Lima a fin de dedicarse a un trabajo de evangelización de universitarios por
toda América Latina, bajo los auspicios de la Asociación Cristiana de Jóvenes
(YMCA).
Mudó su residencia a Montevideo en 1926 y pasó
luego a residir en México. El historiador Latourette dice que "durante
poco más de seis años Mackay viajó y dio conferencias no sólo en Sudamérica
sino también en México, y causó una impresión profunda sobre sus auditorios
entre la gente educada de estos países. Pasaba dos o tres meses al año dando
conferencias y dedicaba el resto del tiempo a escribir, a enseñar en la Escuela
de Capacitación de la Asociación, y al trabajo en la oficina de la misma en
Buenos Aires.
Dos libros que Mackay escribió en castellano
durante este período son el resultado de ese trabajo de conferencista y
evangelizador: El sentido de la vida y ...Mas yo os digo; ambos se han seguido
publicando y leyendo.
En 1929, la familia Mackay pasó un año de licencia
en Europa y Mackay pudo visitar de nuevo a Unamuno, que estaba entonces
desterrado en Hendaya, cerca de la frontera entre España y Francia. De allí fue
a Bonn, donde pasó cuatro meses y llegó a ser amigo personal y el primer
profesor de inglés del teólogo Karl Barth.
Este gigante teológico tuvo una influencia decisiva
sobre Mackay, especialmente cuando éste decidió dejar el trabajo con una
entidad paraeclesiástica como la Asociación para entrar en una nueva esfera de
servicio directamente vinculada a la Iglesia.
Confiesa que para él decidirse fue como una
verdadera lucha agónica, y recuerda: "Cuando tomé finalmente la decisión
lo que influyó sobre mí fue el lugar destacado que la Iglesia y el trabajo en
una congregación local habían tenido sobre el pensamiento de Karl Barth'.
Fue así como en 1932 Mackay dejó México y aceptó la
invitación a ser Secretario para América Latina en la Junta de Misiones
Extranjeras de la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos.
En la próxima entrega concluiremos estas cinco
etapas señaladas por Escobar y entraremos en la última parte de este capítulo
II.
Fuente: Protestantedigital, 2016
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