Por. José de Segovia, España
Ahora que tanto se habla del antisemitismo de
Lutero, choca que el compositor de la sinfonía a la Reforma, fuera el judío
Mendelssohn (1809-1847). La escribió para el aniversario de la Confesión de
Ausburgo en 1830. Aunque era judío, el músico se convirtió al cristianismo,
llegando a ser uno de los principales compositores protestantes. Recuperó “La
Pasión según San Mateo” de Bach y su fe evangélica le llevó a hacer un
oratorio sobre Pablo, usando solamente el texto bíblico, así como otro sobre
Elías.
Hace algunos años un escritor checo llamado Jiri
Weil escribió una novela titulada “Mendelssohn en el tejado”. Durante la
ocupación nazi de Praga, un oficial de las SS recibe órdenes de quitar
la estatua de este músico del techo de una sala de conciertos. El problema es
que el tejado estaba lleno de figuras de diferentes compositores, y no tenían
nombres para identificarlas. El oficial nazi recordó lo que le enseñaron en su
curso de “ciencia racial” sobre que los judíos tenían grandes narices. Quitó
entonces la estatua más nariguda que había, pero resultó ser la del propio
Wagner, quien mantenía que por muy luterano que Mendelssohn fuera, al fin y al
cabo era judío. Por lo que su música fue prohibida por los nazis...
JUDÍO CONVERTIDO
Es la paradoja de un músico cuyo cristianismo
era tan sincero, que hasta los estudiosos judíos reconocen que su conversión
fue auténtica. Es cierto que nació en Hamburgo en 1809 de padres judíos,
pero se bautizó antes que ellos. Su abuelo Moisés era un importante rabino y
filósofo, cuyo judaísmo era realmente ortodoxo, aunque cinco se sus hijos se
hicieron cristianos. El padre del compositor, Abraham, era un banquero,
dedicado a los negocios. Su hijo Félix se confirmó a los catorce años en la
iglesia luterana, después de hacer que se bautizara a los seis, para ser mejor
aceptado en la sociedad alemana. Su padre quiso cambiarle el nombre por
Batholdy, pero Félix mantuvo su apellido judío de Mendelssohn. Según el rabino
Stahl, “aunque Félix era un cristiano convencido, nunca se avergonzó de sus
raíces judías”.
Como Mozart, Mendelssohn era un niño prodigio. Hizo
su primera actuación pública como pianista cuando tenía nueve años, empezando a
escribir música el año siguiente. Educado por su madre en una cultura exquisita
y refinada, dominaba el latín y el griego, además de pintar y dibujar muy bien.
Era un buen deportista, pero destacaba sobre todo por su talento para la
música. Tocaba como un maestro del piano y el órgano, pero era también un
excelente intérprete de violín y viola. A los dieciséis años escribe su
encantadora obertura al “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare. Algunos
piensan que nunca superó la genialidad de esta obra romántica.
Su familia se traslada a Berlín en 1812, donde
Félix estudia con Carl Zelter, un hombre vinculado a la familia Bach, que le
presenta al anciano Goethe. El joven estaba muy unido desde pequeño a su
hermana Fanny, conocida pianista y compositora, que publicó varias de sus obras
bajo el nombre de Félix. Mientras tanto estudiaba en la Universidad de Berlín
estética con Hegel, además de geografía e historia. Su memoria era tan
impresionante que cuentan que cuando interpretó su obertura al “Sueño de una
noche de verano” en Inglaterra, se dejó la partitura en un coche, pero se
sentó y reescribió toda la obra inmediatamente.
A los doce años estudia ya La Pasión según San
Mateo de Bach en la Biblioteca Real de Berlín, donde se conservaba un
manuscrito. Su madre le regala una copia para su cumpleaños, hecha
especialmente para él, ya que no había sido todavía publicada. Ocho años
después la presenta en Berlín, como uno de los más grandes acontecimientos de
la historia de la música. La obra se volverá a representar el cumpleaños de
Bach, el 21 de marzo de 1829, llegando a ser un famoso director a los veinte
años.
LA ALEGRÍA DE VIVIR
“Es un alivio encontrar un músico que fuera
realmente feliz la mayor parte de su vida” –dice Siegmund Spaeth–, “aunque
ésta fuera tan corta” como la de Mendelssohn. La mayor parte de los grandes
compositores tienen un carácter francamente irritante. No es éste el caso de
Mendelssohn. Según todos los testimonios, era un hombre modesto y de
carácter alegre – como su nombre indica –, aunque algo nervioso.
Se casó con la hija de un pastor protestante
francés, Cecile Jeanrenaud, con la que tuvo cinco hijos. Ella era más bien
reservada, mientras que él era extrovertido, pero se entendían bien. Ella
pintaba, mientras él hacía música. Su pasión sin embargo era tal que a veces
estaba tan excitado que sufría colapsos, como el que provocó su muerte, a los
38 años, muriendo poco después su esposa. Estuvieron casados sólo diez años.
Muchos se han preguntado de dónde provenía la
energía vital que llenaba a Mendelssohn de esa extraña alegría de vivir. Para
él, “la Biblia era lo mejor de todo”. Así lo declaró cuando hizo su
oratorio sobre Pablo, basado en el texto bíblico y las corales de Bach. Amaba
tanto las Escrituras, que sus palabras resuenan con un poder tal – en esta obra
y la que hizo sobre Elías –, que muchos comparan su interpretación con un acto
de culto y adoración pública. Su música es una verdadera celebración de la
fe.
Su cantante preferida era la soprano sueca Jenny
Lind, que conoció en 1844. Para ella escribió algunas de sus obras, pero ella
se retiró cuando estaba en la cumbre de su carrera. El biógrafo de Mendelssohn,
Philip Radcliffe, cuenta que un amigo le preguntó por qué abandonaba la música,
precisamente en este momento. Su respuesta fue: “¿Qué otra cosa puedo hacer, si
cada día me hace pensar menos en la Biblia?”
Mendelssohn escribió la sinfonía por el aniversario
de la confesión de Ausburgo en 1830.
CÁSTILLO FUERTE
Mendelssohn es famoso por su marcha nupcial, unas
pequeñas e íntimas piezas para piano conocidas como “Romances sin palabras”,
su popular “Concierto para violín en mi menor” (grabado por Anna Sophie
Mutter para Deutsche Grammophon en ocasión de su bicentenario) y sus
sinfonías “Escocesa” e “Italiana”. Los protestantes le
recordamos sin embargo especialmente por la obra que escribió en conmemoración
de los 300 años de la Confesión de Augsburgo. Su “Sinfonía de la
Reforma” acaba con el himno de Lutero, “Castillo fuerte es nuestro Dios”,
basado en las palabras del Salmo 46, que acaba con esta gloriosa
declaración del reformador:
Sin destruirla dejarán,
aún mal de su agrado,
esta Palabra del Señor;
Él lucha a nuestro lado.
Que lleven con furor
los bienes, vida, honor,
los hijos, la mujer,
todo ha de perecer.
De Dios el Reino queda
Sobre su tumba hay una gran cruz blanca en el
cementerio de la Trinidad en Berlín-Kreuzberg. En la Iglesia Evangélica Paulina
seiscientas voces cantaron a “Cristo y la Resurrección”. Tras varios
ataques, Félix dejaba este mundo, seis meses después de su hermana Fanny – que
sufría como sus padres y sus abuelos de apoplejía –. Sus últimos años tuvo mala
salud, problemas nerviosos y demasiado trabajo, pero se mantuvo sin embargo en
su fe hasta el final.
Aunque para los nazis, no era más que un judío, al
que quitar su estatua en Leipzig y expulsar sus descendientes, no pudieron
destruir esa Palabra, que le dio fuerzas y alegría para vivir. Cerraron el
negocio familiar, demolieron su figura, pero a pesar de su furor, aunque “todo
haya de perecer, de Dios el Reino queda”.
Fuente: Protestantedigital, 2016
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