¡Vos podes ayudarnos!

---
;

domingo, 21 de enero de 2018

Teología de las reformas: ¿católica o protestante?

Por. Manuel de León, España
Ya hemos considerado repetidas veces que la importancia de la Reforma española es inversamente proporcional al empeño de sus detractores en minimizarla y considerarla una simple “salpicadura en la blanca veste de la ortodoxia hispánica” (Filosofía en España. Mario Méndez Bejarano-1927). Los reyes y emperadores, la nobleza y la intelectualidad abrazaron pronto la Reforma, aunque las circunstancias posteriores y el arraigo de una Inquisición y un clero poderoso se hicieron dueños absolutos de la conciencia y libertad de los españoles. Consideraremos en este artículo algunos rasgos de dos reinas españolas que abrazaron el luteranismo y nos transmitieron que la Reforma protestante supuso un cambio de mentalidad y de espiritualidad en los pueblos alcanzados por la vuelta a la Escritura.
Los autores católico-romanos no dejan de insistir en que hay una “Reforma católica” anterior a la protestante. Nosotros ya hemos considerado en estas páginas que la reforma de Cisneros no solo fue superficial y relativa a vicios y costumbres, sino que en la práctica fue desconocida. “Con Renacimiento o sin Renacimiento -dirá Menéndez Pelayo- hubiese sido el siglo XV una edad viciosa y necesitada de reforma” y es Cisneros, para el ilustre polígrafo, el promotor de la verdadera reforma. Muchos de los autores católicos actuales, también creen que no solo fue “protesta” la Reforma luterana, sino el verdadero cambio de mentalidad que se necesitaba. Sin embargo, la “devotio moderna” no pretendía crear una nueva mentalidad religiosa, ni ideó nuevas formas de espiritualidad. Más bien supuso una vuelta a la devoción medieval. Tampoco la ascética y el misticismo de Cisneros cambiarán el panorama de la espiritualidad, pues la concepción de naturaleza humana y ser humano seguirán anclados en la visión dualista del hombre. Como dirá Platón y más tarde San Agustín, el hombre es un alma encerrada en un cuerpo. El cuerpo cárcel del alma.
Cisneros no consiguió con las reformas de los regulares monacales una espiritualidad más allá de una mejora de costumbres (no tener haciendas, rentas, tierras, heredades) ni logró una mejora intelectual, frente a la consabida “ignorancia de los sacerdotes y monjes”, excepción solo de la Universidad de Alcalá. Con el clero secular sería peor aún porque siguieron cometiendo todas las irregularidades canónicas y las referidas a castidad, buena vida, pensiones y encomiendas. Y por esta pre-reforma cree Menéndez Pelayo que España se libró del protestantismo porque no había “relajación de doctrina”. No es que no hubiera relajación de doctrina, es que la Escritura y la teología habían quedado reducidas a círculos muy específicos, y donde la espiritualidad era mera moralidad porque, como apuntará Torres Naharro (1517):
“Justicia en olvido, razón desterrada verdad ya en el mundo no halla posada.
La Fe es fallecida y amor es ya muerto  
Derecho esta mudo, reinando lo tuerto, etc.”
Dice Adolfo de Castro que muchos autores críticos como Prudencio de Sandoval en “Crónica del emperador” “pedían la reformación de ellos, a semejanza de Lutero en Alemania, pero ni aún por asomo indicaba la del dogma. De esto infieren Castro y Menéndez y Pelayo que no se pretendía introducir novedades en la interpretación de las sagradas letras; se respetaba al Papa como cabeza de la Iglesia Católica…” Pero nosotros iremos viendo que precisamente estos dos aspectos como son la interpretación de las Escrituras y papado, signos diferenciadores de la reforma protestante, aparecieron en España en muy poco tiempo, mientras el mundo católico siguió sin Escrituras y destacando el Concilio por encima del Papa. Es rotundamente falsa la idea, introducida durante mucho tiempo siguiendo a estos autores, de que se respetaba al Papa y se pretendía introducir novedades en la interpretación de las sagradas letras. Sobre esto último, solo decir que la Biblia políglota de Cisneros no trajo nada nuevo y solo supuso el conocimiento de que existía la Biblia, porque ni siquiera hay traducción en castellano, simplemente recopilación de los textos bíblicos expuestos en paralelo. Los libros de esos años no pasaron de ser libros sobre la oración o la confesión en su mayoría. Solo el movimiento alumbrado y luego luterano, buscó en España una nueva interpretación que se resumió en el libro “El beneficio de Cristo” sobre la teología de la justificación por la fe. Sobre respetar al Papa, cuando España había sido siempre prácticamente independiente de Roma, estos son los años peores, pues en 1527, dos años después del Edicto inquisitorial de 1525, donde España estaba llena de disidentes luteranos, Carlos I ataca Roma, no dejando piedra sobre piedra, saqueándola y destituyendo al Papa “guerrero y vengativo”. Olvidarse del saqueo de Roma por los Tercios españoles y la destitución del Papa, es querer ocultar o hacer desaparecer la otra cara de la luna.
Melquiades Andrés introduce sutilmente la “teología de las reformas” en 1997 en un artículo sobre la Teología del barroco donde resume en pocas palabras el hecho histórico de lo barroco que Andrés lo coloca en el siglo XVI y el XVII. “En estos siglos hay una acción frontal que marca el rumbo de la teología y que produce la Reforma. Estos siglos son la época de la Reforma “o teología subyacente a la reforma católica y a la reformación protestante; el vendaval que agitaron el humanismo y el renacimiento. Acaso el nombre más idóneo sería “teología de las reformas” si esa palabra se hubiese desprendido totalmente de su sentido polémico. Reforma en la cabeza y en los miembros se corresponde cronológica y culturalmente con el humanismo, renacimiento, alumbradismo, erasmismo, protestantismo, preocupación por el retorno a las fuentes, al método y sobre todo al hombre y al cristiano esencial.”
Sin embargo, M. Andrés centra su reforma en España desde el siglo XIV con las reformas de los benedictinos, la fundación de los jerónimos en 1380, de los observantes en Valencia y Galicia, todo en el siglo XIV. Reformas todas que nunca pasaron de meras observancias de reglas y rezos y cánticos rutinarios, sin hurgar en el corazón, sin gritar a Dios su auxilio. “Cuando estalló la Reforma protestante, la Reforma española contaba siglo y medio”- dirá M. Andrés. Pero Andrés nos habla de unas reformas que solo suponían engrasar la máquina, sin reponer piezas rotas. Eran reformas que no procedían de avivamientos del espíritu, sino de necesidades estructurales.
Para darnos cuenta de que en el siglo XVI no hubo reforma católica, solo hemos de decir que el Concilio de Trento que empieza en 1545 y termina en 1563, no puso en la práctica ninguna reforma hasta años posteriores. La mayoría de los hombres que asistieron al Concilio fueron procesados por luteranos como el arzobispo Carranza y la obra traductora y exegética de Fray Luis de León también sufriría procesos. A principios de 1547 Francisco de Enzinas recibe la noticia de que su hermano Diego había sido quemado vivo en Roma por mantener sus convicciones reformadas, pero también la primera sesión de Trento suponía para él la frustración de mantener esperanzas en una cristiandad unida y basada en el Evangelio, ya que como él expone, el Evangelio de Pablo es la antítesis del “pirata Romano” Paulo III. Desde nuestro punto de vista, la espiritualidad católica Romana que había empezado a leer y estudiar la Biblia en algunos lugares y rechazar la lectura de tratados más morales que teológicos, no pasó más allá de 1563, pues el Concilio de Trento abortaría toda “verdad evangélica” y daría paso a una espiritualidad mística y visionaria en el pueblo y a otra apologética entre los teólogos y clérigos. Tengo siempre en mente aquellas palabras de Trento que, aunque pretendiese fijar unas normas de interpretación, en la práctica se negaba la lectura de libros espirituales tanto como la misma Biblia en lengua vulgar. Santa Teresa en el “Libro de mi vida” se hace eco de esta realidad: “Cuando se quitaron muchos libros de Romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque alguno me daba recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín”. Además, la Regla V de la “Orden de procesar” era clara: “Como la experiencia haya enseñado que, de permitirse la Sagrada Biblia en lengua vulgar, se sigue, por la tenacidad, ignorancia o malicia de los hombres, más daño que provecho, SE PROHIBE LA BIBLIA con todas sus partes impresas o de mano en lengua vulgar, pero no las clausulas o sentencias o capítulos que de ella anduvieren insertos en libros de católicos que los explican y alegan”. Esto último también sería prohibido al incluir doctrinas protestantes en libros católicos que se imprimían y enviaban desde Amberes, por lo que no podemos hablar ya más de “evangelismo” en el catolicismo Romano porque era casi herejía la misma palabra.
Además, las Constituciones Sinodales de las diócesis después de Trento, fueron reveladoras del estado de la religión en España, pues su exigencia no pasaba en la mayoría de ellas de saber hacer la señal de la cruz, bajo multa económica para el que no supiera hacerla. Muchos de los obispos llegados de Trento, habían plasmado la necesidad de una reforma, sin duda, pero más que reforma era de iniciación al catolicismo. En Pamplona, el obispo Álvaro de Moscoso (1550-61) y Diego Ramírez de Sedeño (1561-73) habían comenzado a reformar su diócesis con padrenuestros y avemarías, sin llegar al Credo. El cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla, en su arzobispado de Burgos y los obispos de Oviedo y Mallorca iniciarían sus programas de reforma en el mismo sentido. Miguel Muñoz, el obispo de Cuenca de 1547 a 1553, también haría su reforma, que como en la mayoría de los casos no pasó de un aprendizaje, bajo multas cuantiosas, por no saber signarse y santiguarse, además de un Ave María y un Padrenuestro. Ya hemos comentado que en las Constituciones Sinodales de Oviedo aparece castigado el sacerdote que entrase en la iglesia con polainas y escopeta, y si un recién nacido estaba en riesgo de morir, hasta un hereje podía bautizarlo. El libro Religiosidad local en la España de Felipe II (1991) nos acerca a la religiosidad popular. Ciertamente este libro muestra un mundo de mercadeo con lo religioso o como también dice el autor “de la otra cara de la luna” que siempre se ha querido ocultar. Una cosa son las leyes y los decretos y otra muy distinta la práctica religiosa en el pueblo. Para el autor su idea del catolicismo en el siglo XVI siempre manifiesta una flexibilidad y una articulación sorprendentes. Dice: “Los cambios introducidos a la fuerza a nivel de la parroquia fueron esporádicos y nunca pudieron resistir a largo plazo la lenta presión de la costumbre, o a corto plazo, la fuerza del entusiasmo. El carácter local, es un rasgo universal del catolicismo, en el que tal vez radique el secreto de la larga supervivencia de la iglesia. Este localismo está en perpetua tensión con el sistema eclesiástico, pero a la vez es parte de su esencia. El éxito de la iglesia en la Castilla del siglo XVI, en su labor de impartir los rudimentos de su doctrina e imponer una observancia religiosa formal, no supuso competencia ni amenaza alguna contra el arraigo de esta religiosidad en tiempos y lugares concretos”. Estas apreciaciones de William A. Christian nos parecen más pegadas a la realidad que la visión de Melquiades Andrés sobre la reforma católica.
La interpretación de la Reforma española por parte del historiador Thomas M. Lindsay (1843-1914), en su obra La reforma y su desarrollo social es bastante aproximada a algunas interpretaciones actuales, aunque con algunos matices diferenciadores en cuanto a penetración temprana del luteranismo. “España, -dirá Lindsay-, proporciona el ejemplo de lo que ha sido llamado “reforma católica”. En España se había creído que el firme mantenimiento de la religión cristiana y el patriotismo era una sola y misma cosa. Pero también hubo españoles que tuvieron verdadera devoción a la obra inicial de Lutero. “Sus corazones respondían al intenso ardor religioso y al alto tono moral de los primeros escritos del reformador. Y aun cuando no concordaban con todo lo que decía, confiaban que sus declaraciones crearan un impulso hacia el tipo de reforma que anhelaban”. El mismo emperador Carlos V, según manifiesta Glapion, confesor del emperador, en tiempos anteriores a la Dieta de Worms, los escritos primeros de Lutero le habían agradado tanto al emperador como a él mismo. Cuando escribió Lutero la “Cautividad de Babilonia” creyeron haberlo escrito en contestación a la bula papal y por eso manifiesta su indignación y violencia. Las manifestaciones de Glapion también se referían a que el emperador se sentiría merecedor de la ira de Dios si no luchase por una verdadera reforma de la Iglesia de Cristo. Sin embargo, lo que no pudo soportar el emperador de Lutero en la Dieta de Worms, fue que Lutero no solo no quiso someterse a la disciplina del obispo de Roma, sino que tampoco consideró infalible el Concilio general.
Felipe II mandaría a sus cronistas que recopilaran las creencias y prácticas religiosas mediante un cuestionario que se le mandó a las ciudades de Castilla la Nueva entre 1575 y 1580. Los resultados se imprimieron en las “Relaciones topográficas”. En estas encuestas se apreciaban dos tipos de catolicismo: el de la iglesia universal basado en los sacramentos, la liturgia y el calendario Romano, y otro local, basado en lugares, imágenes y reliquias de carácter propio, en santos patronos de la localidad, en ceremonias peculiares y en un singular calendario compuesto a partir de la propia historia sagrada del pueblo. Dice este autor que los historiadores del siglo XVI se han preocupado más por las ideas del clero sobre la religión que por su práctica en el pueblo. Historiadores como Bataillon, Redondo o Tellechea, dirá, se han acercado con detenimiento a los humanistas, a los obispos, a las figuras señeras del espíritu entre las órdenes religiosas, pero se han olvidado de estudiar la espiritualidad del pueblo. “Para muchos reformadores españoles la religión del vulgo era ignorante, pagana y laxa. Por lo que toca al material teológico que se describe y cita en este libro, hicieron su caricatura, lo ignoraron o lo refinaron hasta tal punto de dejarlo irreconocible”. Acusará el autor a los humanistas del Renacimiento por no haber sabido entender esta espiritualidad que consideraban mágica y supersticiosa. ¿Es que acaso no lo era?


Fuente: Protestantedigital, 2018.

sábado, 20 de enero de 2018

El camino de la verdad nos llena de vida (Juan 14:6)

Por. Tomás Castaño Marulanda, Colombia.
Hemos afilado nuestras posturas de “la verdad” como las dagas de los sicarios zelotes que asesinaban a cualquiera que consideraran infiel y alejado de su sistema de creencias de mesianismo apocalíptico. Que llegaron a matar al sumo sacerdote del templo y se unieron con otras facciones para expulsar a las tropas de militares romanos de Jerusalén, una victoria que les cobró, no muchos años más tarde, la vida de sus habitantes que murieron, muchos, de hambre, antes de que las legiones de “recuperación” de la ciudad, que habían obstaculizado su entrada y salida a la espera campante de que los alimentos acabaran, al fin entraron con filo de espada a matar y a destruir. Hasta ese día hubo templo judío en Jerusalén. La lucha a muerte por la verdad dio lugar a la masacre de muchas familias, a ríos de sangre fluyendo en las calles, a torturas y miedo.
(Para este relato me valgo del libro “El Zelote” de Reza Aslan.)
Creo en una verdad fraccionada entre todos y todas, que logra verse cada vez más completa, en tanto vivimos y nos complementamos en comunidad: un Jesús visto desde diferentes ángulos que logra ser completo, sólo cuando aprendemos a mirarlo con el otro. A veces es difícil caminar en ese sentido, tal vez porque crecimos en instituciones sociales a blanco y negro, de lo bueno y de lo malo, de lo nuevo que sirve y desplaza a lo viejo que es caduco. Aun así, es necesario soñar la utopía del reino de Dios que se propone como la alternativa a la normalidad en que fuimos enseñados a mirar el mundo.
Esa es una de las enseñanzas que nos deja saber que el evangelio; la esperanza de una nueva y grata noticia que es aplicable a una diversidad incontable de escenarios sociales, fue compuesto en contextos diferentes, por diferentes tradiciones de la reflexión de los hechos y los dichos de Jesús, para aportar ideas prácticas a las realidades específicas y concretas que vivían las comunidades “del camino”, seguidoras del cristo que fue incapaz de vivir en el status quo, viendo y viviendo un panorama colectivo de desilusión y angustia.
Nosotros nos agolpamos tras las trincheras de nuestras denominaciones y a veces nos juntamos con las facciones que creen de alguna manera similar a como nosotros creemos. Damos lugar a las voces autoritarias que reclaman tener “la verdad”, como si “verdad” fuese un objeto que se “tiene”, al cuidado de unas élites privadas, que la administran y la proveen de una manera fraccionada, para que quienes la están buscando puedan volver a ellos una y otra vez, y seguir recibiendola a migajas.
Más bien la verdad se vive. La verdad es un camino que nos llena de vida. Es darse cuenta de lo que ocurre en el alrededor, así como lo hacía Jesús, y generar/aportar alternativas que lleven a las personas a vivir el reino de Dios, la sanidad, liberación y esperanza que representa. Es una invitación constante a mirar el mundo desde la óptica de un Dios cercano y familiar que ocurre en la vida cotidiana, en la naturalidad del día a día.
Y es que si vamos a asimilar categóricamente a Jesús como “verdad”, debemos entenderlo dentro del panorama amplio de lo que dice el evangelio de él y no desde nuestras idea de verdad subordinada al método científico y a las minucias estrictas de lo fáctico, puesta en confrontación con “las pruebas”. Jesús, como se nos propone, era un campesino inquieto, con unas afirmaciones admirablemente invaluables, que los escritores exponen como un alguien lleno de preguntas que está constantemente buscando resolverlas. Uno que se aleja del camino de la familia, de la normalidad, para sentarse a escuchar y a preguntar a los maestros del templo.
En medio de todo, Jesús no era un hombre de ciencias, su mensaje lo compuso a base de las experiencias de trabajadores del campo y pescadores y madres de familia y padres de familia y niños; hombres y mujeres de su época que ocurrían dentro de los paradigmas sociales, y sin embargo, buscando imprimir ideas de libertad. Su observación es anecdótica, llena de imágenes con las que creció en la aldea pequeña de Nazareth y en su lucha por sobrevivir en la vida como “tektón” (carpintero), hombre sin tierras que camina de aldea en aldea, tal vez de ciudad en ciudad, valiéndose de los arreglos que necesitaran los tenedores de tierra en sus propiedades, o, tal vez, de las nuevas construcciones de la nobleza que necesitaba mano de obra en masa en las ciudades. buscaba el pan diario, vivía a la suerte de quien quisiera darle trabajo.
Unir el concepto “verdad” a la luz de la vida y obra del maestro galileo, nos lleva inevitablemente, a mirarla y a vivirla, desde el proceso, desde la matices, desde las realidades particulares. Cada sanación fue diferente, cada acercamiento e historia tenían sus propios elementos, cada parábola estaba adecuada al momento y al lugar. La verdad, o por lo menos la forma en que se expresa, es contextual, se transforma a medida que se transforma la geografía y las agrupaciones humanas, y las estructuras políticas, y lo que esas estructuras dan a luz socialmente.
Hubo relatos, en las Escrituras, que cada uno de los narradores contó de maneras diferentes, anexando o dejando de nombrar detalles, de acuerdo a lo que cada uno de los que querían contar la historia, decidía que era importante, a la luz de lo que pensaron, cada uno de ellos, serviría para su público específico; las comunidades de esperanza que a medida que crecían se enfrentaban a su época y a la lógica de los sistemas que ellos buscaban trascender de manera alternativa, viviendo la verdad de Jesús. Cada necesidad y ubicación espacio temporal permite apreciar, reconocer esa verdad desde diferentes posibilidades.
Nuestro filo de la verdad a veces nos genera una sensación de “victoria”, sin que notemos que, a la larga, estamos perdiendo el punto y estemos construyendo finales infelices, como los sicarios zelotes de Jerusalén. Finales que incluyen muerte y terror, finales de odio y resentimiento, de lejanía y distancia. Finales en que no es posible que se cumpla la oración de Jesús “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea…”, tal vez vivimos en un mundo que ha dejado de creer precisamente porque no hay unidad. Y ¿qué es “unidad” si no, juntar los puntos de vista desde donde nos relacionamos con Dios con las enseñanzas de Jesús dejando que él sea en todos “la verdad”?


Fuente: Lupaprotestante, 2018

viernes, 19 de enero de 2018

Aportes teológicos del protestantismo español

Por. Maximo Garcia Ruiz
El protestantismo en España tiene narradores de historias, moralistas vocacionales, conspicuos apologetas, elocuentes predicadores, pero está escaso de teólogos en el más amplio y profundo sentido del término; teólogos que reflexionen en los cambios y demandas sociales a la luz de la Palabra de Dios; teólogos que sean capaces de contextualizar el mensaje de la Biblia dando respuestas adecuadas a las demandas de la sociedad contemporánea. Haberlos los hay, aunque sean escasos, pero su voz no encuentra suficiente eco por falta de plataformas adecuadas.
En cuanto a las carencias, se deben, por una parte, a problemas de método y, por otra, a la falta de compromiso con la sociedad civil, por no añadir un tercer elemento, que muy bien podríamos calificar de pereza intelectual; una pereza que dificulta el acceso a una formación rigurosa, que se disfraza de títulos pseudo carismáticos: profetismo, revelaciones personales, encomendaciones locales, etc.
Abundan, eso sí, los apologetas defensores de la ortodoxia (su ortodoxia particular) con una actitud resentida de permanente confrontación con otras tradiciones cristianas. Otros nominados como teólogos optan por la traslación o simple adaptación de paradigmas ajenos o reflexiones caducas del pasado que nada aportan a los cristianos contemporáneos; los hay que se limitan a compartir una reflexión abstracta sobre textos descontextualizados, fuera del ámbito de interés de sus lectores. Aprendices de teología, en demasiadas ocasiones advenedizos, autodefinidos como tales sin la mínima formación que, de espaldas a la realidad social en la que viven, encerrados en su torre de marfil, convencidos de que disponen de un canal de comunicación directo con Dio que les dispensa de cualquier esfuerzo, tienen un catálogo de respuestas enlatadas, para preguntas que nadie se formula hoy en día.
Unos y otros no sólo viven desconectados de la sociedad, sino que tienen verdadero pavor a leer la Biblia con apertura de mente; la utilizan como talismán. Se niegan a leerla con ojos críticos y una mirada escrutadora, buscando la dirección del Espíritu Santo para poder así encontrarse de frente con la Palabra de Dios que les rete a entender y contextualizar su mensaje. Y si alguien se atreve a indagar en los arcanos de la Revelación libremente, sin miedo, con rigor intelectual, ha de tener por seguro que se dará de bruces con alguno de los gurús autonombrados defensores de la fe, que no dudarán en censurar la iniciativa, atajando cualquier, a su juicio, “desvío herético”.           
La teo-logía, como ciencia que se ocupa de estudiar las Sagradas Escrituras, al igual que las ciencias humanas, sociales y naturales, nos ayuda a entender de donde procedemos y la sociedad en la que vivimos y, por ende, nos permite aproximarnos a Dios. En realidad, son ciencias complementarias entre sí. Difieren en el método, en los medios de que se sirven para extraer conclusiones que, por otra parte, tienen que apuntalarse unas a otras para tener consistencia y lograr un sentido trascendente.
La Iglesia cristiana no hubiera podido subsistir de no haber sido capaz de contextualizarse. Aunque, ciertamente, no siempre lo ha hecho con la suficiente diligencia y eficacia, pero únicamente los que se arriesgan a cometer errores, son capaces de contribuir al desarrollo de la humanidad. Pablo, propulsor de un cambio de paradigma teológico, forzó a los apóstoles a salir de su ostracismo social para incorporarse al mundo gentil. Ni Pedro, ni Santiago, ni el resto de los Testigos, se habían planteado salir de las sinagogas y adaptarse al mundo romano; para ello tuvieron que forzar la ortodoxia judía y abrirse a una cultura universal como era la romano-helenista. Posteriormente, los padres de la Iglesia, teólogos de nuevo cuño formados en los grandes pensadores griegos, supieron aprovechar la cultura imperante para transformar las pequeñas comunidades en iglesias patriarcales, adoptando y adaptando, en buena medida, el modelo civil del Imperio romano. Más tarde, y ante la realidad de una Iglesia universal, fue preciso contar con teólogos capaces de dar forma a los concilios ecuménicos y definir nuevas doctrinas que tan solo de forma incipiente se encontraban en las Escrituras (p. e. la doctrina de la Trinidad que la Iglesia mantiene como una de sus columnas doctrinales). Cuando la Iglesia se contaminó en exceso con la influencia del Imperio y decayó tanto doctrinal como espiritualmente, los teólogos se retiraron a los monasterios, desde los que mantuvieron encendida la antorcha de la reflexión teológica. Y así ocurrió con la Reforma Magisterial, por una parte, y con la Reforma Radical, por otra, cuyos teólogos no se conformaron con beber las turbias aguas de la teología medieval, sometida al control del sistema imperante (Iglesia + Imperio), sino que hicieron aportes teológico-sociales capaces de transformar la sociedad. Lo intentaron también, con menor éxito, los teólogos del Concilio de Trento, con la Contrarreforma; su error fue mirar hacia dentro de sí misma, olvidando la realidad exterior. Y así ha ocurrido con las diferentes fases por las que ha pasado la Iglesia.
Han sido y son necesarios teólogos que sepan entender los signos de los tiempos y dar respuestas válidas a las demandas cambiantes de la sociedad; y hacerlo con aportes teológicos contextualizados. Pero eso se logra tan solo en un clima de libertad, sin miedo a hacer frente a sus propios descubrimientos, por muy contra-sistema, vanguardistas o liberales que pudieran ser. La Verdad no necesita defensores; sólo buscadores que no le tengan miedo. Y no se trata de ser conservadores, liberales u originales, sino de ser honestos.
Hay temas candentes de actualidad, que afectan a los hombres y mujeres con los que nos cruzamos por la calle, como son la pobreza de amplios sectores, no ya sólo del llamado Tercer Mundo, que puede antojársenos excesivamente lejano, sino de nuestra propia ciudad; mientras, unos pocos acaparan cada vez más recursos. Resulta lacerante el desplazamiento de grandes masas de personas que buscan una vida mejor o simplemente refugio en el llamado Primer Mundo, huyendo del hambre, de las guerras y/o persecuciones, de la exclusión social por razones diversas, que son inhumanamente rechazados. Avergüenza la violencia de género prevalente en el siglo XXI, el abuso de menores, la discriminación de la mujer, en una sociedad que tiene como referente tanto la Biblia como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Son problemas a los que es preciso prestar atención.
Ante estos signos negativos de nuestro tiempo, ¿a qué se dedican (o a qué nos dedicamos) los teólogos protestantes? Salvando los casos salvables, a elucubrar sobre el alcance de la doctrina calvinista; a discutir si la mujer debe ocupar o no puestos de responsabilidad en la Iglesia, a condenar a quienes se identifican humanamente con el colectivo LGTB y defienden una eclesiología inclusiva; a investigar a escritores que se salen de los cauces oficiales, calificándoles de liberales y propiciando para ellos una pira crematoria en la plaza pública de los medios de comunicación, recuperando de esta forma el espíritu más ortodoxo de los inquisidores; a reflexionar acríticamente, o mirar hacia otro lado sobre la política, la corrupción y la injusticia social, haciéndose cómplices del poder establecido; a proponer, en resumen, una espiritualidad ultramundana, desarraigada del mundo real.
La misión más relevante de la teología es ahondar en los problemas que conciernen a los seres humanos.Para el cristiano, cuya identidad es, ante todo, seguir a Jesús, la tarea más urgente es hacer suyas las inquietudes y preocupaciones de su prójimo y contribuir positivamente a construir una sociedad más justa y equilibrada, aportando los valores del Evangelio como son la solidaridad, la justicia social, la tolerancia con los diferentes, el diálogo con los contrarios, la compasión con los desprotegidos, la misericordia con los enemigos, la generosidad con todos y el amor fraterno con toda la humanidad.


Fuente: Lupaprotestante, 2018.

jueves, 18 de enero de 2018

Martin Luther King, Jr. Pasión pastoral, vocación profética

Por. Carmelo Valencia, EEUU.
Este 15 de enero recordamos el natalicio de este pastor-profeta, que ya ha cobrado estatura universal por su compromiso y martirio. No olvidemos que el 4 de abril de 1968 fue vilmente asesinado, allá en Memphis. Se cumplen 50 años en esa fecha.
Al acercarnos, una vez más, a esta figura que convoca siempre al auto-examen y la búsqueda, quisiera enfocar en dos dimensiones que conjugan y definen el perfil y el ministerio de este afro-americano siempre vigente. Por un está lado su pasión pastoral y por el otro su vocación profética. Su ministerio de compasión amorosa encarna esos perfiles que lo definen como siervo de Dios.
Quisiera destacar estos perfiles ministeriales de Martin Luther King, Jr., reflexionando sobre dos lecturas recientes que rescatan esas dimensiones mencionadas, y reiteran la radicalidad del compromiso de Martin Luther King, Jr. por la justicia y su lucha existencial por ser consecuente en la ruta hacia su entrega total por la liberación plena de su pueblo afro-americano.
En el libro Stride Toward Freedom. The Montgomery Story (Boston: Beacon Press, 2010, 1-10), hay un capítulo en que abre la mente y el corazón de este pastor-profeta, con una transparencia y autenticidad admirable. El capítulo lo titula: Return to the South (Regreso al Sur). Relata que ha recibido la invitación para ser pastor en la Iglesia Bautista de la Avenida Dexter en Montgomery, Alabama. En el corazón mismo del sur racista y segregacionista. Por años Montgomery se consideraba la Cuna de la Confederación.
Otras invitaciones a pastorados en Massachussets y Nueva York también habían surgido. Había llegado el momento de considerar seriamente el llamado de la Iglesia Bautista en Dexter, Montgomery. Con mucha ansiedad y determinación predicó el “sermón de prueba”. Finalmente fue llamado en una elección congregacional por unanimidad. Entonces, surgía con fuerza el gran dilema de aceptar un pastorado en el Sur, con toda su turbulencia y conflicto, o irse a una cátedra de teología de uno de los seminarios prestigiosos que lo consideraban seriamente. En consulta con su esposa Coretta y con el resto de la familia extendida, optaron por los sacrificios y luchas que habría que enfrentar en el Sur. En septiembre de 1964 se movieron a Montgomery, Alabama. Los retos y desafíos de aquí en adelante lo llevaron a Martin Luther King, Jr. y su familia los en volvieron en un ministerio pastoral-profético que no pudieron eludir más. El resto lo conocemos bien.
El otro libro que he leído con suma atención es una antología de artículos editados, con una sólida introducción, por el amigo y hermano, Dr. Cornel WestThe Radical King. (Boston: Beacon Press, 2015). La división en cuatro partes, traza una trayectoria que presenta los ángulos más proféticos de Martin Luther King, Jr., su visión revolucionaria, resaltando su identificación con los pobres, su oposición a la guerra de Vietnam y su lucha contra un imperialismo global creciente.
Mi lectura de estos textos confirma ese perfil profético de Martin Luther King, Jr. que muchas veces ha querido ser domesticado o silenciado, incluso resaltando su postura no violenta, con un pacifismo inofensivo que nunca fue la postura de éste valeroso y militante promotor de la justicia del Reinado de Dios. Martin Luther King, Jr. fue un constructor de paz con una ética radical en su propia entrega martirial. Su vida y sacrificio confirman su tesitura espiritual y su predicación pastoral-profética nos muestran el perfil de un cristiano auténtico y cabal.
Quisiera resumir lo que he intentado plantear aquí con tres perspectivas que nos ayuden a comprender la trascendencia, importancia y vigencia de Martin Luther King Jr. en los conflictos y luchas que estamos enfrentando en Estados Unidos y en todo el mundo.
En primer lugar, la pasión pastoral y la vocación profética son dimensiones que se complementan. Su expresión más certera y pertinente es el ministerio del acompañamiento y el compromiso. Jamás una pastoral descomprometida, nunca una función profética sin promoción de la justicia y la paz.
En segundo lugar, es de vital importancia reconocer y entender que lo profético va de la mano con lo martirial. Es decir, somos testigos de un evangelio que se encarna y puede reclamar la entrega de nuestra propia vida.
En tercer lugar, como nos recuerda Abraham J. Heschel en su monumental y valiosa obra, The Prophets. (New York: HarperCollins, 2001, 5-6), el profeta es una persona que recibe una carga pesada de Dios. “La profecía es la voz que Dios ha prestado a la agonía silente”. Entonces, nos añade, Abraham J. Herschel: “Dios rige el mundo con justicia y compasión, o amor. Estos dos caminos no son divergentes, más bien complementarios, porque, es por la compasión que la justicia es administrada”. (280).
En su última predicación desde el Templo C.H. Mason, Iglesia de Dios en Cristo, Memphis, Tennessee, Martin Luther King, Jr. lo expresa con certeza: “Yo veo la tierra prometida”. Les comunica que como pueblo ellos poseerán la tierra prometida. El probablemente no llegue allí. Y con voz convincente (hay video) resume su ministerio: “Mis ojos han visto la gloria de la llegada del Señor”. (Salmo 121). Ha cumplido su misión.
¡Que este pastor-profeta nos siga alentando y animando en esta caminada hacia la plenitud del reinado de Dios y su justicia!


Fuente: Lupaprotestante, 2018

miércoles, 17 de enero de 2018

Martin Luther King, un hombre que dejó huella

Una de las figuras que marcaron el siglo XX para bien fue la del pastor evangélico Martin Luther King Jr. El 15 de enero de cada año se recuerda su figura, aunque en Estados Unidos siempre se dedica el tercer lunes del mes de enero a su conmemoración. Pastor evangélico y activista político, Premio Nobel de la Paz en 1964, Martin Luther King Jr. nació en Atlanta (Georgia) el 15 de enero de 1929. Fue pastor de la Iglesia Bautista Ebenezer en Atlanta, así como lo fueron su padre y su abuelo. Ya desde muy joven se manifiestó como un luchador nato por la defensa de los derechos de la población negra. Como presidente del Consejo Directivo de la Asociación de Cristianos del Sur se negó a emplear la violencia para conseguir estos objetivos, abogando por una resistencia pasiva. Esta actitud le hizo merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1964. Un año después lograba que en los estados sureños se abolieran algunas leyes discriminatorias con la población negra. Pero esto no significó que se consiguiera la igualdad a pesar de su intensa lucha. Un tiro asestado por James Earl Ray acabó con su vida en 1968 en Memphis.
EL BOICOT AL AUTOBÚS
King se graduó en la Morehouse College de la carrera de Sociología Bachiller de Artes B.A. en 1948 y del Crozer Theological Seminary con un B.D. en 1951. Recibió su Doctorado de Filosofía Ph.D. de Boston University en el año 1955.
En 1954, King fue elegido pastor de la Iglesia Bautista de Dexter Avenue en Montgomery, Alabama. Lideró en el boicot al bus de Montgomery en 1955, el cual empezó cuando Rosa Parks rehusó acatar la ley Jim Craw, que obligaba a las personas de color a ceder su asiento a personas blancas. La situación se volvió tan tensa que la casa de King fue atacada. El Dr. King fue arrestado durante esta campaña, la cual finalizó con la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos de separar los autobuses entre estados. Continuando con la campaña, en 1957 King participó en la fundación de la Conferencia Sureña del Liderazgo Cristiano (SCLC, siglas en inglés), un grupo creado para organizar el activismo por los Derechos Civiles.
MANIFESTACIONES EN TODO EL PAÍS
King continuó liderando la organización hasta su muerte, una posición criticada por el más radical y democrático Comité de Coordinación Estudiantil de la No violencia. El SCLC obtuvo esta afiliación principalmente de comunidades negras asociadas con iglesias Bautistas.
King fue un defensor de las filosofías de la no violencia y la desobediencia civil, usada satisfactoriamente en India por Gandhi, y aplicó esta filosofía a las protestas organizadas por el SCLC. King aplicó estos principios en la protesta no violenta contra el sistema racista conocido como Jim Craw. La respuesta racista desde diferentes entornos a las marchas pacíficas crearon una ola en pro de los Derechos Civiles en la opinión pública, lo que fue clave para la aprobacion de los Derechos Civiles a principios de la década de los Años 1960.
NOBEL DE LA PAZ  
MLK, Premio Nobel. El 14 de octubre de 1964, King se convirtió en el ganador más joven del Premio Nobel de la Paz, el cual le fue entregado por liderar la resistencia no violenta al fin de los prejuicios raciales en los Estados Unidos. En 1965 King empezó a expresar dudas sobre el papel de los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. En febrero y de nuevo en abril de 1967, King se expresó fuertemente contra el papel de los Estados Unidos en la guerra. En 1968, King y el SCLC organizaron la “Campaña de la Gente Pobre” en defensa de los derechos de los más desfavorecidos. La campaña culminó en una marcha en Washington demandando ayuda económica a las comunidades más pobres de los Estados Unidos.
ASESINATO DE M.L. KING
En la tarde del 4 de abril de 1968, King, de 39 años de edad, salió a tomar un poco de aire en un balcón del Hotel Lorraine, el único de Memphis que aceptaba negros. El predicador había ido a esa ciudad de Tennessee para apoyar una protesta de trabajadores de la limpieza. King, afectado por la depresión, ya había pasado la cima de su carrera y el movimiento de protesta pacífica se enfrentaba a la impaciencia de grupos más jóvenes que proclamaban el “poder negro” y bordeaban el recurso de la violencia. “Dios ha permitido que llegara a la cima de la montaña y desde allí he visto la tierra prometida”, dijo la noche anterior a su muerte King ante los fieles congregados en Mason Temple. “Y es posible que no vaya a la tierra prometida con ustedes”. Añadió: “Estoy feliz esta noche. Nada me preocupa. No temo a hombre alguno. Mis ojos han visto la gloria de la venida del Señor”, añadió.
LAS CONSECUENCIAS DE SU MUERTE
Una bala, disparada desde el otro lado de la calle, le penetró por la mejilla derecha y le alcanzó la columna vertebral. King murió poco después en el Hospital St. Joseph. El asesinato en el violento año de protestas que circundaron el mundo provocó disturbios en 125 ciudades de Estados Unidos en los que murieron 46 personas, 2.800 resultaron heridas y más de 26.000 fueron arrestadas. El hecho de que el hombre acusado, juzgado y condenado por el asesinato de King, James Earl Ray, muriese en 1998 en prisión tras negar su culpabilidad ha alimentado variadas teorías de conspiraciones que incluyen desde la mafia a grupos supremacistas blancos y diversas agencias del Gobierno. Los conceptos de desobediencia civil, resistencia y protesta pacífica encarnados por el pastor bautista King han marcado las bregas de figuras como el polaco Lech Walesa, la guatemalteca Rigoberta Menchú, los sudafricanos Desmond Tutu y Nelson Mandela, y en Argentina Adolfo Pérez Esquivel y las Madres de Plaza de Mayo. En 2012, el presidente de Estados Unidos Barack Obama inauguraba el Memorial de Martin Luther King, un monumento de piedra en el que se recuerda su vida y algunos de los mensajes más relevantes de su carrera.


Fuente: Protestantedigital, 2018.

martes, 16 de enero de 2018

Casiodoro de Reina: Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI

Por. Carlos Martínez García, México
Es una obra muy valiosa acerca del entorno, persona y obra de Casiodoro de Reina. El volumen llegó en los últimos días del año pasado, de inmediato me di a la tarea de leerlo cuidadosamente. La autora es Doris Moreno y tiene por título Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI (Sevilla, Fundación Pública Andaluza Centro de Estudios Andaluces, 2017). En la segunda de forros se informa que Doris Moreno es profesora de historia de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha investigado y publicado libros y numerosos artículos sobre la Inquisición española, la Compañía de Jesús y el apasionante mundo de los heterodoxos españoles de la época moderna, de los protestantes a las brujas pasando por los fenómenos de profecía y misticismo. Planea sobre todas estas temáticas un intenso interés por el estudio de la frontera entre ortodoxia y heterodoxia y entre tolerancia e intolerancia, su teorización y sus prácticas. Entre sus libros destacan: La invención de la Inquisición (Madrid, 2004) e Inquisición. Historia crítica (con R. García Cárcel, Madrid, 2000). Es coautora de Protestantes, visionarios, profetas y místicos: herejes (Barcelona, Ediciones de Bolsillo, 2005), libro que he querido conseguir, infructuosamente, desde hace algunos meses.  La obra que en esta ocasión comento es de miras amplias. Busca, y lo hace sobradamente, indagar sobre la trayectoria de Casiodoro de Reina más allá de su labor como traductor de la Biblia al castellano. Doris Moreno sitúa a Reina en su contexto histórico, cultural y religioso, de tal manera que el suyo es un acercamiento que incluye datos del personaje y al mismo tiempo describe muy bien las corrientes de pensamiento existentes en España, sobre todo en Sevilla, en las que abrevó el monje isidoro.
La autora reconoce el legado historiográfico de quienes han estudiado a Casiodoro de Reina y publicado sobre él, como Benjamin Wiffen y Edward Bohemer (quienes rescataron documentación), A. Gordon Kinder, Paul Hauben, José C. Nieto, Carlos Gilly, Rady Roldán-Figueroa. Cada uno de ellos ha contribuido para trazar con más detalles el perfil del pensamiento y obra de Casiodoro. Tal vez se debe a Arthur Gordon Kinder el mayor aporte para delinear la ruta intelectual y espiritual seguida por Reina desde sus años en el monasterio de San Isidoro del Campo, la salida de Sevilla para huir de las fuerzas inquisitoriales, las peripecias para ver en 1569 publicada su traducción de la Biblia y su apertura hacia teólogos considerados heterodoxos por calvinistas y luteranos. El verano pasado pude hacerme de un ejemplar del libro de Kinder, Casiodoro de Reina: Spanish Reformer of the Sixteenth Century (London, Tamesis Books Limited, 1975).
La obra de Kinder, más de cuatro décadas después de haber sido publicada, no ha sido traducida al castellano. Una vez que Casiodoro de Reina abrazó la fe evangélica en los últimos años que estuvo en el monasterio (salió de Sevilla hacia finales de 1557), tuvo disposición para ir construyendo una teología que tomaba contribuciones de distintos autores dentro del abanico protestante. Afirma Doris Moreno que él fue un hombre de fronteras: “en su tiempo de definición de ortodoxias, de ansiedades dogmáticas por definir claramente identidades confesionales frente a los oponentes en pugna, Casiodoro se alineó con todos aquellos que en nombre de la paz, la concordia y la unidad de los cristianos defendieron que las certezas dogmáticas que se podían desprender del texto bíblico eran en realidad pocas, mientras que el terreno de lo interpretable era extenso. Y en el campo de lo interpretable los criterios que debían regir eran el amor cristiano y la paz con el sermón del monte del Evangelio de Mateo como estándar de conducta moral. Por ello mismo, las diferencias teológicas o dogmáticas en el seno de una comunidad, en última instancia, solo debían merecer disciplina religiosa, en ningún caso castigo corporal”.
En algunas secciones la historiadora hace ejercicios de imaginación, las llama ficciones “aposentadas sobre la realidad del espacio y el tiempo”, que anteceden la presentación del material basado en fuentes y esto permite que lo imaginativo sea un recurso literario factible donde se presentan las disyuntivas del personaje en distintas circunstancias. Una cuestión es asegurar que las personas, dudas y convicciones no surgen en un vacío histórico, y otra hurgar en el contexto donde se desenvolvieron para comprender la influencia del mismo en la forja de inquietudes y nuevos horizontes por parte de colectivos y personas. Doris Moreno realizó una ágil reconstrucción de lo que denomina “el entorno sevillano” en el cual vivieron Casiodoro de Reina y otros monjes isidoros que huyeron de territorio sevillano con la idea de asentarse en otras partes de Europa donde pudiesen vivir libremente su fe evangélica.
A los 26 años, en 1546, Casiodoro ingresó en el monasterio de San Isidoro del Campo. Para entonces Sevilla era un hervidero comercial y de ideas, que tenía pobladores de muy diversos trasfondos. La ciudad contaba con aproximadamente cien mil habitantes y el intercambio de imaginarios era intenso. Fue la existencia de intensas corrientes espirituales, que implicaban deseos de renovación de una religiosidad anquilosada, el terreno fértil en donde se dio bienvenida a críticas y propuestas como las de Erasmo. Acierta Doris Moreno cuando observa que en España “las ansias de una reforma de la Iglesia eran compartidas por muchos cristianos y de ahí la extraordinaria recepción de la devotio moderna flamenca y de Erasmo de Rotterdam […] Desde la segunda década del siglo XVI muchos sevillanos, y entre ellos muchos conversos, habían leído con gusto y devoción las obras de Erasmo, con su rechazo al fariseismo clerical o a las devociones supersticiosas y, sobre todo, su reivindicación de un cristianismo éticamente renovado”. El “hervidero” de ideas en Sevilla, la forja de un erasmismo en sectores universitarios y del clero, la consolidación del movimiento de los alumbrados y las repercusiones en España de la Reforma protestante (de la que se enteraron no pocos mediante el contrabando de libros y reportes de españoles que por sus viajes conocieron del movimiento), fueron cruciales para fertilizar núcleos como del que formaba parte Casiodoro de Reina en el monasterio sevillano. La incidencia de las anteriores corrientes entre los monjes tuvo resultados que traza Doris Moreno en su obra, a los cuales intentaré referirme en la próxima entrega.


Fuente: Protestantedigital, 2018.

sábado, 13 de enero de 2018

Martin Luther King y el sueño de un mundo de justicia

Por. René Padilla, Argentina
C. René Padilla
Desde 1968, el tercer lunes de enero de cada año en los Estados Unidos se celebra con un feriado nacional el Día de Martin Luther King Jr. Habiendo nacido en la ciudad de Atlanta el 15 de enero de 1929, este pastor bautista de raza negra, movido por el poder del amor se transformó en el ícono de la lucha en pro de los derechos humanos de los negros.
Sus trece años de activismo fueron años de intenso sufrimiento: las prisiones, los insultos, las calumnias, los maltratos y las amenazas de muerte fueron su cruz de cada día. Fue encarcelado veintinueve veces y la FBI lo calificó como “el negro más peligroso… de la nación”. Finalmente, el 4 de abril de 1968 una bala asesina le arrancó la vida en un balcón de un motel en la ciudad de Memphis, cuando tenía apenas treinta y nueve años de edad.
Paradójicamente, ya en octubre de 1964 se lo había honrado con el Premio Nóbel de la Paz, el más joven de todos los que habían recibido ese tributo, ya que solo tenía treinta y cinco años de edad. Y después de haber sido asesinado, cada tercer lunes de enero todo su país rememora su legado y celebra su vida dedicada a la lucha por la igualdad racial y la justicia para todos. Esa lucha era motivada por el ideal cristiano que él sintetizó en su memorable discurso pronunciado ante una multitud de 250.000 personas (negras y blancas, ricas y pobres) que participaron en la “Marcha sobre Washington por el Trabajo y la Libertad”, a la sombra del monumento a Abraham Lincoln en la capital estadounidense. Haciendo uso de la elocuencia desarrollada en el púlpito de la Iglesia Bautista que pastoreaba, King describió el sueño que compartía con millones de afroamericanos como él: el sueño de un mundo caracterizado por la justicia para todos, un mundo de justicia y libertad donde todos fueran respetados como hijos de Dios creados a su imagen y semejanza, sin distinción de raza, nacionalidad, clase social o credo.
Aunque esa aspiración suya estaba vinculada con la tradición liberal y democrática de su propio país, definida en la Declaración de independencia y en la Constitución Nacional, jamás podremos entender su valiente lucha si no damos la debida atención a sus raíces bíblicas. King no fue principalmente un defensor de los derechos civiles de los negros: fue un pastor evangélico con profundas convicciones cristianas, dispuesto a morir, no por un ideal liberal y democrático como tal, sino por el prójimo como criatura de Dios, fuese quien fuese. Fue por eso que con tanta vehemencia desafió a sus conciudadanos a desarrollar una perspectiva global, a ver que “el sueño (norte) americano” no puede realizarse aparte de ese “sueño más amplio de un mundo de fraternidad y paz y buena voluntad.” Como alguna vez dijo: “Tenemos que aprender a vivir juntos como hermanos, o pereceremos juntos como necios. Tenemos que llegar a entender que ningún individuo puede vivir solo; que ninguna nación puede vivir sola.”
La motivación fundamental de King fue el amor cristiano, el amor-entrega. Si algo demuestra la lectura de sus escritos, es que él consideraba que el amor es la fuerza más grande para la transformación personal y social. A la vez, estaba convencido de que para que los sueños dejen de ser meros sueños, el amor tiene que traducirse en acción no violenta en pro de cambios sociales concretos. Por eso, en colaboración con otros pastores negros, en enero de 1957 organizó la Conferencia de Líderes Cristianos del Sur (SCLC) para lograr “los plenos derechos como ciudadano, la igualdad y la integración del negro a todos los aspectos de la vida americana.” Pero es claro que para King la segregación racial no era solamente un problema político, sino un problema moral. Desde su óptica, por lo tanto, los políticos segregacionistas eran culpables de destruir la fibra moral de la nación, y las iglesias que no se oponían abiertamente a la segregación negaban con los hechos la autenticidad de su compromiso cristiano.
Tristemente, la nación que hoy celebra a Martin Luther King Jr. como héroe nacional sigue invirtiendo millones, billones y trillones en armas “para mantener la paz.” Mientras tanto, el presupuesto para los programas de ayuda social ha sido drásticamente recortado y el déficit fiscal ha llegado a sus niveles más elevados. Y, a pesar de todos los logros obtenidos mediante la lucha promovida por el movimiento del cual King formó parte a favor de las minorías étnicas en el campo político y legal, su sueño sigue siendo nada más que un sueño no sólo en los Estados Unidos sino prácticamente en todos los países alrededor del mundo con respecto al reconocimiento de la igualdad de derechos de todos los seres humanos, sin el cual no hay posibilidad de la realización del hermoso sueño de un mundo de justicia y libertad para todos. Sin lugar a dudas, el legado de lucha de Martin Luther King contra el lamentable déficit de igualdad en su país es un llamado a la acción para quienes vivimos en los países latinoamericanos donde se violan a diario los derechos no sólo de los negros sino también de los pueblos originarios.

Fuente: El blog de René Padilla, 2018.