Por Jaume
Triginé, España*
Periódicamente
se reabre el debate teológico acerca de la doctrina de la predestinación y del
libre albedrío. Suele plantearse en términos dicotómicos o excluyentes. La
elección divina como cortapisa a la libertad humana, que queda reducida a mero
enunciado teórico, ya que Dios es entendido como una causa de índole determinista
puesto que nada escapa a sus decisiones soberanas. Por otro lado, la libertad
es considerada como la capacidad del ser humano para elegir y tomar sus propias
decisiones, al margen de los condicionamientos de la existencia. Demasiado
optimismo.
A la
luz de la evolución teológica de los últimos dos siglos y de las ciencias
humanas (especialmente la antropología, la biología, las neurociencias
cognitivas, la psicología…), ¿no ha llegado la hora de sustituir esta visión
dicotómica por la idea de un continuum o de polaridad ontológica como
preconizaba ya Paul Tillich? De la misma forma que la física busca explicar las
diferentes leyes, principios, constantes… de la naturaleza mediante una teoría
unificada (la denominada Teoría del Todo), quizá debamos actuar de modo análogo
frente a determinados presupuestos teológicos si pretendemos hacer comprensible
y creíble a nuestros contemporáneos (y quizá a nosotros mismos) nuestras
convicciones.
El
debate tradicional conduce con frecuencia a una especie de callejón sin salida
ya que, en palabras de Paul Tillich, «se desarrolla a un nivel secundario con
respecto al nivel en el que yace la polaridad de libertad y destino». No es
contrario a la razón ni a las aportaciones de las distintas ramas del saber
asumir que en la experiencia humana se da un elemento determinista, en forma de
plurales condicionamientos, y un elemento de libertad, específico del ser
humano. El simple cambio semántico (predestinación por determinismo abierto
y libre albedrío por libertad condicionada) empieza a clarificar
conceptos y a sustituir los planteamientos excluyentes por una visión más
integradora.
El
destino al que hace referencia el teólogo alemán no debe ser entendido como una
fuerza desconocida (hado) que obra de modo fatalista sobre las personas, sino
como su situación en el mundo, del que forma parte. No es un extraño poder que
determina los acontecimientos, sino la base de la libertad que, a su vez,
participa en la configuración del destino.
Ser
creados significa ser contingentes, limitados, finitos… No podemos sustraernos
a los múltiples condicionamientos que nos determinan en mayor o menor grado.
Así, podemos hablar de condicionamientos genéticos que se hallan en la
base de ciertos rasgos de personalidad y de sus conductas. Existen condicionantes
biológicos que incluyen la constitución física, las respuestas hormonales,
la salud o la enfermedad… Desde Sigmund Freud, conocemos el poder del inconsciente
y cómo muchas de nuestras conductas obedecen a este mundo interior desconocido.
Tampoco podemos sustraernos a los condicionamientos ambientales y culturales.
El ser humano nace incompleto e inmaduro y debe completar su desarrollo tras el
nacimiento. El medio ambiente inhibe o actualiza potencialidades innatas. Los
modelos parentales, la educación, el sistema de valores imperantes… terminarán
por configurar una estructura final de personalidad. También debemos tener
presentes los condicionamientos sociológicos y económicos. Quienes
trabajan en servicios sociales saben que el actual modelo neoliberal genera
muchas diferencias y mucha exclusión social y que esos condicionamientos acaban
determinando la forma de vida de los afectados.
Todo
ello nos induce a preguntarnos: ¿Estamos radicalmente predestinados? ¿Nuestra
realidad personal e histórica se halla completamente determinada por los
múltiples condicionamientos de la existencia? ¿Es posible emplear diferentes
registros del lenguaje (literal, simbólico…) a la hora de explicar el concepto
de predestinación? En la física tradicional, parecía que todo en el universo se
hallaba predeterminado a partir de las leyes de mecánica clásica. Con la física
cuántica aparece el concepto de incertidumbre que pasa a formar parte de la
realidad y cobran sentido nuevas preguntas: ¿El principio de incertidumbre y la
falta de previsibilidad abonan la posibilidad de decisión? ¿Existe realmente el
libre albedrío? ¿Queda espacio para la libertad?
Para
las neurociencias, nuestro cerebro no hace otra cosa que obedecer las leyes de
la física (percepción/acción) y de la bioquímica neuronal, por lo que la
libertad queda seriamente en entredicho. Con todo, no hay completa unanimidad
frente a este modelo reduccionista y voces de prestigiosos investigadores
postulan la capacidad (si bien no absoluta) para escoger, conscientemente, una
alternativa entre varias opciones.
El
profesor Joaquín M. Fuster, pionero de la neurofisiología de la cognición,
señala que «la polémica sobre la existencia o no del libre albedrío como un
todo o nada es algo puramente académico». La libertad humana es limitada y
condicionada; sujeta a graduación. Solo Dios posee una libertad incondicionada.
Nuestra libertad participa, inevitablemente, de las características de la
finitud. Ahora bien, a pesar de los condicionamientos que la encorsetan,
hablamos de libertad en el ser humano en la medida en que este:
- Puede ir más allá de la realidad inmediata y construir estructuras imaginarias que dan lugar a la tecnología, al arte en sus diversas formas, a la filosofía y la cultura, en su sentido más general. La libertad de crear.
- Puede elaborar principios éticos como son los patrones de comportamiento moral en el ámbito de la familia y la sexualidad; en el mundo del trabajo, en el comercio y los negocios; en las relaciones sociales… La libertad de actuar de un determinado modo. Libertad y responsabilidad son inseparables en este supuesto. De no existir la libertad, ¿podría un delincuente ser juzgado por actos en los que su voluntad no intervino? La libertad permite sopesar argumentos y motivos y tomar decisiones responsables.
- Tiene el poder de deliberar y decidir más allá de los mecanismos de estímulo y respuesta del mundo animal y escoger, frente a un determinado estímulo, la respuesta más idónea. La libertad como elección. Somos libres en la medida en que el cerebro dispone de la potencialidad de realizar una u otra opción. De no poseer el ser humano esta posibilidad de escoger habría sido una cosa más entre las cosas, no una persona.
La
teología actual, apoyada en las diversas ciencias humanas, permite erradicar
polémicas, hoy innecesarias. Conceptos aparentemente opuestos como el
determinismo y la libertad pueden ser incorporados en un modelo integrador. No
hace falta enfrentar a Juan Calvino con Jacobo Arminio.
Cuando
situamos los conceptos en un plano dialogal, determinismo, destino… no designan
algo contrario a la libertad ni el libre albedrío puede desentenderse de los
condicionantes de la existencia. Como nos recuerda Paul Tillich, «la libertad
en polaridad (diálogo) con el destino constituye el elemento estructural que
hace posible la existencia». Es en esta tensión vital (la libertad en un
proceso dialéctico con sus condicionantes) que acontece el devenir humano, como
una unidad de libertad y de destino.
*Jaume
Triginé.
Licenciado en Psicología por la Universidad de Barcelona. Articulista y autor
de LA IGLESA DEL SIGLO XXI ¿CONTINUIDAD O CAMBIO?, de ¿HABLAMOS DE DIOS?
TEOLOGÍA DEL DECÁLOGO y de ¿HABLAMOS DE NOSOTROS? ÉTICA DEL DECÁLOGO.
Fuente: Lupaprotestante, 2015.
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