Por Emilio
Monti, Argentina
LO
QUE DIOS HACE
Las
puertas de la Iglesia.
Estos
ministerios tienen que expresarse orgánicamente en la estructura misma
de la Iglesia. Sin embargo, debemos dejar bien en claro desde el principio,
que aunque la evangelización es una tarea de la iglesia, la conversión de
la persona y la renovación constante de la comunidad creyente, es una
acción del Espíritu de Dios por Jesucristo. “La evangelización no es lo que
nosotros hacemos con el evangelio, sino lo que Jesucristo mismo hace con
nosotros (D. T. Niles).
Así
la evangelización no es lo que nosotros hacemos con el evangelio, sino lo
que Jesucristo mismo hace, a través de la adoración (liturgia), del
mensaje (kerigma), de la comunión (koinonia) y del servicio (diaconía) de la
iglesia, para salvar y liberar a los seres humanos.
Me
gusta pensar que cada unos de estos ministerios son diferentes “puertas”
(“cuatro” para usar un “número bíblico”) por las cuales las personas pueden
“entrar” en la relación con Jesucristo y su comunidad con la fe. Pueden hacerlo
por una u otra puerta. Pueden tener diferentes motivos, egoístas o solidarios.
Pueden sumirlo con mas o menos entusiasmo y compromiso. Pero no importa, pues
nuestra tarea evangelizadora es precisamente “incluirlas” y ayudarles a
encaminarse, desde donde están, hacia una relación de fe mas plena con
Jesucristo, y acompañarles en un creciente compromiso con la vida y la misión
de la Iglesia.
1.
Adoración
(“liturgia”)
Seguramente,
la “puerta” mas obvia es el culto, el acto de adoración y alabanza en el que
celebramos y anunciamos nuestra experiencia de fe en comunión. La importancia
del culto reside en el hecho en él que esta presente, como en un paradigma,
todo lo que hace a la vida y misión de la Iglesia. El culto es tan importante
para las personas creyentes, que se les hace difícil imaginar que podría haber
una Iglesia sin culto. Por esta razón, lo primero que normalmente se hace,
cuando una persona muestra interés, es “invitarla al culto”. Muchas personas se
han acercado así a la Iglesia. Aun más, muchas personas se han acercado aunque
no haya mediado una invitación, al menos de manera inmediata. Suelen
explicar que es por “curiosidad” o porque les gusta ver el templo o
escuchar la música o ver que dice el “orador”. En encuestas que hemos realizado
entre aquellas personas que entraron alguna vez a un culto y se quedaron, un
alto porcentaje lo explica diciendo que fue porque “se sintieron bien”. Esto
coincide con encuestas hechas a diferentes iglesias, de distintas tradiciones
en la práctica del culto.
Esto
es así porque el culto es, en si mismo, un testimonio. Sin embargo, me podrán
decir que hacer que la persona pueda “sentirse bien” no es la misión de la
Iglesia, y que mucha gente puede sentirse muy “cómoda”, lo que no significa que
viva a experiencia de la fe. Acepto que esto es cierto, y podría decir aún más.
Cuando somos enfrentados con el juicio de Dios que nos llama al
arrepentimiento, lo sabemos por experiencia, no nos sentimos precisamente
“bien”, y mucho menos “cómodos”, al menos en el sentido corriente de los
términos.
Pero
por lo mismo, es precisamente allí donde debe aparecer la acción evangelizadora
de la Iglesia. En la práctica hemos encontrado que quien entra a un culto, por
la razón que fuere, es “porque algo está buscando”, atraído por el testimonio
de la comunidad. Es nuestra responsabilidad recibirles y mostrarles que
significa “sentirse bien” en el sentido profundo que tiene para quien sabe que
ha encontrado a su Salvador. Evangelizar es acompañar a quien se ha acercado a
nuestro culto, para que se acerque a Jesucristo; para que “viva” la experiencia
de la salvación y de la plenitud del Espíritu de Dios, mas allá del
“sentimiento” estético de una liturgia, o del placer afectivo de una comunidad
reunida, o del aprecio por la coherencia racional de un mensaje.
Este
es un aspecto muchas veces olvidado de la evangelización. No nos damos cuenta
que hacer que la persona se sienta bien en nuestro culto, es un principio de la
acción evangelizadora. Que la persona se sienta bien es ya la obra del
Espíritu. Nuestra tarea es crear las condiciones favorables para que esto pueda
suceder, casi como un “rito de iniciación” en el camino del discipulado. Sin
embargo, rara vez se asume seriamente esta tarea, lo cual es uno de los motivos
de la queja tan frecuente de que la gente “entra a la Iglesia por el portal del
frente y se nos va por la puertita del fondo”.
2.
Mensaje
(kerigma”)
Nos
movemos, ahora a la “puerta” de la proclamación del mensaje o predicación, cuya
importancia reside en su carácter profético. Este es un fuerte énfasis de la
una larga tradición evangélica, que por algo coloco el pulpito en el centro de
sus capillas. El tal la importancia que se le da a la predicación en la tradición
evangélica, que se llega a pensar que es suficiente; que basta conseguir que la
persona escuche el evangelio y el Espíritu hará el resto. Entonces hay que
procurar tener un “buen predicador”, que haga “llamados convincentes”, y atraer
a un “gran auditorio”, para ser más efectivos. Más todavía, como no siempre el
culto da para tanto, entonces es importante realizar campañas, cruzadas,
festivales o cualquier otra actividad que atraiga. En ellas se hace el uso más
eficaz posible de todos los medios disponibles, enriquecidos ahora con los
grandes avances tecnológicos.
Ciertamente
esto da sus resultados y está bien, pues “como podrán ori si no hay quien les
predique” (Romanos 10.13-14). Además, así se produjeron los grandes
“avivamientos” en distintos épocas. Pero como en el caso del “sentirse bien”,
se puede objetar que tampoco el venir a escuchar a un predicador que “predica
lindo” o apreciar un “lindo espectáculo”, es garantía de haber aceptado el
evangelio. Cuanta gente pasa por la Iglesia y cuantos mas por las grandes
campañas o festivales, como simples “espectadores”. Acepto esta objeción y
agrego aun mas. Por una parte, limitándose a esto se corre el riesgo de hacer
de la Iglesia una mera “empresa de comunicación”, en el peor sentido de la
palabra. Por otra parte de suele proceder como si la conversión fuese un acto
de magia, que se justifica diciendo que se deja “que el Espíritu obre”. El
resultado mas frecuente, si todo termina allí, es que quien recibe el mensaje
(ambiguo por su indispensable generalización y simplificación mediática), sin
la mediación de la comunidad, termina interpretando y aplicándolo según su buen
parecer.
Pero,
por la misma razón, es precisamente aquí donde se debe poner en práctica la
acción evangelizadora de la Iglesia, tomando el interés manifestado en un
momento de decisión como un paso de “iniciación” en el camino del discipulado.
Evangelizar es llamar a la decisión, exorando y enseñando el sentido que el
mensaje tiene para la vida, dando contenido al seguimiento de Jesús como novedad
de la vida redimida. Es nuestra tarea mostrar que mas allá del “espectáculo”,
el evangelio es fundamentalmente Palabra de Vida que se debe “dramatizar
“cotidianamente (en el sentido que el termino tiene cuando hablamos de en “los
hechos, drama o praxis de los apóstoles”).
Es
por esto que me animo a afirmar que la “evangelización personal” es un
modo que nunca puede faltar. Como ya lo hemos mencionado, en encuestas
hechas a personas que han permanecido en la fe, la relación personal es
preponderante. En los relatos de “historia de fe” (a pesar de la
diversidad de tipos de experiencia, de países y épocas, y de tradiciones
culturales y eclesiales), siempre aparecen una o mas personas que mediaron con
sus testimonios en momentos de expectativa, necesidad o crisis. Por lo
general, estos testimonios son de familiares, amigos o llegados, y mas
espontáneos que planificados. El testimonio personal, como la enseñanza,
la exhortación mutua (que es una “predicación privada”), el consejo,
la oración, son parte del “ministerio de la Palabra”, que constituye la
proclamación, predicación o anuncio del evangelio.
3.
Comunión
(“koinomía”)
La
“puerta” mas común en nuestras comunidades es la de la “comunión” (la
redundancia no es casualidad), normalmente unida al culto. Hemos tenido la
posibilidad de comprar muchas encuestas, en diferentes iglesias, en varios
países, con la diversidad cultural y social, sobre la permanencia de las
personas en la comunidad. En todas ellas, como una constante, entre el sesenta
y ochenta por ciento de las personas encuestadas dicen haber entrado y
permanecido en la comunidad de la Iglesia, atraídas por la “comunión”
experimentada en ella. En las respuestas se mencionan la “compañía” en momentos
de soledad, el “consuelo”, el “apoyo” y la “orientación”; pero, sobre todo, el
haber encontrado una verdadera “familia” que muestra el carácter de estos lazos
comunitarios. En nuestro medio, viviendo como minoría en una sociedad hostil,
este sentido de comunión se intensifico, convirtiéndose en una necesidad
existencial y social para sobrevivir. Por la misma razón, muchas veces se cedió
a la tentación de encerrarse, o se cayo en el error de identificar la “vida
cristiana” con el “participar de la vida de la comunidad”.
Esto
es muy importante, dado que señala un aspecto fundamental de la naturaleza de
la Iglesia. El espíritu de “comunión” en Jesucristo es lo que constituye a la
Iglesia como “comunidad creyente”, como “pueblo de Dios” y “cuerpo de Cristo”.
Sin embargo, como en los casos anteriores, se puede objetar que tener “espíritu
de cuerpo”, satisfaciendo una necesidad personal o comunitaria no es
necesariamente tener “comunión en el Señor”. Hay tantas personas que vienen a
la Iglesia para suplir una necesidad, y desaparecen cuando ha quedado
satisfecha o consideran que no lo será. Tantas veces las reuniones de la
iglesia no pasan de ser un “encuentro social”. Además, agrego, hay muchos
grupos de autoayuda que bien pueden hacer lo mismo y con mayor eficacia, dado
que están especializados en necesidades especificas (a los cuales muchas veces
se ha considerado como “competidores”)
No
negamos la validez de tales objeciones, pero volvemos a insistir que este es el
momento para la acción evangelizadora. Evangelizar es hacer evidente el amor de
Dios manifestado en Jesucristo, en la comunión de su Espíritu, en la vida misma
de la comunidad mas que con palabras. Es dar señales de que no se trata de un
grupo reunido por mera “amistad” (a veces eso es justamente lo que falta), sino
de una comunión en Jesucristo, “creador de amistad” (Juan 15.12-14). Es dar
señales de ser una comunidad que quiere vivir dándose por las demás personas,
como su Señor lo hizo en la cruz, y no meramente satisfacer sus necesidades
personales.
La
vida en comunión es un medio indispensable para la acción evangelizadora,
puesto que es parte constitutiva de la naturaleza propia del evangelio que
predicamos. Por lo mismo, la comunidad es un ámbito apropiado para la
“iniciación” y el crecimiento en el camino del discipulado. Consecuentemente,
para ser una comunidad evangelizadora es necesario ser una “comunidad abierta”
o “amigable”. Una comunidad es “amigable” cuando recibe sin discriminaciones ni
intimidaciones personales, sociales o culturales; cuando responde a las
necesidades
y expectativas de la gente, hablándoles en su propio lenguaje (en el sentido más
amplio); cuando no tiene temor de compartir la conducción de la vida y misión;
cuando, en fin, es fiel a su Señor Jesucristo, quien vino a salvar a toda la
gente.
4.
Servicio
(”diaconía”)
La
“puerta” del servicio en cuanto a la presencia y compromiso social y
comunitario, pareciera ser la mas viable. Las necesidades son tantas que basta
con que se pueda responder mas o menos bien a cualquiera de ellas, para tener
“éxito”. Por otra parte, las tareas de servicio son de tal carácter que puede
contar fácilmente con la colaboración de cualquier persona movida por un
espíritu solidario. Incluso, si se da el caso, se puede contratar, fuera de la
comunidad, a personas especializadas para realizar la tarea. De hecho, muchos
contactos y relaciones con la Iglesia se iniciaron con la participación en
tareas comunitarias, tanto entre las personas que reciben el servicio, como
entre quienes se han acercado para colaborar.
Por
todo lo dicho, se suele objetar que esta puede ser la “puerta fácil” de la
misión.
De
hecho, se señala que muchas veces se han organizado tareas de servicio para
suplir otras carencias de la misión; manejándolas como lo haría cualquier otra
organización de servicio o acción social. Por lo cual, se alega que el
participar de una obra de servicio comunitario, como se podría hacerlo en
cualquier organización social, sea como beneficiario o como colaborador, no
significa necesariamente compartir la fe. Otras personas, con otros criterios,
van mas lejos y se preguntan cuantas de aquellas personas que pasan por las
obras sociales de la Iglesia quedan realmente en la comunidad de fe.
Aceptamos
estas objeciones y los riesgos involucrados. Es claro que la Iglesia no puede
ser meramente una “sociedad de beneficencia”, ni siquiera un grupo de “protesta
social”, tampoco puede ser una técnica para “ganar miembros”. Con todo, a pesar
de sus riesgos, esta área de la misión tiene un carácter inclusivo que favorece
en forma particular la acción evangelizadora de la iglesia. Evangelizar es
servir, en obediencia al mandato claro de Jesús (Juan 13.13-15), declarando en
nombre de quien se sirve. Es expresar el amor a todos los seres humanos, en
respuesta al amor recibido del Señor (Mateo 25.37-40). Es cumplir, mediante la
acción, el propósito del servicio cristiano, que no es solo resolver problemas específicos
e inmediatos, sino alcanzar la plenitud de la vida. Es asumir una presencia y
compromiso como comunidad, como sociedad y como pueblo. Es procurar el
mejoramiento de las condiciones de la vida y de todo cuanto promueva la cultura
y el bienestar general. Es, en fin, proclamar la plenitud de vida en
Jesucristo, como servicio activo en nombre del Señor.
Debemos,
pues, asumir el servicio como una dimensión fundamental de la misión de la
Iglesia y, consecuentemente, como una parte importante e irrenunciable de
nuestra tarea evangelizadora. El servicio no puede ser una tarea optativa o
complementaria de la misión, reservada a un “grupo de interés”. Además, la
evangelización como la adoración, la proclamación y la comunión es la tarea de
toda la comunidad, sea por la tarea personal o mediante la acción organizada.
Detrás de una tarea de servicio, debe haber siempre una comunidad de fe que la
sostiene en todo sentido.
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PUERTAS DE LA COMUNIDAD DE FE | PARTE 3
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Fuente:
Cordialmentepxg
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