Por. Pedro Alamo, España
Paul Tournier, desarrolló un nuevo enfoque de la
medicina en el que gran cantidad de médicos de distintas disciplinas se han
inspirado para llevar a cabo su trabajo. A Paul Tournier le interesaba la
medicina, pero centraba su atención en la persona, en sus necesidades, en su
entorno, en su alma…, y no solamente en los síntomas que afloran y evidencian
que algo no funciona bien. Así, vio necesario desarrollar una terapia que
afecte al ser humano de una forma integral, en la que cabe la atención médica,
psicológica, espiritual… Entre médico y paciente se establece un vínculo vital
para compartir sensaciones, experiencias, información…
La medicina de la persona ha venido a ser un
instrumento eficaz, con una base científica, filosófica, psicológica,
sociológica y teológica.
El ministerio pastoral de nuestros días se enfrenta
a una serie de problemas y peligros que hay que hacer aflorar para buscar
propuestas y soluciones eficaces en medio de la sociedad tan compleja en la que
estamos inmersos.
Podríamos mencionar, primeramente, el peligro del
paternalismo. Se trata de personas que dicen a los demás lo que tienen que
hacer en lugar de enseñarles a pensar para tomar decisiones, les solucionan los
problemas en lugar de ayudarles a afrontarlos, les tratan como a niños en lugar
de guiarlos a comportarse como adultos responsables… Para muchos miembros de
Comunidades cristianas, el pastor o el sacerdote se convierte en una especie de
“dios” al que hay que obedecer ciegamente.
Otro peligro es el de la institucionalización. El
error aquí está en considerar que la Iglesia es más importante que las personas
que la integran. La denominación y sus normas están por delante del individuo o
de la familia. Esto lleva al pastor a convertirse en un “político” al servicio
de la institución.
Un tercer peligro es el de la profesionalizacion.
Con esto no quiero decir que el pastor no tenga que ser un excelente
profesional; por supuesto que ha de serlo. El error que quiero señalar está en
que al desarrollar la profesión, se puede convertir en rutina la relación con
los miembros de la Comunidad, se produce un distanciamiento respecto a las
personas en aras de la competencia cualificada, se trabaja solo con los que
pueden aportar o son “productivos” mientras se desampara a los mediocres o a
los que representan un lastre para la iglesia… Así, el ministerio se convierte
en un mero trabajo, como cualquier otro y llega a ser frío, distante, sin alma.
También está el peligro de la manipulación y el
dominio sobre los demás. El problema está aquí cuando el pastor cree ser más de
lo que realmente es. El pastor es un siervo de Dios, no un rey, no es un
directivo de una multinacional que ejerce dominio sobre los demás. El pastor
sirve al pueblo sin usar a otros para sus propios intereses. Aquí cabe
mencionar el poder del miedo y la amenaza que, en las sociedades más modernas,
ha ido perdiendo su efecto gracias al alto grado de libertad que se respira. En
el polo opuesto de este peligro que apuntamos estaría el interés de contentar a
todo el mundo.
Existe, además, el peligro de la secularización. El
problema está aquí en relativizar hasta el extremo las Escrituras por la
influencia humanista de nuestros días. Ya no hay verdades absolutas, se
cuestionan las doctrinas fundamentales que han pervivido durante siglos de
cristianismo, intentando humanizar el mensaje de Dios. El concepto de pecado se
hace relativo, el de la justicia de Dios se infravalora poniendo el énfasis en
la gracia y el amor. No digo que no haya que revisar el pensamiento cristiano y
reestudiar los textos, reinterpretarlos y adaptarlos a nuestro contexto
sociocultural; me refiero a llevar esto a un extremo.
Otro peligro es el del elitismo. Se trata de ser
benevolentes o aduladores hacia un sector de la iglesia, de manera especial
hacia aquellos que tienen el poder económico en la Comunidad. Al pastor o al
sacerdote, para desarrollar correctamente su ministerio no le debe importar lo
abultada que pueda ser la cuenta bancaria de los miembros de la iglesia, sino
que ha de tratar a todos por igual, independientemente de su nivel cultural,
estatus social o poder financiero. El miedo puede atenazar al pastor e
impedirle tomar las decisiones adecuadas para no ser boicoteado, criticado,
señalado y que todo ello le lleve a perder su trabajo.
Aunque hay muchos más, mencionemos, por último, el
peligro de la tecnificación. Aquí, lo importante es la tecnología que sustituye
a la relación personal entre el pastor y los miembros de la Comunidad.
Imaginemos que las iglesias decidieran dejar los lugares de culto y plantearan
tener encuentros por videoconferencias, comunicarse por WhatsApp, Skype, email
o a través de las redes sociales… Parece una exageración, pero no lo es. Cada
vez tenemos menos reuniones comunitarias, ya no es importante el culto de
alabanza o el sermón, ni siquiera la oración o el estudio bíblico y se deja de
asistir sin ningún problema de conciencia; sin embargo, el concepto de ekklesia
que surge del Nuevo Testamento tiene que ver con asamblea, con congregación,
con reunión del pueblo de Dios. La tecnología es sumamente valiosa si la
ponemos al servicio del Reino de los cielos, pero puede convertirse en un
lastre si llega a despersonalizar las relaciones humanas.
Por todo ello, la Escritura insiste en las
cualidades pastorales de aquellos que aspiran a un ministerio centrado en la
persona (1 Tim 3; Tit 1). Las características que aparecen en el texto podemos
entenderlas en términos relacionales; es decir, el tipo de relación que el
pastor es capaz de establecer con los miembros de la Comunidad cristiana y con
la sociedad en general.
El profeta Ezequiel lanza un mensaje terrible contra
los pastores de Israel por no haber cumplido su ministerio y es Dios el que
decide juzgar lo que han hecho y librar a las ovejas de semejantes pastores (Ez
34). A partir de este texto podemos ver que el ministerio pastoral está
centrado en la persona: apacentar, fortalecer a las débiles, curar a la
enferma, vendar a la que tiene daño físico, traer al redil a la descarriada,
buscar a la perdida, no castigar ni violentar… Esta descripción, en negativo (a
fin de cuentas es lo que denuncia el profeta), es terrible y Dios sentencia con
juicio severo.
El ministerio pastoral centrado en la persona tiene
que ver con buscar los intereses de cada miembro de la comunidad, su
estabilidad emocional, su salud física, su desarrollo interior, su crecimiento
espiritual…; tiene que ver con dar consuelo, acompañar, enseñar, formar,
exhortar, confrontar… El énfasis no está en los intereses institucionales de la
denominación, en el culto, en la doctrina, en la liturgia…, sino en la persona.
Entonces, aquel ministerio que no está orientado a la persona no es pastoral.
El pastor vive para las personas y, en momentos de necesidad, todo es secundario,
menos la persona que sufre y espera ayuda o auxilio…
El pastor no es un amigo o un colega; es pastor, y
su interés es la salud integral de la persona. Solo tenemos que echar un
vistazo a los mensajes proféticos del AT confrontando a los que defraudaban,
extorsionaban, hacían injusticia…, Así, el pastor, desde la cercanía y
debilidad, con mucho temor y temblor, exhorta, anima, estimula, ayuda… No se
busca lo políticamente correcto, no se pretende quedar bien con todos, sino se
trabaja por lo saludable a nivel integral, tanto de la persona como de todo
aquello que la rodea, incluida su familia. Por eso, uno de los aspectos más
importante de la labor pastoral tiene que ver con la visitación en el hogar;
ahí, en un entorno donde la persona se siente cómoda, confiada, relajada y
segura porque es su propia casa se produce un encuentro distendido y el pastor
puede observar muchos detalles que le ayudarán a enfocar mejor su labor; es en
el hogar donde se conoce abiertamente a las personas.
Empobrecemos el ministerio pastoral cuando lo que se
espera del pastor es que predique cada domingo y que lo haga bien. Lo que
debemos esperar, primeramente, es que esté orientado a la persona, que consuele
al individuo, que lo acompañe en las adversidades de la vida y que se dedique
en cuerpo y alma a los demás, a cada uno en particular. Por eso, el pastor no
es un conferenciante, lo cual no quiere decir que no pueda dar conferencias; su
vida no está orientada a las multitudes, sino a la persona.
Necesitamos pastores centrados en la persona y
orientados a la persona, en los que no prime lo institucional, sino el amor al
ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios. Esto significa que el pastor
tiene muy claramente identificadas sus prioridades y dedicará tiempo a lo importante
(las personas) mientras que tendrá que delegar aquello que es secundario.
La pastoral de la persona es una filosofía de la
vida ministerial cuyo fundamento está en Jesús de Nazaret. En una ocasión, las
multitudes seguían a Jesús y, saliendo de Jericó, Bartimeo, el ciego, oyó que
Jesús pasaba por allí y comenzó a gritar “Jesús, hijo de David, ten
misericordia de mí” (Mc 10.47). Muchos le reprendían para que callase, para que
no molestara al Maestro, pero él gritaba mucho más. Jesús interrumpió su programa,
no le importaba la multitud que le seguía, ni siquiera sus discípulos y decidió
llamar al ciego para interesarse por él. El resto de la historia es conocida.
El apóstol Pedro describió a Jesús como el Pastor y Obispo de nuestras almas
(1ª Ped 2.25).
Ojalá muchos pastores, siguiendo a Jesús, tomen cada
día conciencia de lo honorable que es su trabajo y que, cada día, en oración
delante de su Señor, decidan desarrollar una pastoral de la persona.
*Pedro Álamo, es Bachiller
en Teología, Licenciado en Psicología, Pastor y Profesor de Teología hasta el
año 2001. Actualmente ejerce como delegado comercial en una Compañía de
servicios tecnológicos para editoriales. Autor de "La iglesia como
comunidad terapéutica" y "Consejería de la persona. Restaurar desde
la comunidad cristiana", publicados por la Editorial Clie. Miembro de la
Iglesia Betel, en L'Hospitalet de Llobregat, Barcelona. Ha participado en
tertulias radiofónicas sobre temas especializados de Teología en Onda Rambla,
Barcelona.
Fuente: Lupaprotestante, 2015.
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