Por. Carlos Valle, Argentina
“Lo que permanece es la innata compulsión a insistir con las preguntas
incontestables acerca del significado de la vida. Y es un hecho que su
incontestabilidad la torna imperativa”.
Richard Holloway
Lo
importante es no dejar de hacerse preguntas. Albert Einstein
A
fin de cuestionar el tema religioso, hay que empezar por comprender que la
religión misma ha intentado apropiarse del misterio como un tema que le
pertenece y, generalmente, ha tratado de manipularlo para acomodarlo a sus
propios postulados. Su apelación a la metafísica y a rotular todo misterio con
el vocablo dios ha marcado a cierta cultura que ha quedado prisionera de los
mitos y supersticiones medievales tal como afirma Odifreddi. Esos mitos y
supersticiones son emergentes de una cosmovisión que ha influenciado el
pensamiento de Occidente hasta nuestros días.
Se
impone la pregunta si, al rechazar la religión por las razones razonables que
se aducen, debe anularse toda intención de dar un espacio para repensar en
términos que escapan lo racional a una dimensión que podríamos llamar lo
indecible.
El
retorno de la religión
Hay
que tener en cuenta que la realidad es más compleja. Como constata el filósofo
francés André Comte-Sponville: “El retorno de la religión ha adquirido, durante
estos últimos años, una dimensión espectacular y a veces inquietante”. Este
retorno de la religión ¿Está tan extendido y causa tanta conmoción? Aquí se
podría hacer mención a la reiterada apelación a la teoría contra el darwinismo,
conocida como creacionismo. Sus bases son religiosas y se asientan en la
convicción de que todo lo creado, incluyendo los seres vivos, son actos
realizados por la divinidad. Por lo cual no tolera ningún tipo de objeción o
críticas. Esta es una postura asumida por los grupos religiosos que sostienen,
al mismo tiempo, la interpretación literal de la Biblia. No es novedoso que,
para criticar u oponerse a avances científicos, se apele a razones religiosas
consideradas indiscutibles las que despiertan los no siempre manifiestos
resabios religiosos. Así, por ejemplo, en algunos estados de los EEUU, a
comienzos de este siglo, grupos religiosos han buscado influenciar los
contenidos de la enseñanza tratando de sustituir a la evolución en los libros
de texto. Llegaron a provocar cierto revuelo mediático pero sin mayor
trascendencia. Este intento, finalmente, fue prohibido por decisión judicial.
La reavivación de esta confrontación, que parece seguir recibiendo adeptos,
saca a la luz viejas y fundamentalistas concepciones con las cuales se pretende
dominar el pensamiento y la vida de la sociedad toda.
Por
otro lado, como parte de esa dimensión más llamativa de la religión, se puede hacer
referencia a los llamados “avivamientos religiosos” que se han manifestado en
varios países y de variados orígenes. Pueden mencionarse diversos detonantes
que los accionan: una supuesta manifestación celestial, sorpresivos desastres
naturales, la súbita curación de un enfermo terminal, la presencia de una
figura religiosa destacada, aniversarios de personajes religiosos. Todo esto y
mucho más pueden llegar a ser la llama que avive el fervor religioso
adormecido. En todos los casos adquieren un valor particular cuando mueven un
número significativo de adhesiones. Si se trata de un hecho sobrenatural este
tipo de adhesiones ofrece buenos argumentos para garantizar su validez.
Es quizás este tipo de fenómenos el que prevalece en el tiempo, porque adquieren
una entidad propia alrededor de la cual convergen los adherentes. Junto a estas
razones puntuales – y no necesariamente aparte de ellas- se han mencionado otro
tipo de razones que han llevado al reavivamiento religioso que van desde los
exaltados fundamentalismos hasta la más secular necesidad de contar con un
refugio contra el peligro de un convulsionado mundo y su borroso futuro.
Mayormente iniciativas institucionales han estado en los orígenes de estos
avivamientos o, a al menos, en su promoción. La religión institucional
siempre encuentra la manera de adosar estas experiencias a su propio bagaje. El
mercado religioso, que ha contado siempre con un número significativo de
interesados, considera este retorno como una oportunidad para reavivar desvaídas
creencias sobrenaturales.
Además,
es posible que la idea de “retorno” no exprese adecuadamente el hecho de una
realidad presente que asuma disímiles ropajes. El tradicional rechazo a dar
debida importancia al fenómeno religioso, que ha caracterizado a cierto de
núcleo de pensamiento manifestado en círculos académicos, no justifica la
tendencia a ignorarlo. La persistencia de las largas controversias entre fe y
razón o ciencia y religión permitieron acumular argumentaciones para ir
erigiendo murallas con filosas aristas que impedían todo tipo de contacto a la
vez que subrayaban marcados signos de superioridad y desprecio por ambos lados.
La
buena fe de la gente
Alguna
vez García Márquez recordaba que, si en un cuento digo que del cuerpo del
herido brotaba sangre verde, en cuanto el lector lo acepta, la sangre es verde.
Cuanto esto sucede en el ámbito religioso no se puede obviar el hecho de
que se encuentra expuesta la buena fe de la gente. Es allí a donde apunta el
uso comercial de la propaganda para lograr eficacia, pero del que también hacen
uso algunas religiones. La eficacia de la propaganda comercial tiene sus
limitaciones a pesar de su importancia. La pregunta es ¿Por qué se
produce esta aceptación acrítica de mensajes que emanan de centros religiosos?
Esta inercia a plantearse cuestionamientos religiosos y aceptar sin más lo
recibido, parece reflejar mayormente un cierto temor a encontrarse desprovisto
de un soporte que ha prevalecido por siglos, a pesar de las críticas y las
dudas, inconmovible.
Aun reconociendo
las debilidades de ciertas argumentaciones, sería muy difícil negar muchas de
las actitudes religiosas que han marcado el derrotero de iglesias que
imprimieron carácter y buscaron la sumisión de muchos. Por eso tienen razón en
rechazar con vehemencia la manifestación de aquellos grupos religiosos que, con
su carga de condena eterna atormenta a los fieles con indecibles sufrimientos,
atemorizándolos con demonios que los asechan, y buscando controlar su
pensamiento y su vida sexual. Han sido muchas de estas cosas las que han
hecho huir de la religión a quienes quieren conocer, juzgar, indagar,
cuestionar, dudar, por los caminos de la libertad.
Luis
N. Rivera en su libro Evangelización y Violencia. La conquista de América hace
un recorrido sobre las muchas veces ocultas razones que dominaron esa
conjunción de evangelización y violencia. Por eso afirma “Verdaderamente los
conquistadores españoles de América fueron guiados en pos de Dios, el oro y la
gloria. Pero fue el lenguaje relacionado con Dios- teología- que sirvió
para racionalizar la avaricia y la ambición, no al revés. Fue la religión que
intentó sacralizar el dominio político y la explotación económica.”
Por
más que se quisiera dejar atrás lo sucedido, sería muy difícil ignorar que el
ser humano ha sido y es forjador de estructuras religiosas o políticas, cuyos
gérmenes de dominación y sometimiento han plagado la historia humana. No hay
duda que las religiones han demostrado una capacidad llamativa para desarrollar
estructuras agobiantes, especialmente impidiendo el desarrollo de la libertad
del ser humano. No dudaron, por ejemplo, en justificar la esclavitud aportando
argumentos bíblicos y teológicos que permitieron la dominación, el sucio y
denigrante comercio de seres humanos. Tampoco dudaron las iglesias de distintas
partes del mundo no solo en justificar las guerras sino en impartir su
bendición a las armas que cercenarían la vida de millones de inocentes.
Esas, y muchas otras dolorosas manchas no han podido ser dejadas de lado
y la religión tendrá -¿sucederá algún día?- que aceptar sus acciones
oscurantistas y tergiversadoras de la vida humana y confesar y arrepentirse de
tanto daño irreparable. Quedará pendiente la creación de espacios de apertura
para dar lugar a la innegable realidad del misterio de la vida que seguirá
presente y provocativo en el corazón de la humanidad.
Renovación
en la reflexión cristiana
En
la historia del desarrollo del pensamiento en el cristianismo se produjeron en
el siglo XX algunos movimientos que mostraron señales de cambio. En el
protestantismo la línea de pensamiento del evangelio social tenía
preponderancia en la interpretación de una fe destacada por sus acentos
morales. La producción autóctona de pensamiento era muy escasa y se concentraba
en meditaciones para el cultivo de la piedad personal. Esta tendencia resultaba
incapaz para responder a los desafíos de la historia. El fuerte cuestionamiento
provocado por las decepciones de una teología de tendencia triunfalista se
enfrentaba a realidades de desilusión y fracasos que la erosionaron sin piedad.
Era un tiempo para comenzar a dejar de lado los ídolos convertidos en dioses,
declarar su muerte e ir a la búsqueda de nuevas visiones.
En
el catolicismo predominaba una línea tradicional que centraba su actividad en
los encuentros rituales y en las procesiones. Al mismo tiempo ejercían una
presencia muy marcada en la vida social de las comunidades ejerciendo como
autoridad indiscutible sobre la moral de sus fieles que se consideraba se
extendía a toda la sociedad. Ocupaba un preponderante papel en la educación que
le permitía con carácter obligatorio, impartir religión y catequesis. Las
iglesias protestantes eran, en aquellos años, grupos muy minoritarios
aceptados como comunidades marginales de origen inmigratorio, muchas de las
cuales seguían sosteniendo el culto en el idioma de su procedencia. No
obstante, en otras partes, se manifestaba rechazo y hasta persecución. La
presencia de estos grupos fuertes promotores de la divulgación de la
Biblia, como instrumento de libre interpretación de la fe, causaba mucha
preocupación a autoridades religiosas.
La
Primera Guerra mundial fue un momento de crisis para muchos postulados en
el desarrollo del pensamiento religioso.
Marcados
cambios en el pensamiento religioso
En
Europa comienzan a aparecer signos de renovación teológica que se
emparentaban con un fuerte desarrollo de la crítica bíblica. El camino de su
tratamiento es paralelo pero no necesariamente se orientaron por la misma
senda. La influencia de este proceso europeo fue determinante para el
desarrollo de un pensamiento más reflexivo sobre las bases de los postulados
que dominaban el clima religioso. El mismo se producía tanto entre las iglesias
protestantes como en Iglesia Católica Romana. Es sabido que en esta Iglesia se
había ido dejando de lado el literalismo bíblico y lo que se llamó el
neoescolasticismo. Los aportes de teólogos como Karl Rahner, Yves Congar, Hans
Küng y un buen número de otros más, van en la búsqueda de una puesta al
día de la Iglesia, que pronto fue conocida como aggiornamento.
De
este proceso se hará mención a dos destacados pensadores que representan a una
generación cuyos aportes produjeron cambios fundamentales en el pensamiento
religioso en general. Se mencionarán sucintamente dos ejemplos del mundo
protestante, de los muchos que podrían señalarse. No se intenta
desmerecer otros aportes ni ignorar la dependencia de sus contribuciones. De lo
que se trata es de destacar el proceso de cambio que se estaba experimentando y
su significativa influencia.
Karl
Barth y la Palabra de Dios
Más
que reconocido es el aporte, por ejemplo, del teólogo suizo Karl Barth
(1884-1968) comenzando por su comentario a la Carta a los Romanos (1922). En su
texto se refleja como las connotaciones políticas y sociales de Europa, a
fines de la Primera Guerra Mundial, habían marcado su tarea como pastor, y le
llevaron a la desilusión de los postulados de la ética del idealismo religioso
y a unirse a lo que, en ese momento, era el Partido Social Demócrata.
Se
recuerda que, ya en 1915, en una conferencia afirmó que:”Un verdadero cristiano
debe hacerse socialista, si realmente está por la renovación del cristianismo;
y un verdadero socialista debería hacerse cristiano si seriamente apoya una
renovación del socialismo.” Esta relación entre su pensamiento teológico y
social le acompañó en todo trabajo posterior. Su contribución se propone romper
con la teología liberal, poniendo como centro una particular concepción de la
llamada “Palabra de Dios”. Su formulación básica utiliza un lenguaje
tradicional que se propone reinterpretar: “Al llamar a la Biblia Palabra de
Dios, nos referimos a la Sagrada Escritura como testimonio de los profetas y
apóstoles, hablando de esa única Palabra de Dios, de Jesús, el hombre de
Israel, que es Cristo de Dios, nuestro Señor y Rey por toda la eternidad.” Así,
su teología busca ser una reinterpretación del contenido bíblico, tarea a la
que se avocó durante muchos años y plasmó en su voluminosa “Dogmática
Eclesiástica”, que inspiró a muchos a renovar y alimentar el pensamiento.
Se
podría pensar que el lenguaje tradicional puede haber oscurecido para algunos
la intención de cambios radicales, con lo que una lectura de sus textos podría
ser recibida de maneras muy diferentes. Así, por ejemplo, los reclamos sociales
que muchos acogieron con beneplácito estaban enmarcados en un reformulación de
textos y perspectivas bíblicas. Para algunos esos planteos resultaron
aceptables pero no necesariamente determinantes de su compromiso social.
Sería importante saber hoy, a varias décadas de su mayor influencia en el
pensamiento religioso, si su ruptura con la teología tradicional reinante en
aquel momento no constituyó, a la larga, una reivindicación de postulados
tradicionales conservadores.
Rudolf
Bultmann y la desmitologización
Si
se menciona el mundo de la crítica bíblica, convendría centrarse en la persona
del teólogo alemán Rudolf Bultmann (1884-1976), sin olvidar que era parte de un
núcleo importante de investigadores. Una actividad, que es justo reconocer, no
abandonaron a pesar de los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial. En su
investigación pusieron en cuestionamiento algunos postulados que, por su
carácter mítico, reclamaban una mirada nueva a textos cargados de
historia y simbolismo. La llamada “búsqueda del Jesús histórico” estaba
presente en esa etapa. Ya había habido fuertes rechazos a aceptar a los
evangelios como fuentes valederas. En el caso de Bultmann su postura fue más
bien la de renunciar a esa búsqueda y centrarse en el Cristo de la fe. En ese
sentido lo que se llamó “desmitologización” procuraba rescatar el contenido del
Evangelio de su ropaje mitológico que entendían obnubilaba su comprensión y era
necesario discernir esos mitos para poder así hacer una lectura más genuina al contenido
de su mensaje. De allí que intenta concentrarse en una interpretación
existencial del mensaje del Nuevo Testamento. Su mayor obra, que lo
ubicó, en su momento, entre las más grandes autoridades, fue “Teología
del Nuevo Testamento”.
Es
importante mencionar que varias de las obras de estos biblistas, cuyo
pensamiento hacía serios planteos a formulaciones tradicionales, vieron la luz
en español gracias a los esfuerzos de editoriales católicas como Sígueme en
España. Por el lado protestante las ediciones en español difícilmente dieron
lugar a alguna de estas obras.
La
dispar recepción en América Latina
La
recepción de estos dos últimos aportes en América Latina fue dispar. En
aquellos sectores, que se consideraron más progresistas, abrieron las puertas
al barthianismo, pero pusieron sus límites al pensamiento que provenía de la
crítica bíblica. Por un lado, hubo críticas principistas. Por ejemplo, el
cuestionamiento acerca de la resurrección de Jesús como un hecho real, fue
respondido como una postura imposible o inadecuada para discutir. Era una
manera de afirmar que se aceptan cambios pero con límites intocables. Los
resabios de cierto conservadorismo habrían de prevalecer y acrecentarse con el
tiempo. En este proceso fue llamativa la reacción de grupos fundamentalistas,
especialmente provenientes de los Estados Unidos, como los que prontamente se
organizaron para desplegar sus banderas contra las herejías de esta
“neo-ortodoxia”. Una de sus manifestaciones fue el rechazo a todo lo
proveniente del Consejo Mundial de Iglesias (CMI) en el que Karl Barth había
hecho importantes aportes desde sus comienzos y recibió una marcada influencia
de su teología. Era común ver en todo encuentro ecuménico pequeños grupos
enarbolando banderas de condena por considerar al CMI de origen demoníaco.
El
desarrollo del pensamiento teológico, en buena parte acrecentado antes y
después de la II Guerra Mundial, acompañó desde su nacimiento en l948 al
CMI. Fue un importante gestor y estimulador para muchos líderes en América
Latina. En cierta forma, el desarrollo del pensamiento de ciertos sectores
protestantes tenía la marca y el sello de las iniciativas del CMI. Aparecía
como garante y como modelador de lo que estas iglesias debían encarar.
Indudablemente se trababa de un borbollón de ideas que atraían y subyugaban en
el marco de un contexto de pensamiento carente de cierta solidez teológica.
Muchas de las preocupaciones e iniciativas tenían su origen en los intentos de
recomponer la realidad Europea después de la II Guerra Mundial. Los problemas y
las necesidades de otras regiones, como América Latina, buscaban su lugar en la
agenda a partir de los desafíos sociales. Por otra parte, en el fondo, todas
estas situaciones no parecían afectar o modificar cuestiones básicas instaladas
por la teología europea. Las necesidades de lo que se conocía como “Tercer
Mundo” llamaba la atención de la nueva prosperidad de varios países europeos
que se volcaron a sostener muchos proyectos asistenciales que no planteaban cuestionamientos
a las injusticias que emergían de un sistema económico que mantenían las
diferencias abismales que acentuaban la miseria y acrecentaban la opulencia.
En
1959 el papa Juan XXIII convoca un concilio ecuménico que marcará un hito en la
vida de la Iglesia Católica Romana. Fue el concilio más representativo que
contó con la participación de miembros de otras confesiones religiosas
cristianas. Sus objetivos estaban centrados, entre otros, en el desarrollo de
la fe católica, la puesta al día de la Iglesia con una revisión de contenidos y
formas de sus actividades y un acercamiento a las demás religiones
especialmente las orientales. Los resultados de este Concilio (1962-1965)
fueron considerados parciales. Muchos esperaban cambios más radicales, especialmente
considerando las situaciones que habían emergido en varias partes del mundo. De
todas maneras eran para muchos un paso muy significativo que tuvo dispar
concreción.
Uno
de estos pasos fue el hecho de que produjo una etapa de un variado mejoramiento
en las relaciones entre el protestantismo y el catolicismo. Los aires del
Concilio Vaticano II habían producido cierto relajamiento y producido
distensión en las relaciones sociales. No obstante, no fue un cambio
generalizado. Al interior de la Iglesia Católica se produjeron algunas
reacciones que indicaban que se contradecía el Magisterio de la Iglesia. Las
iglesias de origen pentecostal en su mayoría no parecieron sentirse apeladas
por esas aperturas. No es lugar aquí para desarrollar una reflexión sobre el
particular porque el panorama no se puede generalizar y las visiones parciales
se van alterando con los cambiantes escenarios políticos sociales.
Pobreza,
cambio, liberación
No
obstante estos intentos de cambio, muy otras eran las preocupaciones y búsquedas
en esos tiempos en América Latina. La situación de dominación y pobreza
dibujaba el mapa del continente. Fermentos de búsquedas de cambios
revolucionarios aparecían en muchas partes. Junto a la lectura angustiante de
la realidad nuevas comprensiones de la fe comenzaban a gestarse en varias
partes bajo la llamada “teología de la liberación”, nombre sugerido desde
similares contextos por el protestante brasileño Rubem Alves y el católico
peruano Gustavo Gutiérrez. Es a partir de la lectura de la realidad que la
tarea teológica tiene que responder a esos desafíos. En las palabras de
Gutiérrez: “La pobreza no es una fatalidad, es una condición; no es un
infortunio, es una injusticia. Es resultado de estructuras sociales y de
categorías mentales y culturales, está ligada al modo como se ha construido la
sociedad, en sus diversas manifestaciones.”
Los
cambios políticos y sociales que pronto se produjeron desdibujaron los anhelos
revolucionarios. La implantación de gobiernos dictatoriales en diversos países
del continente ahogó el esfuerzo por cambios radicales en la vida de los
pueblos.
Hay
que recordar que el fin de llamada Guerra fría, a fines de los ochenta, se
había anunciado como el comienzo de una nueva era mundial. Los llamativos
sucesos ocurridos en Europa con la desintegración de la Unión Soviética y la
caída del muro de Berlín dibujaron perspectivas que rápidamente fueron
asimiladas como triunfos que restauraban los viejos valores. De manera que las
búsquedas de cambio, los anhelos de liberación, la destrucción de los falsos
dioses del progreso indefinido fueron opacados con anuncios del fin de la
historia y del fin de toda teología que procurara un cambio radical.
Había
llegado un ficticio fin de la historia acompañado por una abrumadora propaganda
basada en la necesidad de la modernización de la sociedad, que promovía la
apertura de los mercados, la privatización de los recursos públicos, la
flexibilización laboral cuyos resultados se tradujeron en una enorme carga para
los más desprotegidos. Los economistas hablaron de una economía que habría de
crecer y ser tan abundante que llenaría una mágica copa que cuando rebalsara se
derramaría sobre los menos favorecidos. Pero eso nunca sucedió, la
concentración de la riqueza siguió creciendo y la pobreza aumentando. En este
contexto jugó un papel significativo la transnacionalización de la economía, la
concentración de la propiedad de los medios de comunicación en cada vez menos
manos, la mayor dependencia en el campo de la información y el conocimiento y un
incesante afianzamiento del poder.
Es
justamente en la década del 90 que varios países de América Latina
experimentaron estos profundos cambios en su vida institucional. Reiterados
mensajes buscaban demoler el lugar que debía ocupar el Estado en toda sociedad
que procurara desarrollarse democráticamente. No era difícil recibir su
aceptación dada la negativa experiencia que muchos habían venido experimentando
por corrupción e ineficiencia en el manejo de la cosa pública. Junto a la
descalificación del Estado estaba la descalificación de los políticos y, por
ende, de la misma política. Había llegado el tiempo de los técnicos y de los
ejecutivos, porque había que aceptar que ellos saben como se manejan las
empresas y como se obtienen resultados y, por supuesto, porque son eficientes y
honrados.
Los
enormes beneficios que habrían de sobrevenir a una salvaje privatización de las
riquezas nacionales, deslumbraron, por supuesto, al segmento de la población
más pudiente y a los que ascendían vertiginosamente en la escala social.
Gobiernos corruptos acompañados por empresas nacionales y trasnacionales
corruptas fueron sostenidos por medios de comunicación que se esmeraron en
hablar de las maravillas de un ficticio mundo que hoy vemos desmoronarse
estrepitosamente, pero que se niega a reconocer la falacia de sus presupuestos.
El ave Fénix sabe como reconstruirse de sus cenizas.
La
frustración del cambio
Para
desacreditar el aporte de la teología de la liberación se acusó a algunos de
sus teólogos de usar categorías marxistas de análisis socioeconómico, que se
consideraron obsoletos. Por tanto, se fue procurando que marxismo y teología de
la liberación fueran perdiendo su vigencia. Sin embargo, corresponde destacar
que el núcleo de esta teología no ha sido el marxismo. De todas maneras este
argumento fue un arma decisiva para impedir todo desarrollo del pensamiento en
el ámbito de la Iglesia Católica Romana y una decreciente reflexión en el
ámbito protestante. No obstante, el teólogo brasileño y ex moderador del
Consejo Mundial de Iglesias, Walter Altmann, se manifestó convencido de que “la
teología de la liberación sigue vive y goza de buena salud” y que se ha abierto
a otros campos como “la interpretación de las culturas y las preguntas
antropológicas como la tentación del poder”, pero, al mismo tiempo, le parece
que ahora la sociedad civil ha tomado sobre sí la búsqueda de una sociedad más
justa.
¿Hasta
dónde esta perspectiva teológica goza de buena salud? Aún dando crédito a esta
visión sobre la presencia y vivencia de una teología, vapuleada
institucionalmente y considerada agotada en ciertos círculos más conservadores,
la pregunta sobre las reflexiones y aportes presentes merecen su consideración.
Los teólogos más reconocidos de América Latina fueron llamados al silencio y su
acatamiento produjo un vacío difícil de comprender. Por otra parte, no debe
olvidarse que, desde círculos académicos del norte, se objetó la originalidad
de la teología de la liberación por depender del pensamiento de teólogos
y filósofos mayormente europeos. Sería muy difícil negar su influencia en la
base de la teología latinoamericana, pero una cosa es utilizar herramientas que
permitan elaborar propuestas inéditas que sacar las mismas conclusiones que
podrían atribuirse a esas influencias.
La
originalidad del pensamiento que surgió en América Latina tenía un punto de
partida en un contexto político y social muy determinado y, por eso mismo, sus
planteos difirieron de las visiones más progresistas del norte. En la Iglesia
Católica Romana la centralidad del pensamiento y la acción marcó la impronta de
su papel en el continente. El desarrollo de una teología autóctona tuvo su
espacio de expresión pero advertida y, posteriormente, limitada y prohibida
cuando sus propuestas y acciones concretas cuestionaban los paradigmas
establecidos tal como lo planteaban los llamados “grupos de base” o el
Movimiento de los Curas para el Tercer Mundo. En el protestantismo, las
llamadas iglesias históricas tenían sus raíces en los movimientos reformistas
de la vieja Europa. Esa historia acompañaba a los misioneros y pastores que
comenzaron trabajando mayormente con los inmigrantes. Para las generaciones
posteriores esos movimientos y sus luchas fueron una historia lejana y de
limitada incidencia en su propio contexto.
Unidad
y fatiga ecuménica
Por
otra parte, se desarrolla en ese tiempo la visión de una unidad de las iglesias
que pareciera anunciarse como el gran acontecimiento mundial. Las relaciones
institucionales entre las iglesias entraban en una era de acercamiento y
diálogo. Encuentros entre denominaciones protestantes alentadas por el CMI
comenzaron a llevarse a cabo. Los desarrollos en Australia, los movimientos en
los Estados Unidos inspiraron a América Latina en este camino. El
establecimiento de organismos de unidad contaba con fuerte apoyo. Algunas
iglesias en el sur del continente se ilusionaban con prontas fusiones.
Esta tesitura se fue diluyendo como se fue diluyendo la posibilidad de los
esperados cambios sociales y políticos. Las iglesias volvieron a sus
causes tradicionales. Los apoyos internacionales fueron declinando. Las
iglesias del Norte reafirmaron sus ligazones a sus propias tradiciones, y
adujeron la necesidad responder a las necesidades locales. El empuje y
dinamismo que caracterizó al movimiento ecuménico pareció entrar en el ocaso,
lo que algunos llamaron “fatiga ecuménica”, cuyos resultados son evidentes a
pesar de la resistencia de aquellos que aun acunan un pasado que ha perdido
realidad.
Estas
ideas y vueltas en períodos de crisis y de renovación creciente no siempre
permiten trazar un adecuado cuadro de situación de las iglesias y del lugar de
la religión en la sociedad actual.
No
puede dejarse de lado, por ejemplo, que el siglo XX asistió a una progresiva
naturalización de la presencia tecnológica, acrecentando la presunción que la
tecnología, tal cual la conocemos, siempre ha estado entre nosotros. El siglo
XX asistió a los mayores cambios tecnológicos: la aparición y desarrollo del
cine, la radio, la televisión, la computación, los satélites, la aviación, son
algunos de los ejemplos más significativos. Todos estos elementos son parte de
la vida cotidiana de las personas y han generado cambios culturales y
religiosos acelerados. La presencia de la tecnología genera una dinámica dentro
de la sociedad cuyos alcances no son fáciles de predecir. El desarrollo
tecnológico constituye una caja de Pandora, de cuyo interior no sabemos
finalmente qué aflorará y si será posible controlarlo. El aprendiz de brujo,
que Disney retrató en la figura de Mickey en su célebre “Fantasía”, puede
servir como inquietante metáfora de muchos aspectos del desarrollo tecnológico
en el mundo moderno. Y del que la religión no es ajena.
A
pesar de reconocer significativos cambios en ciertos sectores y el aporte de
muchos que contribuyeron a renovar el pensamiento acerca de la religión, no se
puede dejar de sospechar que la inercia a sostener los cambios que parecían
sacudir de raíz las bases tradicionales fue llevando poco a poco a que las
aguas se calmaran y todo siguiera su cauce anterior. La religión, en sí misma,
continúa siendo tierra inquebrantable. No faltaron las críticas. Se han
presentado argumentos considerados irrefutables a fin de descalificarla. Pero
hay como un núcleo de comprensión, no expresamente declarado que, a pesar de
aceptar los reiterados argumentos en su contra, mantienen su vigencia. Se trata
de una vigencia que se inscribe en lo que se denomina el temor reverencial.
Esta
sea, quizás una de las razones que pueden llegar a poder entender la presencia
e influencia de la religión sobre la organización de la vida social y personal.
Se puede percibir, por ejemplo, que ciertos rechazos a determinantes religiosos
sobre la vida de la sociedad, dan paso a concesiones inconscientes y
contradictorias que reflejan la presión de un indefinido prurito social. Es
conocido el manifiesto rechazo a la religión institucionalizada. La
participación activa de quienes dicen profesar una determinada fe es, en
general, esporádica y en ocasiones puntuales. La presencia de lo religioso
manifiesta un atavismo que resurge como un mandato de la cultura que se asume y
no puede romperse porque reside en lo sagrado. Hay ciertos valores morales que
permanecen aún cuando los mitos se han ido diluyendo, porque dan un cierto
contexto de seguridad para vivir en sociedad que protege del peligro que se
instale algo peor. Esto pone en claro que la tipificación de la identidad
nacional imbricada en una particular expresión religiosa sostenida durante
largos años ha ido perdiendo entidad en el contexto de los enormes cambios
políticos, sociales y religiosos pero retiene el residuo de los determinantes
morales.
Al
mismo tiempo, todo esto está sostenido por autoridades civiles y religiosas que
persisten en mantenerla porque les resulta de mutuo beneficio. Las razones son
muchas, entre ellas la inercia a cuestionar los procesos históricos que se han
ido constituyendo en elementos integrantes del país mismo. La religión ha ido
supliendo necesidades sociales a las cuales el estado no podía alcanzar. La
religión ha tendido a ser elemento de cohesión de la vida comunitaria. Religión
y estado han ido cumpliendo papeles diversos que llenaron necesidades de todo
tipo.
Este
equilibrio en la vida social podría llegar a interpretarse como valioso y
necesario. Al mismo tiempo, refleja una vieja historia de la religión
interconectada con el poder de turno como en la época de Constantino en el
siglo IV, cuando posiblemente por presión imperial se celebra el primer sínodo
de la Iglesia que acuerda el llamado Credo de Nicea.
El
influjo de la relación religión-estado en la vida de las personas no se
presenta como muy significativo. La vida parece transcurrir sin que esa
relación sea determinante. De allí que no parece perturbarles demasiado, por
ejemplo, a aquellos que reconocen no profesar una definida fe, pero que aceptan
la existencia de algo superior, indefinido, relacionado con este universo
pero sin contacto directo a nivel personal. En los momentos en los que se
atravesaron situaciones políticas y sociales que afectaban la vida y el futuro,
la religión pareció ofrecer espacios de encuentro y protección. Los teólogos
respondían a estas situaciones con aportes que iluminaban un posible camino
para recrear esperanza en tiempos mejores. Hubo momentos en que parecían
ahondar ese camino en la búsqueda de nuevas raíces y horizontes, pero
lamentablemente los grandes pioneros del cambio dejaron el campo de lucha y
buscaron presencias menos cuestionadas. Lo que lleva a pensar que los
principios infalibles siguen preservando su ciudadela. El reconocimiento del
mundo del misterio no explorado, de las cosas no develadas, sigue desafiando
nuestra comprensión y nos mueve a encarar su exploración. A pesar de que en un
mundo de principios infalibles la religión no abandona sus atribuciones, y
sigue considerándose la única autorizada para hablar en nombre de Dios. El
camino de la problemática pregunta sobre el sentido de la vida sigue siendo un
desafío presente porque, como afirma. Richard Holloway “su
incontestabilidad la torna imperativa”.
Contacto
con el autor: valleferrari@gmail.com
Fuente: ALCNOTICIAS, 2015.
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