Por Edward Falto, Puerto Rico
Lo que ocurrió en pentecostés es una de las
experiencias más apreciadas en el mundo cristiano. Su importancia ha marcado a
la Iglesia y al mundo durante más de dos milenios. En la actualidad,
diferentes denominaciones cristianas hacen una anotación en sus agendas para
conmemorar y celebrar la importancia de dicho evento. Lo que se pretende
resaltar es la importancia que tuvo este suceso en la expansión del evangelio,
claramente expuesto en el libro de los Hechos de los Apóstoles y ejemplificado
en la historia de la Iglesia. Sólo como dato histórico, resulta
interesante mencionar que los primeros cristianos nunca celebraron pentecostés
tal y como lo hacemos en la actualidad, sino que no fue hasta el siglo II y
principio del III cuando en Tertuliano, Orígenes y otros, nos encontramos con
escritos que podrían referirse a celebraciones de este día.
En la actualidad, muchos de los militantes
pentecostales han relacionado la palabra Pentecostés con su movimiento debido a
una obvia similitud lingüística. Sin embargo, y a pesar de todo, resulta
apropiado y correcto aclarar que pentecostés no es una experiencia que deba
identificarse con una denominación específica, sino que es la infusión del
Espíritu Santo sobre la Iglesia en su totalidad. Y, por eso, siempre digo
que pentecostés no significa pentecostal, ni pertenece a unos pocos, sino a
todas las iglesias.
De todos es conocido el matiz que estos movimientos
dan a pentecostés como experiencia del Espíritu Santo. Algunos piensan
que éste es el principio de la Iglesia; otros enfatizan la importancia de las
“lenguas”; y para otros es, simplemente, un modelo que debe repetirse y
buscarse con anhelo para que la congregación tenga el “poder del espíritu” y
poder así predicar y operar milagros. No obstante, en su análisis no se
mantiene una perspectiva adecuada de los escenarios, de la gente, de las formas
y de la finalidad del mismo. Se ignora su importancia salvífica y el
significado total de la experiencia.
Tengo la absoluta certeza de que nadie pone en duda
la legitimidad de pentecostés. Todos somos testigos de su efecto y de su
influencia sobre la iglesia. Sin embargo, cuando analizamos el texto
bíblico no debemos centrarnos en una sola idea, porque puede que perdamos de
perspectiva la totalidad de lo que el evento quiere comunicarnos en
realidad. Así que, si analizamos con detenimiento el contexto de la
narración de Lucas nos podemos percatar de que pentecostés fue un suceso inesperado
y llamativo, y de que las lenguas que se hablaron eran en realidad idiomas o
dialectos que todos los presentes pudieron entender, sin que éstas fueran una
finalidad en sí mismas, sino sólo el medio para que el evangelio fuera
predicado.
Por eso, lo que aconteció en Pentecostés es un
suceso único y sin parangón en la historia de la Iglesia. Su repercusión,
como piedra que cae al agua, ha generado ondas que llegan hasta nuestros
días. Ondas que aún tocan la vida de la Iglesia y al mundo que la rodea.
Cuando recordamos pentecostés lo primero que debe venir a la mente de todo
creyente es la Iglesia. Se trata de un evento que marca al cuerpo de Cristo en
su totalidad, cuerpo que es mucho más de lo que algunos se imaginan.
Cuando intentamos comprender el pentecostés en su
contexto y de acuerdo con su significado real, entendemos que jamás hubo una
intención de dotar a ciertas personas con una categoría especial de ungidos,
creando clases y estructuras que separan a aquellos llenos de la “unción” de
los demás. Jamás pentecostés significó que las “lenguas” debían ser punta
de lanza de la Iglesia. Pentecostés no sobrevalora manifestaciones
internas y vacías, lo que sí destaca es hechos que marcan vidas y las llevan a
Cristo. Personalmente, creo que un verdadero avivamiento produce gente
salvada, no “cultos buenos”. Por otra parte, en ningún momento
pentecostés significó la idea de buscar afanosamente una “unción” para predicar
el evangelio, ni una señal de autoridad para ser ministro en una congregación. Y,
por eso, es muy importante entender que no se puede pentecostalizar
pentecostés, puesto que no es un suceso pentecostalista.
¿Cuál sería, entonces, la reflexión? Sin duda, la
reflexión está directamente relacionada con el significado real que pentecostés
tiene para la iglesia. Pentecostés es un punto de encuentro, de oportunidad
para que todos conozcan a Jesucristo y las maravillas del Reino. Es el
lugar en el que el desheredado tiene su espacio y en el que todo el que se
acerque tendrá la oportunidad de entender lo que Dios quiere comunicar.
Es, sin duda, un lugar de inclusión, en el que no importan las fronteras, las
marginaciones o los estatus sociales. El evangelio será y es realidad
pertinente para todas y todos aquellos que lo quieran recibir. Es misericordia
por el otro, es el abrazo fraterno de Dios para toda la humanidad, punto de
encuentro entre la realidad divina y la necesidad humana.
Este irrepetible evento es sencillamente un reflejo
del amor de Dios hacia la humanidad. Representa la comisión de una
iglesia llena de la gracia de Dios que asume un papel protagonista para
influenciar y cambiar la realidad de un mundo perdido. En fin,
pentecostés es de todos y para todos; es para aquellos que escuchan la llamada
de Dios para servirle con pasión y esmero, a proclamar la fe en nuestra
inmediatez y cotidianidad a un mundo que necesita a Dios, aunque éste no lo
entienda así.
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