Por.
Ignacio Cid, Chile
Solo
queda tratar de entender la complejidad del legado de Lutero en los marcos de
su propia experiencia y cuanto de lo que hemos heredado es auténticamente suyo
y cuánto ha pasado por el retaso del humanismo, la modernidad y la ilustración.
“Pero procura primero que el mundo este llenos
de auténticos cristianos antes de gobernarlos cristianamente.”
Martín
Lutero
- Introducción
Martín
Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en la ciudad de Eisleben, al nordeste
de Alemania, en el seno de una familia de origen pobre rápidamente enriquecida.
A temprana edad se mudó junto a su familia a la ciudad de Mansfeld, donde
pasaría la mayor parte de su infancia. Producto del éxito económico alcanzado
por su padre en el negocio de la minería, Martin fue enviado en 1501, con tan
solo 17 años de edad, a estudiar derecho a la universidad de Erfurt, en una de
las más grandes y prósperas ciudades de la Alemania tardomedieval. Es allí que
Lutero tiene sus primeras aproximaciones con la teología, especialmente
de la mano del nominalismo -tradición teológica predominante en el ambiente intelectual
alemán de la época-, cuestión que hasta cierto punto lo alejaría de una
interacción más profunda con el floreciente movimiento humanista[1].
En
1505 es sorprendido en su camino a Erfurt por una violenta tormenta, que pone
en grave peligro su vida. Implorando socorro de Santa Ana, patrona de los
mineros, promete consagrar su vida como sacerdote si ésta no le es
arrebatada por el feroz temporal. El 27 de febrero de 1507, a pesar de una
fuerte oposición de su padre, Lutero es ordenado sacerdote en el convento de
los agustinos eremitas y luego trasladado a la recién creada universidad de
Wittenberg a fin de que continuara sus estudios de teología. Será en este
periodo de su vida en el que, rodeado de un estimulante ambiente intelectual,
Lutero edifica parte importante de su producción intelectual. Entre algunas de
sus obras más importantes es posible mencionar los Salmos (1513), Carta
a los Romanos (1516) y Carta a los Gálatas (1518). Todas ellas
contarán con una importancia capital en la medida en que se constituirán como
una de las principales influencias para la teología de la reforma.
Crecientemente
famoso por su cátedra bíblica en la universidad, así como por su carácter
inquieto y a ratos irreverente, Martin es enviado en un viaje a Roma en 1510
junto a otros frailes de la orden. Será este viaje el que años más tarde
influirá poderosamente en su pugna contra las indulgencias y los excesos del
papado, de los que fue testigo en primera línea. En 1512 recibe su título de
doctor en teología; a partir de entonces comienza a profundizar su trabajo
sobre la teología de la gracia y la sola fides al redescubrir la
justificación por fe en Romanos 1:17. Será este quiebre el que le dará
un vuelco radical a su vida sacerdotal.
Habiendo
encontrado una solución definitiva a su angustiosa búsqueda por la redención y
salvación, Lutero inaugura su proceso de polémica contra el catolicismo dentro
de los marcos de la propia Iglesia el 31 de octubre de 1517 al colgar las 95
tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg. Desde allí, hasta alrededor de
1520, Lutero busca infructuosamente reformar internamente su amada iglesia sin
éxito. El 15 de junio de 1520, gracias al trabajo del dominico Johann Eck, la
bula Exsurge domine declara a 41 de las 95 tesis como heréticas y
contrarias a la verdad católica. Se ofrecen 60 días para que el monje alemán se
retracte de sus escritos, hecho que no ocurre. De allí en más, Lutero es
declarado hereje. De este modo se abre su proceso más virulento contra la
iglesia católica que culinaria con la total con la separación total de Lutero y
el catolicismo.
En
1521 es citado a declarar en la ciudad de Worms frente al emperador Carlos V.
Lutero no se retracta de sus escritos, declarando que su conciencia
estaba cautiva de la palabra de Dios. Al finalizar el encuentro, el reformador
es secuestrado en su camino de regreso y llevado al castillo de Wartburg perteneciente
al príncipe electoral de Sajonia Federico III, con el fin de brindarle
protección de sus enemigos y perseguidores que le buscaban para darle muerte y
acabar con la fragmentación cultural que comenzaba a caer sobre Europa. En un
plazo de 10 meses de reclusión, Lutero realiza un fructífero trabajo
intelectual llegando incluso a traducir el nuevo testamento al alemán. Entre
1521 y 1525, Lutero retira momentáneamente la atención puesta sobre el
catolicismo para combatir a un enemigo que, a su juicio, resultaba
igualmente demoniaco y falso. El proceso de reforma que el mismo había
comenzado, había dado un giro gracias a predicadores más exaltados que
enseñaban la violencia y la rebelión en al norte de Alemania. De entre los más
destacados, se puede mencionar al líder del movimiento campesino anabaptista
Thomas Müntzer, quien utilizó y reivindicó desde el púlpito la violencia como
estrategia política para acabar con el catolicismo, destruyendo iglesias,
barrios y casas en una santa cruzada.
Lutero,
quien en un principio había sido cercano a Müntzer, comienza a radicalizar su
oposición hacia él al punto de llegar al odio mutuo. Apoyado por un
fuerte contingente de príncipes aristócratas alemanes, Lutero escribe contra
las bandas de campesinos acusándoles de ser grupos de salteadores, ladrones y
asesinos. En su carta Contra las bandas ladronas y asesinas de los
campesinos, Lutero recomienda profundamente asesinar a quien sea
declarado rebelde, pues en dicha declaración hay rebeldía contra la autoridad
de Dios y Dios mismo[2].
En
sus últimos años, Martin agudiza su oposición contra el catolicismo y en
especial contra el papado, a quien por instantes identifica con el anti-cristo,
refiriéndole insultos y apelativos groseros y soeces. Durante ese tiempo se
dirige también en contra de los judíos, a quienes culpa de la muerte de
Jesucristo, insistiendo en la necesidad de su exilio y el cierre de sinagogas.
Finalmente,
el “héroe de Wittemberg”, como le llamaba Kuyper[3], es alcanzado por la muerte el año 1546, en la misma
ciudad que lo había visto nacer 62 años antes, rodeado de su esposa, una
exreligiosa, y sus 6 hijos. Su cuerpo fue trasladado a Wittenberg y enterrado
en la iglesia del palacio, donde sus restos descansan hasta hoy.
2.Las múltiples interpretaciones de
Lutero
No
cabe de duda de que una figura de la relevancia de Martin Lutero no ha pasado
inadvertida para la historiografía universal. Los intentos por comprender su
personalidad, su figura y su legado han conducido a que historiadores de las
más diversas corrientes y tradiciones se hayan focalizado en él. Ilustrados,
protestantes, católicos, revolucionarios franceses, Karl Marx, la Escuela de
los Annales, todos han mostrado interés en una figura que, por consenso,
es bisagra de la historia.
Desde
la historiografía protestante, Lutero ha sido retratado por un largo tiempo
como un héroe de la fe. Se le ha realzado como figura de liberación y
emancipación, como defensor de la verdad evangélica y rebelde ante las mentiras
y excesos de Roma[4]. Fue esta figura de Lutero la que fue elevada rápidamente a
los altares de gloria de la nación alemana, al punto de ser revestido de un
aura proto-mesiánica. No resulta extraño, entonces, que su figura histórica
haya sido manipulada políticamente como prefiguración del pan-germanismo que
favoreció a la unificación alemana y la llegada al poder del tercer Reich.
Sin
embargo, no todo el protestantismo ha sido igualmente indulgente con Lutero.
La historiografía protestante liberal de posguerra retornó a su figura,
ya no desde una posición mitológica, sino más bien fuertemente crítica. Se le
culpó a él y a su teoría de los reinos por la complicidad de los luteranos con
el régimen nazi y la pasividad del pueblo alemán. La historiografía protestante
actual, por el contrario, ha llegado a una visión más ecuánime respecto de la
figura del reformador. Desde esta perspectiva se ha configurado una imagen de
Lutero que se hace cargo de sus inclinaciones desordenadas, su profunda
inestabilidad emocional y sus problemas con la autoridad, así como también de
una auténtica piedad religiosa, además de una honesta búsqueda de Dios y un
intento por reformar una iglesia que amaba entrañablemente[5].
Desde
la vereda del catolicismo, curiosamente, el desarrollo ha sido bastante
similar. Entre los siglos XVI y XVIII, la iglesia retrató al monje alemán
como una figura abominable y sedienta de poder. Entre lo más representativo de
esta visión se puede mencionar el trabajo de Johannes Cochlaeus, quien escribió
pocos años después de la muerte del reformador. Cochlaeus representaba la
visión oficial del catolicismo, que caracterizó a Lutero como un monje
“dominado por el orgullo, la soberbia y la ambición; (…) de carácter hipócrita
e iracundo, que se deja llevar por las blasfemias y las insolencias”[6]. Es curioso constatar cómo esta visión de Lutero, basada
en ataques personales, aún permanece arraigada con fuerza en algunos círculos
intelectuales del catolicismo tradicionalista.
No
fue sino hasta el siglo XX que el retrato del líder reformado dio un giro
radical. El gran artífice de dicho proceso fue el sacerdote jesuita Jospeh
Lortz, historiador de la iglesia, quien desde una posición más honesta
contribuyó a la construcción de una imagen más justa y real de Lutero. Lortz
recupera el trabajo del Lutero “católico”, sosteniendo que la iglesia contra la
que él reacciona no es propiamente católica, sino una expresión deficitaria de
la misma. De este modo, el jesuita argumenta que Lutero “derribó en sí mismo un
catolicismo que no era católico”[7] y “descubrió de modo herético lo que constituye el patrimonio
central del catolicismo”[8]. Con esta visión Lortz abre la puerta a un juicio
histórico donde ambas Iglesias se encuentran en la mutua responsabilidad por la
reforma. Aun cuando Lortz habla del “maestro Lutero” en gran parte de su obra,
no renuncia a categorías tradicionales, como la de hereje, y que a ratos
aparecen con un fuerte contenido negativo.
Aun
cuando Lortz contribuyó profundamente a un acercamiento luterano-católico, la
postura oficial del catolicismo siguió siendo más cercana al trabajo de
Cochlaeus. No fue sino hasta el Concilio Vaticano II y la creciente apertura
del catolicismo al ecumenismo, que la recepción del Lutero de Lortz
comenzó a tener una real cabida en la curia romana. El discurso que pronunció
el papa Juan Pablo II frente a la Federación Luterana Mundial, con motivo de la
celebración de 500 años del natalicio de Lutero, constituye la muestra más
significativa de este giro favorable a la figura de Lutero. En dicha ocasión,
el papa señaló: “Recuerdo en este momento que en 1510/11 fue a Roma
Martín Lutero como peregrino al sepulcro del príncipe de los apóstoles, pero
también como un hombre que busca e interpela. Hoy llego yo a ustedes, a los
sucesores espirituales de Martín Lutero y vengo como peregrino; vengo para dar
un signo de nuestra unidad en el misterio central de nuestra fe con esta
asamblea en un mundo que ha cambiado tanto”[9].
En
definitiva, ya sea desde el catolicismo o desde el protestantismo, la figura de
Lutero ha sido objeto, tanto en el pasado como en el presente, de varias
instrumentalizaciones y acomodaciones históricas que han carecido, la mayoría
de las veces, de justicia respecto al entendimiento de las motivaciones e
inclinaciones que operaban en el monje.
En
ese sentido, con el fin de presentar adecuadamente la teología política del
reformador, resulta conveniente poner acento sobre las dificultades que
presenta el hecho de que, antes que un pensador político o sociológico,
Martin Lutero fue un teólogo, de modo tal que sus principales intereses no
estaban en el orden político directamente, sino como consecuencia de una
determinada cosmovisión teológica[10].
Los
temas que a continuación se presentan, tienen como fin cubrir los aspectos
centrales del pensamiento político de Lutero. El primero pretende abordar la
antropología filosófica sobre la base del pensamiento del reformador. El
segundo, por su parte, ofrece una suscinta revisión del concepto de autoridad
en Lutero desde el horizonte de su teoría de los dos reinos. A continuación se
presenta un tercer apartado con los límites teológicos de la autoridad y una
reflexión respecto de cuándo resulta lícito el derecho a rebelión. Finalmente,
el cuarto punto se discute brevemente algunas consideraciones finales respecto
a la condición de “modernidad” en el pensamiento luterano.
3. Antropología filosófica
La
concepción de la naturaleza humana a la base del pensamiento de Lutero está
fuertemente influida por su teología de la gracia. Es a partir de ella que el
reformador edifica conceptualmente su noción de orden político.
En
principio afirma Lutero, en consistencia con la tradición escolástica, que la
naturaleza humana fue creada a imagen y semejanza de Dios, y que en función de
ello es en principio buena y recta. Sin embargo, el reformador
evalúa como serias las consecuencias del pecado original en la naturaleza
humana. Sostiene así que producto de dicha caída “el hombre, (…) es corrupto y
cautivo, y además desprecia con arrogancia a Dios y desconoce su corrupción y
cautividad”[11]. Esto implicaría para Lutero, que los seres humanos habrían
devenido criaturas pecaminosas y sin capacidad de hacer el bien por sí mismos
luego de su expulsión del Edén.
En
ese sentido, vuelve a señalar Lutero “ningún hombre es por naturaleza cristiano
o piadoso, sino que todos son pecadores y malos, Dios les prohíbe a todos
ellos, por medio de la ley que pongan en práctica su maldad con obras externas
según sus malas intenciones”[12]. Para Lutero no hay hombre por naturaleza piadoso, pues su
condición existencial (y no natural) es de corrupción. De este modo, realza las
consecuencias de la introducción del pecado al mundo. Sería éste, el responsable
de la destrucción de la naturaleza creando la tendencia anti-natural del hombre
al mal, la inequidad y la incorrección.
Sobre
ese horizonte, la doctrina luterana de la corrupción constituiría un quiebre
radical respecto a la tradición escolástica tardomedieval. Mientras que para
ésta el hombre habría sido creado como bueno y con una tendencia natural (e
incluso teleológica) hacia el bien, que se mantendría intacta luego de la
caída, para Lutero y los reformadores en general, el hombre no podría sino
tropezar con sus propias iniquidades. De allí el hecho de que, mientras para el
protestantismo la naturaleza humana está al menos inhabilitada para Dios por sí
misma, para el catolicismo la consecuencia de la caída es enunciada solo en
términos de “herida” en la naturaleza humana que, en ningún caso, se traduciría
en corrupción o depravación[13].
Resulta
interesante constatar las poderosas consecuencias que tiene la antropología
luterana en la organización de la vida social. Si se entiende al hombre en
constante e indefectible búsqueda del propio beneficio e interés personal, lo
que procede es un escenario en el que las posibilidades fácticas de una
comunidad política, así como de vínculos de amistad y fraternidad, se diluyen.
Por el contrario, lo que tiene lugar en un mundo regido por el pecado, son
hombres mutuamente enfrentados y que se observan unos a otros como impedimentos
para su propia gratificación. Un mundo social de este modo concebido, resulta
del todo coherente con la reflexión filosófico-política de la modernidad
temprana. En ese sentido, la base antropológica de Lutero podría calificarse
como coincidentemente cercana a la de Thomas Hobbes, quien de manera similar a
como lo hace el reformador, llega a la conclusión de que el hombre es un
lobo para el hombre, y que por lo tanto es menester instaurar un
poder absoluto, capaz de mantener la paz por medio de las armas[14].
Este
diagnóstico de la imposibilidad de vida social para el hombre en estado natural
es el que se dirige en abierta oposición a la tradición aristotélico-tomista.
Según señala Aristóteles en su Política, el hombre es un animal
comunitario. Este rasgo hace que esté orientado a la construcción de
comunidades de distinto orden para satisfacer sus necesidades relacionales. De
este modo, el ser humano sería un zoon politikon o animal político, con
una necesidad intrínseca de relacionarse con sus pares mediante la di9chas,
siendo la más importante la comunidad política. En otras palabras, lo que está
detrás de Aristóteles, y de Santo Tomás en su versión del animal sociale, es
la sociabilidad natural del hombre. Para Lutero, aun cuando los presupuestos de
la comunidad y la naturaleza política son ciertos, el dato del pecado no
permitiría la vida social en los términos descritos por Aristóteles[15].
A
partir de lo anterior no se deber pensar, sin embargo, que Lutero forma parte
del pesimismo modernista presente en la filosofía y teoría política del siglo
XVI. La teología de la gracia sería en ese sentido la ventaja del esquema
conceptual del reformador por sobre el pensamiento contractualista. Mientras
para este último el orden político se edificaría como consecuencia de una naturaleza
humana monolítica e invariable, Lutero abre la posibilidad de volver al estado
de comunión plena con Dios.
De
acuerdo con la doctrina bíblica que Lutero recupera, la voluntad humana sería
capaz de ser transformada radicalmente mediante la recepción del don de la
gracia, adquirida por la fe en señor Jesucristo. Dicha gracia redentora,
alojada en el corazón del hombre, redimiría la efectividad del pecado,
limpiando la naturaleza y habilitándola para las buenas obras y la vida social.
De alguna manera, la sola gratia y la sola fides, le devolverían
al hombre la capacidad de actuar rectamente. “En pocas palabras: Si estamos
bajó el dios de este siglo, (…) estamos cautivos a voluntad de él, como dice
Pablo a Timoteo, de modo que no podemos querer sino lo que él mismo quiere”[16]
Es
posible sostener que en este esquema aparezcan a ratos atisbos de
contractualismo, sobre todo en lo que respecta a la existencia de un supuesto
momento pre-político o de corrupción del que deviene uno de carácter político y
artificial (de gracia). Se debe hacer la distinción entonces de que para Lutero
dicho tránsito, si es que es posible describirlo en esos términos, no descansa en
ningún sentido en la voluntad humana, sino en la voluntad divina que toma la
iniciativa y se acerca al hombre. De este modo se separa del principio de
subjetividad moderno.
4. Concepción de autoridad y teoría de
los dos reinos
Una
vez establecida una concepción sustantiva respecto a la naturaleza humana, el
concepto de autoridad se deriva directamente, en el pensamiento luterano.
El
reformador comienza sosteniendo que “tenemos que dividir a los hijos de Adán y
a todos los hombres en dos reinos: unos pertenecen al reino de Dios, los otros
al reino del mundo. Los que pertenecen al reino de Dios son lo que creen
rectamente en Cristo y están bajo él”. Por el contario, “al reino del mundo, o
bajo la ley, pertenecen todos los que no son cristianos”[17]. En otras palabras, el reino de los hombres estaría compuesto
por todos aquellos que se han voluntariamente clausurado a recibir la gracia
redentora de Dios y, por lo tanto, aún viven presa de sus iniquidades.
En
otras palabras, según Lutero, “Dios ha establecido dos clases de gobierno entre
los hombres, uno espiritual, por las palabras y sin la espada, por el que los
hombres se hacen justos y piadosos a fin de obtener con esa justicia la vida
eterna: esta justicia la administra él mediante la palabra que ha encomendado a
los predicadores. El otro gobierno secular por la espada, que obliga a ser
buenos y justos ante el mundo a aquellos que no quieren hacerse justos y
piadosos para la vida eterna. Esta justicia la administra Dios mediante la
espada. Y aunque no quiere retribuir esta justicia con vida eterna, sí quiere
que exista, para mantener la paz entre los hombres y la recompensa de los
bienes temporales”[18].
Sobre
el horizonte del mundo entendido como la división entre dos reinos
diferenciados, emerge la problemática de la protección de las funciones de cada
cual y por sobre todo, su interacción. Lutero planeta un desafío a esta
cosmovisión de la siguiente manera: “hay muchos más malos que buenos. Gobernar
un país entero o el mundo con el evangelio es como si un pastor reuniera en un
mismo establo lobos, leones, águilas y corderos y los dejara ir y venir
libremente. (…) Las ovejas ciertamente mantendrían las paz y se dejarían
alimentar y gobernar pacíficamente, pero no vivirían mucho tiempo, ni ningún
animal sobreviviría a los demás”.[19]
De
este modo, para evitar que el reino de los hombres gobierne al reino de Dios,
abusando de sus facultades, es que se instaura el “derecho a la espada”. Como
dice S. Pablo en 1 Timoteo 1,9: “ninguna ley se ha dado al justo, sino
al injusto”[20]. De modo que “Dios ha establecido para aquellos otro gobierno
distinto fuera del orden cristiano y del reino de Dios y los ha sometido a la
espada para que, aunque quisieran, no puedan llevar a cabo sus maldades”[21]. Lutero identifica un sinnúmero de pasajes bíblicos en los
que en los que el derecho a espada es reivindicado, siendo a su juicio el mas
importante Mateo 26:52, en el que Jesús le recuerda a Pedro que quien a
hierro mata a hierro muere.
Con
el establecimiento del derecho a la espada, Lutero vuelve sobre la tensión
entre la concepción judeo-cristiana y la concepción clásica respecto a la
autoridad. Si para esta última la autoridad política tiene como fin particular
la orientación de todos los ciudadanos de la polis hacia la virtud, de
modo que en ella tenga lugar la vida buena, la autoridad en Lutero tiene como
prioridad perseguir el vicio y la corrupción de las almas para
asegurar la paz.
Ahora
bien, si la espada o la ley son principios de organización del reino de los
hombres, queda abierta la pregunta respecto a cómo debe gobernarse a sí mismo
dicho reino. Lutero ofrece la siguiente respuesta: “entre los cristianos no
tiene que, ni puede haber, ninguna autoridad, cada uno está sometido al otro,
como dice Pablo en Romanos 12,10 <<Cada uno debe considerar al
otro como su superior>> y 1 Pedro 5,5 << sed súbditos de
otros>> (…) Entre los cristianos no hay superior, pues sólo lo es Cristo
mismo”[22]
Al
fundar la concepción igualitarista del reino de Dios, el reformador rompe con
la tradición de la Iglesia medieval elaborando un nuevo principio eclesiológico
consistente, básicamente, en la remoción de las dos órdenes con que el
catolicismo medieval entendía la Iglesia, inaugurando de ese modo la doctrina
del sacerdocio universal de los creyentes.
En
definitiva, la doctrina de los dos reinos constituye el aporte más
significativo que Lutero hace a la comprensión de la autoridad política e
incluso de la eclesiástica, desde la teología política. Aun cuando se pueda
señalar con recelo el potencial secularizador de su teoría, Lutero ha sido
influyente a punto tal que han obligado a todos los grandes corpus
teológicos posteriores a hacer referencia a la reflexión política al menos
tangencialmente. Tal es el caso en la institución de Calvino o “la
comunidad cristiana y la comunidad civil” en la obra de Karl Barth. Aún más la
propia doctrina de los dos reinos no constituye en absoluto un principio
novedoso para su época. Por el contrario, parte significativa de la comprensión
de las funciones, naturaleza y división de los reinos, son ya sugeridas en la Ciudad
de Dios de San Agustin[23].
5. Límites de la autoridad política y
resistencia
Como
reflexión preliminar, es necesario señalar que Lutero, en un sentido
específico, sufre una serie de modificaciones en su pensamiento, desencadenadas
por los procesos políticos que tienen lugar a lo largo de su vida.
Lutero
inaugura su reflexión respecto a los límites de la autoridad política
sosteniendo la tesis de la total obediencia al reino de los hombres y la
autoridad secular. Para ello, el reformador cita profusamente Romanos 13,1
en diversos escritos, como una exhortación al cristiano diciendo
“sométase todo individuo a la autoridad, al poder, puesto que no existe
autoridad sin que Dios lo disponga. El poder que existe está establecido por
Dios. Quien resiste a la autoridad resiste el orden divino”[24]. Esta obligación a la obediencia total está inmersa en un
contexto en el que tienen lugar diversas rebeliones campesinas de la reforma
radical en el campo alemán, que en su paso cobran miles de vidas y dejan gran
destrucción.
Del
principio de obediencia a la autoridad en Romanos 13, Lutero desprende
amplias facultades para la autoridad política. Según él mismo declara, un
cristiano debería confesar a su señor diciendo: “estoy obligado a obedeceros
con mi cuerpo y con mis bienes”[25]. Es decir, bajo su interpretación de Romanos, la
autoridad política tendría potestad sobre toda la exterioridad de los
ciudadanos, esto es, sobre su tiempo, bienes, cuerpo y vida.
Un
principio de autoridad de este modo fundado parece altamente autoritario y poco
restringido. En él, el ciudadano del reino de los hombres aparece como
imposibilitado para hacer frente a los eventuales abusos de la autoridad
política. En la reflexión temprana de Lutero se llega a reivindicar a tal punto
la total obediencia que, a su juicio, los cristianos “deben tolerar que entren
a sus casas y le quiten a la fuerza los libros. No hay que resistir al mal sino
sufrirlo”[26].
Pero
ante las nuevas necesidades y conflictos que emergen del contexto político del
Siglo XVI, el pensamiento político de Lutero evoluciona, comenzando a
relativizar la tesis de la obediencia total. Para ello se hace cargo del Hechos
5,29, de acuerdo con el cual “hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres”[27]. A partir de aquí, el reformador concluye que “si hubiera que
obedecer todo lo que el poder secular quisiera, en vano habría dicho que hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres”[28].
A
partir de allí, aun cuando Lutero parece haber establecido firmemente es sus
trabajos anteriores que no resulta lícito para el ciudadano resistir el mal,
“no hay que aprobarlo, ni servirlo, ni secundarlo, ni dar un paso o mover un
dedo para obedecerlo”[29]. Es decir, del mismo modo que en el pensamiento socrático, es
preferible, desde la teología de la gracia y la teoría de los dos reinos,
padecer una injusticia que cometerla.
Por
lo mismo, respecto a la obediencia a la autoridad concerniente a los bienes de
los ciudadanos, comienzan a aparecer matices, por cuanto incluso dentro
de ella (la obediencia), la autoridad política tiene un determinado límite.
Éste aparece, según Lutero, en el interior humano, en la conciencia, en la fe y
en último término, en todo aquello que en algún sentido tiene algo de
incomunicable. De este modo, Lutero sostiene que no es posible para el reino de
los hombres tener competencia alguna, de tal manera que “el poder secular
no debe gobernar la fe” y, en consecuencia, “el alma no estar bajo el poder del
emperador; éste no puede adoctrinarla, ni gobernarla, ni matarla, ni
vivificarla, ni atarla, ni desatarla, ni juzgarla, ni condenarla”.
A
partir de los textos de Lutero en Sobre la autoridad secular hasta dónde se
le debe obediencia (1526), han aparecido una serie de interpretaciones
respecto al “quietismo” político del pensamiento luterano[30]. Joaquín Abellán afirma que “la doctrina de los dos reinos
conduce a Lutero a negar toda posibilidad de resistencia activa a la autoridad”[31]. Esta tesis, popular en los años 80, sostiene que no es
posible encontrar ninguna reivindicación explicita de la rebelión en su
obra. Por el contario, se pone énfasis en afirmaciones como las de que “Si
traspasa los límites, el cristiano no debe oponerle resistencia sino sufrir la
injusticia que se comete en su cuerpo y en sus bienes”[32] . La conclusión a la que se llegan estas escuelas hermenéuticas,
difiere del derecho a rebelión presente en la tradición del iusnaturalismo
tomista, y en cambio, se acerca más a las obligaciones de un súbdito en el
contexto de un leviatán.
Aún
cuando la tesis de Abellán corresponde a una manera tradicional de entender la
teología política de Lutero, ella omite gravemente investigaciones
recientes respecto a textos tardíos del reformador. Según esta perspectiva
revisionista, Lutero habría aceptado, aunque con más demoro que el resto de los
reformadores, el derecho de resistencia a la autoridad política. Entre 1531 y
1532, el reformador habría acogido la reclamación de algunos de sus compañeros
en Wittemberg respecto a la inadmisibilidad de la rebelión de ciudadanos
individuales y, por el contrario, la admisibilidad en los magistrados
inferiores. Ya para 1537 Lutero habría firmado una declaración junto a su amigo
Melanchthon para apoyar las alianzas militares entre los príncipes protestes en
contra del emperador y los ejércitos del papa que se dirigían a Wittemberg. En
ese sentido, Lutero acepto la doctrina de la resistencia en la medida en
que su contexto le fue presentando desafíos políticos que la exigían. Fue
esta aceptación la que les permitió a los príncipes electorales luteranos
conformar la liga Esmalcalda en contra de la autoridad imperial.
En
definitiva, el gobierno secular no puede bajo ninguna circunstancia intervenir
en la conciencia de sus súbditos ni obligándoles o no a creer; la fe no es un
asunto de su competencia, sino del reino de Dios. Su fin no es el salvar las
almas, sino resguardar su libertad y castigar sus vicios. Sin embargo cuando la
autoridad política parece lesionar bienes que la Sagrada Escritura señala como
fundamentales, resulta licito, y en ocasiones menesteroso, el derecho a la
rebelión.
6. Condición de modernidad en Lutero
Frecuentemente
ha habido consenso en algunos círculos teólogos y filosóficos respecto a la
condición de modernidad del pensamiento de Lutero, llegando incluso a
constituirlo en una suerte de bisagra entre el mundo clásico-medieval y la
modernidad pre-ilustrada.
Abordar
una cuestión de esta complejidad supera extensamente las capacidades de este
trabajo, pues requieren de un ensayo dedicado exclusivamente a la materia. Aun
así resulta posible dar luz sobre algunos criterios de modernidad que se
ciernen sobre el pensamiento político de Lutero.
Ahora
bien, dicho trabajo resulta aún más difícil cuando históricamente, el
movimiento ilustrado ha entendido a Lutero como uno de los precursores de sus
ideas, considerándolo como un apóstol de la libertad individual, la
autodeterminación y la lucha contra la autoridad eclesiástica. Destacando en su
negativa a someterse al papado una fuerza liberalizadora y revolucionaria que
habría alentado el espíritu de las revoluciones liberales, así como de los
procesos revolucionarios pensados por el propio Marx, quien también alaba a su
figura.
El
siglo XX, sin embargo, vio en pensadores políticos alemanes un resurgimiento de
las tesis que defienden las complejidades de un juicio de esta naturaleza sobre
el reformador. La mayoría de estos pensadores, antes de ver en Lutero una
fuente de modernismo plantea entenderlo más como un hombre medieval, más
cercano a Santo Tomás que a Kant, ajeno e incluso enemigo de las fuerzas
protestantes más progresistas y modernizantes. De entre los propios
reformadores, aparecen como una personalidad aristocrática y dogmática frente a
espíritus más modernistas, como Zwingli -menos dogmático y más burgués- o
Calvino -racionalista y humanista-. Esto entendiendo las dificultades que
resultan de aplicar etiquetas de esta naturaleza a pensadores que no conocieron
de ellas.
Lutero
es en el contexto de la modernidad filosófica temprana, un medieval,
alguien que aun cuando pone un énfasis en la voluntad como fuerza creadora del
orden político, no es la humana sino la de carácter divina la que opera en ese
tránsito. Un teólogo que aun cuando no es su preocupación principal, le otorga
un valor a la virtud en la conformación del orden político.
Respecto
a la tesis de la primacía moral y ontológica que tiene el individuos en
el pensamiento de Lutero, se puede señalar que si bien hay algo de verdad
en ello, dicha individualidad por estar elaborada e incluso derivada de una
cosmovisión de caída y redención esta ordenada a Dios y no a búsquedas placeres
ni goces personales. De este modo, aunque la premisa puede tener tintes
individualistas más cercanos al liberalismo el hecho de ser estar mediada por
Dios, la acerca más a la escolástica comunitarista.
De
este modo se puede concluir que si bien Lutero no fue un hombre moderno, su
reforma tenía un gigantesco potencial modernizador, sobre todo en lo que
respecta a los procesos de secularización de la vida social, así como el
resquebrajamiento de la unidad cultural cristiana en Europa. Aun cuando Lutero
no sea el precursor de la modernidad filosófica ni de la reforma como si
lo podrían ser Guillermo de Okham y Juan Huss respectivamente, el hecho de su
experiencia cristiana haya nacido en la proto-modernidad desafía a la pregunta
entre la compatibilidad entre el cristianismo y esta última en su fase madura.
Solo
queda tratar de entender la complejidad del legado de Lutero en los marcos de
su propia experiencia y cuanto de lo que hemos heredado es auténticamente suyo
y cuánto ha pasado por el retaso del humanismo, la modernidad y la ilustración.
[1] Abellan Joaquin, Martin Lutero: escritos políticos,
Editorial Tecnos, Madrid 1986 pág. 19
[2] Si bien la opinión de Lutero no es univoca respecto a la
reforma radical, apoyándola en un principio, para 1525 su visión respecto a las
revueltas del campesinado son completamente desfavorable. Producto de
levantamientos en Turingia, Franconia y Saubia, Lutero es llamado por los
príncipes alemanes a escribir una reflexionar teológica respecto a estas
insurrecciones
[3] Kuyper Abraham, Sobre el Calvinismo y la religión,
Version Online en http://www.kuyper.org
[4] Aquí pienso principalmente en autores como Ulrich
Duchrow, Ernst Troeltsch y el mismo Kuyper.
[5] En esta posición situaría a Karl Holl y Karl Bar.th
[6] Rehebein Antonio, Martin Lutero en la historiografía
católica y la Iglesia Católica actual, Teología y Vida, pág. 2
[7] Lortz Joseph, Historia de la reforma, Editorial Taurus,
Madrid, 1963, pág. 176.
[8] Ibíd. pág. 434
[9] Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea de la Iglesia
Evangelico-luterana de Alemania, en Ecclesia (Madrid) 1980
[10] Aquí sigo la tesis de Joaquín Abellán en su revisión.
[11] Lutero Martin, De servo Arbitrio, pág. 58.
[12] Lutero Martin, Sobre la autoridad secular hasta donde se
le debe obediencia, en Martin Lutero escritos políticos, 1523, pág. 29
[13] Catecismo de la Iglesia Católica, punto 407
[14] Hobbes Thomas, El Leviatán
[15] Aquí sigo la interpretación aristotélica de Oscar Godoy en su
Antología de la política de Aristóteles,
[16] Lutero Martin, De servo arbitrio, pág. 28.
[17] Lutero Martin, Sobre la autoridad secular hasta donde se
le debe obediencia, en Martin Lutero escritos políticos, 1523, pág. 30.
[18] Lutero Martin, Sobre si los hombres de armas también
pueden estar en gracias , en Martin Lutero escritos políticos, 1526, pág.
134
[19] Lutero Martin, Sobre la autoridad secular hasta donde se
le debe obediencia, en Martin Lutero escritos políticos, 1523, pág. 30
[20] Ibíd. pág. 29.
[21] Ibíd. pág. 32.
[22] Ibíd. pág. 54.
[23] Esta tesis es particularmente fuerte en la recopilación de
Joaquín Abellán.
[24] Op. Cit. pág., 25.
[25] Ibíd. pág. 50.
[26] Ibíd. pág. 49.
[27] Ibíd. pág. 29.
[28] Ibíd. pág. 30.
[29] Ibíd. pág. 50.
[30] A ester respect Niebuhr señala “Sometimes he (Luther) lapses into
mystic doctrines of passivity or combines quietism with a legalistic conception
of the imputation of righteousness.’ Without works’ degenerates into ‘without
action’ in some of his strictures against the ‘righteousness of works’ ”
[31] Lutero Martin, Sobre la autoridad secular hasta donde se
le debe obediencia, en Martin Lutero escritos políticos, 1523, pág. 30.
pág. XXX.
[32] Ibid. pág. 44.
Fuente:
Estudios evangélicos, 2015.
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